jueves, 30 de marzo de 2017

Te Necesito: Capítulo 8

Se sentía estúpida por haber tenido la esperanza de que su esfuerzo por verla todos los días fuera una buena señal. No se había dado cuenta de lo inútil de esa esperanza hasta que él la había aplastado con su fría y calculada desconfianza. Tenía que admitir que Pedro tenía sus razones, pero ella era muy buena en lo que hacía. Su trabajo era lo único de su vida en lo que confiaba.


Pedro apretó el botón del ascensor y recorrió el vestíbulo con la mirada mientras esperaba. El suelo de mármol era lo suficientemente resistente como para soportar el tráfico de gente pero, al mismo tiempo, elegante. Había arañas de cristal que colgaban sobre los sillones de cuero y mesas de cerezo con flores naturales inteligentemente distribuidas a lo largo de la sala. Un lugar al que se sentiría orgulloso de poner el nombre de sus padres cuando se hiciera la dedicatoria de las torres. Entonces, atravesando despreocupada el vestíbulo, vió a Paula. La mujer que había rechazado el apellido Alfonso. Sonrió a alguien y sintió una punzada en el estómago, la misma sensación de tensión muscular que había experimentado la primera vez que la vió y supo que tenía que ser suya. Su sonrisa podía hacer bajar el cociente intelectual de un hombre hasta el rango de idiota y él no había sido una excepción. El vestido blanco sin mangas acariciaba cada curva de su cuerpo como él lo había hecho alguna vez, el cuerpo que había tenido y perdido a su hijo. Todavía arrastraba ese dolor. Siempre lo haría. Estaba acostumbrado al éxito y Paula había sido su primer fracaso. Nunca se había preguntado por aquella atracción que le había dado la vuelta por dentro, pero en su vida sucedían muchas cosas por las que nunca se preguntaba. Pero no había llegado donde estaba cometiendo dos veces los mismos errores. Si ella no fuera tan guapa... Si no se hubiera marchado... Si no la deseara con la misma fuerza que la primera vez que la había visto... Pero estaba trabajando en ello. El proyecto de las torres le había obligado a mantenerla cerca de él, pero intentaría sacarle provecho a la situación. Tendrían que pasar mucho tiempo junto y, cuando el polvo se aposentara, ya no sentiría nada por ella. Se abrieron las puertas del ascensor y se cerraron de nuevo sin que entrara. Vió que Paula se detenía a estudiar la maqueta de su proyecto de torre residencial. Atravesó el vestíbulo y se colocó a su lado.

 —Te he estado buscando.

—Aquí estoy —dijo mirándolo—. ¿Estás controlándome?

—¿Hace falta?

—Sólo tú puedes responder a esa pregunta —entornó los ojos— Lo siento, se me olvidó comentarte que tenía una comida de trabajo.

—Ah.

 —Sí, he estado buscando capillas.

—¿Y?

—He tomado una decisión ejecutiva y he excluido la Elvis Chapel, el Museo Liberase, una casa barco en el Lago Mead y un globo aerostático en el Strip  — dijo con sarcasmo.

—Buena decisión. El globo habría supuesto algunos retos de logística  —dijo Pedro.

—Ninguno, sólo mi miedo a las alturas.

Cuando sus labios se curvaron en una sonrisa que hizo surgir los hoyuelos, Pedro sintió cómo la sangre se le escapaba del cerebro hacia lugares más inferiores.

—No sabía que tuvieras miedo a las alturas.

—Sí —ella se encogió de hombros—. Da lo mismo, de todos modos todavía tengo una larga lista de lugares que comprobar. Cuando la haya reducido un poco se la daré a Luciana. Y a tí, por supuesto.

—Bien.

 Paula lo miró un momento antes de apartar la mirada.

—Bueno, se acabó la hora de comer  —dijo ella y empezó a cruzar el vestíbulo.

Pedro la siguió hasta el ascensor y ella se volvió a mirarlo.

—Has dicho que me estabas buscando.

Asintió con la cabeza y se metió las manos en los bolsillos del pantalón.

—Luciana me habló de tu devolución de los gastos de la boda.

Pareció sorprendida.

—¿No lo sabías?

—Nan sólo se lo dijo a ella. Es el tipo del dinero y conserva el rencor.

—¿Y es el único?

—Si me estás preguntando si estoy resentido, la respuesta es no.

Era una mentira, claro. Paula lo sabía por la satisfacción que sentía al mantenerla en la duda. ¿Y tendría otros sentimientos? Definitivamente, sí resentimiento, rechazo, venganza.., en los primeros puestos de la lista.

Ella lo miró con cuidado, como si estuviera buscando una señal de sinceridad.

—Bien —dijo ella asintiendo— Nada de malos sentimientos.

Sonó la campana del ascensor y las puertas se abrieron. Paula entró y Pedro se unió a ella. ¿Por qué meterse solo en el ascensor con esa mujer hacía que deseara abrazarla? ¿Y por qué a esa mujer? Podía oler su perfume y recordar el aroma que siempre hacía que deseara saborear el hueco que había justo debajo de su oreja. Era un pensamiento arriesgado y que no se ajustaba exactamente al plan de trabajo que se había trazado.

Te necesito: Capítulo 7

—Si va a explotar, puedes dejarla en el pasillo.

—El pavo y el tomate no explotan —la miró con expresión de enfado—. Tienes que dejar de esperar las represalias.

—No —apartó un montón de papeles para que dejara la bolsa— Puedo agarrarme de mis paranoias todo lo que quiera.

La venganza podía llegar en cualquier momento y de cualquier modo. Como justo antes de la gran inauguración de las torres. Eso minaría seriamente su prestigio profesional. Pero. De momento, Pedro lo único que hacía era dejarse ver por su despacho lo suficiente para excitarla. Avanzaba y retrocedía. Aquello anunciaba una guerra de guerrillas. Lo único era que, en vez de ropa de camuflaje, vestía pantalones grises, camisa blanca y una corbata a rayas negras. Un comando como él seguro que sabía cómo vestirse.

—Entonces es paranoia —dijo él volviendo a mirar la mesa, buscando un lugar donde apoyarse.

Por una vez Paula estuvo contenta de ser un desastre. Lo mantenía fuera de su espacio.

—Gracias por el sándwich —dijo tratando de ser amable.

—De nada —respondió él sentándose en una de las sillas del otro lado de la mesa—. Así que estabas hablando con Luciana. ¿Cómo van los preparativos de la boda?

—Ah  —dijo encogiéndose de hombros—. Ya sabes.

—En realidad, no lo sé.

Paula se recostó en la silla y estudió su rostro, pero no encontró ninguna expresión.

—No hay mucho que contar. De momento todo son preliminares.

—Háblame de los preliminares  —dijo apoyando los codos en las rodillas y entrelazando los dedos.

—Es todo un poco vago. He hecho contactos aquí y allá. Cuando dé forma a todo estaré encantada de comunicártelo.

—No te estoy pidiendo un favor. Es tu trabajo mantenerme informado de cada paso que des.

Lo miró fijamente.

—Define «cada paso».

 Lo que le estaba proponiendo suponía verlo mucho más de lo que había pensado. Después de plantarlo había conservado dos teléfonos y un busca por si él quería localizarla. Había esperado una oportunidad para explicarse, pero nunca se había puesto en contacto con ella. Simplemente había dejado que se fuera. Había pensado que lucharía por recuperarla, pero no había hecho nada. ¿Y con la boda de su hermana quería estar todo el tiempo colgado de su brazo?

—Cada paso significa cada decisión que tomes. Si eliges las flores, quiero saber de qué color son los pistilos. Cualquier cosa va a atraer la atención de los medios. Tiene que ser perfecto. Millones de dólares dependen de ello. Me juego demasiado y necesito saber que puedo fiarme de ti.

—No confías en mí.

—Basándome en tu conducta, dame sólo una buena razón para que lo haga.

—Aquello fue algo personal —dijo ella—. Esto es trabajo.

 —La mayor parte de la gente no cambia de personalidad al atravesar la puerta del trabajo. Se inclinó hasta apoyar los brazos en su mesa.

—¿De verdad crees que me marcharé y te dejaré plantado?

—¿Por qué no? De acuerdo, no había sido una manera muy afortunada de plantearlo.

—Soy buena en mi trabajo —se defendió.

—No podría ser de otro modo. Pero no podrías hacerlo si no estás aquí. Estaba atónita por que él pudiera pensar que fuera capaz de abandonar su trabajo.

—Si piensas así, ¿Por qué no das por concluido mi contrato?

—Créeme, si pudiera ya te habrías marchado, pero eso atraería la atención de los medios.

Trató de mantener la compostura y no sucumbir a la emoción. Ya la dejaría salir después.

—¿No buscas publicidad?

—No de esa clase. Tú eres una empleada de alto nivel y tenemos un pasado. Hacer un cambio de esa clase podría asustar a los inversores. No puedo permitirme ningún movimiento que pueda interpretarse como una grieta en el casco. Los tipos del dinero quieren ver fuerza, dinamismo, liderazgo y eso es lo que tendrán.

La rabia que había en sus ojos le decía a Paula que el pasado no estaba superado, en contra de lo que él afirmaba. Lo de reunirse casi a diario no era para verla, sino para tenerla controlada. Ella no quería relacionarse más con él de lo que ya hacía. Especialmente con otra boda de por medio. No necesitaba verlo todavía más, pero ésa era otra elección que no estaba a su alcance.

—De acuerdo, Pedro. Te tendré informado de todo, desde el mantel hasta la tipografía de la invitación.

—Entonces está todo claro.

—Como el agua.

Te Necesito: Capítulo 6

—Hola Luciana—dijo Paula sujetando el teléfono con el hombro y girando la silla para mirar por la ventana—. Gracias por devolverme la llamada.

Todavía no podía creer que hubiera aceptado organizar aquella boda. Bueno, aceptar no era exactamente cierto, porque Pedro la había arrinconado. Rechazarlo habría sido lo mismo que marcharse, romper el contrato y adiós carrera. El Pedro que ella recordaba no la habría necesitado, lo que hacía que se preguntara si tenía algo en la manga además de un brazo muy fuerte.

—Tu mensaje decía que querías comentar algunos aspectos de la boda —su voz era fría, pero eso era lo que esperaba.

La hermana de Pedro era una morena guapa, alta, delgada, con los ojos oscuros. Su prometido, se había enterado, era el mejor amigo de Pedro, Hernán Paz, un tipo atractivo y uno de los jefes de  Alfonso Inc. Habían tenido un aspecto impresionante un año antes como dama de honor y padrino. Ambos lo  adoraban. Trabajar con ellos no iba a ser fácil, pero era lo que Pedro quería. Paula respiró hondo.

—Quería hablar contigo porque tenemos que empezar a tomar decisiones.

—¿Como qué?

—Para empezar, deberías comprarte un vestido. Puedo recomendarte algunos diseñadores que te enseñarán varios bocetos.

—Eso estaría muy bien.

—Lo siguiente en la lista es el lugar. Hay que encontrar un sitio que te guste pero que se adapte a tu lista de invitados.

Luciana suspiró al otro lado del teléfono.

—No tengo tiempo para eso.

Luciana trabajaba con Hernán en la sección financiera de la corporación y la situación hacía que ambos estuvieran muy ocupados buscando los fondos necesarios para las Torres Alfonso.

—Sí quieres, puedo reunir algo de información y luego enviártela.

—Otra vez muy bien.

—De acuerdo. Me encargaré de los detalles. Quiero asegurarme de que la boda será perfecta.

—No tengo ninguna duda —había sarcasmo en su voz—. Se lo debes a Pepe.

Él le había dicho lo mismo. Y tenía razón.

—Soy consciente de la deuda.

—No estoy hablando de dinero —añadió Luciana— Nan me comentó algo de un cheque que enviaste para compensar a mi hermano por los gastos de la boda. ¿Por qué lo hiciste?

—Era lo correcto —Pedro lo sabía todo sobre hacer lo correcto.

 Se dió la vuelta,  lo vió  de pie en la puerta y agarró el teléfono.

—¿Qué es lo correcto? —preguntó él.

—Que llevaras un cascabel colgado del cuello —dijo mientras recolocaba el auricular.

—¿En la boda? —Luciana pareció sorprendida.

 —No, estaba hablando con tu hermano. Ha caminado hasta donde estoy.

Y se estaba convirtiendo en una costumbre. Todos los días aparecía en su puerta, temprano, justo antes del momento del café o de la hora de comer, cuando su ayudante, Chloe, estaba fuera del despacho.

—Salúdalo de mi parte —el tono de Luciana era considerablemente más cálido.

—Luciana te dice hola —lo saludó con la cabeza y después lo ignoró, pero con el pulso desbocado— De acuerdo, haré una búsqueda de capillas y te llamaré.

—Muy bien. Hasta luego.

—Adiós  —dijo y cortó la comunicación.

Le habría gustado poder cortar también con sus hormonas, pero tenían voluntad propia y desobedecían sus órdenes siempre que veía a Pedro.

