Bueno, no iba a seguir pensando en Pedro Alfonso, así que continuó trabajando. A media mañana, el repartidor de la floristería entró en la tienda.
-Te traigo esto, Paula -el hombre resultaba prácticamente invisible bajo el enorme ramo de rosas rojas-. Debes de haber impresionado de verdad a este tipo...
-Pues no alcanzo a imaginar cómo -repuso ella-. Serán probablemente para alguna de mis clientas, aunque no entiendo por qué las han enviado aquí.
-Yo no conozco los detalles -el repartidor dejó el ramo sobre el mostrador de cristal-, pero tu nombre está escrito aquí -señaló la dirección antes de marcharse-. Que pases un buen día.
-Tú también -respondió Paula con tono ausente mientras sacaba la pequeña tarjeta blanca del sobre-. Tú eres mi ángel. Pedro -leyó en voz alta cuando se quedó sola.
La invadió una inefable sensación de placer. La imagen del rostro de Pedro apareció por un instante en su mente, antes de perecer aplastada por la cruda realidad. Pedro sólo le estaba expresando su agradecimiento con aquel aparatoso gesto. Ya estaba comprometido al menos con una mujer, pensó al recordar la conversación que había mantenido por teléfono cuando entró aquel día en su despacho, para no hablar de la relación con su secretaria...
-¡Guau! ¿Qué es lo que has hecho para ganarte esto? -exclamó Sofía, su ayudante, al ver las rosas, y lanzó un vistazo a la tarjeta-. ¿Quién es Pedro?
-Sólo es un pequeño favor, y Pedro simplemente es un conocido -bajo la escrutadora mirada de Sofía, Paula disimuló su inquietud. Era verdad; Pedro sólo era un conocido suyo al que había ayudado. Aquellas rosas significaban simplemente: «gracias».
El resto de la semana transcurrió en medio de una frenética actividad: junio era un gran mes para el negocio de los vestidos de novia. El viernes por la tarde Paula y Sofía estaban compartiendo un refresco en la trastienda mientras descansaban después de tanto coser, cuando por enésima vez sonó la campanilla de la puerta.
Agotada, Paula se levantó; habría dado cualquier cosa con tal de cerrar durante el resto del día, pero tenían programadas sesiones de pruebas para aquella misma tarde. Con un suspiro, entró en la tienda y se quedó paralizada al ver a Pedro Alfonso apoyado en el mostrador, mirándola sonriente. Llevaba a Valentina en una mochila, fijada al pecho, y con su camisa tejida y sus pantalones color arena tenía una apariencia sencillamente magnífica. El corazón le dió un salto en el pecho y por un instante contuvo la respiración.
-Esto sí que es una sorpresa -pudo decir al fin.
Para su alivio, su voz sonaba relativamente normal.
-Lo sé -se acercó a ella-. Veníamos de ver al médico y pensé que quizá quisieras saber cómo le está yendo a Valen.
-¿Valen? ¿A tu hija la llamas Valen?
-Sí; es un diminutivo -le sonrió-. ¿A tí como te dicen?
-Pau.
-Pau es el disminutivo de Paulina?
-No -sacudió la cabeza, retrocediendo-. De Paula.
-Me alegro. Me gusta «Pau» -pronunció Pedro sin dejar de avanzar hacia ella.
Paula se dijo que no le importaba que le gustara o no; sólo quería que aquel hombre dejara de invadir su espacio personal. Retrocedió otro paso, hasta quedar acorralada contra la pared.
-A mí también me gusta.
-Y a mí me dicen Pepe como disminutivo. ¿No crees que me sienta bien? -se le acercó aún más.
-Sí -aspiró profundamente-. Oye, me estás acorralando.
-Ya lo sé.
Estaban a sólo unos centímetros de distancia, separados por el cuerpecillo de la niña enfundado en la mochila. Pedro estaba esbozando de nuevo aquella íntima sonrisa, y Paula tuvo que recordarse que era como una segunda naturaleza para él, que no era sincera.
-¿Les haces esto a todas tus amigas? -procuró adoptar un tono ligero y divertido.
-Sólo a mis favoritas -contestó él, pero entonces retrocedió; por un instante, su expresión se tornó pensativa.
-Gracias por las rosas. Aunque no era necesario...
-No lo hice porque fuera necesario. Valoro las molestias que te tomaste ayudándome con Valentina. Estuvo en un hogar infantil prácticamente hasta el momento en que subió conmigo al avión. Yo nunca había tratado demasiado a los bebés. Para mí fue un shock tener a esta criatura dependiendo de mí para todo tipo de necesidades.
-Un primer bebé es un shock incluso cuando has previsto su llegada desde hace meses.
-Y que lo digas. Cuando la gente habla de lo bonitos que son los bebés, nadie te dice que te levantan de la cama de madrugada, o que te vomitan encima diez veces al día, o que gritan a rabiar cuando intentas bañarlos.
Paula se llevó una mano a la boca para contener la risa.
-¿Esto te parece divertido, verdad?
-Sí, pero precisamente porque yo ya he pasado por ello.
-Recuerdo que me dijiste que habías ayudado a criar a tus sobrinos.
-Sí; tengo cinco sobrinos. Hace un par de años, la mujer de uno de mis hermanos tuvo gemelas. Eran prematuras y necesitaron un montón de cuidados durante los primeros meses antes de que pudieran abandonar el hospital -sonrió, recordando los problemas que le habían dado las gemelas de Gonzalo-. Durante cerca de tres meses, necesité desesperadamente dormir unas pocas horas seguidas, sin interrupciones.
-Sólo ha pasado una semana, y yo ya estoy experimentando esa misma sensación -asintió Pedro-. En las dos últimas noches he debido de dormir unas cinco horas solamente. Creo que voy por buen camino -bajó la mirada al ver que Valentina se desperezaba-. ¿Qué te pasa, pequeña? ¿Te cansas de estar encerrada en esta mochila? -miró a Paula-. ¿Te gustaría sostenerla?
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