El niño obedeció, pero antes de llegar a la casa se volvió y miró a Pedro, desafiante:
—¡No le hagas daño a mi mamá!
Él sacudió la cabeza, con expresión dolida.
—No he venido a hacerle daño. Sólo he venido a hablar.
Nico miró a su madre y ella le hizo un gesto para que siguiera adelante. Cuando estuvo segura de que el niño no podía oírlos, miró al hombre que no tenía derecho a estar allí. Ningún derecho.
—¿Qué querías decirme? —le espetó, furiosa. Lo odiaba por ponerla en esa posición, por entrometerse en su vida.
—También es mi hijo —contestó Pedro.
—No lo es —respondió Paula, con vehemencia.
—He visto una copia de su partida de nacimiento. La fecha...
—En su partida de nacimiento no consta el nombre del padre. Pone «padre desconocido». Después de todo, yo no era más que una fulana que iba de cama en cama, ¿Recuerdas?
Pedro apretó los dientes.
—Me equivoqué.
—Un poquito tarde para revisar tu opinión, ¿No te parece?
—Lo siento. Debería haberte creído, Paula. Tú no eras la chica de las fotos. Ahora lo sé.
Ella apartó la mirada. Esa disculpa no cambiaba nada en absoluto. Nada podría borrar el dolor, la amargura del pasado. Nada podría compensarla por lo que había perdido, por lo que Pedro le había arrebatado esa terrible noche. Y no pensaba ablandarse por una simple disculpa.
—¿Cómo lo sabes? Tu hermano era la estrella de esas fotos. Lo creíste a él, ¿No?
Pedro apretó la mandíbula. Sus ojos tenían una expresión distante, lejana.
—Mi hermano... murió el mes pasado.
¿Federico muerto? ¿Tan joven? Paula recordó a Federico Alfonso: pelo oscuro, rizado, ojos seductores, sonrisa traviesa que complementaba su imagen de playboy. No tenía el físico atlético de Pedro, no era tan dinámico, pero tenía una simpatía que atraía de inmediato. Le había caído bien, se reían juntos, pero al lado de Pedro no tenía nada que hacer. Federico siempre le pareció un chico divertido. Hasta que lo vió en aquellas fotos. Ese recordatorio la devolvió al presente.
—Lo siento mucho, pedro. Pero la muerte de tu hermano no tiene nada que ver conmigo.
—Estaba pensando en tí antes de morir, Pau. Sus últimas palabras fueron sobre tí.
De modo que Federico había confesado la verdad. Y, por supuesto, Pedro había creído esa confesión que la libraba de culpa.
—Da igual.
—A mí no.
—Tú no cuentas —replicó Paula—. Dejaste de contar en mi vida hace mucho tiempo.
—Muy bien —suspiró él—. Pero yo no sabía nada de tu embarazo hasta que Fede me lo contó antes de morir. Y ahora sé que hay un hijo. Nuestro hijo, Pau.
—¡Es mío!
No quería ni pensar que Nico era hijo de aquel hombre. Ella le había dado la vida, esa vida que los Alfonso quisieron destruir.
—Una prueba de ADN puede demostrar...
—¿Has hablado con tu padre de esto? —lo interrumpió Paula.
Quería saber si había actuado por su cuenta, sin el apoyo del poderoso Horacio Alfonso. Pedro era una amenaza, pero si su padre tenía algo que ver... eso sería mucho peor.
—No es asunto suyo.
—Perdona, pero sí lo es. Tu padre pagó mil dólares para que yo abortase. Él mató a tu hijo, Pedro.
Pedro la miró, atónito.
—¡No! Él no haría eso. Mi padre nunca haría eso.
—Lo hizo. De modo que mi hijo es mío, sólo mío, porque yo elegí tenerlo.
—Pau —empezó a decir él, con expresión angustiada—. Yo no tuve nada que ver con eso.
—¿Cómo que no? No me creíste, Pedro. Aceptaste lo que te contaba tu familia sin escucharme siquiera. Vuelve con ellos, vuelve a la vida que han planeado para tí. Aquí no eres bienvenido.
Pedro estaba perplejo por aquella revelación y Paula aprovechó la oportunidad para cerrar la verja y dirigirse hacia su casa. Estaba tensa, esperando oír pasos tras ella, esperando que la siguiera, pero no fue así. De modo que entró en la casa y cerró con llave, dejando fuera al hombre que jamás debería haber vuelto a aparecer en su vida. No era justo. Pedro Alfonso sólo podría ofrecerle más dolor.
Ya me re atrapó esta historia!!!
ResponderEliminarQue comienzo! Ya me gustó esta historia!
ResponderEliminarMuy buena!! Atraparte 👍
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