A juzgar por cómo Pedro tomaba un avión desde Londres para estar con ella apenas un par de horas antes de volver a tenerse que ir por motivos de trabajo, en ese aspecto no tenía queja.
-¿Paula...? -la llamó Pedro desde la puerta.
Paula levantó la mirada ansiosa, lo miró y salió corriendo a recibirlo. Al llegar junto a él, Pedro la tomó en brazos, como solía hacer, pero no la besó como de costumbre sino que la dejó en el suelo y la miró muy serio.
-¿Qué ocurre? -quiso saber Paula.
-Pamela Anstruther está aquí -contestó Pedro-. Quiere hablar contigo para pedirte perdón.
-¿Lady Pamela? -se sorprendió Paula-. ¿Pedirme perdón a mí? ¿Y eso?
-Marcela Stevens confesó ayer que Pamela la sobornó para que pusiera el colgante de diamantes en tu taquilla y luego dijera que te había visto ponerlo a ti -le explicó Pedro-. Temiendo que su falso testigo cediera ante la presión de mis investigaciones, Pamela cometió el error de amenazar a Marcela, que sintiéndose acorralada entró en pánico y confesó todo.
-Entonces, ¿mi nombre ha quedado limpio?
-Por supuesto.
Paula sonrió encantada.
-¿Y para qué quiere verme?
-La voy a llevar a juicio. Sabe que conmigo no tiene nada que hacer porque no me inspira la más mínima compasión, así que ha decidido hablar contigo por si tiene más suerte. Supongo que querrá despertar tu compasión. Recuerda que ella no tuvo ninguna contigo.
-No sé...
-Si no quieres recibirla, no tienes obligación.
-Sí, sí quiero verla, quiero que me cuente en persona por qué lo hizo, pero no quiero que entre en nuestro hogar -contestó Kirsten.
-No será necesario.
Pedro la acompañó al edificio en el que estaban situadas las oficinas de palacio y la hizo pasar a una pequeña sala de audiencias. Una vez allí, Kirsten le indicó que prefería entrevistarse con Pamela a solas.
-Como quieras... -contestó Pedro.
Su formalidad ofendió a Paula. Estaba encantada porque, por fin, su reputación había quedado impoluta y su inocencia demostrada y, sin embargo, su marido se mostraba como si hubiera muerto alguien.
Llevaron a Pamela ante ella. La aristócrata estaba visiblemente cansada y con toda la ropa arrugada por el viaje, nada que ver con Paula, que lucía fresca y espléndida un precioso conjunto en tonos turquesas y rosas con pendientes y collar de perlas.
-Alteza... -la saludó Pamela arrodillándose ante ella sin dudar-. Gracias por recibirme.
-Sólo quiero saber por qué lo hiciste.
Pamela la miró con incredulidad.
-Obviamente, porque el príncipe Pedro estaba enamorado de ti. ¿Por qué iba a ser?
Paula se quedó de piedra.
-¿Perdón?
-Yo también estaba perdidamente enamorada de él y no podía soportar que tú te pusieras en medio.
-¿Estabas celosa?
-Vi al príncipe contigo en dos ocasiones, en la limusina aquel día que te recogimos y te llevamos a tu casa y el día que lo invité a tomar el té conmigo. Por cómo te miraba, me di cuenta rápidamente de que estaba enamorado de ti y tú ni siquiera te percatabas.
-Si no me podías ni ver, ¿por qué me pediste que te ayudara con los preparativos de la fiesta?
Pamela suspiró.
-Porque lo tenía todo planeado desde el principio. Quería que te acusaran de robo. Quería que dejaras de trabajar en el castillo y que te alejaras de Pedro, pero te aseguro que no era nada personal.
-¿Ah, no? -la interrumpió Paula con sequedad.
-Claro que no -insistió Pamela-. Me dije que el fin justificaba los medios y que yo no tenía nada que hacer con el príncipe mientras tú siguieras por allí. Ahora me doy cuenta de que no tenía nada que hacer de todas maneras, de que el príncipe estaba completamente loco por ti, como demuestra que se haya casado finalmente contigo. Estoy metida en un buen lío. Tendré que vender mi propiedad del valle e irme porque todos se han enterado de lo que he hecho y me dan la espalda.
-No es culpa mía.
-No, pero, ¿de verdad crees que merezco ir a juicio? Después de todo, es obvio que el príncipe Pedro se habría casado contigo aunque hubieras estado acusada de asesinato -observó Pamela con acidez-. Te pido perdón por haberme metido entre ustedes, te pido perdón por haberte acusado de algo que no habías hecho y por haber propiciado que perdieras el trabajo, pero también me siento en la obligación de hacerte notar que es obvio que nada de eso arruinó tus posibilidades sociales.
Paula tuvo que hacer un gran esfuerzo para no llamar a la guardia y hacerla echar de palacio por semejante osadía, pero había aprendido de Pedro que había que mantener la calma con los inferiores.
-Ya he oído bastante -contestó Paula-. Vuelve a Inglaterra. Pensaré en lo que me has dicho, pero no te prometo nada.
Y, sin más, Pedro se giró y salió de la sala de audiencias. Mientras volvía a sus habitaciones, lo único en lo que podía pensar era en lo convencida que estaba Pamela de que Pedro estaba enamorado de ella.
Ahora comenzaba a entender por qué Pedro se había mostrado tan frío con ella. Obviamente, al darse cuenta de su error al creerla una ladrona, había quedado anonadado y devastado. Pedro era un hombre que se ponía el listón muy alto a sí mismo y Paula ya se había percatado de que era muy duro juzgándose.
De repente, oyó la voz de Pedro y se preguntó con quién estaría hablando.
-Lo he estropeado todo -estaba diciendo su marido-. Lo he estropeado todo con Paula. ¿Cómo le voy a decir ahora que, en el fondo, me importaba un bledo que fuera una ladrona o no? Ya ni siquiera pensaba en ello. No me va a creer, pero te aseguro que es verdad.
Su confesor suspiró cuando Pedro le acarició las orejas y se tumbó a sus pies, presto a dormir junto a su amo.
-Todo eso deberías decírmelo a mí y no a Apolo -dijo Paula.
Pedro se giró sorprendido y se ruborizó.
-No sabía que fueras a tardar tan poco.
-No me apetecía mucho quedarme en compañía de Pamela -contestó Paula nerviosa-. He decidido que no quiero denunciarlas, ni a ella ni a Marcela. Supongo que a Marcela la habrás despedido, ¿no?
-Por supuesto.
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