—Entonces, voy a convertirte en un hombre rico —le anunció Pedro, sin falsa modestia.
—Bueno, Pedro, con lo que te hemos cobrado aquí por carrocería y mano de obra, te aseguro que ya lo has hecho...
—No he trabajado en el sector privado y, a decir verdad, no me ha interesado nunca.
A pesar de la indiferencia con la que se expresaba, Paula era plenamente consciente de que no podía tardar mucho en encontrar un nuevo empleo. En realidad, procuraba dominarse para no arrojarse a los pies de aquella distinguida dama y besar el fino tafilete italiano que los enfundaba. Al ver cómo paseaba Ana la mirada por las paredes de la habitación donde tenía lugar la entrevista, se encendió una luz de alarma dentro de Paula. A ver si se estaba pasando con lo de la indiferencia. Una cosa era no dar sensación de desesperación y otra, muy diferente, resistirse a ser contratada.
—Pero tú querrás trabajar...
Paula sintió un inmenso alivio. Por un momento había temido que la otra desistiera de su oferta. No estaba en una situación «límite», pero podría llegar a encontrarse en ella... pronto. Aunque su padrino, que era el albacea del testamento de su madre, había tratado de presentarle las cosas con la mayor suavidad posible, Paula estaba aún bajo la conmoción de haberse enterado de cuál era el monto real de las deudas de su madre. Hasta entonces creía que la ludopatía era algo ya superado por su madre. Aunque las leyes no la obligaban a reintegrar las cantidades en efectivo, algunas bastante elevadas, que su madre había tomado prestadas de una serie de amigos a lo largo de los últimos cinco años, sin que mediaran papeles, ella estaba resuelta a devolver hasta el último penique.
Por fortuna, la casa se había vendido enseguida. Por desgracia, esa misma venta la había dejado sin techo. Como tampoco le quedaba gran cosa en el banco, puesto que llevaba varios meses sin trabajar, cuidando a su madre, tenía una imperiosa necesidad de encontrar trabajo y alojamiento. Y, en ese preciso punto, aparecía aquella amiga de la infancia de su madre, que había perdido el contacto con ella hasta ese último mes de su vida, ofreciéndole ambas cosas. ¡Debía de ser cosa del destino!
—A un buen fisioterapeuta no le cuesta encontrar trabajo. Y yo tengo bastante experiencia —le aseguró a su interlocutora con mucha convicción.
—Pero a tu antiguo puesto no puedes volver —declaró la otra.
—No —confirmó Paula con un suspiro—. Ya sabía que no podrían mantenerlo sin cubrir indefinidamente; y quizá sea mejor así.
Ana ya no se sorprendía al oírla manifestarse así. A los cinco minutos de conocer a Paula Chaves, había comprendido que la hija de su antigua amiga tenía tanto empuje y optimismo como belleza. Con unas cuantas discretas preguntas acerca de la situación financiera exacta de la muchacha, sumadas a lo que la propia Alejandra le había contado, había comprendido que iba a necesitar hasta la última partícula de aquel empuje juvenil.
—Llevaba trabajando en ese hospital desde que me gradué. No he sido exactamente aventurera.
Ana se preguntaba si Pedro encontraría la sonrisa de la joven tan encantadora como le parecía a ella. Una arruga de preocupación se insinuó en su tersa frente, al recordar el tipo de compañía femenina preferida por su hijo.
—Siempre he soñado con viajar —seguía explicándole Paula, con los ojos resplandecientes de entusiasmo al pensar en los exóticos países que parecían desfilar ante sus ojos—: lo que pasaba era que nunca encontraba el momento de partir —su sonrisa se evaporó—. Pero ahora no hay nada que me retenga aquí.
Ana le tomó la mano y se la estrechó cariñosamente.
—Has hecho todo lo humanamente posible por Alejandra, cariño —le dijo, con calor—. Debes sentirte confortada por haber hecho que su vida se terminase así, en su casa, rodeada por las cosas familiares, acompañada por la hija a la que me consta que tanto quería.
Las palmaditas maternales de Ana sobre su brazo fueron llenando de lágrimas los ojos grises de Paula, a pesar de que la señora Alfonso, con su ropa de alta costura, su cabello despeinado a la última moda y rostro imposiblemente juvenil, no se parecía a ninguna madre que ella conociera.
—Es usted... Eres muy buena. ¿Me has dicho que el puesto sería por poco tiempo? ¿Y que era necesario cuidar al paciente en el domicilio? ¿Un puesto de interna?
Si Paula había entendido bien los términos, aquella propuesta resolvería de un plumazo sus dos preocupaciones más inmediatas.
Ana dió una palmada de alegría al oírla.
—Entonces, ¿lo harás? ¡Estupendo!
—Pero se trata de un trabajo, ¿no? ¿No te lo habrás inventado, solo porque te dé lástima? —secándose la última lágrima, Paula habló con más dureza de la que pretendía, al emerger súbitamente esa sospecha.
Ana soltó la carcajada.
—Perdóname, cariño; claro que hay un trabajo de por medio: te aseguro que vas a ganarte el dinero que cobres. Por cierto, soy yo quien te contrata, no Pedro.
Paula asintió. Era comprensible que, si el hijo llevaba en el hospital seis meses, no dispusiera de dinero para contratar a una fisioterapeuta particular. Era igualmente evidente que su madre sí disponía de dinero.
—Supongo que aún tardará bastante en poder volver a trabajar... Quiero decir que los pilotos tienen que tener una forma física excelente, ¿verdad?
—¿Pilotos?
—Me dijiste que tuvo el accidente pilotando un helicóptero, ¿no?
—Sí, así fue.
Ana no parecía muy cómoda y Paula se maldijo por haber sacado el tema.
—De todos modos —se sintió obligada a advertirla—, quizá te conviniera más otro profesional: ya sabes que yo estoy especializada en niños, que llevo años trabajando con ellos.
—Eso te vendrá muy bien para enfrentarte a Pedro—replicó la madre del aludido, y Paula vió corroborada la imagen que se había forjado de un treintañero niño de mamá.
—El problema es que no ha estado malo ni un solo día en toda su vida, así que, como paciente, no es nada fácil. Desde luego, le hace falta distraerse, al pobre. Por si no había sido el accidente lo bastante horroroso, tuvo que pasar luego por lo de las declaraciones de esa chica —la furia maternal relampagueó en los iris azules de Ana—. Y todavía tenemos que estar agradecidos de que al menos esperase a que cambiaran el pronóstico de «reservado» a «grave» antes de empezar a dar entrevistas a diestro y siniestro, para justificar que abandonaba a Pedro porque nunca volvería a caminar. «Espantosamente desfigurado»; ¿qué me dices de unas declaraciones así?
Le había llegado el turno a Paula de brindar su apoyo.
—No sabía nada... pero ahora se consiguen cosas maravillosas. Los cirujanos plásticos...
—¡Pero si no hay nada de eso, por Dios! Si apenas ha tenido marcas en la cara. Claro está que no se es el mismo después de un accidente como ese —reconoció Ana—, pero el gran problema de Pedro no es siquiera físico: son todos esos meses que se ha pasado tendido boca arriba, a causa de la lesión en la médula. Demasiado tiempo para rumiar las cosas. En cuanto te ví, comprendí que eras la chica adecuada para este trabajo.
—Esperemos que su hijo piense lo mismo.
A ella le parecía un poco extraño que un paciente adulto no participase en la selección de su fisioterapeuta. Claro que igual era el tipo de hombre al que mamá le seguía comprando los calcetines. Paula ya había conocido a un par de tipos así.
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