martes, 11 de octubre de 2016

La Venganza: Capítulo 26

-¡Al diablo con eso! -exclamó al llegar frente a la puerta, tomó a Paula entre sus brazos y la besó con fuerza en la boca. La chica abrió los ojos ante aquella inesperada reacción, estaba tan sorprendida que no pudo protestar. Los ojos de Pedro brillaron de satisfacción cuando se apartó.

-Me importa muy poco que hayas tenido cientos de amantes; de todos modos voy a casarme contigo.

-Exactamente han sido noventa y nueve.

Se repuso con dificultad, nadie los había visto. Sin embargo, el carmín había desaparecido de sus labios.

 -No  me  provoques, gatita  -la  amenazó Pedro con  suavidad-.  ¡O  me sentiré  tentado a llevarte de aquí y a obligarte a hacer algo más que gemir!

Él rió  y la chica  supo  que  se  divertía  viendo  cómo  ella  se  apartaba  de  sus  brazos. Pero esa parte del plan se le estaba escapando de las manos. Cada  vez  que  Pedro la  besaba,  parecía  destruir un  poco  más  su  barrera  y  ese  último  beso  había  sido  terrible,  a  ella  le  había  costado  mucho trabajo  romper  el  hechizo. Estar en el departamento sin miedo a las interrupciones de otros era muy peligroso.  Tendría  que  hacer  lo  que  había  hecho  la  noche  anterior.  No  debía  quedarse a solas con él. Creía que seguía odiándole, pero no estaba segura. A pesar del odio que sentía hacia la familia Alfonso. Pedro la atraía cada día más.

Su tía estaba regando las plantas cuando entraron, sin volverse, dijo:

 -De nuevo llegas tarde. Francamente Paula. ¡Qué impuntual eres! ¿Qué pensará de tí tu jefe?

-No tengo ni la menor idea -farfulló. Paula  le dirigió  a Pedro una   mirada   pidiéndole   comprensión  pero,   por  la  expresión  de  sus  ojos,  vió  que  la  anciana  le  había  gustado. Claro.  los  dos  eran  igual de cabezotas.

-Él  piensa  -dijo  Pedro  despacio  en  son  de  broma-,  que  es  la  mujer  más  hermosa  que  ha  visto  en  su  vida  y  que  si  no  le  apetece  llegar  al  trabajo  hasta  después de la comida, puede hacerlo.

 -Lo tendré en cuenta -le advirtió ella en voz baja. -Siempre y cuando sea conmigo con quien pase la mañana.

La tía Juana se volvió y le miró con ojos críticos.

-Creí que me habías dicho que el señor Hammond estaba casado y tenía un hijo mayor -le dijo escandalizada.

 -Lo es y tiene un hijo -manifestó Paula divertida; Gabriel y Pedro eran casi de la misma edad.

La  tía  Juana  volvió  a  mirar  a  Pedro,  sus  ojos  azules  dejaron  traslucir  interés.  Y  Paula sabía por qué. Al único hombre que le había presentado era a David y, como no le gustó, fue un fracaso. Pero no parecía  sentir  la  misma  aversión  hacia  Pedro.  Le  había  dolido  que  a  su  tía  no  le gustara David  y,  sin  embargo, con Pedro  parecía  encantada.

-Entonces no es él -comprendió la tía-. ¿Es Javier?

Paula se dió cuenta de que Pedro se ponía tenso; sabía que la sola mención de aquel nombre le ponía celoso.

-No, tía, tampoco es Javier -sonrió-. Es mi nuevo jefe, Pedro Alfonso.

 Las últimas  palabras   las   pronunció   tímidamente,   temiendo que su  tía recordara  el  apellido.  No  pareció  hacerlo  ya  que  los  dos  se  estrecharon  las  manos. Pedro le entregó las plantas que le había comprado de regalo. La anciana pareció complacida con el detalle y le sonrió.

 -Es usted muy amable.

Paula abrió los ojos ante la forma coqueta en que su tía daba las gracias. Pedro le había caído bien.

 -No hay ele qué -contestó con suavidad-. Huele muy bien, la comida debe estar deliciosa.