—¿A qué debo el placer? —preguntó ella.

Era mejor frase que « ¿Qué demonios estás haciendo aquí?», que era la que tenía en la punta de la lengua.

—Te he traído un sándwich —respondió él, señalando una bolsa que llevaba en la mano.

—¿Por qué? —sonó desagradecida, pero muy apropiada desde su punto de vista.

—Porque es la hora de comer.

¿Por qué no se largaba y dejaba de fastidiarla?

—Cómo sabes que no tengo un montón de dulces en el cajón de la mesa?

 Pedro recorrió con la mirada sus brazos desnudos y sus pechos. Si no hubiera estado sentada detrás de la mesa, Paula  sabía que esa mirada habría seguido su recorrido hasta los tobillos. Y sintió un escalofrío al pensarlo.

—No creo —miró la mesa, buscando un lugar donde dejar la bolsa—. ¿Dónde te lo dejo?

El espacio de trabajo de Paula estaba siempre a rebosar. El tablero de su escritorio era de vidrio, aunque en ese instante no pudiera verse. Miró la bolsa con suspicacia.

Te Necesito: Capítulo 5

Se pasó las manos por el pelo.

—Lo importante es que necesito vender anticipadamente el cuarenta por ciento del rascacielos antes de empezar la obra, para asegurar el resto de la financiación. No dejaremos piedra sin remover ni renunciaremos a sacar partido de la prensa. Tú eres parte de esto te guste o no.

—¿Y si me niego, me despedirás?

—Esa no es la clase de publicidad que busco —¿Esperaba ella que la dejara marcharse, que pusiera distancia entre ellos?

Escabullirse era lo que Paula mejor hacía, pero esa vez no iba a dejar que se le escapara. Las torres era el mayor proyecto que había emprendido en su vida y estaría dedicado a sus padres. Haría lo que fuera necesario para que saliera adelante, incluido utilizarla.

—Míralo de este modo: me lo debes, Paula.

Ella lo miró fijamente largos segundos y, finalmente, asintió con la cabeza y dijo:

—De acuerdo.
—De acuerdo, ¿Qué?

—A lo mejor hay algo que puedo hacer para ayudarte y reparar lo que te hice. Estoy deseando tener una oportunidad. Porque tienes tus defectos, Pedro. Una buena cantidad, igual que yo, pero sé que nunca harías daño a tu hermana. Ni siquiera por un negocio.

Eso era verdad. Si Luciana mostrara la más mínima duda sobre ese aspecto del plan, encontraría otra forma para atraer la atención de los medios.

—Entonces, estamos de acuerdo. Tenemos un trato.

—Sí. Y de momento, asumo que no estás intentando hacerme creer que gozo de cierta seguridad en mí puesto de trabajo para luego... —hizo un gesto con la mano delante del cuello simulando que se cortaba la garganta.

Una oleada de calor lo asaltó y de nuevo tuvo que concentrar todo su esfuerzo en contenerla. La miró.

—Seguir enfadado contigo por lo que pasó hace un año exige demasiada energía. Ahora estoy totalmente concentrado en las Torres Alfonso.

—Eso lo has dejado meridianamente claro.

—Bien —era el momento de ponerse a trabajar antes de que olvidara que quería olvidar y empezara a recordar cosas de ella. Se dirigió hacia la puerta y dijo—: Estaremos en contacto.

Como la exquisita sensación de la piel desnuda entre sus manos, los labios respondiendo a los suyos. Esos recuerdos llenaban de un nuevo contenido aquel «estaremos en contacto».

Su intensa reacción lo irritaba. No quería desearla, pero eso no conseguía contener su testosterona. Y con tanto que hacer, no podía permitirse ninguna debilidad. No le gustaba la idea de trabajar con ella, pero no dejaría que Paula se convirtiera en una fuente de distracción. Quería estar seguro de que su hermana tuviera lo mejor y, si eso suponía contratarla como organizadora de la boda y verla todos los días, lo haría. Eso nunca podría compensar que Luciana no tuviera a sus padres para acompañarla, pero intentaría hacer del día de su boda algo que nunca olvidara. En cuanto a Paula, si un año sin verla no había servido para librarse de su atracción, quizá la sobre exposición a ella lo conseguiría. Tal vez eso fuera lo que necesitaba para sacársela de la cabeza. Y lo mejor era que a ella parecía no gustarle.

martes, 28 de marzo de 2017

Te Necesito: Capítulo 4

Se obligó a cambiar de pensamientos y a concentrarse.

—Bueno, ¿Estoy cesada? —preguntaba Paula en ese momento.

—No.

—Entonces, ¿De qué querías hablarme?

—Luciana se va a casar.

—Por favor, felicita a tu hermana de mi parte.

—Podrás hacerlo tú misma. Vas a organizar la boda y la fiesta.

Lo miró fijamente.

—Estás de guasa.

—No puedo hablar más en serio.

Ella sacudió la cabeza sin creérselo.

—Tu hermana puede hacer del rencor una obra de arte. La Luciana Alfonso que yo conozco se casaría en el Ayuntamiento y lo celebraría en una hamburguesería antes de permitir que organizara su boda la mujer que dejó plantado a su hermano.

—Puede ser, pero Luciana todavía te quiere.

Intentando parecer indiferente, Pedro se metió las manos en los bolsillos. ¿Cómo demonios podía él quererla después de todo ese tiempo? ¿Después de lo que le había hecho? Pero sabía que nunca sería capaz de dejar de quererla. O de dejar de echar de menos la sensación de tenerla entre sus brazos por la noche. Y estaba teniendo problemas respetando el mensaje de «las manos fuera» que su cerebro le estaba mandando. Al menos eso sí podía explicarlo, era una reacción física normal ante una mujer tan atractiva. Todo lo demás era mucho más complicado. Se había dicho que eran sólo negocios, pero dos reuniones con Paula le habían mostrado que verla todos los días iba a ser más complicado de lo previsto. Y no le gustaban las complicaciones. Pero algunas veces para conseguir sacar adelante un trabajo había que pasar por encima de alguien, incluso de uno mismo. El éxito tenía un precio y estaba decidido a que el coste no fuera más de lo que él podía pagar.

Paula negó con la cabeza.

 —No entiendo.

—Mi hermana es una jugadora de equipo.

—¿Y por qué es su boda una celebración de equipo?

 —Llamémoslo parte de la estrategia de mercado. La boda de una famosa atraerá la atención de los medios y hará llegar el mensaje a nuestros objetivos. Me he gastado un montón de dinero en expertos asesores y sería una estupidez de primera ignorar sus recomendaciones.

—¿Qué no me estás contando, Pedro?

Si no la hubiera conocido tan bien, habría pensado que había preocupación en sus ojos. Pero la conocía muy bien.

—Necesito asegurar el resto de la financiación de las Torres Alfonso. Tenemos bastante para los cimientos y la estructura, pero no para acabar. Si se hiciera público sería un gran desastre, y no quiero verme de nuevo así.

Ella se mordió el borde del labio superior.

 —Si estás hablando de la boda... Tenía razones para suspenderla.

 —No estoy hablando de tí—no quería escuchar sus excusas. Sus acciones le habían dicho todo lo que quería saber— Eso ya pasó.

—Pero fue mi error, no el tuyo.

—Sí, y tu error me ayudará a conseguir la financiación. La prensa sacará a la luz todo lo que encuentre sobre Luciana, tú y yo. Escribirán sobre todo lo que hacemos los Alfonso y el público lo leerá.

—Sí, me acuerdo —dijo ella.

—Lo único que genera más publicidad que una boda de alto nivel es una boda que no se celebra —su fiasco había despertado un frenesí periodístico.

—El día que me plantaste fuimos la cabecera de los periódicos, incluso por delante de la cumbre de presidentes sobre la economía mundial.

—Sí. Meses después me seguían llamando para que hiciera alguna declaración —algo a lo que ella se había negado tenazmente.

—Yo sufrí lo mismo. Así que imagínate un proyecto empresarial de Alfonso combinado con una boda Alfonso... Ya veo los titulares: «Millonario construye un lujoso rascacielos mientras se casa su hermana. La boda será organizada por la ex novia que lo dejó». La tormenta publicitaria perfecta.

—Entiendo.

—Sabía que lo comprenderías.

—Pero no puedo hacerlo —dijo Paula cruzando los brazos.

 Pedro observó fascinado el gesto y sus curvas. Recuerdos de una piel suave y sábanas revueltas asaltaron su mente. Se obligó a desviar la mirada. Entonces se dio cuenta de que estaban sólo los dos en la sala. ¿Dónde se había ido todo el mundo? ¿Cuándo se habían ido y por qué no se había dado cuenta? Era evidente que ella no quería estar allí ni hacer nada que no fuera estrictamente su trabajo. Pero Luciana y él estaban decididos a hacer que las Torres Alfonso  fueran un éxito.

Ella negó con la cabeza.

—Lo siento, Pedro, lo único que quiero es no causarte problemas.

—Eso resulta irónico viniendo de tí  —dijo cortante— Luciana es la única familia que tengo. Si quieres creer cualquier otra cosa, créela, pero yo nunca le haría daño.
El tenía dieciocho años y su hermana diez cuando murieron sus padres. Se habían apoyado mutuamente y salido adelante. Y así sería como harían que su proyecto fuera un gran éxito.

Paula se mordió el labio mientras lo observaba.

—Pedro, evidentemente esto estaba previsto desde hace tiempo. ¿Por qué no lo mencionaste el otro día en tu despacho?

Él se encogió de hombros.

—Tenía otras cosas en la cabeza.

De ninguna manera iba a decirle que verla de nuevo y actuar como si no sintiera nada había exigido toda su concentración. Todo lo demás se había borrado de su mente.


Te Necesito: Capítulo 3

Lo miró; era un metro ochenta de sólidos músculos y sofisticado atractivo. Tembló en su interior recordando el breve tiempo que había sido suyo.

—¿Tratarás de romper mi contrato por lo que pasó entre nosotros?

Él apoyó las manos en la cintura y dijo:

—¿No acabamos de tener una reunión sobre un evento que espero que prepares?

—Ya lo sé. ¿Pero vas a cambiar de opinión? Vamos a tener que trabajar estrechamente y no te reprocharía que no quisieses trabajar conmigo —si la liberaba del contrato sería la ruptura limpia que necesitaba para evitar aquella complicación emocional y mantener su reputación profesional.

—Eso implicaría que no te he perdonado.

—¿Y lo has hecho?

Pedro cruzó los brazos y sonrió con aquella hermosa sonrisa que arruinaba sus defensas.

—Siempre digo que hay que perdonar a los enemigos. Eso los confunde.

Eso no era nada nuevo. Durante el último año, los pensamientos sobre él la habían confundido incluso sin haberlo visto. Ahora de nuevo aparecía en su vida y eso significaba que él podría confundirla aún más a menos que descubriera la forma de resistirse.

—Paula, necesito...

¿Necesito? La palabra lo detuvo. Él no necesitaba nada de ella. No podía permitirse necesitar nada de ella. Al menos no personalmente. Las necesidades profesionales eran otra cosa.

—Tenemos que hablar.

Pedro se había preparado previamente para volverla a ver. Ya lo había hecho una semana antes, cuando se habían vuelto a encontrar. Había creído que estaba preparado para aquellos ojos tan grandes, tan verdes que podía caerse uno dentro de ellos; para el brillante pelo castaño que le pedía que enterrara los dedos entre sus sedosos mechones; para los profundos hoyuelos que podían hacer caer a un hombre de rodillas cuando sonreía; para aquel cuerpo tentador. Pero había creído mal. Había pasado un año y cuando había entrado en su despacho había querido dar por terminado su contrato en ese mismo instante. El problema era que todavía estaba resolviendo la financiación del proyecto. Su pasado con Paula no era un secreto, y despedirla podía ser un desastre. La imagen lo era todo. Si no podía manejar a una antigua novia, ¿Cómo iba a soportar el estrés de un proyecto de mil millones de dólares? O peor, podía parecer que reaccionaba de forma emocional y eso podía dar lugar a rumores de que no era capaz de manejar la empresa con mano firme y cabeza fría.

Cualquier asomo de debilidad podía ser suficiente para sembrar la duda entre los inversores y, sin ellos, el proyecto moriría antes de nacer. Aquello era inaceptable. Estaba atascado con ella, y se había dado cuenta cuando había decidido seguir adelante con el negocio. Había tenido un año para prepararse, pero no había sido suficiente. Esperaba no sentir nada y no había estado preparado para la punzada de deseo que había sentido sólo con ver a Paula. No podía volver a cometer el mismo error. Había esperado una semana para verla, así daba tiempo a que ella se preguntara qué pasaría. La reunión con su equipo operativo acababa de terminar y se había dado cuenta de que ella se había sentado en la silla más cercana a la puerta, lo más lejos posible de él. ¿Qué más había de nuevo? Lo había dejado plantado en el altar. Como un idiota, había llegado a pensar en correr tras ella. Pero antes de quedar como un imbécil, se había dado cuenta de que no había nada que hablar. Había dicho que no podía casarse con él. Fin de la historia.

