martes, 5 de enero de 2016

El Jeque Y Su Novia Rebelde: Capítulo 29

-Me parece suficiente. Lo que quiero ahora es olvidarnos para siempre de este tema.

-No me puedo creer que vayas a dejar que Pamela salga impune después de lo que te ha hecho.

-Yo fui la víctima, pero tú fuiste la causa. La verdad es que no me extraña que la pobre fuera capaz de llegar hasta donde llegó por ti -contestó Paula observando divertida cómo Pedro se sorprendía-. Se dejó llevar por un arrebato de rabia propio de una chiquilla que teme que le quiten al chico que le gusta.

-No imaginaba que fueras a tomártelo tan bien.

-Pedro, quiero saber una cosa. ¿Estuviste alguna vez con ella?

-No, pero admito que ella me había dejado muy claro que quería algo conmigo y que en un par de ocasiones se me pasó por la cabeza -confesó Pedro apretando los dientes-. Sin embargo, siempre mantuve la distancia y, últimamente, su franqueza me incomodaba.

-Agradezco tu sinceridad -murmuró Paula sinceramente-. Ahora entiendo por qué Pamela creía que tenía algo que hacer contigo y que yo se lo podía estropear.

-No deberías dejar que eso te influenciara, no deberías olvidar lo que te hizo.

-Tú no eres una mujer, Pedro. Tú no entiendes.

Era cierto que, probablemente, Pedro no lo entendiera, pero también era cierto que se estaba mostrando increíblemente sincero.

-Quiero pedirte perdón desde lo más profundo de mi corazón por haber dudado de tu palabra cuando te acusaron de robo. Yo...

-Ya está... todo está en orden -lo interrumpió Paula-. Pamela es una mujer muy lista y lo planeó todo para hacerme parecer culpable.

-Por favor, déjame terminar -insistió Pedro.

Paula  suspiró frustrada pues a ella le hubiera gustado hablar de algo mucho más importante.

-Me avergüenzo de que tú vinieras a buscarme para pedirme ayuda y de que yo no te creyera. Te dejé tirada. Te aseguro que esa culpa me acompañará hasta el día de mi muerte.

-Lo sé -murmuró Paula deseando que su marido no se tornara todo tan a pecho-.

-Pedro, tú también eres humano.

Pedro la miró los ojos.

-Te fuiste de casa sin dinero y sin ayuda. Te aseguro que los siete meses que tardé en encontrarte lo pasé muy mal, estaba realmente preocupado por tu bienestar.

Paula  sonrió pensativa.

-¿Incluso antes de que te enteraras de que estaba embarazada?

-Sí... ahora comprendo que, al enterarme de que estabas embarazada, debería haber recapacitado. Eso me hace sentir todavía peor por no haber confiado en tí desde el principio -se avergonzó Pedro.

Paula lo miró con decisión.

-Te perdono.

Pedro frunció el ceño.

-Pero no puedes...

-¡Si yo digo que te perdono, te perdono!

-Sí, pero...

-¿Acaso no puedo decidir a quién perdono y a quién, no? -exclamó Paula, exasperada.

Pedro palideció y apretó los dientes.

-Por supuesto que sí -contestó.

-Entonces, vas a tener que vivir con la idea de que te he perdonado -insistió Paula haciendo un esfuerzo para no sonreír-. No nos conocíamos bien cuando concebimos a nuestro hijo y ése fue el verdadero problema. Había entre nosotros una atracción física fortísima, pero no nos conocíamos de nada.

Pedro se quedó pensativo.

-No se me había ocurrido verlo desde esa perspectiva. Tienes razón. Hace falta tiempo para confiar en otra persona. Desde que te vi, un deseo muy fuerte se apoderó de mí, era como un fuego que quemaba mi sentido común y mi control. Te veía y estaba perdido. Intenté luchar contra él, pero el fuego me atrapó y dio al traste con mis buenas intenciones.

-Yo tampoco te ayudé cuando te mentí y te dije que no era virgen. Por favor, deja de actuar como si solamente uno de nosotros fuera responsable de lo que sucedió.

Pedro  asintió y Paula decidió que había llegado el momento de cambiar de tema y hablar del asunto que realmente tenía en la cabeza desde hacía un buen rato.

-El día de nuestra boda, me dijiste que no estabas enamorado de Fátima...

Pedro la miró sorprendido.

-Así es.

-Sí, pero yo no te creí. En aquel momento, pensé que lo decías para hacerme feliz.

-Yo jamás te engañaría -le aseguró Pedro con candor.

¡Así que era cierto, así que era verdad que no estaba enamorado de Fátima!

-A lo mejor, no soné muy convincente cuando te hablé de ella, pero me daba mucha vergüenza no haber estado nunca enamorado a mi edad y...

-¿Nunca? -exclamó Paula sorprendida.

-Hasta que te conocí. Cuando te conocí, me di cuenta de que las emociones que tú despertabas en mí eran mucho más fuertes de lo que yo jamás había sentido por ella. Entonces, me di cuenta de que me había equivocado, de que había tomado la admiración por amor.

Paula lo agarró de las manos y se las apretó con fuerza.

-¿Eso qué quiere decir?

Pedro la miró intensamente a los ojos.

-Quiere decir que creo que soñaba con Fátima  para no tener que enfrentarme a la realidad de que no quería casarme.

-Eso ya da igual, lo importante es que cuando me leíste en el desierto todos aquellos poemas maravillosos estabas siendo romántico.

-Por supuesto.

-Estabas siendo romántico porque querías ser romántico y no porque creyeras que era lo que tenías que hacer durante nuestra luna de miel.

Pedro la miró confundido.

-¡He sido tan boba! Si me hubieras dicho que me querías, yo te habría dicho que te quería también -añadió Paula desabrochándole la corbata.

-¿Entonces solamente tengo que decirte que te quiero? -contestó Pedro  con la respiración entrecortada.

-Sí, y yo te digo que yo también te quiero, ¿Qué te parece? Te he querido desde la primera vez que te vi en aquella moto cuando casi te llevaste a Apolo por delante.

A continuación, mirándose a los ojos, Pedro se dió cuenta de que Paula sonreía encantada y ella se dio cuenca de que Pedro estaba exultante de felicidad.

-Yo creo que yo también me enamoré de ti en aquel mismo instante. De verdad que no entiendo cómo puedes quererme cuando he cometido tantos errores -se lamentó Pedro.

-Te quiero y punto.

No hay comentarios:

Publicar un comentario