-¡Cuánto me alegro! -exclamó hipócritamente.
-Entonces, ¿vendrás mañana conmigo?
-Si es eso lo que quieres...
-Lo que yo quiero no parece importar mucho en este asunto. ¿Está Laura en casa? -preguntó de repente.
-No -contestó con cautela, sabía la razón de la pregunta. Pero no podía mentirle, además él lo averiguaría-. Salió con un amigo de su hermano.
Estaba contenta de que Laura hubiera aceptado la invitación de un viejo amigo de su hermano. No era una cita formal. pero al menos hacía el esfuerzo por salir, prueba de que podía rehacer su vida. Había utilizado a Laura como pretexto para impedir que Pedro fuera al departamento durante toda la semana, pero esa noche tendría que invitarle.
-¿Quieres venir a tomar una taza de café? -preguntó la chica.
-No, si no ofreces nada más -contestó cortante.
Era una advertencia. Si aceptaba la invitación de ella era porque pretendía hacerle el amor. ¡Lo tomaba o lo dejaba! Pero si lo dejaba corría el riesgo de perderlo.
-Si tanto trabajo te cuesta decidirte, no me molestaré -comentó en voz alta al detener el coche frente a la casa-. Quizá debamos posponer la visita a mi padre, hasta que estés más segura de tus pensamientos. El hecho de que te lleve a verle me compromete, y quedaría muy mal si le digo, dentro de unas cuantas semanas, que todo ha terminado entre nosotros.
-Sabes que eso no sucederá.
-¿Lo sé? Ni siquiera sé si estás enamorada de mí. No estoy acostumbrado a luchar tanto por lo que deseo, Pau -confesó con desgana-, y comienzo a cansarme...
Eso era lo que ella temía. Sin embargo, si aceptaba sus exigencias, sabía que, después de hacerla suya, él ya no querría casarse con ella.
-Creo que tienes razón, Pedro. Debemos cancelar la visita a tu padre -le dijo con frialdad, abriendo la puerta del coche-. Hasta que tú estés más seguro de tus sentimientos. En este momento ellos parecen estar sólo concentrados entre tus piernas.
Dió un portazo al salir, dirigiéndose al edificio sin volver la cabeza. Pasaron unos minutos antes de que él llamara al timbre. Paula supo enseguida que tenía que ser Pedro. su coche seguía estacionado en la puerta.
-Quizás sea verdad eso de que sólo pienso en el sexo. Fue lo primero que dijo cuando ella le abrió la puerta. -Pero estoy obsesionado, ni siquiera sé qué día de la semana es... Claro que te quiero gatita. No podría estar enamorado de tí y no desear hacerte el amor. Me has estado tentando toda la semana, negándome el placer de tocarte. Necesito tocarte, Pau. Necesito hacerlo todo el tiempo.
De pronto, sin saber cómo, se encontró tendida en el sofá, con Pedro junto a ella, él se había quitado la chaqueta y su vestido yacía sobre el suelo. Sus ágiles dedos lograron desabrocharle la camisa. Pedro apartó el sujetador y comenzó a acariciar los senos, con tal suavidad que casi la dejó sin respiración. Su piel ardía por el contacto de sus manos, que siguieron recorriendo todo su cuerpo sin recato. Ella empezó a besar su pecho. le oyó gemir cuando le acarició una pierna, todas las partes de su cuerpo. Las manos de Pedro se posaron sobre sus suaves muslos y una fiebre arrolladora la envolvió haciéndola estremecerse. Estaba inmersa en una nube de pasión, cuando él la levantó para llevarla a la habitación. Paula colocó los brazos alrededor de su cuello para acariciarle y atraerle hacia sí. Pero en vez de acostarse junto a ella, él le besó la frente con suavidad y después se irguió, mirándola con ojos de pasión.
-¡Que duermas bien, mi amor! -dijo con voz emocionada.
-¿Te vas...? -no podía admitir que el deseo, la pasión que la abrasaba no fuera satisfecha. Asintió. -Tengo que demostrarte que es amor lo que siento por tí y no sólo deseo.
Le dirigió una mirada compasiva, mientras se sentaba en el borde de la cama.
-No hay rosa que desee más que perderme en tu cuerpo y hacerte el amor. Pero tengo que dejar claro que no sólo deseo tu cuerpo sino también tu amor -se levantó para abrocharse la camisa-. Te amo Pau y si esto no es prueba suficiente, me doy por vencido.
Sabía el esfuerzo que le había costado no consumar el acto sexual, podía verlo en sus ojos.
-Es prueba suficiente -aseguró ella conmovida.
Se le hizo un nudo en la garganta al ver los hermosos senos desnudos. pero, con esfuerzo, dió un paso atrás.
-Quiero tu respuesta ahora, Paula. No puedo esperar más. ¿Te casarás conmigo?
-Sí -no dudó sabiendo que él la amaba tanto como ella había deseado para llevar a cabo su venganza. Entonces, ¿Por qué se sentía deprimida, cuando debería estar contenta?
Pedro cerró los ojos, un hondo suspiro fue la prueba de su alivio ante la respuesta de ella y se inclinó junto a la cama para darle un dulce beso en la boca.
-Dime -la instó.
Sabía lo que él quería que ella dijera, sin embargo se negaba a mentir, dándose cuenta de que Pedro era mucho más inocente de lo que ella pensaba. Había decidido vengarse de Horacio Alfonso a través de su hijo, pero nunca se le había ocurrido pensar en los sentimientos de Pedro. Él era un hombre que no se enamoraba con facilidad: sin embargo, nunca ocultó su amor por ella. La amaba, y sufriría un golpe muy duro cuando tuviera que terminar. ¿Por qué no lo habría pensado antes de meterse en eso? No tuvo en cuenta a Pedro. En ningún momento le interesó lo que pudiera su cederle al vengarse ella de su padre. Pero le importaba. Más de lo que había imaginado.
-Te amo -le dijo y supo que era la verdad.
Se había enamorado de Pedro sin darse cuenta: amaba al hijo de la persona que más odiaba. Pedro no era un hombre que perdonara fácilmente. Cuando supiera la verdad, la destruiría con la misma fuerza que ella quiso destruir a su padre.
-¡Te amo Pedro! -levantó los brazos y le atrajo hacia sí.
Tenía los ojos llenos de lágrimas mientras le besaba con dulzura. ¿Qué podía hacer? ¿Cómo podría detener sus planes de venganza, que estaban volviéndose contra ella de la manera más cruel.
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