Cuanto más sabía sobre aquella mujer, más quería saber. Paula era como un cuadro que nunca pierde su atractivo. El elegante traje de chaqueta que había elegido para la ocasión era propio de una mujer de su sorprendente belleza.
En muchos aspectos, no dejaba de sorprenderlo y siempre agradablemente. Llegados a aquel punto, Pedro recordó el amargo incidente del collar de diamantes y no pudo evitar tensarse disgustado.
-¡Madre mía! -exclamó Paula-. ¿Y eso? -añadió al ver una inmensa fotografía de ella y de Pedro en una valla publicitaria.
-Es el anuncio de nuestra boda -le informó Pedro con frialdad-. Todo el país lo celebrará con nosotros y será un día de fiesta popular.
Paula tragó saliva y se preguntó por qué Pedro la estaba tratando de manera tan distante. ¿Sería que no quería volver a casarse con ella? Tener que casarse dos veces con una mujer a la que no se amaba tenía que ser insoportable.
La capital del país, Jabil, resultó ser una ciudad de amplias avenidas con árboles y edificios modernos situados junto a preciosas mezquitas y a maravillosas casas con jardín, tiendas estupendas y hoteles de nivel internacional.
-Nuestra boda será tradicional -le explicó Pedro, temiendo que su novia europea sufriera un choque cultural -. Los festejos empiezan esta noche y terminarán mañana por la tarde. No volveremos a vernos hasta que comience la ceremonia.
A Paula no le hizo ninguna gracia que la separaran de él tan pronto.
-¿Y tiene que ser así? ¿Por qué no podemos estar juntos?
Al detectar el pánico de su voz, Pedro la miró los ojos y la tomó de la mano.
-Es la tradición y me parece que nosotros ya nos hemos saltado unas cuantas reglas, ¿no te parece? Normalmente, los festejos duran tres días y nosotros los hemos reducido a uno y medio por la apretada agenda de mi padre.
-Pero yo aquí no conozco a nadie... -se lamentó Paula con lágrimas en los ojos.
-Todos en mi familia hablan inglés y se van a portar de maravilla contigo -le prometió Pedro-. Mi familia está muy aliviada porque, por fin, he encontrado esposa.
-¿Aliviada? -preguntó Paula confusa.
-Por lo visto, mi padre nunca me ha presionado para que me casara porque creía que era la mejor manera de que, algún día, eligiera una mujer de mi gusto. Sin embargo, al ver que no tenía ninguna prisa por contraer matrimonio, había comenzado a preocuparse.
En aquel momento, Paula se acordó de Fátima y se preguntó cuántas personas sabrían que Pedro estaba enamorado de ella.
-¿Qué era lo que tanto preocupaba al rey?
-Como ya te darás cuenta, mi padre es bastante pesimista y creía que, aunque me casara, tardaría años en tener un heredero. Por eso, al decirle que me había casado y que estaba esperando un hijo se ha mostrado encantado.
Paula sonrió mortificada.
-¿Qué le has contado a tu padre?
-La verdad.
Paula lo miró consternada.
-Entonces, le has contado que... ¿qué le has contado exactamente?
-Que me acosté con una virgen -contestó Pedro-. ¿Qué querías que le contara? -añadió como si aquella pregunta le pareciera de lo más extraña.
-¡Pero esa información era entre tú y yo, no para que la fueras contando por ahí! -se sonrojó Paula.
-Quería asegurarme de que mi padre no te echara a ti la culpa de nada, de que entendiera que el único responsable de esta situación era yo y así ha sido.
Paula tomó aire e intentó disimular su vergüenza.
La limusina y el resto de vehículos que la acompañaban enfilaron la autopista en dirección al palacio Ahmet, domicilio de la familia real Dhemení desde el siglo VIL Mientras admiraba las dunas de arena que los rodeaban, a Paula se le ocurrió algo muy desagradable.
-No le habrás contado a tu padre lo del robo, ¿verdad?
-¿Estás de broma? -contestó Pedro con frialdad-. Mi padre te tiene por una mujer sin tacha.
