jueves, 13 de octubre de 2016

La Venganza: Capítulo 30

Paula no pudo dormir la víspera de la visita al padre de Pedro, por la mañana estaba muy alterada. Pedro se marchó poco después de que ella le dijese que le amaba. Cuando Laura llegó, decidió fingir que dormía para no tener que contestar a sus preguntas. Se  pasó  toda  la  noche  llorando.

¿Cuándo  sucedió?  ¿Cómo?  No lo supo;  lo único  que sabía era que cuando Pedro desapareciera de su vida, ella desearía morir. Era como  si  viviera  una  de  esas  terribles  pesadillas  que la aquejaban desde  hacía  tiempo.  Pero  el  sueño  había  terminado,  y  lo  único  que  le  quedaba  era la contundente realidad de su amor por Pedro. Le  quería,  amaba  todo  lo  que  representaba,  el color castaño  de  su  pelo,  en  el  cual  asomaban  algunas  canas,  la  tibieza  de  sus  ojos  grises  cuando la  miraba,  su  fuerte  nariz,  la  atractiva  curva  de  su  boca  y  la  esbeltez  de  su  cuerpo.  Amaba la  rapidez  de  su  mente,  su  fuerza  y  autoridad.  Le  quería,  y  sabía  que  él  la  amaba  de  igual manera. Pero  estaba  en  el  torbellino  de  la  venganza,  la  cual,  finalmente,  destruiría  el  amor que Pedro sentía por ella. No había manera de detener aquella loca espiral a la que  conducía  sin remedio  su  plan,  el  final  estaba  fuera  de  su  control.  Sería  amargo, porque ese maravilloso hombre ya había dado su opinión sobre Paula Chaves, por su reacción ante la ruptura de David. Cuando  supiera  que  ella  era  Paula Chaves nunca  se  lo  perdonaría.  No  tenía duda de que el amor de Pedro era sincero, pero una vez que supiera quién era ella... tembló de miedo.

-¿Pasa algo, querida? -Pedro la miró preocupado al sentirla temblar-. Siento haberte  dado  una  impresión  equivocada.  Mi  padre  no  es  exactamente  un  ogro.  No  nos  llevamos  bien,  pero  estoy  seguro, le  que  te  encantará  -rió-.  Le  gustan  las  mujeres hermosas. Paula se mordió el labio inferior. Temía que la conociera. Habían pasado doce años. doce largos años durante los cuales había dejado de ser una joven confundida para convertirse en una mujer segura. Sin embargo, básicamente, su apariencia seguía siendo la misma. Había madurado. pero seguía teniendo las mismas facciones.

-No te preocupes. gatita -Pedro le acarició la mejilla-, yo estoy de tu parte.

Necesitaría apoyo cuando tuviera que enfrentarse a Horacio Alfonso. La casa frente a la cual se detuvo el coche se encontraba a unos cincuenta kilómetros de Londres. en un pequeño pueblo tranquilo de Surrey; estaba pintada de blanco al igual que todas las demás. Pedro salió del coche para abrir la puerta a Paula.

-No era precisamente lo que esperabas de Horacio Alfonso, ¿Verdad? -dijo en broma. Francamente no. Pero si la casa la había sorprendido, Horacio la sorprendió aún más. ¡Estaba en una silla de ruedas! La sirvienta les acompañó  hasta  el jardín,  donde  Horacio   estaba  esperándoles.  Tenía el  pelo completamente  blanco;  los  ojos  grises,  que  antes  fueron penetrantes y parecían llegar al alma de las gentes, se habían vuelto tristes y reflejaban cansancio. Lo único que pudo sentirPaula por aquel hombre fue lástima. Se rió de sus propios deseos de venganza.

-Espero que me disculpe por no levantarme. Pero como ve, me es imposible -sonrió ante la agudeza de sus palabras.

-Sí, ya me he dado cuenta. Al  verle  experimentó una  gran  compasión,   cosa   que   le   hubiera  parecido imposible  de sentir hacia  aquel  hombre.  Recordó  el  refrán  que  decía  que  mientras  más alto se sube, peor es la caída. Sin duda Horacio había caído.