 En ese momento, viéndola caminar hacia él, su mirada se perdió en la boca de Paula. ¿También había terminado la atracción? Parecía que no. Se detuvo a menos de un metro de él, junto a la cabecera de la larga mesa de reuniones de caoba.

—¿Sí?

—Hay algunas cosas... —empezó él.

—No me lo digas, has cambiado de opinión.

—¿Sobre qué?

—Despedirme —bajó la voz y miró por encima del hombro a un grupo de ejecutivos que charlaban un poco más allá—. Querías más testigos cuando me lo anunciaras.

—¿Por qué iba a querer hacer algo así? —se enfadó al darse cuenta de que estaba mirando su boca de nuevo.

—Ojo por ojo.

—Todavía crees que quiero venganza.

 —Una inferencia natural si consideramos que alguna vez me explicaste tu filosofía. Y no precisamente la del perdón a los enemigos.

Ella se encogió de hombros y trató de aparentar que no le importaba. No lo consiguió. Una de las cosas que más le había gustado a Pedro de ella era que todo lo que pensaba se le notaba en la cara al instante. No podía ocultar sus sentimientos. El día que lo había plantado había sido el segundo peor de su vida, sólo superado por el día que se había enterado de que sus padres habían muerto en un accidente de avión.

Te Necesito: Capítulo 2

—Entiendo.

—¿Me estás preguntando si todavía siento algo por tí? —dijo Pedro entornando los ojos.

—Te estoy preguntando si pretendes conseguir tus objetivos aunque eso signifique pasar por encima de mí.

—Mentiría si te dijera que ese pensamiento no se me ha pasado por la cabeza. No soy de los que ponen la otra mejilla.

No. Era un hombre de acción. Después de todo ese tiempo separados, sólo unos minutos con él le habían demostrado que seguía siendo vulnerable al encanto de Pedro Alfonso. Y eso que no estaba siendo encantador.

Todavía de pie delante del escritorio, Paula cuadró los hombros y juntó los dedos para que él no pudiera ver que le temblaban las manos.

—¿Me has llamado para pedirme que dimita?

—Te he llamado porque tú eres la organizadora de eventos del hotel —algo peligroso llameó en sus ojos—. Quiero que organices algo —señaló con la mano las silla que había delante de su mesa—¿Por qué no te sientas?

¿Tenía otra elección? Necesitaba el trabajo. Todavía le quedaba un año de contrato y, si se marchaba, él podría demandarla por incumplirlo, y estaba segura de que lo haría porque, como bien había dicho, no era de los que ponían la otra mejilla. Enfrentarse a un proceso sería caro y arruinaría la reputación profesional que a Paula tanto le había costado levantar. Además, había hipotecado su apartamento y pedido algo más de dinero para devolverle a Pedro parte de la boda.

—De acuerdo —si no podía marcharse, se sentaría.

—Como sabes, tengo propiedades y hoteles en el este y éste es mi segundo hotel en Las Vegas.

—Sí.

 Pedro apoyó las manos en el escritorio y la miró.

—Estoy planeando construir un bloque de pisos de lujo en el solar adyacente a este hotel. Es algo nuevo en Las Vegas y dará una nueva imagen al perfil del Valle. La torre residencial más alta al oeste del Mississippi. Será el buque insignia de la marca Alfonso.

—Muy ambicioso.

—Soy un hombre ambicioso. Esta es la única ciudad del mundo que se reinventa a sí misma cada día. Y ahora es mi ciudad, con todas sus posibilidades.., y riesgos.

Ella lo sabía todo sobre el riesgo. Había descubierto que no era muy arriesgada, pero eso no la había liberado de los remordimientos. Hizo un esfuerzo y acalló sus pensamientos para prestar atención a lo que él decía.

—Tiene una buena situación, con vistas espectaculares a las luces del Strip y cerca de los restaurantes, espectáculos y tiendas del centro.

—Suena como el West de Nueva York.

—Ésa es la idea. Pero necesitamos mantener la atención hasta la gran inauguración.

—¿Tienes alguna idea sobre el tono que quieres darle? —ella era la organizadora, pero el evento era de él.

—Deslumbrante como un circo de tres pistas. El mayor espectáculo de perros y caballos que puedas contratar.

—Yo puedo contratar cualquier cosa que quieras.

Él no respondió, pero los músculos de la mandíbula se le tensaron y Paula se preguntó si estaría pensando en el día que ella se había ido. Ya no le importaba lo que pensara, pero era su jefe y todo lo que tenía era aquel trabajo. Así que haría mejor en centrarse en el presente y olvidarse del pasado.

—Deslumbrante incluiría gente de Hollywood de primer nivel. Personalidades del mundo del espectáculo con mucho dinero para gastar y gente rica pero desconocida. Sería sólo por invitación, y las enviaríamos a cualquiera que conozcas o esperes conocer.

—Tú eres la experta. ¿De verdad pensaba eso? ¿O la estaba preparando para la caída?

—Entonces pensaré en alguna promoción. Nada atrae a la gente como un espectáculo gratis. ¿Tienes algún lema en mente? —preguntó.

—De nuevo ése es tu campo como experta.

—«Torres Alfonso, el cielo es el límite» —dijo señalando por encima de la cabeza—. O «el más alto nivel de vida».

—No está mal —sus ojos brillaron con aprobación.

Paula sintió el poder de aquella involuntaria reacción positiva muy dentro de ella, presionando en un lugar que había cerrado un año antes. Era una caja de Pandora de sentimientos: desorden, confusión, alteración y vergüenza.

Sí, había suspendido la boda. Su error había estado en esperar hasta justo antes de decir «sí, quiero». Pero hasta ese momento había tratado de convencerse de que Pedro realmente la quería. Si hubiera seguido adelante con la ceremonia sabiendo que no la amaba, se habría destruido. Y a él también. Pero nunca le había dado la oportunidad de explicarle que le había hecho un favor.

—¿Hemos terminado? —preguntó.

 —Por ahora.

—Elaboraré una propuesta —se puso de pie—, pero antes de empezar, Pedro, necesito una respuesta a mi pregunta.

—¿A cuál? —preguntó él también levantándose.

Te Necesito: Capítulo 1

"Imagínatelo desnudo". Paula Chaves estaba familiarizada con las técnicas que empleaban los oradores para calmar los nervios en público, pero con ella no funcionaban. Además, ya había visto desnudo a Pedro Alfonso. De hecho, haber visto el atractivo cuerpo desnudo del señor Alfonso era una de las razones que habían desencadenado la serie de desastrosos sucesos que la habían llevado a estar allí, esperando para verlo y averiguar si ella sería otra más de las organizadoras de eventos de Las Vegas sin empleo.

El desempleo podía ser malo, pero ver a Pedro de nuevo.., iba a ser mucho peor. Pero era su jefe desde hacía una semana, cuando había comprado el hotel. Pedro se había entrevistado uno por uno con todos los directivos, y ahora era su turno. El momento de afrontar un primer encuentro desde... Bueno, desde que se habían visto por última vez. Respirar hondo no valía para nada, pero por si acaso lo hizo antes de llamar a la puerta y entrar en su despacho. Era una espaciosa sala con dos grupos de ventanales desde el techo hasta el suelo a través de los que se divisaban dos fabulosas vistas de Las Vegas: el Bellagio a un lado y Caesar’s Palace al otro. Pedro estaba sentado detrás de su escritorio irradiando atractivo y poder.

—Hola, Pedro —una mirada a sus oscuros ojos bastó para que se le encogiera el estómago. Le temblaban las manos—. Estás estupendo.

¡Qué estúpido había sonado eso! Lo había visto un año antes, cuando se había iniciado el proceso de compra. No había cambiado nada. Seguía igual de atractivo, con su pelo oscuro y su rostro anguloso. Había sido su sonrisa lo que la había enamorado, pero en ese momento no sonreía.

—Paula—entornó los ojos y apretó la mandíbula—. ¿Cuánto tiempo ha pasado?

¿A qué estaba jugando?, pensó Paula.

—Lo sabes tan bien como yo —dijo ella.

Parecía firme y pensativo, pero eso no la alteró en absoluto.

—Ah, te refieres a la boda —respondió él.

—Por supuesto.

 —Cuando me dejaste plantado en el altar.

 Ella se encogió. Qué sencillo parecía dicho así. Qué fácilmente pronunciaba las palabras. Pero no había sido nada sencillo y verlo de nuevo sacaba a la superficie los dolorosos sentimientos que la habían llevado a abandonarlo aquel día. Había temido cometer un error. El mismo que habían cometido sus padresal casarse. Temía que Pedro nunca la hubiera amado, que se lo hubiera pedido sólo porque llevaba en el vientre a su hijo, un bebé que había perdido en el primer trimestre de embarazo. Se había mostrado dispuesto a seguir adelante con la boda porque había dado su palabra, pero Paula quería algo más que eso. Quería amor auténtico, el único que podía llenar el vacío que en su alma había dejado su infancia perdida. El único que haría funcionar un matrimonio. Sacudiéndose de la blusa negra una mota de polvo inexistente, dijo:

—Sobre la boda...

 Él levantó una mano para detenerla.

 —Esa no es la razón por la que te he llamado.

—Pero sí por la que me vas a despedir.

Levantó una ceja.

—¿Por qué iba a hacer algo así?

—Porque te dejé plantado en el altar.

—Eso fue hace un año.

Como si ella no lo supiera.

—Así que ¿Ya lo has olvidado?

—Por supuesto.

¿Por supuesto? ¿Sólo eso? Ella todavía tenía unos sentimientos bien distintos.

—Bien  —dijo Paula asintiendo con la cabeza—. Supongo que eso explica por qué seguiste adelante con el asunto del hotel.

—Negocios.

 —Las Vegas —replicó ella—. Hay fusiones y absorciones cada semana.

—¿Creías que abandonaría por tí? —sus palabras habrían congelado un vaso de agua a mediados de julio.

—A lo mejor habría sido más fácil.

—No suelo tomar el camino fácil —la miró como diciendo: «no como otros»— Y me está dando la sensación de que no quieres trabajar para mí. Seguramente porque no quería, sobre todo si tenía que verlo habitualmente.

 —No tengo elección. Se llama contrato. A pesar de que tú, como nuevo dueño, puedes darlo por terminado.

—¿Por qué haría eso?

 —Porque estás enfadado y quieres vengarte. Lo que sucedió entre nosotros fue muy notorio y...


—Es agua pasada —la interrumpió—. No cambié de opinión sobre el negocio. Quería este hotel por el solar de al lado.

Y sólo la quería a ella por el bebé. Todavía le dolía.

Te Necesito: Sinopsis

¿Qué se hace cuando una descubre que su nuevo jefe es su ex prometido?


El rico empresario Pedro Alfonso necesitaba que alguien lo ayudara con el proyecto más importante de su carrera, un proyecto que podría garantizar la fortuna de su familia para siempre. Y sólo había una persona que podía ayudarlo: Paula Chaves. Pero, ¿Qué hombre en su sano juicio querría trabajar con la mujer que lo había abandonado en el altar?


Paula lo había dejado por un buen motivo, pero nunca le había contado a Pedro sus razones. Ahora él parecía empeñado en recuperarla… y Paula esperaba que aún hubiera un lugar para ella… en su corazón.

sábado, 25 de marzo de 2017

Protegerte: Capítulo 38

—Necesito hablar contigo.

Paula, vestida como la Escarlata de Lo que el viento se llevó, con un vestido verde con miriñaque, se dio la vuelta para mirar a Pedro que bajaba las escaleras, disfrazado de Rhett Butler. Estaba tan guapo que se quedó sin aliento al verlo.

—Alabado sea el Señor —dijo ella, imitando un acento sureño y parpadeando cuando él llegó a su lado—. Señor Butler, está usted guapísimo.

—Gracias —sonrió él, ajustándose la corbata. Luego frunció el ceño, frustrado— . Entre ocuparme de tus suegros, celebrar, y la fiesta de esta noche, no hemos hablado desde que la juez dictaminó a nuestro favor. No puedo esperar más. Y, francamente, querida, a mí sí que me importa —dijo, imitando al personaje de la película.

Tenía razón. Desde el día anterior por la tarde quería decirle cuánto sentía haber dudado de él y lo mucho que lo amaba. Con un poco de suerte, él lograría perdonarla y devolverle su amor. Pero no habían podido estar ni un minuto solos. Al volver del juzgado, iban con los trillizos, que siempre estaban atentos a la conversación de los adultos. Luego habían celebrado el fallo de la juez con los padres de él. Y, desde la mañana, corrían de aquí para allá preparando todo para la fiesta de disfraces anual que se celebraba en la casa de los Alfonso. Ella había encontrado un amor indestructible ante la adversidad. Eso era demasiado importante como para hablarlo a la carrera.

—Yo tampoco puedo esperar.

—Paula, quiero que sepas…

—Hola Pedro. Hola, Paula —dijo el sheriff Alberto  Malone, entrando—. La empleada nos ha abierto. Recuerdan a Emma.

—Por supuesto —dijo Paula, sonriendo.  Emma estaba disfrazada de gitana, con un colorido traje y montones de brazaletes y collares—. ¿Cómo estás?

—Bien, teniendo en cuenta que no puedo recordar ni mi propio nombre y otra vez me he quedado sin casa.

—¿No estabas viviendo con la tía Gloria? —preguntó Pedro, pasándole el brazo posesivamente por la cintura a Dana.

—Le cayeron un montón de parientes a pasar las vacaciones y me daba corte quitarles el sitio.

—Yo la invité a que se quedara conmigo —terció Alberto—. Temporalmente — añadió.

—Hola a todo el mundo —dijo Ana, entrando al vestíbulo con Horacio.

—¿De qué van? —preguntó Pedro de guasa, porque era evidente por sus trajes que eran el rey y la reina de corazones.

—No está bien tomarles el pelo al rey y la reina de corazones —dijo Ana, elevando una ceja imperiosamente—. Y ahora que sabemos los resultados de la prueba del ADN, creo Alberto, que le debes una disculpa a mi hijo. ¿Cómo pudiste creer que Pepe era el padre de esos niños?

—No lo creía, señora Alfonso —sonrió Alberto—. Pero había que seguir todas las pistas posibles. Está claro que el sonajero fue robado. ¿Sabe quién puede haber sido?

—Pepe me hizo la misma pregunta y he estado pensando. La única que se me ocurre es una chica que trabajó un tiempo en la casa. Recuerdo que le gustaba mucho la exhibición de antigüedades. ¿Cómo se llamaba? Josefina, creo.

—Si se acordara del apellido…

—Era una chica adorable, jovencita —se quedó pensando Ana—. A ver… El apellido comenzaba con D, un minuto… ¡Ya sé! —sonrió, chasqueando los dedos—. Douglas. Josefina Douglas.

—Ya me ocuparé de investigarlo.

—Pero esta noche no —dijo Pedro—. Hasta los representantes de la ley pueden tomarse un descanso de vez en cuando.

—Se esfuerza siempre demasiado —dijo Emma, elevando la mirada hacia el alto hombre que la había protegido.

El sheriff pareció incomodarse al ser el centro de atención.

—Storkville es un pueblo muy tranquilo. Normalmente no trabajo tanto, aunque sigo investigando el atraco de Emma y buscando a la madre de los mellizos, pero mañana mismo comenzaré a seguir esta pista nueva.

—Laura y Pablo los tratan como si fuesen suyos —dijo Paula, refiriéndose a los mellizos—. La última vez que hablé con ella, me dio la impresión de que quería quedárselos.

—Desde luego que no les falta atención —asintió Alberto—. Emma no se puede separar de ellos.

—Tiene razón —dijo Emma, sonriendo—. Necesito estar cerca de ellos.

—¿Sabe algo sobre su pasado? —preguntó Horacio.

—No —dijo Emma—. El médico me dijo que intentara no pensar, que ya me volvería la memoria.

Mientras hablaban, había ido llegando gente. Ana y Horacio se dirigieron a ocuparse de sus invitados, Alberto y Emma se fueron a buscar una copa. De repente, Pedro y Paula se encontraron solos.

—Tus, padres fueron maravillosos con los Martínez—dijo Paula, elevando la mirada hacia él—. Están con los trillizos, dándoles el baño.

—Espero que se hayan traído chubasqueros —dijo él con ironía—. pau, quiero decirte algo… ¡Demonios! La reportera del Sentinel.

—Hay una serie de cosas que me gustaría decirle —dijo Paula, yendo a buscarla.  Cuando llegó hasta ella, le dió  unos golpecitos en el hombro—. Brenda, me gustaría hablar con usted.

—Desde luego, señora Alfonso.

Paula la llevó hasta el vestíbulo, donde esperaba Pedro.

—¿Ha oído que los resultados de la prueba del ADN han dejado a mi esposo libre de sospecha?

—Recibimos la información demasiado tarde para que saliese en el periódico de hoy —respondió la periodista, con expresión avergonzada—. Pero la historia saldrá mañana completa.

—Espero que no escondan el artículo en la cuarta página, ¿Sabe? Quiero grandes titulares.

—Mi esposa se refiere a que le den tanta importancia a lo que pongan ahora como a lo que dijeron antes —dijo Pedro, diplomático.

—Sí, señor —dijo Brenda, incómoda.

—¿Qué hace aquí esta noche?

—Estoy cubriendo la fiesta. Me han vuelto a encargar de los «ecos de sociedad».

—Me alegro. Espero que aprenda a ser una periodista responsable. Y que se divierta —dijo Paula.

—Gracias —dijo la mujer, sonriendo nerviosa antes de alejarse.

Pedro  la llevó a una esquina para tener un poco de intimidad antes de que apareciese nadie más.

—Antes de que nos vuelvan a interrumpir, ¿Se puede saber por qué le diste los resultados de los análisis a la juez sin abrir el sobre. Los niños corrieron un riesgo…

—Los niños no corrieron ningún riesgo —dijo ella, con confianza—. Yo sabía los resultados, aunque no los mirase. Eres mi héroe, Pepe. El hombre más maravilloso del mundo, y te amo. Y si puedes perdonarme por no tenerte confianza, ha llegado el momento para las declaraciones románticas y llenas de fiorituras.

—Yo también te amo. Desde el primer instante. Pero como no creía en el amor a primera vista, no sabía por qué te había propuesto matrimonio después de conocerte durante tan poco tiempo —dijo, acercando sus labios a los de ella.

La unión de sus labios, siempre maravillosa, fue todavía mejor que antes, porque ahora ambos sabían que su amor era retribuido.




FIN

Protegerte: Capítulo 37

—Paula trabaja todo el día —dijo la señora Martínez, mirando a su nuera y a Pedro—. Hasta hace poco, estaba sola y apenas le alcanzaba para vivir. Mi esposoy yo tenemos una posición desahogada y podríamos darles a los niños la atención, el tiempo y el cuidado que ellos necesitan sin necesidad de recurrir a extraños…

—Laura no es una extraña. Conozco a la directora de la guardería personalmente —dijo Paula, intentando defenderse.

—Ya tendrá su oportunidad de hablar, señora Alfonso—intervino la juez con calma, volviendo su atención a los Martínez—. Ahora se ha vuelto a casar con Pedro Alfonso, así que supongo que el dinero ya no es un problema. Y tampoco lo es trabajar. Actualmente hay muchas madres que dividen su tiempo entre sus hijos y su profesión.

—Ya que lo menciona —dijo la señora Martínez—, Gerardo y yo creemos que se ha casado solamente para evitar que lográsemos la custodia de los niños. Según lo que dicen los periódicos, se sospecha que él es el padre de los mellizos abandonados en Storkville. Un hombre como él, capaz de abandonar a su propia sangre, no tendría que tener influencia sobre nuestros hijos.

Pedro, que tenía una mano sobre el hombro de Paula, sintió cómo ella se ponía tensa de rabia. Luego ella se inclinó para sacar algo de su bolso. Era el sobre del laboratorio. Estaba seguro de que contenía el resultado de los análisis. ¿Qué pensaba hacer con él?

—Señoría, ¿Me permite hablar? —dijo Paula.

—Sí.

—Para empezar —comenzó, lanzándoles una mirada a sus antiguos suegros—, es verdad que Pedro y yo nos casamos apresuradamente. Pero, como él dijo una vez tan elocuentemente, cuando todo está bien, ¿Para qué esperar? Yo lo quiero mucho.

Pedro se dió cuenta de que ella se lo decía a él, y el alivio lo invadió. No podía creer en su suerte. ¡Ella lo amaba! Se le hinchó el pecho de la esperanza de que a pesar de todo lo que tenían en su contra, quizás tuviesen una oportunidad de lograr la felicidad.

—¿Qué más, señora Alfonso?

—Quiero a mis hijos con todo mi corazón, así que para mí, su custodia me resulta muy importante. Cuando recibí la demanda, me dió mucha rabia y me asusté también, poniéndome a la defensiva. Pero en el camino hacia aquí, mi hijo me recordó que los niños tienen recuerdos cariñosos de sus abuelos. Estoy segura de que el señor y la señora Martínez los quieren mucho también, pero nadie es mejor para ellos que su madre —añadió con énfasis.

—¿Es eso todo lo que tiene que decir?

—No, Señoría —dijo, alargándole a la juez el sobre sellado—. Mi esposo nunca abandonaría a un niño, y mucho menos a uno propio. Y apoya con su cariño y su solidez a los trillizos. Estos resultados del laboratorio llegaron a casa justo antes de que saliésemos de casa. Demostrarán su inocencia.

—¿Paula? —preguntó él—. ¿Estás segura?

—Sin ninguna duda —dijo ella, mirándolo a los ojos y apretando con la suya la mano que él le apoyaba en el hombro.

Pedro  no lo podía creer. Ella le había entregado lo que podía resultar un elemento decisivo en el juicio por la custodia de sus hijos sin siquiera asegurarse de que él decía la verdad. A menos que tuviese completa fe en él, Quentin sabía que no lo habría hecho. Le demostraba arriesgando el bienestar de sus hijos que confiaba en él sin ninguna duda. El amor que  sentía por ella nunca había sido tan grande como en ese momento. Contuvo la respiración mientras la juez leía los resultados. Lo miró a él y luego a los Martínez.

—Esto confirma sin lugar a dudas que Pedro Alfonso no puede ser el padre de esos mellizos —dijo la juez, entrelazando los dedos y apoyando las manos sobre la mesa—. Con demasiada frecuencia veo a niños que nadie quiere. Los trillizos son afortunados de tener tanta gente que los quiera —dijo el juez, mirando a ambas parejas—. Pero todavía no hemos oído a los niños.

—Son poco más que unos bebés —se asombró Beatríz Martínez—. ¿Cómo pueden saber lo que quieren?

—Mi experiencia me dice que no se puede engañar a los niños. Quiero ver cómo se sienten ellos. Hágalos entrar, por favor —le dijo a Pedro.

—Entren, por favor —dijo este—. Solo los niños —aclaró.

Benjamín, que se hallaba en el otro extremo de la antesala, se dió la vuelta al oír su voz. Pedro se preparó para el impacto.

—Hola, señor Alf. Hace mucho rato que estamos aquí.

—Sí, campeón, pero creo que ya hemos terminado. Hay alguien que os quiere ver a todos —le dijo.

Dejó a Benja en el suelo y se inclinó para guiar a las niñas a que entraran en la sala del juez. Melina e Isabella  lo hicieron tímidamente y miraron a sus abuelos. Benja se había subido al regazo de Paula y le rodeaba el cuello con los brazos.

—Quiero irme a casa, mami. Contigo y el señor Alf.

—Se parece tanto a Francisco —susurró Beatríz.

—No es nuestro hijo, Bea —dijo Gerardo—. Francisco se ha ido y no está bien intentar recuperarlo a través de nuestros nietos.

Pedro miró a Beatríz Martínez  que pareció encogerse frente a sus ojos.

—Tienes razón. Oh, Paula, no puedo proseguir con esto —dijo, negando con la cabeza—. Los quiero demasiado como para separarlos de su madre.

—No necesita hacerlo —dijo Paula, tomándola de la mano—. Pueden verlos cuando quieran. Yo no intentaría separarlos de ustedes. Y creo con todo mi corazón que los necesitan a ustedes también, para ayudarlos a recordar las cosas buenas de su padre.

—Él tenía sus fallos. Nosotros no los corregimos y luego tú pagaste por ellos, Paula. Supongo que lo que queríamos era una posibilidad de corregirlos a través de sus hijos. Lo siento.

—Olvídelo. Nadie es perfecto. Pero somos una familia. Y es importante que todos les enseñemos y les mostremos sus raíces.

—Bien, supongo que no me necesitan más —dijo la juez—. Ojalá todos mis casos fuesen tan sencillos como este —añadió con una sonrisa—. Pueden usar la sala todo lo que quieran.

—Gracias, Señoría —dijo Pedro.

—Paula, lamento haberte hecho pasar por esto —dijo Gerardo, revolviéndole el pelo con la mano a Benja, que se había acercado a él para pedirle que lo volviese a llevar a pescar—. A usted también, señor Alfonso.

—Por favor, llámeme Pedro.

—Te lo agradezco, hijo. Queremos participar de la vida de nuestros nietos. Lo único que pedimos es verlos a menudo.

—Nos gustaría que lo hiciesen —intervino Paula—. Tendrían que verlos disfrazados para la fiesta de Halloween.

—Tengo una idea —dijo Pedro—. Mañana por la noche damos una fiesta en la casa. ¿Por qué no pasan el fin de semana con nosotros y así los pueden ver?

—Gracias. Es muy generoso de tu parte —dijo Gerardo, estrechándole la mano—. Nos causará mucha ilusión, ¿Verdad Bea?

—Sin duda —dijo su esposa.

