-Abrí la tienda apenas el año pasado. Me ha ido bien, incluso mejor de lo que había esperado en Westminster, y pretendo publicitar modestamente el negocio para introducirme en el área de Baltimore, a una escala mayor. Hasta ahora prácticamente mi publicidad se ha limitado al boca a boca.
-¿Qué es lo que hiciste para preparar el terreno cuando abriste el negocio? -le preguntó Pedro, curioso.
-Bueno, tengo una amiga muy hábil -no pudo evitar sonreír al recordarla-. Una vez que decidió presentarme a alguna gente, me puse a trabajar de inmediato. Aquella gente se lo dijo a otra gente, y... bueno, ya sabes cómo funciona eso.
-Sé que sólo funciona si se tiene un producto de calidad -repuso él-. Así que debes de ser buena. ¿Dónde aprendiste a co... perdón, a diseñar?
-Estudié dos años en una facultad de Filadelfia antes de regresar a casa.
-¿Eres de Westminster?
-No exactamente. Me trasladé a Butler County cuando empecé con la tienda. Mi familia vive en Taneytown, carretera arriba -aspiró profundamente-. El asunto es, Pedro, que mi presupuesto es muy apretado. No puedo permitirme una gran campaña publicitaria.
-Tengo clientes con todo tipo de necesidades y capacidades diferentes.
Dado el brillo de su mirada, Paula dudaba que se estuviera refiriendo estrictamente a los negocios. Pero ella no había ido allí a flirtear con un playboy a la caza de cualquier mujer que se le pusiera por delante, por muy atractivo que fuera. Le devolvió la sonrisa.
-Para la próxima primavera pienso exponer mis creaciones en varias tiendas. Pensé en elaborar algún tipo de folleto que la gente pudiera llevarse con cada vestido.
-Ésa es una buena iniciativa para incrementar tu cantidad de clientes -asintió Pedro, sonriendo de nuevo-. Y cuentas con el mercado adecuado: todas esas futuras novias dispuestas a derrochar su dinero en vestidos.
-La mayor parte de mis dientas son muy cuidadosas con su dinero -repuso Paula algo tensa.
Cuanto más intentaba tranquilizarla él, más nerviosa se ponía. Ya había tratado antes con hombres de su tipo. Uno muy en particular, y ahora sabía por qué la alteraba tanto: Facundo había sido tan encantador como él. O mejor dicho: Facundo había sido un especialista en servirse de su encanto. Justo como Pedro Alfonso.
-Es un buen lugar por donde empezar -comentó Pedro, pensativo, después de tomar unas notas-. Vamos con la asequibilidad - se interrumpió, volviendo a la realidad-. ¿Tus vestidos tienen precios asequibles?
-Mis precios son razonables, para tratarse de prendas elaboradas a mano. Los he comparado con muchos otros.
-Bien -garabateó algo con energía-. ¿Por qué no me dices lo que quieres que figure en el folleto? ¿Qué es lo que deseas transmitir a la gente acerca de tus vestidos?
Más tarde, cuando se disponía a marcharse, Paula se dijo que una vez que se concentraba en el tema profesional Pedro Alfonso era muy eficiente. Lamentablemente volvió a flirtear de nuevo, en el último momento:
-Estaremos en contacto -le dijo en voz baja, haciéndole un guiño.
-Pensaré en las ideas que me has sugerido para el folleto -replicó ella, viéndose obligada a estrecharle otra vez la mano. Como en la primera ocasión, se estremeció ante su contacto firme, cálido, íntimo.
Paula vislumbró el alocado revoloteo de dos pares de manos en el mismo momento en que entró en el pequeño restaurante, y se acercó a la mesa donde sus dos mejores amigas de Westminster la estaban esperando. Advirtió con diversión que Florencia Gonzalez ya había logrado atraer a un hombre, que no dejaba de mirarla con expresión depredadora.
-Hola, Paula-Zaira Nara se levantó desesperadamente de su asiento para abrazarla. Para Zaira, los hombres eran tan temibles como los perros de presa. Incluso algo tan inofensivo como tener cerca a uno rondando a Florencia la sacaba de quicio.
-Cariño -Florencia también se levantó, y rodeó la mesa para besarla en las mejillas. El hombre que estaba con ella se vió obligado a retroceder, y Florencia le sonrió por encima del hombro, diciéndole-: Bueno, Bruno, ya es hora de que desaparezcas. Esta es un comida reservada exclusivamente para mujeres.
-Nunca dejas de sorprenderme -le comentó sonriente Zaira cuando el hombre se hubo marchado-. ¿Acaso se te ha resistido algún hombre al que hubieras señalado simplemente con el dedo? Lo dudo mucho.
Para su sorpresa, la alegre sonrisa de Florencia se evaporó por un instante.
-Una vez -confesó, para luego añadir con tono sombrío-: Pero nunca volverá a suceder.
Siguió un incómodo silencio. Sabiendo que Florencia rechazaría cualquier gesto de simpatía o compasión, Paula comentó con tono ligero:
-¿Sabes? Pedro Alfonso y tú harían una buen pareja.
-¡Aj! -exclamó Florencia haciendo el signo de la cruz con los dedos, como para conjurar aquella idea-. Conozco a Pedro. Cuando tenga noventa años, seguirá flirteando. Es guapo, pero definitivamente no es mi tipo: me gustan los hombres a los que puedo controlar.
-Olvídate de Pedro, entonces -rió Zaira-. Ése es muy difícil de mantener a raya -luego se volvió hacia Paula-. Entonces, ¿fuiste a verlo por fin? ¿Qué te comentó sobre tu idea del folleto?
-Quedó en que trabajaría sobre ello para darme un presupuesto. Se suponía que me llamaría al día siguiente, pero ya han pasado cerca de dos semanas desde entonces... -explicó Paula, y arqueó las cejas para mirar a Zaira-. No esperaba que fuera así. Me sorprende que puedas llegar a sentirte cómoda con él.
-Pedro y yo crecimos en la misma calle -se encogió de hombros-. Mi hermano jugaba al fútbol con él. Durante años para mí fue como otro hermano...
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