sábado, 22 de octubre de 2016

Un Amor Inocente: Capítulo 6

—No sigas por ahí, papá. Has perdido a un hijo y estás a punto de perder a otro.

—Hice lo que creí mejor para tí, Pedro —dijo su padre, intentando contemporizar—.  Estabas embelesado por...

—He venido a darte una oportunidad —lo interrumpió Pedro—. Quiero que me digas si es verdad que pagaste mil dólares para que Paula abortase.

—¡Eso es mentira! —explotó Horacio Alfonso, levantándose del sillón—. Esa mujer es una mentirosa y está intentado enfrentarte conmigo. Le dí cien mil dólares y prometí darle más cuando fuera necesario.

Pedro se quedó atónito.

—Entonces, ¿Por qué no tiene dinero? ¿Por qué vive casi en la pobreza?

—Debe de haberlo escondido.

—No, eso no es verdad. He contratado a un detective y no hay dinero. De hecho, no tiene ayuda de nadie. Su padrastro desapareció cuando estaba embarazada, su madre murió de cáncer cuando el niño tenía dieciocho meses. Y ha sobrevivido dando masajes...

—Masajes —repitió Horacio, con expresión desdeñosa.

Pedro apretó los puños. Nunca había sentido deseos de pegar a su padre.

—Masajes terapéuticos —explicó—. Estaba estudiando psicoterapia en la universidad, pero tuvo que dejar la carrera a medias porque no tenía ayuda de nadie. De modo que todas las pruebas están contra tí, papá.

Su padre lo miró, ofendido.

—¿Dudas de mi palabra?

—Así es.

—Puedo probarte que entregué cien mil dólares.

—¡Demuéstralo!

—Los papeles están en el bufete de mi abogado.

—Llámalo ahora mismo entonces. Dile que traiga los papeles y enséñamelos... ahora, antes de que puedas inventar más mentiras.

Horacio apretó los dientes mientras levantaba el teléfono, desafiante. Y desafiante también, Pedro se acercó a una de las altas y puntiagudas ventanas, con una vista limitada del jardín. Las vistas limitadas no eran sólo un problema de la arquitectura de aquella casa. La limitada visión que su padre tenía de Paula le resultaba ofensiva, sobre todo teniendo en cuenta que ella era la víctima en aquella conspiración. Si el abogado no aparecía con pruebas, no sabía si podría perdonar a su padre...

—Juan, siento molestarte, pero esto es una emergencia. Necesito los papeles de Paula Chaves ahora mismo... Sí, estoy en casa. Tráelos en cuanto puedas.

Pedro no se volvió. No tenía nada más que decir. Haber visto a Paula en persona después de tantos años... no era sólo su hijo lo que le interesaba.

¿Había dejado de desearla? Ver a Fede en la cama con ella lo había vuelto loco. Pensar que le había dado a su hermano lo que él creía sólo suyo, el regalo de verla completamente abandonada... De alguna forma, tendría que persuadirla para que le confiara aquel regalo de nuevo. De alguna forma...

—Se creó un fideicomiso para la educación del niño —empezó a decir su padre, volviendo a sentarse en el sillón.

Si eso era cierto, no había querido un aborto. Sin embargo, Pedro no estaba dispuesto a dudar de la palabra de Paula. Entonces, ¿Quién había inventado lo del aborto? ¿Habría decidido alguno de los subalternos de su padre que era mejor librarse del problema?

—Sólo tenía que escribirnos cuando necesitara más dinero —siguió Horacio.

—Pero no lo hizo, ¿verdad? —lo retó Pedro.

—No hubo respuesta.

De modo que Paula no sabía nada del fideicomiso...

—Yo hablé personalmente con su padrastro —siguió su padre, después de estar un rato tamborileando con los dedos sobre el escritorio—. Todo se hizo a través de él y tú has dicho que desapareció antes de que naciera el niño. Si lo que dices es verdad, seguramente se quedó con el dinero y no le habló del fideicomiso.

El padrastro de Paula. Claro, su padre tenía que cargar la responsabilidad a otra persona. Pero no la culpa. Nada de aquello habría pasado sin la mano controladora de Horacio Alfonso moviéndolo todo.

—Pues entonces cometiste un error al confiar en él, ¿No? Y tampoco te importó lo que le pasara a mi hijo.

—Pedro...

—Esperemos que lleguen esos papeles. Si lo que dices es verdad, quizá... sólo quizá, podría haber una relación viable entre los dos.

—Eres mi hijo. Lo que se hizo, se hizo por...

—No digas que por mí. No estabas pensando en mí. Ni en Paula. Estabas pensando en lo que tú querías. Cuando dejes de pensar en lo que tú quieres y empieces a respetar mis deseos, quizá podremos hablar de algo.

—Estoy dándote lo que quieres. He llamado a Juan para que traiga las pruebas...

—Ése es el primer paso.

Su padre levantó la barbilla orgullosamente.

—¿Cuál es el segundo?

—Si vuelves a hablar de Paula Chaves de forma despreciativa, me iré de aquí y no volveré jamás.

—Muy bien. ¿Hay un tercer paso?

—El tercer paso es aceptarla a ella y a su hijo. Y te aseguro que sabré si mueves un dedo para interferir en nuestra vida otra vez.

—Si te interesa el chico...

—No sólo el chico. Pienso hacer todo lo que esté en mi mano para convencer a Paula de que se case conmigo.

La expresión de su padre cambió por completo.

—No hay necesidad de eso. Entiendo que te interese el chico, pero...

La violencia que Pedro había intentado controlar hasta aquel momento explotó de repente. Furioso, se acercó en dos zancadas al escritorio y le dió un tremendo puñetazo.

—¡Entiéndeme a mí! —exclamó, colérico—. Paula Chaves  debería haber sido mi esposa hace seis años. Quiero que sea mi esposa y lo será.

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