sábado, 30 de enero de 2016

Se Solicita Niñera: Capítulo 7

-Me encantaría -la tomó en brazos-. Hola, corazón. ¿Qué tal andamos hoy?

Apuesto a que te estás divirtiendo con el tío Pedro.

-No sé si nos estamos divirtiendo -rió Pedro-, pero desde luego, lo intentamos.

Valentina bostezó e hizo una mueca, concentrando la mirada en los ojos de Paula.

Y entonces esbozó una gran sonrisa.

-¡Oh, mira! -exclamó deleitada-. Me está sonriendo.

-Ahora mismo es capaz de sonreírle a cualquier cosa.

-Oh, gracias. Muy halagador por tu parte -Paula siguió acunando al bebé, encantada-. ¿Reconoces una cara simpática cuando la ves, eh, chiquitita? -levantó la cabeza para sonreír a Pedro-. Ésta siempre ha sido mi edad favorita. Adoro a los niños cuando son tan pequeños. Luego, cuando ya gatean, también son deliciosos, pero de una manera diferente. Y cuando van al colegio, son realmente divertidos....

Se interrumpió de pronto, conteniendo el aliento. Pedro seguía estando muy cerca, pero ella se había olvidado cuando se concentró en el bebé. Ahora lo recordaba. Él le estaba mirando la boca mientras hablaba: era una insignificancia, pero aquel gesto le resultaba insoportablemente seductor. Incluso cuando dejó de hablar Pedro no la miró a los ojos, sino que continuó contemplando sus labios.

Era como si el tiempo se hubiera detenido. Conteniendo el aliento, sentía florecer una extraña calidez en su interior, una excitación que nada tenía que ver con los sentimientos maternales que Valentina le había suscitado. Lentamente Pedro levantó una mano para acariciarle la mejilla, rozando con el dedo índice su labio superior y siguiendo con la mirada el movimiento.

Paula no dejaba de mirarlo intensamente, de admirar sus rasgos. No creía haber visto nunca antes un hombre tan atractivo. Pedro levantó entonces la mirada; una mirada cargada de una multitud de mensajes que no hacían sino excitarla aun más. De pronto, Valentina escogió ese momento para eructar sonoramente, y los dos miraron al bebé.

Paula se echó a reír, aliviada de que desapareciera la tensión de los últimos instantes.

-Toma, sostenla tú. Parece que ejerzo un efecto negativo sobre ella.

-Lo dudo mucho. Ejerces un efecto muy positivo; sobre ella y sobre mí.

Conmovida por sus palabras, Paula intentó decirse que era el ligón más incorregible que había conocido nunca. Mentalmente se recriminó por haber sucumbido a su encanto, aunque sólo hubiera sido por un momento.

-Bueno, gracias por la visita. Espero que tu período de adaptación siga tranquilamente su curso.

De repente, cuando estaba volviendo a colocar a Valentina en su mochila, Pedro se detuvo.

-¿Paula?

Por un instante ella creyó haber visto una expresión de culpabilidad en su rostro, pero no tardó en desaparecer para volver a mostrar al afable e increíblemente atractivo Pedro.

-De verdad, tengo que volver al trabajo ahora...

-Lo sé. Esto sólo te llevará un minuto. Tengo algo sobre lo que me gustaría que pensaras.

¿Pensar? ¿Pedro quería que pensara? «Yo pienso que verte otra vez, aunque sólo sea por casualidad, es una mala idea», le dijo en silencio. Él podría hacerle olvidar demasiadas cosas, ofrecerle demasiado...

-Necesito que alguien que cuide de Valentina mientras trabajo. ¿Te apetecería a tí?

-¿Yo? -tardó unos segundos en asimilar sus palabras. Un frío intenso la invadió, acabando con la calidez que antes había sentido. No había nada que despreciara más que los hombres que se servían de su encanto para pedir «favores». Tuvo que hacer un esfuerzo para mantener una expresión indiferente-. ¿Quién la está cuidando ahora? -preguntó. Por debajo de su apariencia tranquila, la rabia la iba consumiendo por momentos.

-Me la he estado llevando al trabajo -respondió-. Entre Martina y yo... Martina es mi secretaria... hemos podido arreglarnos, pero ha sido una locura. Valentina realmente necesita estar con alguien que le dedique más tiempo.

-¿Qué te hace pensar que yo tengo ese tiempo?

-Yo... bueno, la tienda está adosada a tu casa, ¿no? Tú coses, lo cual no te obliga a tratar continuamente con gente, y eres fantástica con Valentina... sé que te encantan los niños.

-Sí, Pedro, la tienda está adosada a mi casa -Paula enterró las manos en su melena para echársela hacia atrás-. ¿Sabes por qué? Porque durante la temporada nupcial, estoy demasiada ocupada para perder tiempo conduciendo de mi casa al trabajo y del trabajo a mi casa -levantó la voz-. ¿Y cómo crees que me aseguro que la ropa que hago les sienta bien a mis clientas? Se la pruebo yo.

-Yo no...

-Tengo gente saliendo y entrando de aquí durante todo el día, probando ropa y haciendo consultas de materiales y diseños. Hoy mismo tengo programadas visitas de clientas hasta las ocho de la noche. Ven aquí.

Paula se volvió para dirigirse a la parte trasera de la tienda, recorriendo la sala de probadores y la de costura. Había materiales de trabajo por doquier.

-Viendo todo esto... ¿te parece acaso que tendría tiempo para cuidar además de un bebé? -preguntó con voz airada.

Detrás de ella, Sofía su ayudante, saludó al recién llegado:

-Hola, yo soy Sofía. ¿Eres tú Pedro, el de las rosas?

-Ése soy yo. Me alegro de conocerte, Sofía. Hazme un favor y dile al forense que he muerto atragantado por tantas rosas.

Sofía se echó a reír, evidentemente deleitada, y Paula pensó amargamente que Pedro podía hacer que la mayoría de las mujeres hicieran lo que se le antojase. Pero, para su desgracia, ella no era como la mayoría de las mujeres. Ya no.

-Sofía, tómate un descanso. Sal a tomarte un refresco o a dar un paseo.

-Sí, señora -Sofía giró los ojos con gesto teatral, contrariada, y salió de la trastienda.

No hay comentarios:

Publicar un comentario