¿Cuándo sucedió? ¿Cómo? No lo supo; lo único que sabía era que cuando Pedro desapareciera de su vida, ella desearía morir. Era como si viviera una de esas terribles pesadillas que la aquejaban desde hacía tiempo. Pero el sueño había terminado, y lo único que le quedaba era la contundente realidad de su amor por Pedro. Le quería, amaba todo lo que representaba, el color castaño de su pelo, en el cual asomaban algunas canas, la tibieza de sus ojos grises cuando la miraba, su fuerte nariz, la atractiva curva de su boca y la esbeltez de su cuerpo. Amaba la rapidez de su mente, su fuerza y autoridad. Le quería, y sabía que él la amaba de igual manera. Pero estaba en el torbellino de la venganza, la cual, finalmente, destruiría el amor que Pedro sentía por ella. No había manera de detener aquella loca espiral a la que conducía sin remedio su plan, el final estaba fuera de su control. Sería amargo, porque ese maravilloso hombre ya había dado su opinión sobre Paula Chaves, por su reacción ante la ruptura de David. Cuando supiera que ella era Paula Chaves nunca se lo perdonaría. No tenía duda de que el amor de Pedro era sincero, pero una vez que supiera quién era ella... tembló de miedo.
-¿Pasa algo, querida? -Pedro la miró preocupado al sentirla temblar-. Siento haberte dado una impresión equivocada. Mi padre no es exactamente un ogro. No nos llevamos bien, pero estoy seguro, le que te encantará -rió-. Le gustan las mujeres hermosas. Paula se mordió el labio inferior. Temía que la conociera. Habían pasado doce años. doce largos años durante los cuales había dejado de ser una joven confundida para convertirse en una mujer segura. Sin embargo, básicamente, su apariencia seguía siendo la misma. Había madurado. pero seguía teniendo las mismas facciones.
-No te preocupes. gatita -Pedro le acarició la mejilla-, yo estoy de tu parte.
Necesitaría apoyo cuando tuviera que enfrentarse a Horacio Alfonso. La casa frente a la cual se detuvo el coche se encontraba a unos cincuenta kilómetros de Londres. en un pequeño pueblo tranquilo de Surrey; estaba pintada de blanco al igual que todas las demás. Pedro salió del coche para abrir la puerta a Paula.
-No era precisamente lo que esperabas de Horacio Alfonso, ¿Verdad? -dijo en broma. Francamente no. Pero si la casa la había sorprendido, Horacio la sorprendió aún más. ¡Estaba en una silla de ruedas! La sirvienta les acompañó hasta el jardín, donde Horacio estaba esperándoles. Tenía el pelo completamente blanco; los ojos grises, que antes fueron penetrantes y parecían llegar al alma de las gentes, se habían vuelto tristes y reflejaban cansancio. Lo único que pudo sentirPaula por aquel hombre fue lástima. Se rió de sus propios deseos de venganza.
-Espero que me disculpe por no levantarme. Pero como ve, me es imposible -sonrió ante la agudeza de sus palabras.
-Sí, ya me he dado cuenta. Al verle experimentó una gran compasión, cosa que le hubiera parecido imposible de sentir hacia aquel hombre. Recordó el refrán que decía que mientras más alto se sube, peor es la caída. Sin duda Horacio había caído.
-Tiene usted una hermosa casa, señor Alfonso.
-Sí -suspiró sin impresionarse y se volvió hacia su hijo-. Con que ésta es la muchacha que querías que conociera.
Paula miró a Pedro, un Pedro al que jamás había visto. Parecía ausente, miraba a su padre sin demostrar a través de su expresión sentimiento alguno.
-Sí, ella es Paula -movió el brazo para rodear su cintura-. Mi prometida.
-¿En serio? -Horacio le miró con ojos diferentes.
Se puso tensa ante la manifiesta inspección. ¿La reconoció como la hija de Miguel Chaves? ¿Podría reconocerla bajo el sofisticado disfraz de Paula Schulz? No estaba muy segura de poder controlar la situación si la reconocía. Se apartó instintivamente de Pedro, sintiendo cómo el brazo ¡de él se apegaba más a su cintura.
-Como de costumbre, Pedro, tienes un gusto impecable -le dijo el padre-. ¿Podrías ir a pedirle a la señora James que nos sirva el té?
Pedro pareció dudar; después asintió despacio y miró a Paula con pesar, antes de dirigirse a la casa para buscar a la sirvienta.
-Siéntate, querida.
Se volvió, nerviosa, hacia Horacio, el temor brilló en sus ojos al ver partir a Pedro. -No soy tan temible. ¿O sí, Paula? -Horacio se burlaba del nerviosismo de ella.
La chica se humedeció los labios mientras se sentaba en una de las sillas del jardín.
-Este... yo, ¿Qué quiere decir?
-Te has puesto pálida -sonrió inquisitivo.
Ella conocía muy bien esa sonrisa. Era como un cebo para los incautos.
-Te llamas Paula, ¿No es así?
Era un hombre delgado, había perdido su antigua fuerza, condenado a permanecer en una silla de ruedas. Tenía el rostro marcado por los años y la amargura retratada en sus ojos.
-¿O sólo te llama así mi hijo?
-No, no-respondió con voz fuerte y chillona-. Mi nombre es Paula.
-Raro.
Sus mejillas enrojecieron y te miró preocupada.
-Sí.
-Así que deseas casarte con mi hijo. -
Sí -asintió, sabiendo que nunca podría ser la esposa de Pedro.
-¿Y cuándo será la boda? -preguntó arrugando el entrecejo.
-Este... todavía no hemos fijado fecha -se sonrojó.
-¿No?
-Como quien dice, nos comprometimos ayer -expresó agitada.
Horacio volvió a sonreír.
-Mi hijo no acostumbra a perder el tiempo una vez que ha decidido hacer algo.
No se le ocurrió ninguna respuesta, sabía que eso era cierto, ella misma había sido víctima de su impaciencia.
-Tu prometida no parece estar muy a gusto conmigo -le comentó al hijo.
Paula cerró los ojos tranquilizada al darse cuenta de que Pedro se acercaba. Sonrió al ver que él arqueaba las cejas en actitud interrogante. Se sentó junto a la chica y le tomó la mano entrelazando sus dedos con los de ella.
-¿Ha estado bromeando mi padre contigo? -le preguntó preocupado.
-Pues...
-¿Cuándo he sido yo un bromista, Pedro? -se burló el padre, tenso.
-Nunca -contestó Pedro molesto-. ¿Pau?
Ella frunció el ceño, no quería ser la causa de una discusión entre padre e hijo, aunque sabía que Pedro y su padre no necesitaban ningún motivo para iniciar una discusión.
-Tu padre y yo estábamos hablando -le aseguró con voz firme.
-Yo le preguntaba a Paula cuándo iba a ser la boda -comentó el padre.
La mirada de Pedro se posó en el anciano.
-Te avisaré cuando Pau y yo hayamos fijado la fecha. ¿Irás?
-Por supuesto -asintió el padre, tenso.
-Por supuesto -repitió Pedro despectivamente.
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