Duda. Pedro pensó en esa palabra mientras miraba a Paula abrazar a la abuela de sus hijos. Deseaba estar con su esposa a solas. Tenían varias cosas importantes que hablar, como romper en trozos su acuerdo prematrimonial. Como convertir su fusión en matrimonio.

Protegerte: Capítulo 36

—Listo Benja. Vete abajo con las niñas —dijo Pedro, y el niño salió corriendo.

 Varias horas más tarde, Pedro  se hallaba con Paula preparando a los niños para el juicio. Lo miró, una roca, apoyándola aunque hubiese tensión entre los dos. ¿Cómo se le había ocurrido aunque fuese por un instante que él había hecho lo que insinuaban las historias de los periódicos? Y, más importante todavía, ¿cómo habría logrado arreglárselas sin él antes? Un hombre corriente le hubiese retirado el saludo después de su comportamiento, pero Pedro le había demostrado que estaba por encima de la media, hasta besando. ¿Podría contar con él para que la apoyase una última vez frente al juez?

—Tenemos que lograr que los niños estén allí sin una mancha —dijo, sintiendo que la invadía el pánico—. ¿Y si llegamos tarde? ¿Y si Benja parece que ha sido criado por lobos? ¿Qué vamos a hacer?

—¿Qué quieres decir? —la miró a los ojos—. ¿Que no quieres que te acompañe?

—Creo que no podría sobrellevar esto sin tu apoyo —le dijo, poniendo su corazón en cada palabra. Sabía que la confianza era la mejor forma de demostrarle que no tenía dudas. A ella no le iban las cosas exageradas y no sonaría convincente— . Y tú, ¿Quieres venir?

Quizás él había cambiado de opinión. ¿Su indecisión se habría cobrado su apoyo además de su amor? Se le hizo un nudo en el estómago mientras contenía la respiración.

—No me lo perdería por nada del mundo —dijo él con sencillez. Señaló la chaqueta de Benja—. No te preocupes, apenas si se nota la mancha.

—Eso quiere decir que se nota. El juez pensará que soy una madre horrible, dejando que mi hijo vaya manchado.

Pedro la agarró de los hombros y la miró a los ojos.

—Eso quiere decir que Benja es un niño normal y que tú dejas que lo sea. Pero, al ver la ansiedad en sus ojos, sonrió levemente. —Pero si ello te hace sentir mejor —añadió— en el lavadero hay un quitamanchas fantástico. Lo sé por experiencia —le dió un apretón para tranquilizarla—. Yo iré metiendo a los niños en el coche mientras tú le quitas la mancha a la chaqueta.

—De acuerdo.

Cuando se marchó, echó en falta su presencia tranquilizadora. En cuanto acabase el tema de la custodia, a su favor, esperaba, encontraría la forma de convencerlo de que lo amaba. Cuando volvió del lavadero, después de quitarle la mancha a la chaquetita, una de las empleadas de la casa la detuvo.

—¿Señora Alfonso? —dijo, con un sobre en la mano—. Ha llegado este sobre por mensajero para el señor. ¿Se lo puede dar?

—Por supuesto, Silvia —dijo, mirando distraída el remitente.  Los resultados de la prueba de ADN.

El corazón le dió un vuelco. Comenzó a abrir la carta, aunque estaba segura de que dirían que Pedro no era el padre de los mellizos. Luego tuvo una idea. Su suerte ya estaba cambiando para mejor. Ya tenía la forma de demostrar su inquebrantable fe en él. Tomó la carta sin abrir y la guardó en su bolso.  Cuando subió al coche, miró a los trillizos como si fuese la última vez.

—¿Veremos a la Grandma Bea y G.G.? —preguntó Bneja.

—¿Quién es G.G.? —preguntó Pedro.

—Grandpa George. —Una vez fui a pescar con G.G. —dijo Benja.

—Eras tan pequeño, que me sorprende que lo recuerdes —dijo Paula.

Con el tema de la custodia, se había olvidado de lo bueno que tenían los Martínez, de todo lo que habían hecho por los trillizos.

Pedro  la miró desde su sitio frente al volante del lujoso coche.

—¿Ha salido bien? —preguntó, lanzándole una mirada a la chaqueta que ella llevaba en el regazo.

Ella tragó el nudo que tenía en la garganta.

—Perfecto. Pero mejor me la quedo yo hasta que lleguemos. No quiero correr ningún riesgo.

—Todo saldrá bien —dijo él, alargando la mano para darle un apretón.

 —Lo sé —respondió ella, devolviéndole la presión.

Intentaba decirle con ese gesto que le confiaba todo: sus hijos y su corazón. Se hallaban con los Martínez y la juez Susana Warner, que parecía demasiado joven para tomar una decisión tan salomónica. Pedro no sabía si el hecho de que fuese mujer era positivo o no. Los niños y los abogados esperaban fuera.

—Esta es una sesión informal para evitar un juicio dentro de lo posible. Necesito saber por qué quieren la custodia de estos niños —le preguntó a los Martínez.

—Mi esposo y yo creemos que seríamos más adecuados para criar nuestros nietos —dijo Beatríz Martínez, después de lanzarle una rápida mirada al hombre mayor a su lado.

Pedro  vió una profunda tristeza en los ojos de los dos.

—¿Y por qué piensa que los niños estarían mejor con ustedes? —preguntó la juez.

Protegerte: Capítulo 35

—No me sorprende que desconfiara de las mujeres. Él y yo tenemos más en común de lo que pensaba.

—Es una pena que los demás influyan tanto en nuestras vidas. La confianza de Pepe recibió un buen vapuleo cuando era niño.

—¿Cómo es posible que Pepe no sepa que es tan guapo? Créeme, lo es, y no importa que lleve ropa de marca o harapos. Además, la belleza no es lo que importa. Es también encantador y divertido y dulce y cariñoso. Y… ¿qué? —preguntó, cuando la otra mujer sonrió.

—Estás enamorada de él —afirmó Ana—. A pesar de todas las porquerías que pone el periódico—. Y él te quiere también.

Ella estaba segura de su amor, pero lo que le llamó la atención fue lo del amor de Pedro.

—¿Cómo lo sabes?

—Por más que diga que se casó contigo para proteger su imagen, lo conozco, y sé que está enamorado de tí.

Antes de que Paula pudiese preguntarle cómo lo sabía, el hombre en cuestión entró al saloncito por la puerta de conexión.

—¿Qué pasa? —preguntó, lanzándoles una mirada de curiosidad al verles la expresión del rostro—. No pretendía interrumpiros, pero necesito hablar con Paula sobre la audiencia de esta tarde por la custodia de los niños. Ha habido cambios.

—¿Cuáles? —preguntó Paula, con una opresión en el pecho.

—Los dejo solos, entonces —dijo Ana, poniéndose de pie. Le dió un apretón en la mano a Paula—. Cualquier cosa que necesites, dímelo.

—He recibido una llamada de los abogados —dijo Pedro, una vez que su madre se hubo ido, sin acercarse.

A pesar de desear que él la abrazase y la apoyase como antes,  no lo culpaba por no acercarse. En vez de defenderlo, ella había estado indecisa, dejando qué creyese que ella creía en lo que se sospechaba de él. Ella le había dicho que los actos eran más importantes que las palabras. Desgraciadamente, sus actos ya habían hablado por ella, y ahora no había palabras para paliar el daño.

—¿Qué te han dicho?

—El juez designado al caso quiere hablar con las dos partes esta tarde.

—¿Es eso bueno o malo? —preguntó ella.

—No sé qué decirte —reconoció él—. Puede que sea bueno, pero quién sabe.

—¿Qué puede pasar?

—Si su abogado es bueno, sacará a relucir las sospechas sobre mí. Mencionará la prensa de hoy y dirá que os estoy usando a tí y a los mellizos para limpiar mi imagen pública. Al igual que la reportera del Sentinel, un buen abogado puede escarbar en mi vida y llegar a la conclusión de que te casaste conmigo para no perder a los trillizos.

—Pero ahora…

—Quizás no debería ir yo —dijo Pedro—. Podrías perder a los niños por mi culpa. Piénsalo, Pau, si ni siquiera tú puedes decir que no crees en lo que se dice de mí.

—No creo en lo que se dice de tí.

—De acuerdo —dijo él, dirigiéndole una mirada escéptica.

 ¿Cómo iba a convencerlo de que decía la verdad? Porque sabía perfectamente, antes de hablar con su madre, que él era incapaz de darle la espalda a un niño, especialmente suyo.

—Si quieres que vaya, dímelo —dijo Pedro—. Piénsalo bien. Lo comprenderé, digas lo que digas.

Antes de que pudiese decirle que no tenía nada que pensar, se había ido. Llena de horror, Dana se dio cuenta de que si los Martínez conseguían la custodia de los niños, perdería todo lo que tenía, ya que no había forma de demostrarle a Pedro que creía en él y lo amaba de veras.

Protegerte: Capítulo 34

La mañana siguiente a la fiesta de la guardería, Paula estaba sentada en el sofá de su saloncito, con ganas de estrangular a la reportera del Storkville Sentinel.

—Adelante —dijo, cuando llamaron a la puerta.

—Hola —dijo Ana, al entrar.

—Hola —respondió, disimulando su sorpresa.

Era la primera vez desde que se casaron hacía tres semanas, que la madre de Pedro acudía a sus habitaciones. Siempre habían respetado su vida privada, como si viviesen en una casa diferente. Sabía que, después de que la historia saltase a la prensa, Pedro les había explicado a sus padres las circunstancias de su boda. Pero ella no había detectado ningún cambio en la actitud cariñosa que le habían demostrado desde el principio.

—Siéntate —invitó a Ana, señalándole un sitio a su lado.

—Gracias —dijo Ana, uniendo las manos en la falda—. ¿Puedo hacerte una pregunta sobre Pepe y tú?

Miró a su suegra. La cariñosa expresión de su rostro suavizaba la pregunta.

—¿Qué quieres saber?

 —¿Por qué te casaste con él? Quiero saber la verdad. ¿Qué tiene mi hijo que te convenció para volver a hacer votos, que estoy segura de que te has tomado en serio? —preguntó, y no había crítica ni sospecha en su expresión. Parecía meramente curiosa y preocupada por su hijo, como cualquier madre.

—Porque fue amable con un niño que le manchó los pantalones.

—¿Algo más?

—Logró sacar tiempo para asistir a una fiesta de Halloween en la guardería a pesar de que sabía que la prensa haría su agosto con ello —dijo con rabia, arrojando el periódico sobre la mesa—. «EL LOBO CON PIEL DE CORDERO SE ESCONDE TRAS LAS FALDAS DE SU MUJER» —se burló—. Se creen que sus titulares son tan ingeniosos, me pone de los nervios.

—A mí también.

—Me dieron ganas de mostrarles el pergamino que le hicieron los niños, pero él no me dejó, porque sabe que cualquier cosa que digamos, ya se ocuparán ellos de tergiversarla.

—No es necesario que me lo digas. Me gustaría arrancarle a Brenda Kyle el corazón.

Les dió la risa.

—Nunca subestimes la furia de una madre —dijo Paula —. Si no fuese por el sonajero y su donación… Después de todo, es la verdad.

—¿Tienes dudas? —preguntó Ana bruscamente.

—No —dijo Paula, mirándola a los ojos—. No sé —dijo, haciendo un gesto de frustración con las manos—. ¿Y el sonajero?

—No estaba bajo llave. Cualquiera se lo podría haber llevado. Además, eso no quiere decir nada.

—Lleva grabado el escudo de los Alfonso —dijo Paula.

—Pero Pepe no es un Alfonso —añadió Ana.

—Pero usa ese apellido —dijo Paula, aturdida.

—Legalmente, es suyo. Horacio lo adoptó cuando me casé con él.

—Nunca se me ocurrió. Pensaba que Horacio era su padre. Lo llama papá.

—Lo es, en lo que importa —dijo Ana—. Pero el sonajero no es suyo. Aunque fuese el padre de los mellizos no les habría dado como recuerdo algo que no le pertenece. Y en cuanto a la donación —añadió, los ojos velados por el dolor—, él sabe lo que es tener una madre que trabaja. Antes de que me casara con Horacio, Pepe era un niño solo que tenía que quedarse en casa esperando que yo llegase de mi trabajo. Sabe perfectamente lo necesario que resultaba la guardería y su deseo de ayudar a Laura era genuino.

—Es típico de Pepe no buscar el reconocimiento de nadie —dijo Paula, mareada ante la nueva información—. ¿Cómo se conocieron Horacio y tú?

—Parece de novela —dijo Ana, con expresión soñadora—. Yo era la secretaria y él el jefe.

—Qué romántico.

—No te creas. Yo tenía un hijo y era pobre. Su familia pensaba que lo que yo quería era su dinero.

—Te comprendo —dijo Paula—. Por eso Pepe hablaba de las caza fortunas.

