martes, 5 de enero de 2016

El Jeque Y Su Novia Rebelde: Capítulo 26

-Sé lo que estás pensando y, obviamente, tenemos que hablar de este asunto, pero no es éste el momento -le dijo comenzando a bailar-. Te prometo que nos iremos pronto y hablaremos.

Mientras bailaban, Paula no pudo evitar mirar a Fátima  en un par de ocasiones y se preguntó si Pedro se estaría dando cuenta de lo mal que lo estaba pasando.

Al salir del palacio para subirse a una limusina que los estaba esperando, los invitados los despidieron con pétalos de rosa y arroz.

-¿Adonde vamos? -quiso saber Paula.

-A Zurak, al palacio de mi abuelo -contestó Pedro-. Bautista llegará mañana, no te preocupes. Ahora que estamos solos, quiero hablar contigo.

Paula  sabía perfectamente de lo que iba a hablar y bajó la mirada. A Pedro no le apetecía nada tener aquella conversación, pero sabía que era necesaria, así que tomó aire y se lanzó.

-Hace un tiempo te dije que estaba enamorado de otra mujer.

Paula  se encogió de hombros.

-¿Y? -contestó sonriendo y diciendo adiós a la gente congregada para despedirlos. -Tal y como ahora sabes, me refería a Fátima.

Paula  se tensó.

-No te lo tendría que haber dicho.

-No pasa nada, es imposible que supieras entonces que te ibas a casar con una mujer con memoria de elefante -intentó bromear Paula al borde de las lágrimas.

-No debería habértelo dicho porque me he dado cuenta de que jamás la amé -añadió Pedro-. No estoy enamorado de ella y nunca lo he estado. He pensado mucho en este asunto y he llegado a la conclusión de que simplemente estaba encaprichado.

-¿De verdad?

¿Pero por quién la tomaba? ¿Cómo se le ocurría decirle algo así? ¿Se creía que era tonta o qué?

Paula intentó ponerse en el pellejo de Pedro y comprendió que estuviera intentando no darle importancia al asunto contándole una mentirita para no tener que admitir la cruel realidad, así que decidió fingir y seguirle la corriente.

-No tienes necesidad de volver a pensar en este asunto. Jamás -concluyó Pedro.

-No lo haré -prometió Pauña.

Un helicóptero los llevó al palacio de Zurak, situado en un oasis de palmeras en medio del desierto que parecía un espejismo.

-Cuando mis antepasados eran nómadas, pasaban aquí el verano. Mi abuelo conoció aquí a mi abuela cuando ella le llevó agua del pozo. Se enamoraron inmediatamente. Mi bisabuelo pidió la mano de mi abuela a su padre y se casaron -rió Pedro  agarrándola de la mano-. La vida entonces era mucho más sencilla que ahora.

-Sí, siempre y cuando no fueras tú a la que le tocara sacar agua del pozo -comentó Paula.

-En todos los grandes poemas, se retrata a los hombres de Oriente como a los más románticos del mundo -le informó Pedro-. Quiero que sepas que no he podido dejar de pensar en ti desde que te conocí.

Paula pensó que aquello había sido porque la deseaba, no porque la amara, pero se mordió la lengua. ¿Acaso creía Pedro que había olvidado que cada vez que la había tocado se había arrepentido? ¿No se daba cuenta de que ella se acordaba de que le había propuesto matrimonio porque se sentía culpable por haberle arrebatado la virginidad?

Bueno, ahora sus vidas estaban en otro nivel, se habían casado y estaban intentando que las cosas salieran bien. Era obvio que Pedro era un hombre inteligente y pragmático y estaba intentando hacerla sentir a gusto a su lado. El cortejo y los cumplidos eran parte del espectáculo.

Paula se preguntó si importaba realmente que fuera una farsa por parte de Pedro. Aunque él no la amara, ella sí lo amaba y también quería que la relación funcionara.

En un patio en el que había una fuente en el centro, Pedro la tomó entre sus brazos y la besó lentamente, hasta hacerla sentir mareada y excitada.

Agarrados de la mano, subieron por una escalera de mármol blanco y, al llegar ante una enorme puerta, Pedro tomó a Paula en brazos.

-Estás preciosa con ese vestido... pareces recién salida de un cuento de hadas -le dijo entrando en la habitación y depositándola en una cama con dosel.

Al tumbarse y mirar hacia arriba, Paula vió que el techo estaba pintado con todas las estrellas del universo.

-Qué bonito -suspiró.

-Sí, desde esa cama se ve el mundo entero -contestó Pedro desprendiéndose de la casaca militar-. Sin embargo, me temo que tú no vas a tener tiempo de fijarte mucho en el mapa de las estrellas hasta mañana por la mañana -sonrió volviéndola a besar.

-¿Es una promesa? -dijo Paula completamente excitada.

-Ven aquí...

Paula se levantó de la cama y fue hacia él, que le quitó delicadamente la tiara de perlas, le bajó la cremallera del vestido, que cayó al suelo, y la abrazó por detrás.

-Es usted perfecta, alteza -suspiró acariciándole los pezones y haciéndola estremecerse de placer.

Paula dejó caer la cabeza hacia atrás y la apoyó en su hombro, momento que Pedro aprovechó para besarla en el cuello.

-¿Alteza? -repitió Paula algo confusa.

-Princesa, mi princesa, mi preciosa princesa -contestó Pedro-. El título es regalo de mi padre.

Pedro  le estaba quitando la camisola de seda, que al deslizarse por su piel iba dejando un reguero de pasión sin límites y Paula sintió una punzada de deseo en la entrepierna que la hizo estremecerse pues nunca había sentido nada tan fuerte.

-No me lo esperaba.

-Te lo mereces, tú te lo mereces todo eso y mucho más -contestó Pedro  con voz ronca-. Has pasado mucho desde que yo entré en tu vida, mi amada.

-No todo ha sido malo -admitió Paula.

-Todo debería haber sido bueno -dijo Pedro quitándose la camisa.

Paula no se podía concentrar en la conversación porque Pedro la había vuelto a depositar en la cama y la estaba acariciando con tanto cariño, como si fuera una diosa, que la cota de placer era increíble.

-Esta noche es para ti, para que disfrutes -dijo Pedro lamiéndole los pechos-. Estoy a tu servicio.

Paula sintió que se derretía y, al mirarlo a los ojos, el corazón comenzó a latirle aceleradamente. Le vibraba todo el cuerpo y, cuando Pedro volvió a apoderarse de su boca y comenzó a recorrer toda su anatomía con absoluta devoción, Paula comprendió lo que era hacer el amor de verdad.

Pedro deslizó su lengua por su panza y sus caderas, le separó las piernas y se concentró en el centro de su feminidad, haciendo que Paula disfrutara más allá de lo que jamás habría imaginado posible.

-Ahora... -le dijo tomándola de las caderas e introduciéndose en su cuerpo-. Jamás había sentido algo tan intenso...

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