—¿Has visto lo suficiente?
Paula se quedó helada al oírlo. Luego reaccionó, comprendiendo que él se refería a un examen profesional. Sentía ganas de llorar de alegría por tener un motivo legítimo para mirar su cuerpo. Formaba parte de sus obligaciones. ¡Ay, qué duro es el trabajo!
—Has mantenido un tono muscular muy bueno —empezó en un tono sereno, como si su examen hubiera sido exclusivamente clínico—, teniendo en cuenta...
—¡Teniendo en cuenta que tengo menos fuerza que un gatito! —y él echó una mirada de impaciencia a aquel cuerpo que siempre había respondido a todas sus exigencias, por excesivas que fueran.
—... Teniendo en cuenta el prolongado reposo en cama, la tracción y las diversas restricciones a las que te has visto sometido —corrigió ella con firmeza—. La verdad es que estoy impresionada —dijo, tratando de mantener el tono distanciado, y guardándose para sí hasta qué punto llegaba la impresión—. Esperaba algo mucho peor.
Él soltó el bastón y ella pensó, por un momento, que iba a tratar de entrar en el agua prescindiendo del apoyo que Paula le había ofrecido automáticamente. Pero, con una sonrisa amarga, Pedro se apoyó en su brazo.
Su piel, seca y fresca, contrastaba con el calor pegajoso de la de Paula. Como un bisturí, la intuición sexual inundó su conciencia de tal modo que le costó mucho no dar media vuelta y escapar de algo que tenía mucho de aterrador. Jamás había conocido una atracción sexual a tal escala.
—Solo te ha faltado decir que debería estar agradecido. Paula se esforzó por sonreírle, en medio del terror.
—Por hoy ya he sobrepasado mi cuota diaria de tópicos
—¿Ah, pero los tienes limitados? —Pedro abrió mucho los ojos, como si aquello fuera impresionante—. Entonces eres una profesional sanitaria muy rara.
—¡Ya veo la vida que les has debido de dar a las enfermeras! —le contestó y, para sí, se dijo: seguro que se pegaban por atenderlo.
—Algo tiene que hacer un hombre para entretenerse —dijo Pedro, y su sonrisa dio un resplandor luciferino a sus ojos— cuando está atado a la cama —era evidente que no sentía remordimiento alguno.
Paula se quedó helada, estado seguramente preferible a los ardores anteriores, al pensar en
Pedro tomándole el pelo constantemente.
—Tienes bastante mejor cara que anoche.
—Ah, sí, anoche. Me preguntaba cuánto resistirías sin—decirme: «si no es por mí»...
—Solo estaba constatando tu estado. Seguro que ya te das cuenta tú sólito de que tu comportamiento de anoche era estúpido, sin necesidad de que yo te lo recuerde.
Se arrepintió inmediatamente de haberle dado la réplica que en realidad creía que se merecía. Para su sorpresa, Pedro, lejos de enfadarse, le dedicó una sonrisa casi apreciativa.
—Sí. Me estoy dando cuenta de que eres el espíritu de la moderación, Paula.
Por un momento, sus miradas se engancharon y el humor desapareció de la situación, dejando en su lugar una carga eléctrica. Paula fue la primera en apartar la vista.
—A ver, un momento —le indicó, secamente, sacando un brazo de la camiseta—. Agárrate aquí —dijo, señalándose el hombro opuesto—, mientras me quito esto.
Pedro dió un largo suspiro. Daba igual que el traje de baño fuera de competición, con un corte casto y funcional. Llevaba muchos meses alejado de una mujer con tan poca ropa.
Independientemente de que el bañador no fuera ninguna maravilla del diseño, lo que hacía era desde luego revelar que Paula poseía una figura de infarto. Por donde quiera que se la mirase, era una explosión de feminidad. Ningún hombre se clavaría un hueso suyo al aproximarse, cosa muy de agradecer en esos tiempos en los que las chicas parecían empeñadas en eliminar sus curvas pasando hambre.
Paula tuvo que carraspear bastante fuerte para que él retirase, muy a su pesar, la mirada de sus turgentes muslos blancos a sus encendidas mejillas. Encendidas, claro está, de indignación. Los ojos grises echaban chispas y hasta la naricilla parecía retorcerse.
—¿Doy una vueltecita, o ya has tenido bastante?
Pedro se dijo que sería divertido jugar un rato el papel de depravado: ella ya tenía de él bastante mala opinión
—¿No te gustaría probar con un biquini? ¿Uno de esos que son triangulitos unidos por cintas?
Paula gruñó y dio una sacudida con la cabeza, que mandó su cola de caballo rubia directamente contra uno de los ojos de su propietaria. Con el ojo lleno de lágrimas, enfadada, se apartó de él y Pedro tuvo ocasión de deleitarse con las sacudidas de otras partes de su anatomía.
Sin duda, este interés sexual emergente era un indicio de que se iba recuperando. Como solía decir ella: no era nada personal.
«Bien urdido, colega, pero, ¿a quién quieres engañar?» Él, por lo menos, sabía que no era cierto.
—Estaba cumpliendo con mi deber. Hernán querrá una descripción lo más detallada posible —explicó—. ¿Supongo que te habrás percatado de que mi amigo Hernán, heterosexual por cierto, está coladito por tus, ejem, huesos?
—Valiente estupidez.
Lo cierto era que Hernán se enamoraba a intervalos más o menos regulares. No había por qué sobrevalorarlo. Por la mente de Pedro pasó la ocurrencia de que quizá Hernán no era el único colado, pero se apresuró a expulsarla. Se trataba de un inofensivo coqueteo, que le serviría para aburrirse menos durante la convalecencia. La chica se había puesto a tiro al anunciar que él no la atraía. Eso era una evidente mentira, así que no habría más responsable que ella cuando él le hiciera tragarse sus palabras.
Paula, un poco avergonzada, tuvo que admitir que quizá no reconocería a Hernán si se cruzaba con él por la calle. La culpa la tenía la imponente presencia física de Pedro, que reducía a todos los buenos chicos de este mundo a papel de las paredes. ¡Qué injusticia! ¡Y qué impresentable era ella!
—Haz el favor de no adjudicarle al propio Hernán tus propios pensamientos pecaminosos —le recomendó, desdeñosa.
—¿El pobre Hernán? —Pedro chasqueó la lengua—. No parece que las cosas vayan bien.
Su risa, naturalmente sexy, le recordó a Paula que era un hombre que llevaba algún tiempo alejado de mujeres con poca ropa. No había que dar a las miradas que le había dedicado a ella más importancia de la que tenían. Eran actos reflejos, como el parpadeo. A fin de cuentas, los varones son seres bastante primitivos.
«Sé realista. ¿Por qué iba él», su mirada recorrió el largo, magro y espectacular cuerpo de Pedro como si fuera un agravio hecho a ella personalmente, «a fijarse en mí?»
Paula no se hacía ilusiones acerca de su figura. No había venido al mundo en el momento adecuado, haría como cien años. Con arreglo a los cánones actuales, no faltarían los que la acusaran de gorda.
—Seguro que Hernán se sentirá muy estimulado al hablar contigo, pero, ¿qué tal si nos dedicamos a lo que hemos venido a hacer?
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