martes, 5 de enero de 2016

El Jeque Y Su Novia Rebelde: Capítulo 27

-Oh, Pedro... -murmuró Paula con la respiración entrecortada.

Sorprendiéndola, Pedro le dio la vuelta, la colocó de rodillas y volvió a penetrarla por detrás. Aquello desconcertó a Paula, que, sin embargo, pronto se dejó llevar por la maravillosa sensación de sentirlo dentro y se dedicó a gozar.

Juntos alcanzaron un climax explosivo y, cuando Paula abrió los ojos, se encontró entre los brazos de Pedro, que la abrazaba con fuerza.

-No quiero separarme nunca de tí. Qué suerte hemos tenido de encontrarnos-

Saciada y encantada, llena de amor y de gozo, sin embargo Paula estaba perpleja ante un hecho que había tenido lugar mientras hacían el amor.

-¿Te has puesto preservativo? -le preguntó a Pedro.

-Sí, no quiero volver a dejarte embarazada.

-¿Y eso? Yo creía que aquí les  gustaba tener muchos hijos.

-No podría volver a soportar verte dar a luz. Me da mucho miedo que te ocurra algo -confesó Pedro.

Paula  sonrió encantada, pues durante semanas había creído que Pedro  la valoraba, sobre todo, por su capacidad de darle hijos y ahora le acababa de demostrar que no era así.

-¿Eso es por lo que le ocurrió a tu madre? Luciana  me lo ha contado.

-Sí, yo no te quise contar nada mientras estabas embarazada porque me pareció de mal gusto.

A pesar de que lo estaba pasando fatal, había conseguido guardarse sus miedos para él, no los había descargado sobre ella.

Aquella prudencia y aquel tacto emocionaron sinceramente a Paula, que ahora que había comprendido que Pedro se había preocupado seriamente por su salud había decidido que quería tener, por lo menos, dos hijos más.

-Ésta es nuestra noche de bodas y la conversación se está poniendo demasiado seria, ¿no? -dijo Pedro besándola de nuevo.

-Tú siempre eres serio -contestó Paula.

-Durante estas semanas que vamos a estar juntos, te darás cuenta de que hay otros aspectos de mi personalidad que no conoces.

-¿Semanas? ¿Vamos a estar juntos unas cuantas semanas?

-Sí, seis para ser exactos -sonrió Pedro.

-¿Y eso? -preguntó Paula encantada.

-Bueno, me parece obvio que tienes que aprender muchas cosas de protocolo y de historia de mi país y, ¿qué mejor profesor que yo? Tampoco estaría mal que aprendieras un poco más de árabe, ¿no? También te puedo enseñar a bailar y a montar a caballo...

-Y yo seré una alumna ejemplar...

-¡Pues todavía queda lo mejor! Por las noches, me enseñarás tú a mí lo que te gusta y yo te enseñaré lo que me gusta a mí -añadió Pedro acariciándole de manera inequívoca la cadera.

-No sé si con todas esas actividades que me tienes preparadas voy a tener fuerzas...-bromeó Paula.

-¡Ya sacaremos tiempo, mi amada! Aunque nos tengamos que quedar aquí para siempre.

Los delicados dedos de Paula acariciaban las teclas del piano, arrancándole unas notas preciosas que invadían el salón y salían al pasillo, donde el personal de servicio escuchaba extasiado.

-Si no te hubieras casado con Pedro y te hubieras convertido en una esposa y madre devota, podrías haber sido una gran concertista -observó Gonzalo arrellanándose en su butaca mientras se tomaba una limonada.

Paula  sonrió.

Habían abierto las puertas correderas de cristal y entraba en el salón el sol y el aroma del jardín. Levantándose del piano, fue a ver qué tal estaba Apolo, que dormitaba tranquilo, y se sentó junto al carrito de Bautista.

-No toco tan bien.

-Claro que sí, pero has decidido que preferías convertirte en princesa, tener varios palacios, legiones de criados y un estupendo piano de cola -bromeó su hermano.

-Todos los bienes materiales me dan igual, lo único importante es que soy feliz -sonrió Paula.

Gonzalo sonrió también y se despidió de su hermana para volver a Londres. Era el tercer fin de semana que iba a visitarlos en dos meses, desde que Pedro le había entregado un billete abierto que podía utilizar siempre que quisiera.

Desde que habían vuelto del desierto, Paula se había hecho muy amiga de Luciana y lo cierto era que toda la familia de Pedro la había recibido con los brazos abiertos.

A veces, se le hacía increíble pensar que ya llevaba dos meses viviendo en Dhemen. Las primeras semanas, aquellas que habían pasado en Zurak sin separarse ni un solo momento, habían sido pura gloria, semanas en las que la pasión desenfrenada había convertido los días en noches y las noches en días.

Nadie hubiera creído jamás que Pedro no estaba enamorado de su mujer porque era el centro de su vida... y no solamente en la cama. Pedro la había llevado al desierto a ver atardecer y allí le había leído maravillosos poemas de Kahlil Gibran.

Era raro el día en el que llegaba a casa sin un regalo para ella o para el niño. A veces, sólo era una sencilla flor, un libro o un juguete y otras una joya, pero lo cierto era que Shahir era increíblemente generoso con ella.

Pedro le había hablado de la férrea disciplina que le habían impuesto en la escuela militar en la que había estudiado y de cómo le había sorprendido la libertad total de la que había disfrutado en Harvard. Paula entendía mejor ahora las fuerzas que habían influido en forjar su carácter reservado.

Durante una visita a un campamento beduino, lo había visto participar en un baile con espadas y en una carrera de camellos y le había encantado ver aquel lado salvaje de su temperamento volátil, que normalmente mantenía bajo control.

En aquella ocasión, habían pasado la noche en una tienda cuyo suelo estaba cubierto por alfombras antiguas y Pedro le había hecho el amor de manera apasionada sobre ellas. Al día siguiente, lo había acompañado a hacer volar a su halcón, que volaba muy alto, y Pedro le había dicho que así era como ella lo hacía sentir cuando hacían el amor.

Paula  estaba completamente enamorada de su marido e intentaba no pensar demasiado a menudo en ello porque se entristecía al pensar que él no estaba enamorado de ella. Intentaba no recordar lo que le había dicho el día de su boda sobre que ya no estaba enamorado de Fátima.

Suponía que jamás le habría confesado su amor a su hermana de leche y, aunque era feliz a su lado, lo cierto era que una pequeña parte de su corazón se sentía profundamente herido.

Por eso, intentaba estar siempre perfecta, comportarse constantemente como la mujer ideal, se tomaba muchas molestias para que su apariencia fuera perfecta y había puesto mucho esmero en ser una buena compañera de cama.

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