—No, habla por su propia experiencia. Cuando me casé con Horacio, él tenía trece años y fue muy duro para él ver que las chicas que se burlaban de él porque no llevaba ropa de marca y esas cosas, comenzaron a prestarle atención al día siguiente de mi boda.

—Qué brujas. Así aprendió que a las mujeres lo único que les interesa es el dinero y lo que este puede comprar.

—Siempre ha intentado evitar que yo sufriese, así que supongo que no ha dicho nada del sonajero a la prensa para protegernos a Horacio y a mí, su familia.

—Todo lo ha hecho por proteger a su familia.

—Así es como se comportan las verdaderas familias, uniéndose ante una agresión externa.

Así era exactamente como él los trataba a ella y a los niños. Una familia desde el principio. Algo que ella no había sentido nunca con Francisco, en todo el tiempo que estuvieron juntos.

Protegerte: Capítulo 33

—No tengo nada que decir —dijo.

—Bien hecho —dijo Pedro, tomándola del brazo para entrar—. Has hablado como la esposa de un magnate —le susurró al oído.

Por poco tiempo, pensó, y la idea de la vida sin Pedro la hizo sentirse increíblemente triste.

—Me alegro de que hayan podido venir —los recibió Laura en el salón, decorado con brujas, guirnaldas y calabazas—. Las sillas para los padres están allá, Pedro. Tenemos algo especial preparado.

Paula y Pedro encontraron un sitio y se sentaron. Ella no pudo evitar darse cuenta de que la sillita no era adecuada para su sólido metro ochenta y pico de estatura, pero él parecía totalmente ajeno a ello y tan adorable que la emoción le agarrotó la garganta. Melina  e Isabella  estaban adorables con sus trajes del Mago de Oz, Dorothy y el hada, y había brujas, gitanas y fantasmas. Laura le dió un pergamino atado con una cinta a Benjamín.

—Ya sabes lo que tienes que hacer, Benja.

Benja, vestido con un traje azul con chaleco idéntico al que llevaba Pedro, se acercó a ellos. Se empujó las gafas sin cristales sobre la naríz.

—Para tí —dijo, dándole el pergamino a Pedro—. Gracias de la escuela.

—De nada, campeón —dijo Pedro.

 Intrigado, miró a Paula, pero ella no sabía de qué se trataba.

—Léelo —le ordenó Benja.

—Sí, señor —dijo. Le quitó la cinta y lo abrió—: A Pedro Alfonso con aprecio. Gracias a tu donación, tenemos un sitio seguro para jugar y crecer mientras nuestros padres trabajan. Está firmado por todos los niños —dijo, con un nudo en la garganta, mostrándoselo a Paula para que lo pudiese leer.

Mientras los niños cantaban una canción de gracias que Laura les había enseñado, Paula, con lágrimas en los ojos, deseó que los medios de comunicación estuviesen allí. Había llegado el momento de que se enterasen del bien que había hecho, en vez de crucificarlo. Lo miró, sentado a su lado, percibiendo la fuerte mandíbula, y la forma en que él tragó varias veces, lo único que indicaba su emoción. «Es un buen hombre», pensó. Lo amaba. ¿Por qué no se había dado cuenta de ello antes? La infidelidad y la traición habían destruido el amor que ella sentía por su primer marido, pero a pesar de las feas sospechas que rodeaban a Pedro, lo amaba. Esta vez tenía la terrible sospecha de que nada mataría su amor. Si la traicionaba de la misma forma en que lo había hecho Francisco, no lo podría soportar.

jueves, 23 de marzo de 2017

Protegerte: Capítulo 32

Benja se debatió indeciso unos momentos.

—Quiero ser el señor Alf —volvió a decir, antes de salir corriendo hacia sus hermanas.

—Si supiese leer, probablemente no se sentiría así.

—Los niños no comprenden, son impresionables —dijo ella.

—Los adultos también —dijo él, a propósito, con los ojos azules relucientes.

—Pedro, no sé…

—No removamos el tema —dijo él, tendiéndole la mano—. No hay nada más que decir. Además, tengo una idea genial para el traje de Benja.

—¿Qué?

—Comprémosle un traje. A menos que ya tenga uno, necesitará uno para la audiencia.

—No tiene —dijo ella, con el estómago tenso nuevamente al recordar la batalla legal con sus suegros.

—Perdona, no pretendía arruinarte el día —dijo Pedro, leyéndole la expresión. La tomó de la mano y apoyó ambas en su sólido muslo—. Estaremos listos. Mis abogados estarán allí. Todo saldrá bien, no te preocupes.

—Lo sé —dijo ella, intentando controlar el escalofrío que le recorrió el cuerpo ante su contacto, tan masculino. Haciendo un esfuerzo, se concentró en el problema que tenían que resolver: el disfraz de Benja—. ¿Y si le compramos un traje y luego cambia de opinión? Parece ser que  ha heredado mi indecisión. ¿Y si cuando llegue Halloween…?

—¿Y si cuando llega Halloween resulta que la prueba del ADN indica que yo soy el padre de los mellizos y él se desilusiona? —concluyó él equivocadamente, con los ojos oscurecidos por la rabia.

—No quería decir eso.

—Seguro que sí. No te culpo. Considerando las circunstancias, una fe incondicional es pedir demasiado.

—Pedro, no es justo, yo…

—Mira, lo siento. Supongo que no puedo quitármelo de la mente. Vayamos a lo que importa ahora, el traje de Benja. Mejor será que le compremos el traje y el disfraz de bombero —dijo él, cambiando de tema.

—No me puedo permitir dos trajes.

—Yo sí. No te lo ofrecería si no pudiese.

—Si quieres…

—Por supuesto —dijo él, ayudándola a levantarse de un tirón—. Vamos.

—¿Te importaría ocuparte de Benja solo? —dijo ella, soltando la mano—. Quiero llevar a las niñas a la papelería para que elijan una tarjeta para sus abuelos.

—¿Los Martínez?

—Siempre les mandamos una tarjeta para Navidad y Laura Caldwell dijo algo que me hizo pensar.

—¿Qué?

—Que los niños necesitan a su familia, de ambos lados. No puedo cambiar a su padre. Alguna vez tendrán preguntas que solo Gerardo y Beatríz Martínez pueden responder. No creo que sea una buena idea quemar los puentes.

—Crees lo peor de mí, basándote en evidencias circunstanciales —dijo él, con el ceño fruncido—, pero, sin embargo, estás dispuesta a tender la mano a quienes sin duda intentan quitarte a los niños —era evidente que se sentía traicionado.

—No sé lo que siento —dijo ella con sinceridad—, pero, ¿Qué daño puede hacer una tarjeta navideña?

—Mucho.

—Pedro, es solo una felicitación.

—Y yo soy culpable hasta que demuestre mi inocencia —respondió, dándose la vuelta—. Benja, vamos a buscar tu traje.

Paula se odió por hacerle daño de esa manera, pero no podía mentirle. Ya no estaba segura de lo que sentía, excepto que le habían tomado el pelo una vez y no estaba dispuesta a que le volviese a suceder.

—Pedro, no es necesario que vayas a la fiesta de disfraces —dijo Paula, sentada junto a él en el coche.

La noticia había acaparado la atención de los medios de comunicación de todo el país y la puerta de entrada de la guardería estaba custodiada por equipos de televisión y periodistas, los mismos que los asediaban en la puerta de su casa y el trabajo. Los buitres se habían reunido ahora con la esperanza de verlo en la fiesta de Halloween de los niños.
—Si tienes miedo de que me vean contigo, dilo —dijo él, lanzándole una mirada helada.

—Ya sabes que no es por eso —protestó ella.

—¿De veras? —se rió él amargamente—. Comprendo que quieras mantener las distancias.

—Me preocupas. Te agradezco que me hayas pasado a buscar por la tienda para la fiesta, pero si no vas, los niños lo comprenderán.

—¡Qué va! Lo único que comprenderán es que he roto mi promesa de estar allí hoy. Lo único que me impediría ir es que se produjera un terremoto. No me importa que haya un montón de periodistas que quieran un titular para las noticias de las seis.

—Eres muy bueno —dijo ella, tocándole el hombro.

—¿De veras? —su expresión perdió un poco del frío que tenía hacía unos instantes.

—No lo habría dicho si no lo creyese.

—Vamos, entonces —sonrió él.

Se bajaron del coche y se dirigieron a la guardería, cruzando la calle. La horda de reporteros los rodeó, acercándoles los micrófonos y grabadoras.

 —Señor, Alfonso, ¿Qué se sabe de la prueba del ADN?

—¿Es el padre de los mellizos?

—¿Tiene algo que declarar, señor Alfonso?

—No ha cambiado nada desde la última declaración. Eso es todo lo que tengo que decir.

—Señora Alfonso, ¿Es verdad que usted se casó con Pedro  para paliar el efecto de que él le diese la espalda a sus propios hijos?

Paula comenzó a temblar por dentro. No se le había ocurrido eso. ¿La estaba usando, junto con los trillizos? Nunca había dicho que la amaba, ni ella lo habría creído si lo hubiera hecho. Al fin y al cabo, ella también lo estaba usando, o mejor dicho, sus considerables recursos, para la batalla por la custodia de sus hijos. No podía decirles eso a los reporteros, porque la haría perder ante sus suegros.


Protegerte: Capítulo 31

Pedro entró a la cocina el sábado al amanecer. Llevaba una camiseta y vaqueros desgastados. Puso en marcha la cafetera eléctrica, que la cocinera dejaba preparada la noche anterior y mientras escuchaba chorrear el café, miró por la ventana el extenso  césped del fondo, con su piscina rodeada de un borde de ladrillos. En el verano les podría enseñar a los trillizos a nadar, harían barbacoas al aire libre…  Luego un pensamiento lo asaltó, como un mazazo en el pecho. Paula  y los niños se habrían ido entonces.

—Te has levantado pronto.

Cerró los ojos un instante, preparándose, y luego se dio la vuelta. Los rizos color caoba le enmarcaban el rostro desordenados, como si hubiese pasado la noche con un hombre. Pero ese hombre no era él ni probablemente lo fuese nunca, a juzgar por la expresión preocupada de sus ojos.

—No podía dormir —confesó.

—Yo tampoco.

Se miraron un segundo. Pedro echó en falta la intimidad que había comenzado a crecer entre ellos antes del escándalo. ¿La echaría en falta ella también? ¿Por qué no podía dormir? ¿Habría pensado en él? Parecía cansada. La cafetera dejó de hacer ruido, y se hizo un silencio en la cocina.

—¿Quieres café? —preguntó él.

—Por favor —asintió ella.

Él le alargó una taza, aliviado de tener algo que hacer.

—Gracias —le dijo ella.

—De nada. Eran tan endiabladamente educados. Hubiese deseado tomarla en sus brazos y decirle lo mucho que la quería. Se moría por besarla y pasarle la mano por el pelo hasta hacerla perder la cabeza.

—Llevaré a los niños a elegir sus disfraces para Halloween esta tarde —dijo ella, soplando el café.

—Estaban tan ilusionados anoche —dijo él, consciente de que parte de su insomnio la noche anterior se debía a no ir con ellos—. Será divertido.

—¿Te gustaría venir con nosotros? —le preguntó ella, tomando un sorbo dé café.

La miró a los ojos. Su expresión era inescrutable.

—Claro que me gustaría, pero, ¿Estás segura?

—Me… me vendría bien que me echases una mano —dijo ella, mirándoselas—. Y significaría mucho para los niños —añadió apresuradamente.

Pedro se alegró, pero al mirarla a los ojos no pudo evitar pensar que ella no creía que él lo hiciese por ella.

—Haré todo lo que pueda para que a los trillizos no les falte nada —dijo, con todo su corazón.

Los niños habían sentido la tensión aunque no comprendiesen de lo que se trataba. Medio Storkville lo consideraba un asesino en serie y la otra mitad lo defendía a capa y espada. Le hubiese gustado saber de qué lado estaba Paula.

—Pensaba ir temprano, antes de que se llenasen las tiendas —dijo ella.

Allí estaba su respuesta. Cuanta menos gente los viese juntos, mejor.

—Como te parezca.

—Te aviso que nos puede llevar todo el día. Te sorprenderá ver lo decididos que pueden ser los niños de tres años con respecto al disfraz que quieren.

Sus palabras le levantaron el ánimo. ¿Todo el día? ¿Quería decir que no la preocupaba que la viesen con él?

—Nos tomaremos todo el tiempo que sea necesario.

—Aprovecharé para arreglarme mientras duermen —dijo ella, dirigiéndole una dulce sonrisa antes de irse.

Antes de que Paula y los niños llegasen, su vida había estado vacía. Sabía que lo volvería a estar cuando se fuesen. Pero agradecía tener otro recuerdo para añadir a los que ya atesoraba.

A eso del mediodía, Paula se desplomó en un asiento en el centro comercial. Pedro lo hizo a su lado. Había estado maravilloso con los niños. Si era una actuación, era muy buena. Tenía una paciencia de santo y una tenacidad comparable a la de cualquier enano de tres años.

