-¡Al diablo con eso! -exclamó al llegar frente a la puerta, tomó a Paula entre sus brazos y la besó con fuerza en la boca. La chica abrió los ojos ante aquella inesperada reacción, estaba tan sorprendida que no pudo protestar. Los ojos de Pedro brillaron de satisfacción cuando se apartó.
-Me importa muy poco que hayas tenido cientos de amantes; de todos modos voy a casarme contigo.
-Exactamente han sido noventa y nueve.
Se repuso con dificultad, nadie los había visto. Sin embargo, el carmín había desaparecido de sus labios.
-No me provoques, gatita -la amenazó Pedro con suavidad-. ¡O me sentiré tentado a llevarte de aquí y a obligarte a hacer algo más que gemir!
Él rió y la chica supo que se divertía viendo cómo ella se apartaba de sus brazos. Pero esa parte del plan se le estaba escapando de las manos. Cada vez que Pedro la besaba, parecía destruir un poco más su barrera y ese último beso había sido terrible, a ella le había costado mucho trabajo romper el hechizo. Estar en el departamento sin miedo a las interrupciones de otros era muy peligroso. Tendría que hacer lo que había hecho la noche anterior. No debía quedarse a solas con él. Creía que seguía odiándole, pero no estaba segura. A pesar del odio que sentía hacia la familia Alfonso. Pedro la atraía cada día más.
Su tía estaba regando las plantas cuando entraron, sin volverse, dijo:
-De nuevo llegas tarde. Francamente Paula. ¡Qué impuntual eres! ¿Qué pensará de tí tu jefe?
-No tengo ni la menor idea -farfulló. Paula le dirigió a Pedro una mirada pidiéndole comprensión pero, por la expresión de sus ojos, vió que la anciana le había gustado. Claro. los dos eran igual de cabezotas.
-Él piensa -dijo Pedro despacio en son de broma-, que es la mujer más hermosa que ha visto en su vida y que si no le apetece llegar al trabajo hasta después de la comida, puede hacerlo.
-Lo tendré en cuenta -le advirtió ella en voz baja. -Siempre y cuando sea conmigo con quien pase la mañana.
La tía Juana se volvió y le miró con ojos críticos.
-Creí que me habías dicho que el señor Hammond estaba casado y tenía un hijo mayor -le dijo escandalizada.
-Lo es y tiene un hijo -manifestó Paula divertida; Gabriel y Pedro eran casi de la misma edad.
La tía Juana volvió a mirar a Pedro, sus ojos azules dejaron traslucir interés. Y Paula sabía por qué. Al único hombre que le había presentado era a David y, como no le gustó, fue un fracaso. Pero no parecía sentir la misma aversión hacia Pedro. Le había dolido que a su tía no le gustara David y, sin embargo, con Pedro parecía encantada.
-Entonces no es él -comprendió la tía-. ¿Es Javier?
Paula se dió cuenta de que Pedro se ponía tenso; sabía que la sola mención de aquel nombre le ponía celoso.
-No, tía, tampoco es Javier -sonrió-. Es mi nuevo jefe, Pedro Alfonso.
Las últimas palabras las pronunció tímidamente, temiendo que su tía recordara el apellido. No pareció hacerlo ya que los dos se estrecharon las manos. Pedro le entregó las plantas que le había comprado de regalo. La anciana pareció complacida con el detalle y le sonrió.
-Es usted muy amable.
Paula abrió los ojos ante la forma coqueta en que su tía daba las gracias. Pedro le había caído bien.
-No hay ele qué -contestó con suavidad-. Huele muy bien, la comida debe estar deliciosa.
-Paula puede echarle un vistazo a la comida mientras nosotros nos sentamos aquí a charlar un rato.
-¿Puede? -preguntó Paula sonriendo.
-Sí puede -tía Juana la miró por encima de las gafas. No pudo evitar reírse ante aquella expresión de severidad.
-Hace muchos años que dejaron de intimidarme esos ojos -rió-. Pero iré a echarle un vistazo a la comida. He traído un pastel para el postre.
Se llevó el plato a la cocina y volvió la cabeza al llegar a la puerta para ver cómo su tía y Pedro se acomodaban cada uno en una silla.
-Y no le cuentes ninguno de mis secretos -le advirtió en broma, pero con una fuerza latente que sabía que su tía sería capaz de entender.
-Tú no tienes ningún secreto. Excepto quizá aquel espantoso hombre con el que estuviste comprometida -agregó pensativa.
-¡Tía Juana! -exclamó indignada.
-Cuénteme -le pidió Pedro a la anciana.
-Bueno, aquel hombre...
-¡Tía Juana, por favor!
Paula no quería que Pedro supiera nada sobre David. David era para él un hombre más a quien ella había abandonado; si su tía le contaba la verdad, él sabría que la burlada había sido ella.
-Cuéntale lo terrible que era de pequeña, y lo buena que fui para los estudios, pero por favor deja a David fuera de esto -le dijo severa a la tía.
-Está bien. Ahora ve a mirar la comida antes de que se queme.
Paula escuchó la carcajada de Pedro mientras sacaba la carne del horno. La tía Juana y él debían estar divirtiéndose mucho. Lo mismo sucedió durante la comida; él y su tía parecían diver tirse a costa de ella.
-Bueno, espero que sea usted bueno con mi Paula-le advirtió la tía, cuando se disponían a marcharse-. Bajo esta máscara de dureza hay un niñita que ha sufrido mucho en el pasado.
-¡Tía Juana! -exclamó ella palideciendo.
-Intento ser bueno con ella -le aseguró Pedro a la anciana-. Tan bueno como cualquier marido enamorado de su mujer.
-¡Pedro!
-Estáte tranquila Paula -le ordenó la tía con impaciencia-. Si no tienes algo más sensato que decir, aparte de nuestros nombres, de esa manera tan ridícula, mejor cállate -miró a Pedro por encima de las gafas-. ¿Así que quiere casarse con mi sobrina-nieta?
-Tan pronto como me acepte.
-Le está creando problemas. ¿Verdad?
-Muchos -respondió sonriendo al ver las dificultades que estaba teniendo Paula para contener su mal humor.
-No se preocupe, usted tiene un carácter fuerte --dijo la tía Juana con satisfacción-. Más que el otro mequetrefe.
-Tía Juana, tenemos que irnos ya -la interrumpió Paula.
Hasta ese momento habían pasado el día de maravilla, pero no podía permitir que su tía se pusiera a hablar de David.
-No le gusta que yo hable de ese hombre. No me sorprende. Pero no era el hombre adecuado para ella. No tuvo agallas suficientes para...
-¡Tía Juana! -exclamó Paula exasperada ante la anciana.
-Tenemos que irnos -dijo Pedro. Rodeó con sus brazos la cintura de Paula y así se dirigieron hasta la puerta-. Estoy encantado de conocerla, Juana. Espero poder llamarla pronto tía Juana.
Paula apenas pudo contener la sorpresa cuando, al regresar de la cocina, le escuchó llamarla Juana por primera vez. Su tía trató a David durante casi un año y, sin embargo, siempre le insistió en que la llamara señorita Chaves. Pero parecía haber logrado lo imposible, dejar a la tía encantada en cuestión de minutos.
-Me ha caído bien -le confesó Pedro de regreso a la ciudad.
-Quizá debieras casarte con ella, te pareces más a ella que a mí -manifestó arrogante.
Pedro apretó los dientes.
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