-Paula puede echarle un vistazo a la comida mientras nosotros nos sentamos aquí a charlar un rato.

-¿Puede? -preguntó Paula sonriendo.

-Sí puede -tía Juana la miró por encima de las gafas. No pudo evitar reírse ante aquella expresión de severidad.

-Hace muchos años que dejaron de intimidarme esos ojos -rió-. Pero iré a echarle un vistazo a la comida. He traído un pastel para el postre.

Se llevó el plato a la cocina y volvió la cabeza al llegar a la puerta para ver cómo su tía y Pedro se acomodaban cada uno en una silla.

 -Y  no  le  cuentes  ninguno  de  mis  secretos  -le  advirtió  en  broma, pero  con  una fuerza latente que sabía que su tía sería capaz de entender.

-Tú no tienes ningún secreto. Excepto quizá aquel espantoso hombre con el que estuviste comprometida -agregó pensativa.

-¡Tía Juana! -exclamó indignada.

-Cuénteme -le pidió Pedro a la anciana.

-Bueno, aquel hombre...

-¡Tía Juana, por favor!

Paula no quería que Pedro supiera nada sobre David. David era para él un hombre más a quien ella había abandonado; si su tía le contaba la verdad, él sabría que la burlada había sido ella.

-Cuéntale lo terrible que era de pequeña, y lo buena que fui para los estudios, pero por favor deja a David fuera de esto -le dijo severa a la tía.

-Está bien. Ahora ve a mirar la comida antes de que se queme.

Paula escuchó la carcajada de Pedro mientras sacaba la carne del horno. La tía Juana y él debían estar divirtiéndose mucho. Lo mismo sucedió durante la comida; él y su tía parecían diver tirse a costa de ella.

-Bueno, espero que sea usted bueno con mi Paula-le advirtió la tía, cuando se disponían a marcharse-. Bajo esta máscara de dureza hay un niñita que ha sufrido mucho en el pasado.

-¡Tía Juana! -exclamó ella palideciendo.

 -Intento ser bueno con ella -le aseguró Pedro a la anciana-. Tan bueno como cualquier marido enamorado de su mujer.

-¡Pedro!

-Estáte  tranquila  Paula  -le  ordenó  la  tía  con  impaciencia-.  Si  no  tienes  algo  más  sensato  que  decir,  aparte  de  nuestros  nombres,  de  esa  manera  tan  ridícula,  mejor  cállate  -miró  a Pedro  por  encima  de  las  gafas-.  ¿Así  que  quiere  casarse con mi sobrina-nieta?

-Tan pronto como me acepte.

-Le está creando problemas. ¿Verdad?

 -Muchos -respondió sonriendo al ver las dificultades que estaba teniendo Paula para contener su mal humor.

-No se preocupe, usted tiene un carácter fuerte --dijo la tía Juana con satisfacción-. Más que el otro mequetrefe.

-Tía Juana, tenemos que irnos ya -la interrumpió Paula.

Hasta ese momento habían pasado el día de maravilla, pero no podía permitir que su tía se pusiera a hablar de David.

-No le gusta que yo hable de ese hombre. No me sorprende. Pero no era el hombre adecuado para ella. No tuvo agallas suficientes para...

-¡Tía Juana! -exclamó Paula exasperada ante la anciana.

 -Tenemos  que  irnos  -dijo  Pedro.  Rodeó  con  sus  brazos la cintura de Paula y así  se  dirigieron  hasta la puerta-.  Estoy  encantado  de  conocerla,  Juana.  Espero  poder llamarla pronto tía Juana.

Paula apenas pudo contener la sorpresa cuando, al regresar de la cocina, le escuchó llamarla Juana por primera vez. Su tía trató a David durante casi un año y,  sin  embargo,  siempre  le  insistió  en que  la  llamara  señorita  Chaves.  Pero parecía  haber  logrado  lo  imposible,  dejar  a  la  tía encantada  en  cuestión  de  minutos.

-Me ha caído bien -le confesó Pedro de regreso a la ciudad.

-Quizá debieras casarte con ella, te pareces más a ella que a mí -manifestó arrogante.

Pedro apretó los dientes.

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