—Las chicas ya están —dijo ella, dando un suspiro mientras miraba a los niños que se perseguían a unos metros de ellos—. El único que nos falta es Benja —lo llamó—: Ven aquí, cielo. ¿De qué quieres disfrazarte para Halloween? ¿De bombero o astronauta?

—Quiero ser el señor Alf —dijo el niño, mirando a Pedro y asintiendo enfáticamente con la cabeza.

Ojalá pudiese ella pensar que él era su héroe también. Así podría considerar que la idea de que fuese el padre de los mellizos era ridícula. Pero se había equivocado una vez con un hombre. ¿Y si equivocaba de nuevo?

—¿Quieres ponerte traje y corbata para ir a pedir dulces? —preguntó y el niño volvió a asentir con solemnidad.

Cuando miró a Pedro a los ojos, vió su expresión de placer y la chispa en sus ojos.

—Es realmente genial, campeón —dijo él, pero sus siguientes palabras la sorprendieron—: Pero vimos ese casco de bombero fantástico en la tienda y también tenían la manguera, el hacha y la identificación. ¿No te parece que eso sería mejor?

Protegerte: Capítulo 30

—Tendré los resultados en una semana y media. Mi empresa ha mandado ya una nota de prensa. Algunas personas me creerán —rogaba para que ella se encontrara dentro de esa categoría—, otros no. A pesar de lo que diga la ley, no siempre se considera a una persona inocente hasta que se demuestre lo contrario. La prensa puede ser terrible. Y se puede hacer mucho daño antes de que tenga pruebas de mi inocencia.

Y no solo a los inversores, pensó, mientras la miraba. Si ella estuviese enfadada, sería buen signo. Si demostraba algún tipo de emoción, sabría que le importaba. Pero su ausencia de emociones lo preocupaba. Porque estaba enamorado de ella. Más que nunca. Qué pena que justamente la mujer que era perfecta para él hubiera perdido la confianza por culpa de un hombre sin honor.

—Me da rabia porque estoy pagando el precio de lo que hizo tu esposo —le dijo.

—No tiene nada que ver con Francisco—dijo ella, mirando hacia otro lado y apretando los dientes.

—Claro que sí. Te ha convertido en una escéptica que no confía ni en su propia sombra.

—El artículo presenta un montón de interrogantes con respecto a tí.

—Por la forma en que está escrito, hasta Teresa de Calcuta parecería culpable.

Esperó que ella le dijese que creía en él, que tenía fe incondicional en él. Cuando la conoció, se dio cuenta de que ella era diferente de todas las demás mujeres. Pensó que ella sería quien lo viese, como en realidad era, no solo por su dinero. Mientras el silencio se hacía eterno, se dio cuenta de que nunca había pensado que equivocarse doliese tanto.

—Pedro, no sé qué creer —fue lo único que dijo ella.

—Esperaba que creyeras que no había posibilidad de que yo fuese el padre de esos niños.

—¿No intentarás convencerme?

—¿Qué ganaría con eso, Paula? Ya me has dicho que las palabras no valen nada para tí. Y no parece que te importe demasiado mi forma de actuar. Sigues creyendo lo peor.

—Yo no he dicho que…

—No era necesario que dijeses nada. Ya me has demostrado lo que crees —dijo, dirigiéndose a la puerta y apoyando la mano en el picaporte—. A veces, Paula, las palabras y las acciones no son suficientes. A veces, hay que dar los paso guiados solo por la fe —esperó un instante—. Supongo que no hay nada más que decir.


Al día siguiente en el trabajo, Paula se debatía en un mar de confusiones. Su instinto le decía que Pedro no era el padre de los mellizos, mientras que su cabeza le indicaba que sería tonta si creyese en él, dadas las circunstancias. Estaba en la tienda cuando se abrió la puerta y Laura Caldwell entró.

—Hola, Paula —dijo, aproximándose con una sonrisa.

—Hola, Laura, ¿Qué necesitas? —le preguntó, preparándose para las preguntas que sabía que la otra mujer le haría. Todo el día los clientes le habían lanzado miradas curiosas.

—Pañales desechables y camisetas de todos los tamaños. Para emergencias, cuando se vuelcan cosas encima. Espero que tengas alguna oferta —dijo Laura.

—Ya veo que Benja ha hecho de las suyas —rió Paula, recordando con ganas de llorar que ese motivo había conocido a Quentin. Día tras día, lo que sentía por él se había ido fortaleciendo y no podía creer que se conociesen hacía tan poco tiempo. Creyó haber tocado el cielo con las manos y ahora su mundo se había destruido totalmente—. Allí tienes los saldos, sobre esa mesa.

—¿Cómo están Pedro y tú? —le preguntó Laura con naturalidad mientras revolvía la mesa.

—Bien —dijo Paula, sin intentar disimular nada.

—No sabía que él era el benefactor misterioso —dijo Laura, mirándola a los ojos—. Pero me alegro de haberme enterado.

—¿Porqué?

—Para poder agradecérselo. Gracias a su generosidad, pude inaugurar la guardería mucho antes de lo que pensaba. Es un servicio que Storkville necesitaba desesperadamente, las madres en especial.

—¿No crees que sea el padre de los mellizos?

Laura sacudió su rubio cabello para negar enfáticamente y sus ojos castaños brillaron con intensidad.

—En absoluto. Por empezar, recibí el dinero antes de que abriese Baby Care, es decir antes de que me dejasen allí a los mellizos. No tiene sentido que me diese el dinero para la guardería como pago por los mellizos. Podría habérselos entregado al condado. ¿Cómo iba a saber Pedro que Pablo y yo nos llevaríamos a los niños a casa?

—¿Durante cuánto tiempo?

—Nos los quedaremos cuanto podamos —dijo Laura, y una dulce sonrisa le iluminó el rostro.

—¿Y si el sheriff encuentra a la persona que los abandonó? ¿Cómo te sentirás? —preguntó Paula.

—No lo sé. Eso es algo que no puedo responder antes de que suceda. A pesar de la leyenda de la cigüeña de Storkville, creo que los niños tienen padre y madre, tíos, abuelos. Creo que es importante que conozcan a su familia, saber de dónde proceden —suspiró, moviendo la cabeza—. Es tan complicado. Prefiero vivir el presente y no preocuparme innecesariamente.

—Sé a lo que te refieres —dijo Paula, asintiendo.

Se dirigieron a la caja con lo que Laura había elegido.

—Si necesitas algo más… —dijo Paula, después de cobrarle y meter todo en las bolsas.

—Gracias, Paula. Saluda a Pedro de mi parte. Y no te preocupes por esas sospechas estúpidas, ya pasará. No permitas que destruyan lo que tú has logrado con él.

—Se lo diré.

A pesar de lo que Laura había dicho, la evidencia del periódico era cierta. Tendría que haber tenido más cuidado en lo que pedía. Casi había deseado que hubiese algo que le impidiese enamorarse de él. ¿Era ya demasiado tarde para volverse atrás?

Pero Laura había suscitado la cuestión más importante: ¿Qué era lo que ella había logrado con Pedro?

Protegerte: Capítulo 29

—No —dijo su madre, sobresaltada.

Horacio  se quedó silencioso y serio.

—Es una coincidencia que el mismo día, Alberto Malone viniese a verme por lo del sonajero. Pensé que la imagen de un hombre casado ayudaría en caso de que las sospechas se hiciesen públicas. Pensamos que unidos seríamos más fuertes en ambos casos.

—De acuerdo —dijo ella.

Entró en la habitación de los niños y Benja se sentó en la cama.

—¡Señor Alf! ¡Has venido!

—Perdonenme, chicos, que no viniese antes —dijo, besando a las niñas. Se sentó en la cama de Benja—, pero ha sido un día terrible —y probablemente se pondría peor, pensó.

—¿Necesitas un abrazo? —preguntó el niño, tendiéndole los brazos—. Mami me da uno cuando me siento mal.

—De acuerdo —dijo Pedro, tomándolo en sus brazos.

—¿Estás mejor? —preguntó Benja.

—Mucho mejor, gracias —dijo, con la garganta agarrotada—. Ahora, a dormir todo el mundo. Buenas noches.

—Buenas noches —le respondieron al unísono.

Dejó la puerta entreabierta y se unió a Paula en el saloncito.

—Perdona que llegue tarde. Ha sido un día terrible.

—No me digas —respondió ella desde el otro extremo con los brazos cruzados.

—Mamá me ha dicho que ha llegado una carta por mensajero de los abogados. ¿Qué pasa?

—Que han adelantado la audiencia. Es el viernes antes de Halloween.

—¡Demonios! —exclamó, pasándose la mano por el cabello—. No podrían haber buscado peor momento.

—En eso sí que tienes razón.

Su tono le indicó que había muchas otras cosas en las que no tenía razón. Luego vió el periódico sobre la mesilla.

—Ya te has enterado y estás molesta.

 —¿Por qué iba a estarlo? Tú no me dijiste que te habías hecho la prueba del ADN.

—Sé que parece lo que no es.

—¿Porque encontraron tu sonajero con los mellizos? ¿Porque tú donaste un montón de dinero a la guardería cuando los abandonaron allí? Eso son solo coincidencias.

—Es cierto —dijo, pero no se sintió mejor por ello.

—Según dice el periódico, el sheriff te interrogó hace varias semanas, lo que quiere decir que sabías todo esto antes de proponerme matrimonio.

—Sí, pero ese no fue el motivo por el que… Mira, Pau, mi reputación se ha dañado. El sheriff Malone me prometió mantener la investigación en secreto para evitar justamente esto.

—¿Qué quieres decir con «justamente esto»?

—Un escándalo personal, verdadero o no, afecta a la empresa. Mañana las acciones de Alfonso  estarán por los suelos. Los inversores perderán dinero. Muchos de ellos cuentan con ese dinero para mandar a sus hijos a la universidad, o es su pensión —dijo, y un músculo de la mejilla se le contrajo—. Estaba tan seguro de que esto se aclararía que ni se lo había dicho a mis padres. Además, pensaba que cuantos menos lo supiesen, más posibilidades tendría de tener los resultados de la prueba del ADN antes de que el tema se hiciera público.

—¿Y qué pasa con la prueba del ADN? —preguntó ella, tensa.

martes, 21 de marzo de 2017

Protegerte: Capítulo 28

El lunes por la mañana, Pedro entró muy animado en el despacho. El fin de semana había sido fabuloso, y lo que recordaba como más importante era haber besado a Paula en el vivero. Lo bueno era que ella le había agradecido el que hubiera pensado rápidamente en cómo proteger a sus hijos. Pero no lo había hecho solo por ellos, a pesar de que los adoraba. Había disfrutado de ese beso al máximo. Y, a juzgar por el resto del fin de semana, Paula también. Se estaban acercando. Lo sentía. La vida era maravillosa.

—¿No es un día maravilloso, Daniela?

—¿Lo cree de verdad realmente? —le preguntó ella, dudosa.

—La verdad es que sí. ¿Usted no? —le preguntó al ver su expresión tensa—. ¿Por qué no iba a creerlo?

Antes de que ella pudiese responder, llamaron al teléfono.

—Oficina del señor Alfonso. Un momento, por favor —dijo, apretando un botón. Miró a su jefe—. Parece que no ha visto el periódico.

—No he tenido tiempo —confesó.

—Le llevará un minuto leer los titulares —le dijo, alcanzándole el periódico—. Eso será suficiente para arruinarle la mañana.

Tenía razón. Una mirada fue suficiente para arruinarle la mañana y probablemente toda la vida con Paula. Desgraciadamente todo lo que decía el artículo era cierto. Nunca se había sentido tan frustrado y furioso en su vida. Y preocupado. Necesitaría un milagro para salvar su imagen ante ella.

—Daniela, defienda el fuerte. Tengo que hablar con Paula.

—Pedro —dijo ella, tensa—, tengo dos llamadas externas retenidas. Una es de su abogado y la otra de su jefe de relaciones públicas.

—De acuerdo. Pásemelas al despacho. Luego tengo que hablar con Paula.

Cuando volvió a su casa esa noche, no había podido hablar en todo el día con ella. El teléfono del despacho había sonado prácticamente sin parar todo el día y su jefe de relaciones públicas le había aconsejado que hablase. Guardar silencio era sinónimo de admitir la culpabilidad. Su abogado le había dicho que no dijera nada más que lo que decía el artículo era verdad, pero tergiversado de tal modo que él pareciese culpable. Tenía que negar la paternidad y decir que pronto recibiría la prueba de ADN, que aclararía la cuestión de una vez por todas. Cada vez que había intentado marcharse del despacho había habido una llamada importante. Intentó llamarla varias veces al trabajo, pero le habían dicho que estaba ocupada. Tenía la esperanza de que ella no se hubiese enterado y poder decírselo él mismo. Entró al vestíbulo y se asomó al gran salón. Sus padres se hallaban sentados junto al fuego tomando una copa. Mala señal, ya que lo más fuerte que se tomaba en su casa era zumo de naranja.

—Hola —dijo—. ¿Está Paula en casa?

