jueves, 28 de enero de 2016

Se Solicita Niñera: Capítulo 3

-¿Y bien? -Florencia miró a Paula-. ¿Qué opinión le merece a la señorita Chaves Pedro El Ligón? ¿No se te hizo la boca agua?

-Creía que no estabas interesada en él -sabía que estaba eludiendo una respuesta directa.

-Que no quiera casarme con él no significa que no aprecie la manera en que le quedan los vaqueros -Florencia  le hizo un guiño a Zaira-. ¿Qué te pareció?

-Como tú misma acabas de decir, es un ligón -Paula sacudió la cabeza-. Es muy consciente de que las mujeres caen rendidas ante su encanto. Lo cual, estoy segura de ello, constituye un buen alimento para su vanidad.

-¿Caíste tú rendida a sus pies? -inquirió Florencia, asombrada-. Yo creía que eras inmune a los ligones.

-Él no es así -protestó Zaira-. Pedro es un buen tipo. No creo que sea de los que llevan la cuenta de sus conquistas.

-Eso tendremos que averiguarlo -añadió Florencia, y señaló a Paula-. Tú eres la elegida.

-No lo creo -Paula se echó a reír, y luego se puso seria-. Además, no puedo decir que me sienta muy impresionada por su tardanza en llamarme. No estoy muy segura de querer utilizar sus servicios, por muy razonables que sean sus precios.

-Eso no es propio de Pedro-intervino Zaira-. Lo veo muy poco últimamente, pero a no ser que haya experimentado un cambio radical, es una persona muy formal y responsable, sobre todo en cuestiones de negocios.

-Oh, bueno -Paula hizo un gesto de indiferencia, mientras la camarera se les acercaba para pedirles la orden-. En este sentido, lo único que quiero es que me devuelva mis fotos; las necesito para enseñárselas a posibles dientas.

Paula  se jugaba mucho con su negocio. Trasladarse sola a la ciudad, aunque fuera una tan pequeña como Westminster, había significado un gran paso para una chica que había vivido toda su vida arropada por su familia. Le había resultado extraño no tener a alguien que cuidara de ella al principio, o que se entrometiera en su trabajo.

Fue al teléfono y marcó el número de la agencia de Pedro Alfonso. Contestó la llamada la misma chica que la había saludado el día en que se presentó en su despacho, y cuando Paula le preguntó por Pedro, ella le explicó que se encontraba fuera de la ciudad y que volvería pronto. Paula tuvo que limitarse a dejarle un mensaje.

Cinco días después, lo intentó de nuevo. En esa ocasión dejó un mensaje grabado en el contestador automático. Lo mismo le ocurrió los restantes días de la semana; al parecer la agencia había cerrado provisionalmente debido a una emergencia familiar.

Para el viernes siguiente, Paula ya había perdido la paciencia con Pedro Alfonso y su irresponsabilidad profesional, tuviera problemas o no. Cuando marcó su número, volvió a escuchar el mensaje de su contestador automático. Ya estaba bien. Llevaba un mes esperando. Aquello era inexcusable. Necesitaba sus fotos. Si Pedro Alfonso no respondía a sus llamadas, iba a tener que acampar delante de su puerta hasta que recuperara su álbum.

Pedro Alfonso vivía en un elegante edificio de aspecto selecto y lujoso. Paula llamó al timbre varias veces, pero nadie contestó, y tampoco oyó ninguna voz o sonido del interior. Tal y como había esperado, la puerta estaba cerrada con llave. Maldijo a aquel hombre; aparte de ser un impenitente ligón, era un verdadero irresponsable.

Furiosa, rodeó el edificio para dirigirse a su parte trasera y accedió a la terraza, que tenía dos pisos. Había una puerta corredera de cristal a la izquierda de un gran horno de barbacoa, y a través de las persianas verticales pudo distinguir una cocina, un comedor y, más allá, parte del salón. Todo tenía un aspecto inmaculado, impecablemente ordenado: los únicos detalles que desentonaban eran una taza de café abandonada a un lado del mostrador, y un periódico tirado en el suelo.

Paula  estaba intrigada. Casi parecía como si Pedro hubiera abandonado la casa a toda prisa, sin que hubiera regresado desde entonces. Tuvo que recordarse que nada de aquello era de su interés, mientras bajaba los peldaños de madera volviendo sobre sus pasos. Todo lo que quería era recuperar sus fotos.

De pronto, justo en el momento en que abría la puerta de su camioneta, un deportivo plateado aparcó a su lado, con Pedro Alfonso al volante. Ya se dirigía decidida hacia él cuando, en el asiento delantero, vio algo que la dejó anonadada: un asiento especial para niños. Y el asiento estaba ocupado por lo que parecía ser un bebé, asomando la cabecita y lloriqueando.

Antes de que Paula pudiera asimilar la escena, Pedro salió del coche; estaba despeinado, y tenía un aspecto nervioso, alterado. Rodeó el vehículo casi sin mirarla, y la saludó con un indiferente «hola» mientras se dedicaba a sacar a la criatura. Con la puerta abierta, el llanto del bebé incrementó de inmediato su volumen. Pedro lo sostuvo con un brazo mientras intentaba hacerle carantoñas, como si no supiera qué diablos hacer para tranquilizarlo. Luego se volvió para mirar a Paula.

-Eres Paula Chaves, ¿verdad?

-Sí -se esforzó por adoptar un tono frío y profesional, pero cada vez le resultaba más difícil ignorar los gritos de la criatura-. He estado intentando ponerme en contacto contigo. Necesito que me devuelvas mi álbum de fotos. Inmediatamente.

Pedro se cambió de brazo al bebé y sacó de detrás del asiento una bolsa de pañales. Seguía llorando a todo volumen.

-Oh, vaya... -sacudió la cabeza-. Me había olvidado completamente. Apostaría a que te gustaría propinarme una buena paliza...

Cuando se incorporó de nuevo, Paula advirtió por primera vez el aspecto tan lamentable que ofrecía; tenía ojeras y necesitaba un buen corte de pelo. Al ver que el niño se le estaba resbalando, extendió los brazos de manera automática:

-¿Puedo...?

-Por favor -Pedro asintió de inmediato.

Le entregó el bebé y Paula automáticamente se lo apoyó suavemente en un hombro, sujetándolo del trasero con una mano y acariciándole la espalda con la otra. Se dió cuenta entonces de que había empezado a susurrarle palabras cariñosas, meciéndolo con ternura, y suspiró resignada. Las viejas costumbres retornaban con peligrosa rapidez.

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