La muchacha sabía que en esos momentos Pedro era sincero y decidió confiar en él.
-Creo que será lo mejor.
-Está bien, si así lo quieres -arrastró las palabras-. Y te ase guro que de ahora en adelante nuestras relaciones serán estrictamente profesionales.
Le miró con frialdad.
-Por mi parte nunca han sido de otra manera.
-Si yo tuviera tiempo... -se interrumpió enfadado.
-¿Qué haría? -preguntó desafiante.
La miró fijamente.
-Si tuviera tiempo te arrancaría esa capa de frialdad -respondió molesto-. Pero, mientras tanto, me dedicaré a conservar a mi secretaria.
-El señor Hammond nunca se ha quejado -afirmó con altanería.
-No soy Claudio, tengo mi propio estilo de hacer las cosas.
-Le aseguro que mi aversión hacia usted no alterará en lo más mínimo mi eficiencia.
-No estoy muy seguro de eso. En fin, el tiempo lo dirá.
Y así sería. El tiempo alteraría muchas cosas. Hora y media después, Pedro salió de la oficina de Claudio y se detuvo junto a la mesa de ella.
-Nos vemos el lunes por la mañana -dijo en tono cortante-. A las nueve.
-Aquí estaré -respondió entre dientes.
-¡Estoy seguro de que sí! -se burló-. ¡La eficiente señorita Linares!
Al ver que Paula no tenía intenciones de seguir hablando con él, Pedro se marchó. Al cabo de unos segundos Claudio la llamó a su despacho. La joven entró con un cuaderno y un lápiz en mano, preparada para el dictado.
-No vas a necesitarlos, querida -manifestó sonriendo-. Pedro me ha dicho que ya te lo ha contado todo. Así que no es necesario que finjamos.
La sonrisa se borró de su rostro.
-¡Oh señor Hammond!
-Lo sé, lo sé... y agradezco tu preocupación. Pero pronto estaré fuera del hospital y entonces me llevaré a Rosa a esas vacaciones. Y cuando regrese, vendré por aquí a echar un vistazo. ¡Todavía puedo enseñarles a estos jóvenes un par de cosas!
-Claro que sí.
Paula hizo un gran esfuerzo por contener las lágrimas.
-Ahora, lo que yo quería decirte es que me complace que hayas decidido quedarte con Pedro. Es un hombre muy inteligente, es una suerte que haya aceptado quedarse entre nosotros.
-Supongo que sí.
-No tenía que incorporarse a nuestra compañía hasta el año próximo -hablaba casi consigo mismo-. Pero ha sido muy amable; ha rechazado un buen trabajo en los Estados Unidos. No puedo decir te lo mucho que eso significa para mí.
No tenía que decírselo, lo veía en sus ojos. Pero algo le intrigaba. Claudio se encogió de hombros.
-No conozco la historia completa. lo que sí sé es que Pedro y su padre son muy distintos. Si trabajasen juntos estarían todo el tiempo discutiendo. Además, Horacio ya está retirado.
Si Pedro Alfonso no se llevaba bien con su padre, quizá no fuera tan terrible como él. Pero eso no cambiaba el hecho de quién era. Eran igual de crueles. La noche siguiente, Paula salió con Javier y, aunque trató de fingir, él se dió cuenta de que estaba preocupada. Pero no le dió importancia. Paula estaba guapísima esa noche, levantaba exclamaciones de admiración, y Javier estaba encantado de ser su acompañante.
-¿Te molesta que Alfonso pase a formar parte de la firma? -le preguntó finalmente, sabiendo que era ése el motivo de su preocupación.
Los pendientes de oro brillaron al mover la cabeza en su dirección, al igual que el elegante collar. Eran sus únicas joyas. Nunca llevaba anillos, aunque Javier intuía que estaba muy lejos de ser el hombre que pusiera uno en sus dedos.
-Lo siento, no te he oído -se disculpó la chica.
-Te preguntaba si te molesta trabajar para Alfonso.
-Ya te lo dije -le contó que cambiaría el puesto con Andrea cuando ella regresara de su viaje de bodas-. Al señor Alfonso no le gusta que los matrimonios trabajen juntos.