-Tiene usted una hermosa casa, señor Alfonso.

-Sí -suspiró sin impresionarse y se volvió hacia su hijo-. Con que ésta es la muchacha que querías que conociera.

Paula miró a Pedro, un Pedro al que jamás había visto. Parecía ausente, miraba a su padre sin demostrar a través de su expresión sentimiento alguno.

-Sí, ella es Paula -movió el brazo para rodear su cintura-. Mi prometida.

 -¿En serio? -Horacio le miró con ojos diferentes.

Se  puso  tensa  ante  la  manifiesta  inspección.  ¿La  reconoció  como  la  hija  de  Miguel Chaves? ¿Podría reconocerla bajo el sofisticado disfraz de Paula Schulz? No estaba muy segura de poder controlar la situación si la reconocía. Se apartó instintivamente de Pedro,  sintiendo cómo  el  brazo  ¡de  él  se  apegaba  más  a  su  cintura.

-Como de costumbre, Pedro,  tienes un gusto impecable -le dijo el padre-. ¿Podrías ir a pedirle a la señora James que nos sirva el té?

Pedro pareció dudar; después asintió despacio y miró a Paula con pesar, antes de dirigirse a la casa para buscar a la sirvienta.

 -Siéntate, querida.

Se volvió, nerviosa, hacia Horacio, el temor brilló en sus ojos al ver partir a Pedro. -No soy tan temible. ¿O sí, Paula? -Horacio se burlaba del nerviosismo de ella.

 La chica se humedeció los labios mientras se sentaba en una de las sillas del jardín.

-Este... yo, ¿Qué quiere decir?

-Te has puesto pálida -sonrió inquisitivo.

Ella conocía muy bien esa sonrisa. Era como un cebo para los incautos.

-Te llamas Paula, ¿No es así?

 Era un hombre delgado,  había perdido su antigua  fuerza, condenado  a  permanecer  en  una silla de ruedas.  Tenía  el  rostro  marcado  por  los  años  y  la  amargura retratada en sus ojos.

 -¿O sólo te llama así mi hijo?

 -No, no-respondió con voz fuerte y chillona-. Mi nombre es Paula.

-Raro.

Sus mejillas enrojecieron y te miró preocupada.

-Sí.

 -Así que deseas casarte con mi hijo. -

Sí  -asintió,  sabiendo  que  nunca  podría ser  la  esposa  de  Pedro.

 -¿Y  cuándo  será la boda? -preguntó arrugando el entrecejo.

 -Este... todavía no hemos fijado fecha -se sonrojó.

-¿No?

-Como quien dice, nos comprometimos ayer -expresó agitada.

Horacio volvió a sonreír.

-Mi hijo no acostumbra a perder el tiempo una vez que ha decidido hacer algo.

No se le ocurrió ninguna respuesta, sabía que eso era cierto, ella misma había sido víctima de su impaciencia.

-Tu prometida no parece estar muy a gusto conmigo -le comentó al hijo.

Paula cerró los ojos tranquilizada al darse cuenta de que Pedro se acercaba. Sonrió al ver que él arqueaba las cejas en actitud interrogante. Se sentó junto a la chica y le tomó la mano entrelazando sus dedos con los de ella.

 -¿Ha estado bromeando mi padre contigo? -le preguntó preocupado.

 -Pues...

 -¿Cuándo he sido yo un bromista, Pedro? -se burló el padre, tenso.

-Nunca -contestó Pedro molesto-. ¿Pau?

Ella frunció el ceño, no quería ser la causa de una discusión entre padre e hijo, aunque sabía que Pedro y su padre no necesitaban ningún motivo para iniciar una discusión.

-Tu padre y yo estábamos hablando -le aseguró con voz firme.

-Yo le preguntaba a Paula cuándo iba a ser la boda -comentó el padre.

La mirada de Pedro se posó en el anciano.

-Te avisaré cuando Pau y yo hayamos fijado la fecha. ¿Irás?

 -Por supuesto -asintió el padre, tenso.

 -Por supuesto -repitió Pedro despectivamente.

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