-Pedro, no he vuelto a hablar de este tema contigo en mucho tiempo con la esperanza de que, a medida que me fueras conociendo, te dieras cuenta de que soy incapaz de robar nada. Por Dios, ¿es que todavía no me conoces? ¡Yo no robé aquella joya ni jamás toqué aquel estúpido broche!
-¡Por favor, no me grites!
-¡Te grito porque eres un cabezota que se niega a oír otra versión de los hechos! -exclamó Paula indignada-. Es mi reputación lo que está en juego en estos momentos y tengo derecho a defenderme. Yo no he robado nada en mi vida
-No creo que sea este el momento de hablar de este tema.
-Pues yo, sí -insistió Paula-. Por lo visto, en Strathcraig están convencidos de que lady Pamela me tendió una encerrona porque se había dado cuenta de que te sentías atraído por mí. Por desgracia, no tengo ni idea de por qué la testigo mintió y dijo que me había visto meter el diamante en mi taquilla, pero ahora lo importante es que eres mi marido y... ¡en lugar de repetirme hasta la saciedad que me respetas y que me protegerás toda la vida, deberías hacer algo útil y limpiar mi nombre!
Pedro se quedó mirándola lívido.
¿Cómo era posible que Paula creyera que estaba dispuesto a aceptar la versión de que era una ladrona como si tal cosa? Claro que no, le habría encantado poder defenderla, pero, tal y como habían ocurrido las cosas, parecía bastante evidente que Paula había robado aquel diamante.
Sin embargo, por primera vez desde que había ocurrido el incidente, se le presentaba la posibilidad de que las cosas hubieran sucedido de otra manera, de que el robo hubiera sido falso y se hubiera montado con el único propósito de desacreditarla.
Tendría que reflexionar sobre aquella posibilidad.
En aquel momento, un lacayo abrió la puerta del coche y Pedro bajó. Se encontró con el primer ministro, que le hizo una profunda reverencia. A continuación, la niñera le entregó a Pedro a su hijo y éste esperó con el niño en brazos a que Paula saliera de la limusina.
Paula todavía estaba temblando de pies a cabeza después del arrebato de cólera que se había apoderado de ella cuando una mujer de casi treinta años se acercó a ellos y Pedro se la presentó como su hermana Luciana.
-Bienvenida a tu nuevo hogar -la saludó Luciana con una gran sonrisa-. Quiero que sepas que estamos encantados ante la inminencia de su boda.
A continuación, se formó un corro de personas que querían ver a Bautista, que dormitaba en brazos de su padre.
-Mi hermano procederá ahora a llevar a vuestro hijo a conocer al rey. Tú conocerás a mi padre en la boda -les explicó Luciana-. Ahora debes venir conmigo.
Paula miró de soslayo a su marido, deseando poder tener cinco minutos a solas con él para hablar tranquilamente del desagradable incidente del robo, pero era consciente de que era imposible.
-Tienes una sorpresa -le anunció Luciana encantada mientras cruzaban un inmenso vestíbulo de suelos de mármol y entraban en un pasaje que parecía conducir a una zona moderna del palacio-. Espero que te guste porque Pedro se ha tomado todo tipo de molestias.
-¿Una sorpresa? -preguntó Paula confusa, con la mente todavía en la discusión que acababa de tener con pedro
-No te puedo contar nada más para no estropearla -sonrió su cuñada- Debes esperar aquí a que te traigan a Bautista.
-¿Van a tardar mucho?
-Una media hora como mucho -contestó Luciana abriendo la puerta de una estancia con expresión expectativa en el rostro.
Al entrar en la habitación, preguntándose cuál sería la sorpresa, Paula vió a un hombre junto a la ventana y lo reconoció al instante.
-¿Gonzalo?
-Sí, soy yo... -contestó su hermano con la voz tomada por la emoción.
Paula, con lágrimas en los ojos, cruzó la habitación corriendo y lo abrazó, llena de dicha y felicidad.
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