-Ni a mí tampoco -dijo Javier, notando el sarcasmo de ella-. No es la mejor manera de conducir un negocio y le puede hacer mucho daño al matrimonio.
-Quizá tengas razón, pero lo dudo -respondió ella, resentida al notar que su acompañante pensaba lo mismo que Pedro-. ¿No te parece que es muy pronto para que esté dando órdenes?
Él se encogió de hombros.
-No, si lo cree conveniente.
Paula prefirió no responder. Javier no era capaz de razonar. estaba deslumbrado por Pedro y nada de lo que ella pudiese decirle le haría cambiar de opinión. Declinó la invitación que le hizo para el domingo, no quería comprometerse tanto con él. Había aceptado aquella segunda invitación sólo para quitarse de encima a Pedro, acto del que no se sentía orgullosa. No estaba bien utilizar a Javier de esa manera. Se despidieran con cierta frialdad.
-Ha sido una noche encantadora. Que te diviertas durante el fin de semana -le dijo, antes de entrar en el departamento.
Laura estaba durmiendo en su cama. A la mañana siguiente, su amiga la despertó llevándole una taza de café.
-Me tengo que ir y quería saber cómo te lo pasaste anoche -se sentó en el borde de la cama, a los pies de Paula.
-Muy bien -respondió, evasiva-. ¿Saldrás con Lucas?
-Sí -asintió su amiga.
-¿Va en serio su relación?
Laura se ruborizó.
-Me gusta mucho.
-¿Y tú a Lucas?
Laura se levantó, preocupada.
-También le gusto. Vamos, te prepararé el desayuno antes de irme, hoy me siento servicial.
Paula se dió cuenta de que Laura quería hablar de Lucas tanto como ella de Javier, es decir, nada. Aunque presentía que era por razones diferentes. No importaba cuántas veces viera a Lucas, no acababa de gustarle, pero Laura era ya una mujer y a lo mejor el Lucas que ella conocía era muy diferente al de Paula. Quizá...
-¿Saldrás hoy con Javier? -las dos ya habían desayunado, y Laura regresaba de la habitación, preparada para salir.
-Hoy no -y no pensaba volver a hacerlo. Javier, finalmente, querría casarse y ella no deseaba herirle.
-Pues insisto en que te sientes a tomar otra taza con café y te pongas a leer el periódico -Laura acompañó sus palabras con la acción, depositando en sus manos una taza y el periódico-. Tienes que acumular fuerzas para enfrentarte a tu nuevo jefe -agregó burlona. -¡Que te diviertas!
Laura rió con sarcasmo.
-No me esperes despierta -le dijo, sonrojándose-. Llegaré tarde.
Paula supuso que su amiga pasaría fuera la noche, pero no pensó hacer comentarios y se despidió cariñosamente de ella, justo en el momento en que Lucas llamó a la puerta. Era agradable recostarse en el sofá y estirar cómodamente las piernas. Había sido mucha la tensión de aquella noche. A ese ritmo acabaría extenuada en tres semanas. Su único consuelo era que Pedro también había sufrido la tensión, pero por razones completamente diferentes. La miraba constantemente; sabía que tenía la obsesión de acostarse con ella. Le gustaba castigarle con su indiferencia y, sin embargo, hubiera deseado no conocerle jamás. Volvía a ser la de tiempos pasados. La amargura y la frialdad, tomaban nuevamente posesión de su vida. En ese momento una noticia del periódico le llamó la atención. Un dolor como el que sintió algunos años atrás volvió a apoderarse de ella. Era una fotografía de David. Y junto a él, mirándolo extasiada y felíz ¡Su novia! La fotografía lo decía todo. David con traje de etiqueta, y la novia con un vestido blanco de seda. Los dos sonreían felices. Paula leyó el pequeño pie de página y los detalles sobre el matrimonio de David, el día anterior, con Nadia Maughan, una vieja amiga de la familia, la hija de Lord Maughan. Se quedó sin aliento. Un día antes habría sido el aniversario de su propia boda con David, cinco años atrás debió ser ella la que se casara.
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