—Algo... que tenía que hacer para un cliente. Lo haré mañana —contestó ella, haciendo tiempo para que Pedro Alfonso se alejara.
—Será mejor que lo pongas en la lista —le aconsejó Nico, recordando una de las manías de su madre—. Así no se te olvidará.
—Lo haré en cuanto lleguemos a casa.
—Bueno, venga —insistió el niño, tirando de su mano.
Paula se obligó a sí misma a caminar. Pero tenía que mirar para ver dónde estaba Pedro Alfonso y cuando volvió la cabeza, la angustia fue mayor. Porque Pedro estaba cruzando la calle y la miraba fijamente, decidido. No estaba mirando a otra parte, la miraba a ella.
No podía evitar la confrontación, se dijo a sí misma, al ver que Pedro se detenía ante la verja de su casa. Estaba mirando a Nico. Buscando el parecido, pensó, asustada. La familia Alfonso era muy rica. Si Pedro decidía pedir la custodia de Nico... y Paula sabía que solían jugar sucio. Conseguir una mujer que se parecía a ella para hacerle esas fotos, robarle la pulsera y devolverla después para que la llevase cuando Pedro la acusara de... la acusara y la dejara por una infidelidad que no había cometido.
Gente despiadada. Gente cruel. Gente sin corazón, sin sentimientos por los demás. Pero Pedro no podía estar seguro de que fuera su hijo. Sí, tenía la piel morena y el pelo oscuro como él, pero también tenía sus ojos azules, su boca y, desde luego, su alegre personalidad. Tendría que pedir una prueba de ADN para estar seguro. ¿Podría ella negarse?
—¿Conoces a ese hombre que está en la puerta, mamá?
No tenía sentido negarlo. Pedro iba a dirigirse a ella por su nombre, sin ninguna duda.
—Sí, sí lo conozco, Nico.
—¿Puedes pedirle que me lleve en su coche?
—¡No! —le salió del alma.
Paula se inclinó para tomar a su hijo por los hombros—. No debes pedirle que te lleve en su coche, cariño. No debes ir con él a ningún sitio. ¿Me oyes, Nico?
Su vehemencia asustó al niño. Y Paula se asustó también, al pensar que la sencillez de su vida iba a verse amenazada.
—¿Es un hombre malo? —preguntó Nico en voz baja.
¿Era malo Pedro? Una vez lo había amado. Lo amó con toda su alma. Por eso, que no creyera en ella fue tan devastador. Incluso ahora no podía decir que Pedro fuera malo, aunque se había dejado engañar por su familia.
—No, es que no debes irte con ningún extraño, ya lo sabes. ¿De acuerdo, Nico? ¿Me lo prometes?
—Te lo prometo —dijo el niño.
—Voy a darte la llave. Una vez que abra la verja, entra en casa y toma unas galletas de la cocina. ¿De acuerdo?
—¿Vas a hablar con ese hombre?
—Sí, tengo que hablar con él. No se irá hasta que lo haga.
Nico miró a Pedro con expresión furiosa.
—Es grande. ¿Quieres que llame a la policía, mamá?
Paula le había enseñado el número, una precaución necesaria ya que ella era la única adulta en la casa y si le pasara algo... pero intentó calmarse al ver que Nico parecía asustado.
—No, no hace falta. Sólo estaré con él unos minutos —le aseguró, sacando una llave del bolsillo—. Haz lo que te he dicho, ¿De acuerdo?
El niño asintió.
Siguieron caminando, de la mano, con la barbilla orgullosamente levantada. Habían pasado muchos años, demasiados, desde que lo dejó entrar en su vida, desde que sucumbió a su encanto masculino.
Pedro Alfonso era grande a ojos de Nico, pero desde el punto de vista de Paula... era poderoso, alto, de hombros anchos, con un físico imponente y sin una gota de grasa. Era el tipo de hombre que, de inmediato, llama la atención de una mujer.
Llevaba unos vaqueros negros, sin duda de diseño italiano. Una camisa de sport negra, remangada, destacaba la anchura de su torso y los poderosos antebrazos. Había puesto una mano en la verja, como si no estuviera dispuesto a dejarla escapar. Pero no tenía ningún derecho. Y aún debía demostrar que era el padre de Nico. Paula miró esa mano sin disimular su disgusto y él la bajó, en un gesto de conciliación.
—¿Puedo hablar un momento contigo, Paula?
Su voz, tan ronca, tan masculina, despertó viejos recuerdos. Los susurros en la cama, sus caricias, sus besos. Paula se puso colorada de vergüenza por dejar que aquel hombre le recordase lo que hubo una vez entre ellos.
—Por favor, apártate de la verja. Hablaré contigo, pero mi hijo tiene que entrar en casa.
—Me gustaría que nos presentaras —dijo Pedro, sonriendo al niño, mostrándose encantador... por si acaso era su hijo.
Paula apretó los dientes.
—Es mi hijo, eso es todo lo que tienes que saber. Nico, entra en casa y haz lo que te he dicho.
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