El lunes, sin embargo, estuvo nerviosa todo el día. Tenía la sensación de que Pedro iba a aparecer de repente en su oficina. Sintió un gran alivio cuando dieron las cinco y media y pudo irse su casa. Javier llegó en el momento en que estaba poniéndose el abrigo y la ayudó a hacerlo.
-¿Preparada para esta noche, verdad?
Levantó una mano para sacarse el pelo del cuello del abrigo. Llevaba las uñas pintadas del mismo color que los labios, todos sus movimientos estaban llenos de gracia y belleza.
-¿Pensaste que me arrepentiría? -bromeó sonriendo.
Los ojos de Javier se oscurecieron al mirarla.
-No, claro que no.
Miró el interior de su bolso para ver si llevaba las llaves deL coche.
-Tengo ganas de divertirme -comentó.
Él tragó saliva. Ella le impresionaba y no quería que se notara.
-Yo también.
-¿Nos vamos entonces? -preguntó Paula sonriendo.
Pensaba que no iba a divertirse con Javier pero descubrió, con sorpresa, que se había equivocado. El pequeño restaurante en el que cenaron era muy acogedor, y la cena estuvo deliciosa. Su amigo era muy culto y, por tanto, su conversación era muy interesante. Había leído desde los clásicos hasta novelas policíacas.
-Nunca adivino quién es el criminal -reconoció él sonriendo.
-Es una confesión muy interesante viniendo de un abogado -bromeó ella, con las mejillas encendidas por el vino; su humor había cambiado a medida que pasaba el tiempo.
-Qué pena, ¿No es así? Paula miró el reloj. -Siento mucho tener que marcharme... -y lo decía en serio. Por primera vez, desde hacía meses, se había divertido-. Pero son más de las once y mañana hay que trabajar.
-Así es -asintió Javier, pidiendo la cuenta-. Y mañana todos tendremos que estar muy alerta.
-¿Por qué? -preguntó frunciendo el ceño.
-Porque sí. Gracias -le dijo al camarero que le llevó la cuenta-. Vámonos pequeña.
Paula aceptó su ayuda para ponerse el abrigo antes de salir.
-¿Y por qué tendremos que estar alerta mañana? -preguntó una vez dentro del coche.
-El brillante joven desea conocer el despacho -explicó Javier-. Supongo que antes de irse a América quiere saber lo que se hace en Inglaterra.
Paula se humedeció los labios resecos, sabía perfectamente quién era el brillante joven.
-¿Irá Pedro Alfonso mañana a la oficina?
-Sí. ¿no lo sabías? -preguntó su acompañante extrañado.
-No -de pronto la noche perdió todo su encanto. -Me lo ha dicho el señor Hammond esta tarde. Pensé que tú lo sabrías, eres su secretaria.
-No.
-Supongo que debe haber olvidado decírtelo.
-Quizá.
Estaba segura de que ésa no era la razón. Pedro Alfonso era capaz de haberle pedido a Claudio Hammond que no le avisara, así tendría que verse obligada a comportarse amablemente con él.
-¿A qué hora va a ir? -preguntó, aparentando una calma que estaba muy lejos de sentir.
-Sobre las diez y media. Tengo entendido que no es más que una visita informal.
-Sí.
Gracias a Javier, ella se había enterado no sabía el favor que le había hecho. La luz estaba encendida cuando llegaron a su departamento, la chica imaginó que Laura estaría en casa.
-Está bien -dijo Javier entendiendo el mensaje que ella le había enviado con la mirada-. De todos modos es tarde. Podemos volver a salir juntos otro día, ¿No?
Paula rió ante la ansiedad del joven, la penumbra del pasillo hacía que la belleza de su rostro aumentara.
-Me encantaría.
-¿En serio?
-Sí -rió ella-. Pero dentro de unos días, ¿Te parece? -preguntó, no quería comprometerese demasiado con él. Le gustaba Javier, pero... siempre había un pero.
-Hablaremos de nuevo el viernes -aceptó.
-Está bien.
-Yo... mejor me voy -parecía inquieto.
Paula tomó la iniciativa y le besó. ¿Cómo era posible que estuviera seguro de sí mismo ante un tribunal y ante ella le faltara el coraje para darle un beso de despedida? Había vuelto a equivocarse, no le faltaba coraje. Sólo bastó un empujoncito para que él la estrechara con fuerza entre sus brazos. Se sentía un poco mareada al entrar en el departamento, pero la sensación se desvaneció cuando vió colillas de cigarro en el cenicero. Lucas Greene había estado allí esa noche. Rogó a Dios para que no se hubiese quedado a dormir con Laura. Pero no había por qué preocuparse; su amiga estaba sola en la cama y sonreía dormida. Aquella sonrisa la preocupó, quería decir que Laura todavía no había descubierto la clase de tipo que era Lucas.
Paula se vistió con más esmero que de costumbre, consciente de que vería a Pedro Alfonso esa mañana. Eligió con mucho cuidado su vestimenta, aunque el traje negro que se puso no era de sus favoritos, demasiado severo para su gusto. Se recogió el cabello hacia atrás y apenas si se maquilló. No quería parecerle atractiva a Pedro. Claudio Hammond se quedó asombrado cuando entró a las nueve en la oficina; la miró varias veces, confundido. pero como era un hombre discreto, al ver la expresión fría en sus ojos, no hizo ningún comentario. Cerró la puerta de su oficina, moviendo la cabeza. A las diez y veinticinco, Paula fue a la cocina para prepararle el café de la mañana al señor Hammond. Regresó y depositó con cuidado la bandeja sobre el escritorio de su jefe sin decir palabra. Al salir se puso pálida. Pedro Alfonso estaba entrando por la puerta.
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