sábado, 29 de octubre de 2016

Un Amor Inocente: Capítulo 17

Pedro guardó los planos del nuevo complejo de departamentos que estaba diseñando y se dispuso a limpiar el escritorio. Al día siguiente era Viernes Santo y el sábado Nico tenía partido. Y el lunes... Pedro sonrió. El lunes llevaría a Nico y a Paula a la Costa Dorada, en Queensland, para unas vacaciones familiares.

La falta de confianza de Paula le había dado la idea. Como padre «separado», Pedro tenía derecho a llevarse al niño una semana de vacaciones. Si Paula no quería dejar a Nico solo con él... Seguía teniendo miedo de la familia Alfonso y no podía culparla. Pero cuando le mostró las fotografías de la casa de tres dormitorios que había alquilado y los sitios a los que podían llevar a Nico: Sea World, el parque de atracciones de la Warner, los parques temáticos... Sí, serían unas estupendas vacaciones familiares. Paula no podía negarse.

—Tres dormitorios —había repetido ella.

—Desde luego —le aseguró Pedro, aunque, en realidad, lo que deseaba era que sólo usaran dos.

Aquella vez pensaba llevar a cabo una deliberada seducción. Una vez que Paula estuviera compartiendo su cama, sintiéndose querida, el paso al matrimonio no sería tan complicado. La quería como esposa y quería que Nico no fuera su único hijo. Odiaba haberse perdido tantos años de la vida del niño, no haberlo conocido cuando era un bebé, no haber podido ayudarlo a dar sus primeros pasos. Pero cuando se casaran... Entonces se le ocurrió que no sabía nada del parto, si había estado sola, si fue fácil o difícil. Y tampoco sabía si Paula quería tener más hijos.

Habían tenido tan poco tiempo para hablar en privado... Paula evitaba estar a solas con él. Pero sería imposible evitarlo si compartían casa durante una semana. Cuando Nico se fuera a la cama...

Sus pensamientos se vieron interrumpidos por la repentina llegada de su padre. Sin anunciarse, sin aviso de la secretaria, Horacio Alfonso entró en su despacho con la autoridad de un hombre acostumbrado a hacerse obedecer. Pedro adoptó un aire relajado, apoyándose en el respaldo del sillón y mirando a su padre con cierta curiosidad.

—¿A qué debo este honor?

Desde su enfrentamiento sobre Paula dos meses antes, sólo se habían encontrado en las reuniones del consejo de administración. Su padre lo miró sin poder disimular su impaciencia.

—Vamos a celebrar una comida el domingo de Pascua, como todos los años.

Eso significaba una reunión de familias italianas.

—Me alegro de que mamá esté más animada.

Horacio Alfonso apretó los labios.

—Me asombra que te preocupes por sus sentimientos. Ni siquiera te has molestado en visitarla...

—Soy yo el que siempre se preocupa por los sentimientos de todo el mundo, papá. Cuando alguien empiece a preocuparse por los míos...

—Tu madre sigue destrozada por la muerte de Fede.

—Lo sé. Y el hijo que le queda no es el que ella querría...

—Eres su único hijo ahora.

—No esperes que me ponga a dar saltos de alegría.

—Fede era tu hermano...

—Más tu hijo que mi hermano —lo interrumpió Pedro—. Te era leal a tí, no a mí. Me vendió para conseguir tu aprobación.

—Te salvó de hacer una locura —le espetó su padre.

Pedro respiró profundamente, intentando controlar las violentas emociones que amenazaban con convertir aquella conversación en una pelea. No tenía sentido discutir con su padre, era como hablar con una pared.

—¿Has dicho todo lo que tenías que decir?

Pedro observó cómo su padre libraba una batalla interna para controlar su cólera. Luego pareció llegar a la conclusión de que era mejor cambiar de tema:

—Tu madre te espera el domingo —anunció, dejando claro que a él su presencia le era indiferente.

—¿Paula y Nicolás están invitados?

—No —contestó Horacio, sin pensárselo un momento.

En realidad, daba igual, pensó Pedro. Sería imposible convencer a Paula para que fuera a su casa. Aún era demasiado pronto.

—Entonces, yo tampoco iré.

Su padre lo miró, furioso.

—Tu madre se llevará un disgusto.

—Siento disgustarla, pero es culpa tuya, papá. Vamos a poner esto en perspectiva.

—¿Qué perspectiva? Yo sólo espero que dejes de estar ciego algún día.

Con la satisfacción de haber dicho la última palabra, Horacio salió del despacho y cerró de un portazo.

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