Al principio fue incapaz de comprender por qué le había hecho aquello; pero pronto se resignó y dejó de parecerle extraño. Cuando rompieron, cinco años atrás, David le había dicho muy claramente que no quería volver a saber nada de ella. Sin embargo, Paula siempre se aferró a la idea de que él la seguía amando, pensaba que un día se daría cuenta de ello, y volvería a su lado. Era una absurda esperanza que no podía convertirse en realidad. Pero, desde hacía cinco años, en lo más profundo de su alma, mantenía viva la ilusión de poder llegar a vengarse, algún día, de las personas que le habían hecho aquello. Ya no podía hacer nada contra Horacio Alfonso porque se había retirado, pero tenía a Pedro al alcance de su mano. Y sabía muy bien cómo llegar hasta él. El deseo que sentía por ella era su punto débil. El matrimonio de David la dejó muy impresionada, pero no le quedaban fuerzas para seguir sufriendo. Ya había sufrido bastante cinco años atrás. Había lle gado el momento de su venganza. Dirigió una última mirada a la foto de David, observó cómo el pelo le caía sobre la frente a pesar de llevarlo corto, la tibieza de sus ojos y el rostro varonil. Debía tener unos treinta y cuatro años, pues era diez años mayor que ella. Su esposa parecía muy joven. El artículo decía que Nadia tenía diecinueve años, y la describían como una belleza trigueña. Trigueña y con diecinueve años de edad, igual que ella hacía cinco años. ¿Sería posible que no hubiera podido olvidarla? Si así era, lo lamentaba tanto por él como por ella. Los Alfonso tenían mucho que pagar, y lo pagarían.
Cuando empezó a trabajar como secretaria de Pedro olvidó todo el odio que le tenía, concentrándose únicamente en su trabajo. Él la miraba con frecuencia cuando creía que ella no se daba cuenta y no perdía uno solo de sus movimientos en la oficina. A mediodía salió de la oficina justo en el momento en que Javier llegaba a visitarla. Lamentó tener que rechazar su invitación para ir a comer y tuvo que decirle muy claramente que no volvería a salir con él. La cuarta llamada que recibió para Pedro, de una misteriosa mujer estadounidense, acabó por sacarla de sus casillas. Pedro recibió el recado y no hizo ningún comentario acerca de la llamada de la mujer, cuyo nombre era Melisa. Como no dejó ningún número telefónico, Paula pensó que él ya sabría dónde localizarla. No se le había ocurrido pensar que Pedro podía tener novia. Eso estorbaría sus planes.
-Voy a comer -le dijo unos minutos después.
-Sí, señor. Se detuvo junto a la mesa de la chica.
-¿Vas a comer sola?
Ella se encogió de hombros. Solía llevar un bocadillo.
-¿No has quedado hoy con Javier?
Paula apretó los labios, indignada.
-¿Qué quiere decir? Sólo he salido con él un par de veces...
-¿Desde que yo estoy aquí?
-Sí.
La miró extrañado.
-¿Te estás excusando, Paula? -preguntó burlón.
-¡Qué perspicaz! -se burló ella.
Él suspiró.
-¿Podrías darme alguna esperanza?
-¿Qué pensaría Melisa? -dijo la chica.
Pedro sonrió, la dureza de su rostro se desvaneció.
-Se enfadaría, es una niña muy posesiva.
-Entonces no debe desairarla -comentó jovial. Bloqueó el carro de la máquina de escribir para que no pudiera seguir trabajando.
-¿Vas a ser de esas secretarias que saben siempre lo que piensa su jefe? -bromeó, con voz suave.
Paula tuvo que levantar la cabeza para mirarle, el pelo cayó graciosamente sobre sus hombros.
- Creí que era usted el que adivinaba mis pensamientos -le rehumedeciéndose los resecos labios, en un gesto inconsciente acativo.
Pedro se mostró intrigado.
-Y así es, Paula. Yo adivino tus pensamientos -le dijo despacio.
-¿Y qué pienso ahora? Se movió hacia adelante, tomandola de la barbilla.
-Pensar... pensar... -Pedro la miró, enigmático.
-¿Qué? -le urgió ella.
Él movió la cabeza y se sentó, soltándole la barbilla.
-No lo sé, Paula -musitó-. Ahora estás a la defensiva y no me dejas adivinar tus pensamientos.
Reprimió su irritación.
-¿No será que ha perdido su facultad de brujo adivino? -bromeó.
Pedro respondió risueño:
-Te lo diré después de la comida.
Paula le vió marcharse. Así que se iba a comer con Melisa, la de la voz sensual. Sin duda llegaría tarde. Se equivocó. Regresó una hora después, acompañado por una mujer rubia. Obviamente, se trataba de Melisa. No era tan mayor como le había parecido. quizá no tenía más de veinte años. Primero David y ahora Pedro . ¿Sería posible que los hombres no pudieran salir con mujeres mayores de veinte años?
Pedro las presentó.
-Melisa quiere conocer la covacha por la que he abandonado mi super moderna oficina en los Estados Unidos -le explicó en broma.
-No es una covacha, querido -la joven miró la elegante y bien ventilada oficina.
-Y la señorita Schulz no es como me la imaginé -miró detenidamente a Paula.
Pedro sonrió divertido.
-¿En serio? ¿Y cómo te la habías imaginado? -preguntó burlón.
-Mayor -dijo Melisa.
Él volvió a sonreír, divertido.
-Sin embargo, es tan joven y tan bella como tú.
Paula vió cómo la muchacha se ruborizaba; miró a Pedro con frialdad y descubrió un aire de burla en sus ojos. Se divertía con los celos de su joven amiga, quizá tenía la esperanza de que también ella se sintiera celosa. Dudaba de que acostumbrara a llevar mujeres a su oficina. Parecía dispuesto a hacer cualquier cosa con tal de atraerla. Pedro adivinó sus pensamientos y rió con sarcasmo.
-Es hora de que te vayas, querida -le dijo con firmeza a Melisa, llevándola hasta la puerta-. Paula y yo tenemos mucho trabajo.
Paula se dió cuenta de que él había utilizado a Melisa, pues, como ya no la necesitaba, quería deshacerse de ella. Se volvió disgustada y tomó algunos papeles para ordenarlos. Sin embargo, pudo oír lo que la pareja, parada a corta distancia de ella, decía:
-¿Esta noche, Pedro? -le preguntó Melisa, echándole los brazos al cuello-. Por favor, cariño, me sentiré muy sola sin ti .
Las manos de Pedro se posaron en la espalda de la muchacha. La atrajo hacia sí.
-Es posible que esté ocupado esta noche -dijo sonriendo.
-¿Trabajo?
-Sí.
-¿Con la señorita Shulz? -la muchacha miró a Paula con cara de pocos amigos.
-Posiblemente -le contestó, evasivo-. Si la convenzo para que se quede.
-La convencerás -comentó Melisa con voz ronca-. Conozco de sobra tus poderes persuasivos.
-¡Que no se entere tu padre! -exclamó metiendo las manos en los bolsillos de su chaqueta-. Podría alarmarse.
Melisa acarició el pecho del hombre.
-Me encargó que te convenciera de que regresaras a los Estados Unidos a trabajar con él.
Pedro la apartó con firmeza.
-Estoy seguro de que no te dijo que me sedujeras, aunque me encantaría. Y en cuanto a lo de regresar a los Estados Unidos...-miró a Paula con firmeza-. Estoy muy contento aquí.
Melisa también observó a Paula.
-Hablaremos mañana. Meli -le dijo impaciente-. Cuando te lleve a cenar.
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