 —Está arriba, metiendo a los niños en cama —asintió su madre con la cabeza.

—Gracias —dijo, comenzando a darse la vuelta.

—Pepe, ¿Qué es toda esta tontería? —le preguntó Horacio, preocupado.

Pedro  lanzó un suspiro. Aunque estuviese ansioso por aclarar las cosas con su mujer, les debía a sus padres una explicación.

 —No es verdad —dijo, entrando en el salón.

—Ya lo sabemos —dijo Ana, poniéndose de pie y dándole un fuerte abrazo—. Pero, ¿Qué pasa?

—Hace unas semanas el sheriff vino a verme por lo del sonajero que habían encontrado con los mellizos. Reconoció el escudo de los Alfonso me preguntó si sabía algo de ello.

—¿Y por qué ibas a saberlo? Pertenecía a una de las exhibiciones que hay arriba en uno de los dormitorios de huéspedes.

—Exacto —confirmó—. No les dije nada porque me pareció que no tenía importancia y no quise preocuparte innecesariamente.

—El sonajero solo no es nada, pero sumado a la donación que hiciste a Baby Care, donde abandonaron a los niños…

—Quiero que sepan que yo no soy el padre de esos niños. Si lo fuese, me haría responsable de ellos.

—No es necesario que nos lo digas, hijo —aseguró Horacio—. Lo que nos gustaría saber es qué papel juega Paula en todo esto.

—¿A qué te refieres?

—¿Es coincidencia el que la historia aparezca en los periódicos y que hoy haya recibido por mensajero una carta de una firma de abogados de Omaha?

—¿Lo que me preguntas es por qué  nos hemos casado precipitadamente? —preguntó Pedro y lanzó un largo suspiro—. Le propuse matrimonio el día en que ella se enteró de que sus suegros la demandaban por la custodia de los trillizos.

—Me parecía que había más de lo que nos habías dicho —dijo Ana, asintiendo con la cabeza.

—Lo siento si te he desilusionado, mamá —dijo Pedro, mirándola a los ojos.

—No seas ridículo —dijo ella con ternura, acariciándole la mejilla—. Jamás me has desilusionado. Ni un instante de tu vida. Y ahora me siento orgullosa de tí —dijo, y una expresión de rabia reemplazó la de ternura—. Me indigna que una buena acción pueda ser tergiversada para que parezca algo sucio y feo. Y hay algo más. Por más que me digas que os habéis casado por conveniencia, sé que hay algo más profundo que eso.

—¿Sabías que tu madre tiene percepciones extrasensoriales? —preguntó Horacio, besándola y rodeándole los hombros con el brazo.

—Hace años que lo dice —dijo Pedro.

—Ríanse  si quieren. Nunca he dicho nada por el estilo. Pero tengo ojos en la cara —dijo Ana—. Y ahora, vete a hablar con tu mujer. Cuando llegó tenía mal aspecto. Siento que te hayamos retenido tanto.

Pedro la besó, le dirigió una mirada agradecida a su padre y subió las escaleras de dos en dos. Cuando llegó a la suite de Paula, ella se encontraba dándoles las buenas noches a los niños.

—Quiero ver al señor Alf —decía Benja.

—Todavía no ha vuelto del trabajo, cielo —le respondió Paula.

—Ya he vuelto —dijo Pedro.

—No te había oído —dijo ella, dándose la vuelta con la mano en el pecho—. Qué susto.

—Lo siento —dijo él, deseando tomarla en sus brazos para hacer que desapareciese esa pesadilla. Pero lo único que dijo fue—: Me despediré de los niños y luego quiero hablar contigo.

Deseó oírle decir que no había nada de lo que hablar, que ella no creía que pudiese dar la espalda a sus propios hijos.


Protegerte: Capítulo 27

Cuando Emma llegó al pueblo hacía casi dos meses, le habían querido robar el bolso en la calle y luchó con el asaltante. En la refriega se cayó al suelo, golpeándose la cabeza y perdiendo la memoria. El sheriff Malone había descubierto que su nombre era Emma porque lo llevaba grabado en un collar que tenía puesto, pero no había recuperado la memoria.

Había tanto que Paula hubiese querido olvidar también, como la infidelidad de su primer esposo y la dulzura del actual, por no mencionar sus besos. Le había explicado que el beso del vivero había sido para despistar a la reportera y proteger su matrimonio de conveniencia por el tema de la batalla por la custodia de los niños. Pero la había alterado. Y el contacto con sus labios había tenido un elemento de desesperación que no comprendía. Sin embargo, lo que sí entendía era cómo su propio corazón había reaccionado con el beso.

Emma la vió y le sonrió. Dejó a los niños con unos juguetes y se acercó a ella.

—Hola, Paula —le dijo, con los ojos verdes brillándole de placer. Una melena pelirroja le enmarcaba el bonito rostro con sus rizos.

—Hola, ¿Cómo va todo?

—Bien, considerando que no recuerdo ni mi propio nombre. Lo del bolso no me preocupa tanto, porque las cosas materiales se reemplazan, pero uno no sabe lo preciosos que son los recuerdos hasta que los pierde.

—Tienes razón —suspiró Paula—. Te miraba pensando en las cosas que me gustaría olvidar, pero me he dado cuenta de que todas nuestras experiencias nos van moldeando. Las lecciones que hemos aprendido son importantes para no volver a cometer los mismos errores.

Paula se dió cuenta de repente de que Emma no la escuchaba. Miraba a los mellizos con una expresión perdida en los ojos verdes. Paula esperó un momento, sin saber qué hacer. Luego le tocó el brazo.

—¿Emma, te encuentras bien?

—¿Qué? —preguntó Emma, parpadeando varias veces. Luego se frotó las sienes y miró a Paula—. ¿Has dicho algo?

—Parece que te has desconectado de la realidad un momento. ¿Te encuentras bien?

—Me vino a la mente el vago recuerdo de estar colgando ropa de bebé.

—Eso es fantástico —dijo Paula, pero Emma tenía el ceño fruncido.

—No lo sé —dijo, con algo de desesperación—. Cuando el médico me examinó, me dijo que nunca había tenido niños. Entonces, ¿Por qué iba a estar colgando ropa?

—Ojalá lo supiera —le dijo Paula—. Ojalá pudiese ayudarte.

—El neurólogo me dijo que era solo cuestión de tiempo. Tengo que ser paciente —dijo, haciendo una mueca mientras se masajeaba las sienes.

—¿Te duele? —preguntó Paula.

—Me vienen imágenes, pero no sé como encajarlas. Luego comienza el dolor de cabeza.

—¿Quieres que te vaya a buscar algo?

—El médico me ha recetado unas pastillas —dijo Emma, negando con la cabeza—. Las tomaré cuando llegue a casa, quiero decir a la casa de la tía Gloria, donde me alojo.

Incómoda, Emma se dió la vuelta y comenzó a ordenar las revistas y periódicos de la sala de espera. Agarró el periódico de la mañana y le quitó el plástico. Luego miró los titulares y se quedó petrificada.

—¿Qué pasa? —le preguntó Paula—. ¿Te ha venido algún otro recuerdo?

—No me lo puedo creer —dijo Emma, mirando el periódico. Se dió la vuelta y observó a Paula—. ¿Has visto el periódico de hoy? —le preguntó.

—Salimos antes de que lo trajeran. ¿Qué pasa? —preguntó Paula, alargando la mano y agarrándolo—. Algo te ha llamado la atención. ¿Algún desastre natural?

Cuando leyó los titulares, se quedó sin aire. Era un desastre, desde luego, pero no natural. El artículo era sobre Pedro.

"¿SANTO O PECADOR? ¿GENEROSIDAD O CULPABILIDAD?"

El titular iba seguido de la foto de su esposo. El artículo era peor, insinuaba que Pedro era el padre de los mellizos abandonados en la guardería.

Protegerte: Capítulo 26

Aprovechando el buen tiempo, bastante gente se había acercado a la tienda montada en el aparcamiento del vivero. La mayoría de los habitantes de Storkvillesabían que Paula y él se habían casado y desde que habían llegado, amigos y conocidos los habían parado para felicitarlos. Ellos se habían comportado como una feliz pareja, pero esa cercanía le hacía más difícil a él, el no besarla entre las calabazas. Y todavía más recordar que su matrimonio era solo por poco tiempo. En cuanto entraron en la tienda, la luz de un flash los iluminó. Cuando pudo recobrarse de la momentánea ceguera, Pedro vió quien había tomado la fotografía. Era Brenda Kyle, la reportera de eventos sociales de Storkville. Era una joven entusiasta y ambiciosa, que buscaba una buena noticia para que la pasasen a una sección más importante del periódico.

—Hola, Pedro —dijo Brenda, dirigiéndole una mirada a Paula—. He oído que se ha casado. ¿No me va a presentar a su esposa?

Pedro hizo las presentaciones y Paula estrechó la mano que se le tendía.

—Encantada de conocerla.

—Hola. ¿Por qué no dejaron que informase sobre su boda? —preguntó Brenda, mirando a Pedro—. Cuando el soltero de oro de Storkville se casa, es una gran noticia.

—Mi esposa y yo preferíamos una ceremonia íntima, solo la familia —dijo Pedro.

Hablar en plural y referirse a Paula de esa forma le causó a ella una gran satisfacción.

—¿Porqué?

—Porque las bodas por todo lo alto no son nuestro estilo —respondió él—. Era para nosotros, no las páginas de sociedad.

—Sigue siendo una noticia. La gente tiene curiosidad —dijo ella, lanzándole una mirada de escepticismo—. ¿Usted es la gerente de Baberos y Botines? ¿Y tiene trillizos?

—La respuesta es sí a ambas preguntas —dijo Paula—. ¿Cómo se ha enterado?

—He hecho unas cuantas preguntas. Ya sabe usted que la leyenda dice que la cigüeña que visita a Storkville concede muchos paquetes a aquellos cuyo amor es ilimitado.

—Eso es lo que tengo entendido —dijo Paula.

—Los trillizos no han nacido aquí —dijo Pedro, intentando protegerla  de esa piraña de la información.

—La boda fue precipitada —dijo Brenda, mirando el abdomen de Paula—. Según tengo entendido, no se conocían antes de la apertura de la guardería.

Sintió que Paula le apretaba el brazo y cuando la miró a los ojos, se dóo cuenta de que ella estaba tramando algo cuando lo miró con adoración.

—No se puede imaginar lo romántico que fue para Pepe y para mí —dijo ella, haciéndole ojitos—. Amor a primera vista.

—Me parece que aquí hay gato encerrado —dijo Brenda, señalándolos con el dedo.

—¿Y por qué iba a haber más que el romance? —le preguntó Pedro en tono ligero, pero con un peso enorme en el pecho.

—En un solterón como usted, el cuento del amor a primera vista es un poco difícil de creer. Sea sincero, Pedro, ¿Qué sucede?

Tenía un buen olfato para las noticias. Si seguía así, estaría a cargo de las noticias de la tarde en un periódico neoyorquino antes de cumplir veinticinco años.

Paula lo miró con expresión preocupada. Sabía que ella tenía miedo de que si se revelase la verdad sobre su matrimonio, afectase a el juicio por la custodia fuese afectado.

—Le demostraré lo que sucede —dijo, seguro de que la acción era mejor que las palabras.

Abrazó a Paula, acercándosela al pecho, echándosela sobre el brazo y besándola en la boca al estilo Valentino. La gente que los rodeaba rió, silbando y aplaudiendo. Eso no fue impedimento para que ella reaccionase instantáneamente a su caricia. Deseó que estuviesen en la intimidad de su dormitorio, totalmente solos. A regañadientes, la soltó y vió la mirada borrosa y sensual en los ojos grises de Paula. La sujetó con un brazo y miró a la periodista.

—Ahí tiene. Supongo que esto le aclarará la situación.

Más tarde se disculparía por romper la promesa, pero si con ello lograba que el bulldog soltase el hueso, habría valido la pena. Era difícil guardar un secreto en Storkville. No le llevaría demasiado trabajo a un reportero decidido enterarse de las sospechas que lo rodeaban. Mirandola, se dió cuenta de todo lo que podía perder. El precio de las acciones volvería a subir, pero se temía que la confianza de ella  nunca lo haría.

El lunes por la mañana, Paula llevó a los trillizos a la guardería. Todavía le duraba la felicidad del fin de semana, con su momento cúspide: el beso de Pedro. Se había dado cuenta de su intención y entregado a él con cuerpo y alma. Instantáneamente se olvidó de que los miraban. Cuando él se había separado de ella, estuvo a punto de decirle que se olvidase de la estúpida promesa y la volviese a besar. Al entrar, los niños corrieron a jugar con sus compañeros, y  fue a saludar a una nueva voluntaria, llamada Emma, que estaba jugando con Santiago y Estefanía, los mellizos abandonados. Eran adorables, rubios, con ojos azules, y ya podían dar unos pasos temblorosos bajo la vigilante mirada de la voluntaria. Paula la conocía de ir a buscar a los niños todas las noches.