Paula la miró detenidamente.
-El señor Alfonso me dijo que se iba usted mañana.
Melisa sonrió, ni siquiera trató de ocultar la aversión que sentía hacia Paula.
-Pepe me hizo cambiar de opinión. Aún no se lo he dicho, será una sorpresa para él.
-Estoy segura de que le encantará.
-Sí. yo también lo creo -Melisa sonrió con satisfacción-. Me alegro de haberla visto, Paula-le dijo con insolencia y se fue tan repentinamente como había llegado.
La chica se dió cuenta de que no tenía tiempo que perder; estaba claro que a Pedro le interesaba Melisa; seguía viéndola y hasta le había pedido que retrasara su partida. Debía modificar sus tácticas no podía permitir que Melisa le tomara ventaja. Si le daba oportunidad, aquella niña se pegaría a él como una lapa.
Pedro regresó de muy buen humor, y ella sabía la causa. Sin perder el tiempo se levantó de la silla y tomó la chaqueta; al pasar junto a Pedro fingió resbalar y se sintió satisfecha cuando los brazos de él la rodearon para que no cayera.
-¡Cuidado! Esos condenados tacones que usan las mujeres...
Inmediatamente la apartó de su lado; ella parpadeó y él la miró, preocupado.
-¿Te has hecho daño?
-Sí, en el tobillo.
Él no dejaba de mirar cómo se frotaba el tobillo.
-Bueno... yo –se enderezó mirándole fijamente. Se aproximó a la chica.
-¿Puedes andar? -preguntó, nervioso por la cercanía de ella.
-Creo que sí -dijo sin aliento-. Por favor, no te preocupes por mí. Tienes mucho trabajo que hacer.
-No seas ridícula. Deberías ponerte una venda fría en el tobillo -observó preocupado.
-Estoy segura de que no es nada serio -le aseguró con voz rápida, cojeando ligeramente-. Dentro de unos minutos estaré bien.
Pedro no podía apartar la mirada de las piernas de la joven.
-¿Sabes que tienes las piernas más sensuales que he visto?
Ella estaba encantada. Su plan había funcionado.
-Eso ya me lo han dicho -respondió con voz suave.
Pedro susurró cerca de su oído.
-¿Cuándo me vas a aceptar una invitación para ir a cenar? -movió las manos, impaciente, como si quisiera tocarla.
-¿Qué te parece mañana? -sonrió.
-¿En serio? -la rodeó entre sus brazos.
-Sí -asintió Paula-. A no ser que tengas algún compromiso, con Melisa por ejemplo.
-Si lo tuviera lo rompería; la verdad, en mi familia la palabra no es algo tan importante -bromeó con voz ronca.
Estaba coqueteando con ella y tratando de hacerla reír. Pero a Paula no le pareció gracioso su comentario. Estaba decidida a destruir a aquel hombre. De repente la puerta se abrió.
-Paula yo... Javier se detuvo apenado en la puerta, abrió la boca, sorprendido al verla en brazos de Pedro. -Disculpen -dijo en voz baja y. rápidamente, se marchó.
Le dió pena de Javier, pero pensó que, en el fondo, era mejor que supiera que estaba saliendo con Pedro. Cada día le resultaba más difícil aceptar sus invitaciones y no sabía cómo rechazarle. Pedro examinó su reacción. En su rostro se reflejó pena. luego compasión y, finalmente resignación. Paula pensó que eso era lo mejor que podía haber pasado.
-¿Quieres que le vaya a buscar y le explique? -preguntó.
-¿Qué quieres explicarle?
-Bueno, que nosotros, que yo... ¿Explicarle qué? -se preguntó-. No es más que un buen amigo tuyo, ¿No es así, Pau?
-Sí.
-Yo nunca he buscado tu amistad -le advirtió antes de colocar su boca sobre la de ella.
Paula entreabrió los labios, dispuesta a responder a sus besos y pensando que iba a costarle mucho trabajo hacerlo, pues para ella besar a Pedro Alfonso era una tortura.
-¿Gatita? -Pedro le acarició las pálidas mejillas-. No es por tu tobillo, ¿Verdad?
-No -le dedicó una amplia sonrisa-. ¿A qué hora me llamarás esta noche?
Cuando volvió de comer, el tobillo estaba en perfectas condiciones y Pedro se encontraba de muy buen humor. Iba a su escritorio con cualquier pretexto para bromear con ella. La chica le hizo ver que todo el personal haría comentarios cuando les viesen salir juntos. La respuesta de él fue: -¡Al diablo con lo que piensen todos!
Pedro seguía trabajando cuando Paula se fue, poco antes de las cinco, pero le aseguró que pasaría a buscarla a las ocho de la noche. Para su desgracia, se encontró con Javier en el estacionamiento. El joven le lanzó una mirada de reproche.
-Lo siento, Javier.
No sabía qué decir. Sólo había salido con él dos veces, el resto de las invitaciones las había rechazado; sin embargo, se sentía culpable de que la hubiera visto con Pedro.
-Yo también. Pensé que te gustaba, Paula.
-Me caes bien.
-Pero Alfonso te cae mejor -sonrió con tristeza-. Supongo que un socio principal tiene más que ofrecer que un simple abogado.
Javier estaba muy triste. Ella nunca le había oído hablar así. Le puso una mano en el brazo y sintió cómo se ponía tenso bajo sus dedos.
-En serio Javier, estoy muy triste -dijo con indudable sinceridad-. Yo no quería herirte, sólo quería que fuésemos amigos.
-Tú sabías que yo esperaba algo más.
-Sí -le confirmó-. Por eso decidí no volver a salir contigo.
Parecía disgustado.
-Entonces, ¿Va en serio lo de Alfonso?
-Podría ser -contestó evasivamente.
-Entonces lo único que me queda es desearte buena suerte. Hubiera querido que las cosas hubiesen sido de otra manera -comentó- pero la competencia con Alfonso es muy desigual.
-¡Oh, Javier! -exclamó Paula al ver que él también sonreía.
-Bueno, lo es. Espero que seas felíz con él -se inclinó para besarla ligeramente en los labios-, pero si no funciona...
-No podría hacerte eso. Pero gracias.
Se sintió mejor mientras se dirigía a su casa. Le daba mucha pena de Javier pero si no le hubiera desilusionado, él habría seguido insistiendo y ella sabía que a Pedro no le gustaba compartir nada con nadie, especialmente su mujer. Sus sospechas se confirmaron mucho antes de lo esperado.
Pedro llegó al departamento a las siete y media, estaba muy serio cuando entró en la sala. No se dió cuenta de que ella acababa de bañarse y llevaba la bata puesta. Su cabello estaba seco y se había maquillado. Sólo le faltaba ponerse el vestido.
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