martes, 5 de enero de 2016

El Jeque Y Su Novia Rebelde: Capítulo 25

Después de comer, se echó una pequeña siesta y, cuando se despertó, se organizó en torno a ella un revuelo de actividad increíble.

Volvieron a lavarle el pelo hasta que el agua salió completamente limpia, la sumergieron en un baño de esencias florales y le masajearon el cuerpo entero con aceites maravillosos.

Mientras la peinaban, le hicieron la manicura y le hicieron en los pies y en las manos dibujos de henna que simbolizaban felicidad y salud. Para terminar, una maquilladora profesional se hizo cargo de su rostro.

A continuación, le entregaron unas medias de encaje y una combinación de seda de tacto sensual. Fue la única ropa interior que le dieron. Cuando se la hubo puesto detrás de un biombo, ante las risas de las presentes por su exceso de pudor, le mostraron unos impresionantes zapatos ornamentados con piedras y, por fin, le ayudaron a ponerse un fabuloso vestido de pedrería en tonos azules.

-Estás impresionante -le dijo Luciana sinceramente mientras las demás mujeres allí reunidas hacían comentarios igual de positivos y aplaudían encantadas.

Paula  se miró al espejo y realmente le gustó lo que vio porque había adquirido una apariencia muy exótica.

-Ha llegado el momento de que la novia reciba sus regalos -le anunció Luciana cuando llegaron varias cajas.

-No tenía ni idea de que me iban a hacer regalos. Yo no le he comprado nada a nadie -se lamentó Paula.

-Tú le has dado al príncipe lo más preciado que le podías dar: un hijo -comentó una mujer mayor-. Le has proporcionado un príncipe heredero en el primer año de casados. Eso es toda una bendición.

Paula observó anonadada cómo de la primera caja sacaban una corona de oro y su cuñada se la colocaba con gran ceremonia.

-Esto es regalo directo de mi padre. Perteneció a Ana, su primera mujer, de la que él estaba profundamente enamorado y que murió al dar a luz a Pedro.

También le regalaron un collar de esmeraldas con pulsera y pendientes a juego.

-Éste es el regalo de mi hermano -le aclaró Luciana-. Lo han diseñado especialmente para ti. Es obvio que mi hermano te adora.

Paula bajó la mirada y, en ese momento, otra mujer se acercó a Luciana y le dijo algo al oído.

-Fátima dice que ha llegado el momento -anunció Luciana.

Paula sólo oyó «Fátima dice». Inmediatamente, sus ojos verdes se fijaron en la atractiva mujer que tenía ante sí. Desde luego, era increíblemente bonita. Tenía ojos almendrados, piel del color de la miel y una preciosa melena de rizos oscuros.

-Te has quedado lívida... no te pongas nerviosa -le dijo su cuñada malinterpretando su malestar.

Paula  se apresuró a decirse que seguramente Fátima era un nombre común en aquel lugar y que aquella mujer no tenía por qué ser la Fátima de la que Pedro estaba enamorado.

El vestíbulo central del palacio estaba lleno de gente esperándola. Mientras pasaba entre la multitud, Paula vio a su hermano, que sonrió satisfecho y, al final, vió a Pedro, ataviado con un espectacular uniforme militar negro y escarlata, con una espada que le colgaba a un lado.

Estaba magnífico.

Cuando llegó a su lado, Pedro la tomó de la mano y el responsable religioso pasó a celebrar la boda en árabe y en inglés.

-Ahora vas a conocer a mi padre -anunció Pedro al terminar la ceremonia.

Efectivamente, a continuación condujo a su esposa a una sala privada donde los esperaba el rey Horacio, que resultó ser un hombre alto y corpulento, de rostro muy serio.

A través de Pedro, porque el rey no hablaba inglés, el monarca le dijo a Paula lo contento que estaba de que su hijo la hubiera elegido como esposa porque bastaba con mirarla a los ojos para darse cuenta de que era una mujer de gran corazón y le dio las gracias por haber dado a luz a Bautista, que habría de ser la alegría de su vejez.

Paula aceptó el cumplido encantada y, a continuación, se dirigió con Pedro al enorme salón donde iba a tener lugar la cena. Hubo danzas populares, se leyeron poemas y los novios bebieron miel con agua de rosas.

Antes de empezar a cenar, Pedro le indicó a Paula que podía cambiarse de ropa y la condujeron a una habitación donde le esperaba un precioso y mucho más cómodo vestido blanco y una tiara de perlas.

Cuando volvió a entrar en el salón, Pedro no podía apartar los ojos de ella.

-Estás preciosa -le confesó.

Después de la cena, compuesta por todo tipo de platos delicados y exóticos, le presentaron a Paula  a un montón de dignatarios y personas notables del país y, en un momento dado, Paula advirtió a una pareja que se estaba peleando al fondo del salón y reconoció a la joven que había visto unas horas antes.

-¿Quién es aquella pareja de allí? -le preguntó a su marido.

Pedro  siguió la dirección de su mirada y se tensó.

-Son mi hermana de leche y su marido -contestó.

-¿Qué es una hermana de leche?

-Cuando mi madre murió, la madre de Fátima me amamantó.

Paula  palideció.

Así que era ella, era la Fátima de la que Pedro estaba enamorado. Paula sintió que se le formaba un horrible nudo en la garganta y que los ojos le picaban.

Al percibir su zozobra, Pedro la tomó de la mano y la condujo a la pista de baile.

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