—Entonces, ¿Me crees?
—Sin ninguna duda.
Esa frase encogió su corazón. Si la hubiera creído seis años antes...
—Está claro que tu padrastro vió la oportunidad de sacar partido de la situación y lo hizo —siguió Pedro.
La creía porque, en aquella ocasión, había pruebas. No porque tuviera fe en ella, pensó Paula.
Era fácil deducir la verdad después de leer el informe del investigador privado. En él aparecía la fecha en la que su padrastro se marchó de Sidney. También decía que se había jugado el dinero, los cien mil dólares, y que había una demanda contra él por estafa en el concesionario de coches usados en el que solía trabajar.
¡Su padrastro! Paula se ponía furiosa cada vez que lo pensaba.
—Al menos, no era mi padre. Yo no tengo que vivir con él como tú tienes que vivir con el tuyo.
Horacio Alfonso también había engañado a su precioso hijo, escondiéndole la noticia de su embarazo para que se casara con una mujer que interesaba más a su familia.
—Le he dejado claro lo que pienso de todo esto —contestó Pedro—. Sabe que no debe interferir en mi vida de nuevo.
—Y yo no quiero que ni él, ni tú ni nadie de tu familia interfiera en la mía — replicó Paula, sacando el cheque del bolso—. Toma, esto es tuyo. Con esto no conseguirás comprar a Nico.
Pedro sacudió la cabeza.
—No quería comprarte, Pau. Era sólo mi contribución como padre del niño.
—Me ha ido bien sin tí todos estos años y prefiero que siga siendo así.
—Pero no tienes por qué seguir cuidando sola de Nico...
—¿Crees que con esto solucionas algo, Pedro?
—No, pero es una ayuda —suspiró él.
—Nosotros vivimos en mundos diferentes y Nico es mi hijo —insistió Paula—. No sería bueno hacerle creer otra cosa. Por favor, quédate con el cheque.
Frustrado por esa negativa, Pedro rompió el cheque en pedazos y se acercó a una papelera para tirarlos.
—El dinero corrompe —dijo Paula, irónica—. Los dos sabemos eso, ¿Verdad?
—Puede, pero no tiene por qué. Se puede usar para hacer el bien. Y para eso lo quería yo.
Quizá... quizá no. Paula no estaba preparada para arriesgarse.
—Puedo vivir sin ese dinero. Ya lo he demostrado. Nico es un niño felíz, normal, inteligente. No necesita...
—No estás pensando en él —la interrumpió Pedro—. Has tomado una decisión basándote en lo que tú quieres.
—Soy su madre —replicó ella—. Sé lo que es mejor para mi hijo.
—¿Como mi padre sabía lo que era mejor para mí? —la retó Pedro, irónico.
Paula se quedó pensativa un momento. Era cierto que reaccionaba de forma tan violenta por lo que pasó seis años atrás. Pero... ¿Estaba pensando en su hijo? El instinto le decía que sí. ¿O era el miedo? Controlar la vida de su hijo era lo que Horacio Alfonso pretendía al romper su relación con Pedro. ¿Estaba ella haciendo lo mismo?
—¿De verdad puedes decir, después de estos seis años, que tu padre no sabía lo que era mejor para tí?
—Sí, claro que puedo —contestó él, sin vacilar—. Te perdí, Pau. Y he perdido cinco años de la vida de mi hijo.
—Pero debes de haber conocido a otras mujeres... mujeres más compatibles con tu familia.
—Ah, sí —sonrió Pedro, irónico—. Un largo desfile de mujeres. Y no quise casarme con ninguna.
—¿Por qué no?
—Porque no podía sentir con ellas lo que sentía contigo.
—Eso fue hace mucho tiempo —replicó Paula, a la defensiva.
Pedro no contestó. Sencillamente, la miró a los ojos. Y ella tuvo que apartar la mirada. No quería que viera en ellos... Pero era absurdo, todo era absurdo. Ya no podría confiar en él. Nunca.
—Sí, aquello fue hace mucho tiempo. Y la ruptura fue culpa mía por no creer en tu palabra —dijo Pedro al fin—. Es verdad que somos de mundos diferentes y quizá eso también fue un factor a tener en cuenta. Si yo hubiera sido más accesible, quizá habrías intentando convencerme.
No. Estaba demasiado herida como para intentar convencerlo. Cuando recordaba cómo la había mirado esa noche, cómo le había hablado, cómo la rechazó... incluso ahora, después de seis años, no podía soportarlo.
—Me pregunto cómo habrías reaccionado tú —siguió Pedro— si te hubieran enseñado fotografías de una hermana tuya conmigo en la cama... o con un hombre que se parecía a mí. Una chica que llevaba el reloj que tú misma me habías regalado, que tuviera una marca de nacimiento exactamente igual a una mía... si tu hermana te hubiera jurado que era yo. ¿Me habrías creído, Pau?
Era difícil imaginarlo. ¿Lo habría creído? ¿Habría creído a su hermana? ¿Habría podido creer que Pedro era suyo y sólo suyo? ¿Habría sido capaz de creer que un hombre tan guapo, tan poderoso, no se estaba divirtiendo con las dos hermanas? Paula no podía contestar a esa pregunta.
Uy me copa esta historia!!!
ResponderEliminarAy! Que pena me dan los 2! Cayeron en la trampa de la familia de Pedro y pagan las consecuencias!
ResponderEliminar