Estuvieron fuera cerca de dos horas. Laura se compró un par de pantalones de terciopelo muy extravagantes, aunque sabía que nunca se los pondría, pues eran demasiado estrambóticos como para llevarlos a la oficina. El teléfono estaba sonando cuando entraron en el departamento, Paula dejó que Laura contestara. mientras ella llevaba los pantalones de su amiga a la habitación.
-Es Pedro -expresó Laura entrando en el dormitorio.
-Gracias.
Paula decidió hacerle espera, tardó unos minutos en tomar el teléfono.
-Hola Pedro.
-¿En dónde andabas? -gruñó. -¡Te he estado llamando desde el mediodía! Estaba enfadado, muy enfadado. Era lo que ella quería.
-Es que he estado fuera toda la mañana -respondió con tranquilidad.
-¿Dónde has estado?
-Pedro, por favor...
-¿Adónde? -repitió fuerte. Reprimió una sonrisa.
-De compras.
-¿Sola?
-No -contestó despacio, para provocarle celos-. No fui sola.
Durante unos segundos no se oyó nada, después Pedro explotó.
-Has estado con Anderson.
-No.
-¡Claro que sí! -exclamó furioso.
Podía imaginarse su rostro, congestionado por la furia, totalmente fuera de sí.
-Pensé que el asunto de Javier lo habíamos dado por terminado anoche -aseguró la chica.
-No -gritó. No hemos arrglado nada, ahora me doy cuenta. Te pregunté por qué te besaba y en vez de contestarme, tú me besaste a mí, y me olvidé de la pregunta -parecía disgustado consigo mismo por su debilidad-. ¿Por qué te besó, Paula?
-¿Y por qué no habría de hacerlo?
- Porque yo... -habló más calmado, controlando su excitación-. Porque en este momento yo debo ser el único hombre en tu vida.
-Esa clase de privilegios tiene un precio -le advirtió Paula.
-Ya te hedicho que estoy dispuesto a pagar cualquier precio -vociferó.
-Yo no.
-¿Quieres decir que seguirás viendo a Anderson? -la voz de Pedro era suave, pero amenazadora.
-Si me apetece... -le desafió.
Pedro estaba cada vez más iracundo.
-¿Y si te pido que no lo hagas?
-¿Me lo estás pidiendo?
-¡Sí! Tardó unos segundos en contestar, como si lo estuviera pensando.
-Está bien.
-¿Quieres decir que no volverás a verle? -preguntó incrédulo.
-¿Eso es lo que quieres?
-Sí, Pau, es lo que quiero. ¿Nos veremos esta noche? -preguntó esperanzado.
-No estoy segura, no sé si dejar a Laura...
-Ya es grandecita, puede cuidarse sola, Pau. Te necesito yo más que ella. Sabes que he intentado no llamarte, ¿Verdad? -preguntó suspirando.
Se sintió complacida por la confesión.
-Entonces, ¿Por qué lo hiciste?
-Porque no puedo estar sin tí. Esta noche, Pau, tengo que verte esta noche. Te recogeré a las siete -colgó antes de que ella pudiera negarse.
Lentamente colocó el auricular en su lugar. Le apetecía salir con él esa noche, no quería hacerle sufrir más, por lo menos durante unos días. Su venganza tenía que ser lenta, de ese modo sería más efectiva.
-¿Vas a salir? -Laura estaba parada frente al espejo, mirando con ojos críticos el pantalón nuevo.
-¿No te importa? -preguntó Paula frunciendo el ceño.
-Por supuesto que no. Ya sé que no quieres dejarme sola, pero no te preocupes, no voy a suicidarme. No. estaré bien esta noche. Voy a lavarme el pelo y... -la voz se le quebró-. Lo siento. Pau, me estoy comportando como una tonta.
-No iré. Llamaré a Pedro y...
-No, no lo harás. Te agradezco que te hayas quedado conmigo todo el día, pero me gustaría estar sola un rato.
Paula lo comprendió. sabía exactamente lo que su amiga sentía. Cuando David rompió el compromiso, al principio no quiso estar sola, pero después anheló la soledad. Ese día, Laura no había tenido tiempo para pensar. Primero limpiaron el departamento y después se fueron de compras. Era lógico que su amiga necesitara estar sola para poner en orden sus pensamientos.
-Comprendo. En serio que sí. ¡Y los pantalones te quedan muy bien! -exclamó, cambiando de tema.
Estaba en su habitación, cuando Pedro llegó; diez minutos después entró Laura para preguntarle por qué se retrasaba.
-Está impaciente -susurró-, parece un perro enjaulado.
-¿En serio? -preguntó la chica mientras se aplicaba con toda tranquilidad el perfume. Llevaba un vestido blanco de cuello alto, era ajustado y resaltaba su figura.
-¡Estás preciosa! -exclamó Laura-. Desde que llegó se está paseando por toda la sala. ¡Va a desgastar la alfombra!
Paula sonrió.
-Una pequeña espera no le hará daño.
-No le gusta esperar -comentó la amiga preocupada. -Y no sé de qué hablar con él. Después de todo, es el nuevo jefe.
-No es más que un hombre -dijo Paula, mientras se ponía las sandalias blancas.
Laura se dejó caer en la cama.
-Quisiera ser tan fría con los hombres como tú. Has salido una sola vez con él, y ya le tienes dominado -movió la cabeza-. ¿Cómo lo haces?
Paula volvió a sonreír.
-No hago nada, nada, Lau. Y estoy segura de que estás exagerando, Pedro no se dejaría dominar por nadie, y mucho menos por una mujer.
-Bueno, pues está a punto de hacerlo -decidió Laura.
Paula sabía que si actuaba con inteligencia, podría llegar a dominarle. El padre de Pedro mató a sus padres e hizo que perdiera a David para siempre; convertirse en la esposa de Pedro sería su venganza. Laura se levantó.
-¿Pau...?
-Ningún hombre que realmente tuviera interés por tí se molestaría por tener que esperar veinte minutos -miró el reloj-. Todavía me quedan cinco.
-¿Y si se va?
-Que se vaya.
-¿No te importaría? -preguntó su amiga escandalizada-. ¡Está guapísimo! Y huele... me ha puesto la carne de gallina.
-Cuidado -bromeó Paula-. Recuerda que es mío.
-¿Cómo olvidarlo? Está bien, voy a decirle que saldrás dentro de un minuto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario