martes, 2 de febrero de 2016

Se Solicita Niñera: Capítulo 9

-Hola, Pedro -Zaira lo saludó con una cálida sonrisa.

Aunque su rostro se iluminó de alegría, parecía agotada; no sólo cansada después de haber dormido poco, sino exhausta, demacrada. Al ver a sus dos pequeños corriendo arriba y abajo por el campo, con un par de palos que habían sustraído aprovechando un descuido de sus propietarios, Pedro podía comprender el motivo. Aquellos dos diablillos podían volver loco a cualquiera.

-Hola, Zai -rodeándole los hombros con un brazo, le plantó un cariñoso beso en la mejilla-. ¿Qué tal estás?

Estaba sinceramente preocupado por ella. La conocía desde que eran niños, y sabía que no le había ido nada bien con el tipo con el que había estado casada.

-Regular -respondió, y señaló a la mujer que estaba de pie a su lado, en silencio-. Creo que ya conoces a Paula.

-Hola, Pedro.

Su tono era tranquilo, y no tan frío como él había esperado. O tan frío como se merecía, quizá.

-Hola, Pau -sabía que debería disculparse, pero era como si la lengua se le hubiera atascado. Estaba más bonita que nunca. Llevaba unos vaqueros cortos, con una camiseta que le dejaba la cintura al descubierto.

-¿Qué tal le va a Valentina?

-Muy bien -respondió Pedro, forzándose a concentrarse en la conversación-. Ha padecido su primer resfriado, pero nos las estamos arreglando bastante bien juntos.

-¡Lucas! ¡No le pegues a tu hermano con el palo! -Zaira se dispuso a correr en busca de sus hijos, que en aquel momento se habían enzarzado en una pelea con los palos-. Vuelvo dentro de un momento, Pau, y luego nos iremos.

Una vez que se hubo marchado, siguió un incómodo silencio. «Vamos Alfonso: cómete el pastel de un bocado», se dijo Pedro para animarse, y se aclaró la garganta.

-Mira, lamento de verdad lo que ocurrió la semana pasada. Me comporté como un estúpido y no me extraña que te enfadaras...

-Disculpa aceptada -repuso Paula con energía, pero él podía leer en sus ojos un «ya te lo había dicho».

Cuando ya se disponía a retirarse, Pedro la agarró de un brazo. De repente se veía abrumado por la misma emoción que había experimentado el día en que prácticamente Paula lo echó de la tienda. No era furia, ni tampoco disgusto, ni dolor. Pero el hecho de que lo hubiera tomado por un playboy sin escrúpulos... había tocado una fibra sensible en su interior.

Desde entonces, no había pasado ni un solo día sin que pensara en aquella conversación, buscando en sí mismo los indicios que habrían podido justificar una acusación semejante. La verdad era que le gustada ver a las mujeres sonreír; le satisfacía agradarlas, hacer que se sintieran bien. Y nunca se había comportado de manera grosera con ellas. Pero, sinceramente, no era un seductor empedernido, y su lista de relaciones no alcanzaba la cifra de dos dígitos, como ella parecía creer.

-Realmente te equivocas. No soy ningún superman seductor con las mujeres.

-Yo nunca dije que lo fueras.

-Escucha, odio enemistarme con la gente y no creo que estés contenta conmigo, aunque teóricamente hayas aceptado mis disculpas.

-No ha habido nada de «teórico» en ello. Te dije que aceptaba tus disculpas, y así es -lo miró fijamente.

Pedro sabía que estaba hablando en serio por su expresión airada, rebelde. Como siempre que la había visto, sus labios lo fascinaban. Era la mujer más deseable que había conocido jamás.

-Vas a acusarme de ser un ligón si te digo esto, pero te juro que no lo soy. Estás... estás realmente bella cuando te enfadas.

-¡Yo no me enfado!

Siguió un largo silencio. Luego, cuando Pedro arqueó una ceja con gesto escéptico, Pau sonrió a su pesar, arrepentida:

-De acuerdo, estaba enfadada. Pero ahora no.

-¿Amigos entonces? -le tendió la mano.

-Amigos -repuso ella.

La bolsa de pañales que llevaba bajo el brazo escogió aquel momento para resbalar, y Pedro tuvo que hacer verdaderos malabarismos para sujetar a Valen, la bolsa, el saco de deporte y su palo de lacrosse. Paula extendió un brazo para ayudarlo, y por un instante sus dedos hicieron contacto con los suyos. Allí estaba otra vez, aquella explosión de sensaciones, de química. Pedro nunca antes se había sentido tan conmovido por el contacto de una mujer. ¿Qué era lo que tenía para atraerlo tanto? No era alta ni rubia, como la mayoría de las chicas con las que había salido. Era... increíblemente sexy, excitante. Todos sus sentidos se aguzaban cuando se encontraba cerca de ella; su cuerpo se olvidaba de que era un hombre civilizado.

Sintió que Valentina  se estaba despertando y miró al bebé... a su bebé. Empezaba a darse cuenta de lo mucho que su vida estaba cambiando. En aquel momento no podía pedirle a ninguna mujer que saliera con él, porque... ¿qué podía hacer con Valen? Todavía no había sido capaz de conseguirle una niñera. Seguía llevándosela al trabajo todos los días.

-Alguien está teniendo hambre otra vez -le comentó a Paula.

-Es algo que suele pasarles a los bebés -sonrió, y vaciló por un momento-. Pedro, tenía intención de llamarte.

«¡Maravilloso!», se dijo él, deleitado.

-No voy a poder aplicar tus ideas para el folleto. No puedo ocuparme de eso ahora.

Zaira, tirando de sus hijos, se dirigía hacia ellos. Pedro no podía pensar en nada. Cuando Valen empezó a exigir a gritos un pañal limpio y un biberón de leche, Paula le acarició una manita antes de marcharse:

-Ya nos veremos. Estoy segura de ello.

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