sábado, 2 de enero de 2016

El jeque Y Su Novia Rebelde: Capítulo 21

-¿Y dónde quieres que esté? Eres mi mujer y ésta es nuestra noche de bodas -contestó mirándola a los ojos.

Paula  había pensado que le contestaría que era su deber estar junto a ella y al niño que esperaban, pero aquella contestación le había sorprendido.

-Se me había olvidado...

-A mí, no -dijo Pedro acariciándole la mano-. Duerme.

-Sí, jefe -bromeó Paula.

Pedro rió de manera sensual.

-¿Te importaría hacerte cargo de Apolo?

-No te preocupes, está todo controlado.

-Estará perdido sin mí -comentó Paula preocupada.

-No te preocupes, yo mismo me aseguraré personalmente de que esté bien. ¿Hace cuánto que lo tienes?

-Mi madre me lo regaló cuando era un cachorro y yo tenía nueve años. Ahora tiene trece -contestó Pedro.

-Sí, desde luego, es un anciano venerable. No te preocupes, no le sucederá nada.

Durante los siguientes cinco días, a Paula le quedó muy claro que no tenía más opción que ser extremadamente prudente y cuidadosa durante el tiempo que le quedaba de embarazo.

-¿Cuándo vamos a ir a Dhemen? -le preguntó a Pedro.

-Ahora no es el mejor momento. Tendremos que quedarnos en Londres hasta después del nacimiento del niño -contestó su marido encogiéndose de hombros y aceptando la situación-. Ahora lo más importante es que descanses. Supongo que debe de ser duro tener que guardar cama, pero cada día que nuestro hijo pasa dentro de tu cuerpo se fortalece más.

Paula se dijo que serían solamente unas cuantas semanas y que estaba dispuesta a hacer lo hiciera falta para asegurarse de que su hijo naciera con buena salud.

-¿Me voy a tener que quedar en la clínica?

-No. Si me prometes que vas a ser prudente, contrataré ahora mismo a un par de enfermeras y te llevaré a nuestro piso de Londres.

-Seré prudente -repitió Paula.

Treinta y seis horas después, le dieron el alta, se instaló en un ático en el que se encontró con gran júbilo con Apolo y conoció a la primera de las tres enfermeras que la iban a cuidar por turnos.

La casa resultó ser increíblemente grande, amueblada a la última moda y moderna. Paula se encontró pronto instalada en un diván situado en una gran habitación desde la que había una vista espectacular del río Támesis.

A media mañana, recibió varias cajas con conjuntos de lencería y, animada por la enfermera, eligió un camisón de seda color verde claro a juego con una bata y dejó que le cepillaran el pelo para la visita de Pedro a la hora de comer.

-¿Estás bien aquí? -le preguntó al llegar-. Esta es la casa que utiliza toda la familia cuando viene a Londres. A lo mejor, debería comprar algo más privado...

Al ver llegar a Pedro, la enfermera sonrió y salió rápidamente de la habitación.

-Esta enfermera se comporta como si fuéramos recién casados y estuviéramos desesperados por estar solos -murmuró Paula en tono de disculpa.

En respuesta, Pedro bajó la cabeza hacia ella, le tomó el rostro entre las manos y la besó. Desconcertada, Paula sintió que se le aceleraba el corazón. Pedro se tumbó junto a ella y volvió a besarla.

-Ojala pudiéramos aprovechar el tiempo que estamos a solas, pero los placeres mejores siempre nos están vedados -sonrió-. Me he dado cuenta de que me deseas tanto como yo te deseo a tí y eso me da fuerzas para tener paciencia.

Consternada por aquella conversación, para la que no estaba preparada en absoluto, Paula se mostró ultrajada e indignada.

-¡Eso no es verdad!

Sin dudarlo un segundo, Pedro alargó el brazo y le tocó los pezones, que se habían endurecido bajo la seda. Paula cerró los ojos con fuerza y se sonrojó de pies a cabeza sin poder evitar disfrutar de la sensación de placer que sus caricias le provocaban.

-Tu cuerpo reconoce y sabe la verdad. Si me fuera posible, ahora mismo te haría el amor -murmuró Pedro con voz ronca-. Sin embargo, el hecho de tener que esperar hará mucho más placentero el encuentro cuando llegue el momento.

-¡Se supone que nuestro matrimonio no es de verdad! -protestó Paula.

-¿Tú quieres que sea así? La verdad es que yo prefiero no fingir, no me gusta fingir -contestó Pedro-. Eres mi mujer y pronto serás la madre de mi hijo, así que no quiero que haya nada falso en nuestra relación. ¿Te he dicho que volveremos a casarnos en Dhemen?

-No, no me habías comentado nada -contestó Paula mirándolo a los ojos.

-Puede ser que para entonces tengas claro lo que quieres. Aunque pudiera acostarme contigo ahora mismo, lo cierto es que preferiría aguantar y controlar mi deseo hasta que toda mi familia te considere realmente mi esposa -dijo Pedro.

-¿Tú crees que me aceptarán? -preguntó Paula preocupada.

-Por supuesto que sí -contestó Pedro  amablemente-. Por las apariencias, hemos hecho creer a todos que nos casamos el año pasado en secreto porque a mi padre no le parecía bien nuestra relación y no nos dio autorización para una boda oficial. Sin embargo, el inminente nacimiento de nuestro hijo ha ablandando el corazón del rey, que ha decidido respetar mi decisión. Así, todo el mundo contento.

Paula  pensó que Pedro estaba pagando un alto precio por haberse dejado llevar por el deseo sexual que sentía por ella porque, al fin y al cabo, él no estaba enamorado de ella y ella, sí.

En aquel momento, el bebé le dio una patada.

-¡Ah! -exclamó Paula poniéndose la mano sobre la tripa.

-¿Puedo? -preguntó Pedro extendiendo un brazo hacia ella.

-Sí...

Pedro le puso la palma de la mano sobre la panza y sonrió encantado.

-Qué feliz me estás haciendo -murmuró con una sinceridad que emocionó a Paula.

Aunque Pedro no la quisiera, era obvio que no se sentía mal porque fuera a ser padre y aquello significaba mucho para ella. Evidentemente, estaba encantado con el nacimiento de su hijo y estaba decidido a celebrar su llegada y no simplemente a aceptarlo como algo inevitable.

Además, a pesar de que su figura había perdido su esbeltez, acababa de demostrar que seguía encontrándola atractiva y Paula se dijo que ambas cosas era muy positivas.

Sin embargo, no debía olvidar tampoco que se había casado con un hombre que la tenía por una ladrona.

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