sábado, 1 de octubre de 2016

La Venganza: Capítulo 10

Paula se alegró de haber estado advertida. Con el traje gris del día de la boda Pedro estaba  muy atractivo,  pero  con  aquel  azul  marino  lo  estaba  aún  más, aunque no parecía darse cuenta de ello. La apariencia de ella le extrañó, pero no dijo nada. Sonrió de manera infantil sin ocultar su alegría por verla de nuevo.

-Hola gatita -se apoyó en la mesa de ella riendo al verla ponerse en guardia-. Te dije que volveríamos a vernos.

Paula no le hizo caso y oprimió el botón del interfono.

-El señor Alfonso le espera -le informó a su jefe con voz suave.

-Dile que pase, Paula-ordenó Claudio.

-Eso no vale -negó Pedro con la cabeza-. Antes de entrar, quería hablar contigo unos minutos.

Ella se puso de pie y se dirigió a la puerta del despacho de su jefe.

-El señor Hammond le espera.

Pedro se las arregló para alcanzar la puerta antes que ella. Era increíble que un hombre tan grande se moviera con tanta agilidad. Le bloqueó el camino de tal manera que no pudo abrir la puerta.

-¿Quiere pasar? -preguntó aparentando una frialdad que estaba lejos de sentir.

-No -respondió él mirándola detenidamente-. Ven a cenar conmigo esta noche.

-¡Ni hablar!

-¿Por qué? -preguntó, agresivo.

Paula suspiró y se dió cuenta de que la austeridad de su vestuario no había surtido ningún efecto.

-Porque no quiero -contestó desafiante.

Él frunció el ceño y la miró pensativo.

-¿Tan mala impresión te he causado?

-Claro que sí. ¿Por qué no entra de una vez? -su voz estaba alterada-. El señor Hammond le debe estar esperando.

-Pero  yo  no  quiero  entrar.  Supongo  que  te  has  vestido  así  en  mi  honor.  Pues entérate de esto, querida -sus brazos rodearon su cintura y la acercaron a él-. aunque te pongas harapos, para mí seguirás siendo la mujer más hermosa del mundo.

Era como un tigre acechando a un conejo; Paula estaba indignada, pues sus  fuerzas  no  le  permitían apartarse  de  él.  Movió  la  cabeza  de  lado  a  lado,  intentando  escapar  de  aquella  boca  sensual.  Sabía  que  no  iba  a  poder  soportar  que él la tocara. La tenía atrapada entre sus brazos, en sus ojos se reflejaba todo el odio que sentía por él. La  besó  con  destreza;  no  había  duda,  el  movimiento de  sus  labios  fue  suave  y  hechizante, sin embargo la chica se mantuvo fría, resistiendo la caricia. La boca de él permaneció insolente sobre la de ella mientras sus brazos la apretaban aún más contra su cuerpo. Por  fin levantó la ca beza .

-Gatita, deja de luchar contra mí -gruñó.

-No estoy...

-Paula,  oiga... ¡oh! -Claudio Hammond, sorprendido, apareció en la puerta de su  oficina  detrás  de  ellos-.  No  sabía  qué  era  lo  que  te  detenía,  Pedro.  Creo  que  me estoy volviendo viejo -bromeó.

 Paula, avergonzada, se separó de los brazos de Pedro y se dirigió a su sitio.

-Dentro de un momento estarán terminadas esas cartas, señor Hammond.

-No hay prisa -le contestó el jefe-. Pedro es la primera ve que veo alterada a mi eficiente secretaria. ¡Y tú eres el causante!

Colocó  con  estrépito  cuatro  hojas  limpias  de  papel  en  la  máquina  ignorando  a  los hombres, consciente de que los dos se divertían a su costa.

-Nos vemos luego,  gatita -indicó Pedro al mismo tiempo que cerraba la puerta.

Dejó caer las manos sobre la máquina de escribir y tecleó con furia. Después, se tapó la cara con las manos. ¿Por qué se lo había permitido? El recuerdo del beso no la abandonaba, sintió como si todavía la estuviera besando. La sensación fue tan fuerte que tuvo que abandonar la oficina para lavarse la cara y quitarse el poco de maquillaje que llevaba. Se miró en el espejo, tenía el rostro pálido y los ojos hundidos. Tenía miedo. Ese hombre la había hecho aparecer como una idiota frente a Claudio Hammond. Cuando   terminó   su   relación   con   David, decidió   mantener   su   vida   privada   totalmente al margen del trabajo y, en sólo una semana, había echado por tierra un esfuerzo  de  años, saliendo  a  cenar  con  uno  de  los  siete  abogados  de  la  compañía  y  permitiendo que el señor Hammond viera cómo un viejo amigo de la familia la besaba. Ella no besó a Pedro, pero para el señor Hammond era lo mismo.

Al regresar del baño decidió seguir con su trabajo. Los dos hombres seguían hablando en la oficina.

-Paula, tráeme el expediente Danfield -le pidió el señor Hammond por el interfono, unos minutos más tarde. Era  el  caso  más  importante  que  tenía  en  ese  momento,  y  por  un  segundo  se  preguntó  para  qué  querría  Pedro Alfonso ver  ese  expediente.  Sin  duda  tendría  sus  razones.

Entró en la oficina. Sin hacer caso al hombre que estaba sentado frente a  Claudio  Hammond,  Pedro no  dejaba  de  mirar  sus  piernas.  Pensó  que  estaba  loco,  no  tenía ningún derecho a observarla así frente a su jefe. A Claudio Hammond la escena le pareció muy divertida. Paula le dió el expediente y se dispuso a marcharse. Cuando iba a salir, Pedro  le abrió la puerta deseoso de que ella le mirara. Paula  se  negó  a  levantar  la  vista  más  allá  de  la  sensitiva  mano  que  descansaba  sobre  el picaporte.  No  era  la  mano  de  un  obrero,  pero  tampoco  la  de  un  hombre  que  estuviera sentado  todo  el  tiempo  detrás  de  una  mesa.  Había  fuerza  en  los  flexibles dedos, también sensibilidad.

-Me gusta navegar -le susurró al oído. Ella se asombró y miró con curiosidad los ojos masculinos.

-¿Cómo dice?

-Sí, ¿Qué has dicho, Pedro? -preguntó Claudio intrigado.

-Le decía a Paula que me encanta navegar -la mirada de él volvió a posarse en  el  rostro  encendido  de  la  muchacha-.  Quizá  te  gustaría  acompañarme  algún  día.

-Me mareo -contestó con voz queda, apresurándose a salir.

 -Ese mal se puede curar -comentó con voz muy suave, parado entre las dos oficinas.

Paula se volvió cuando llegó a su mesa.

-No quiero que me curen -miró su expresión y se dió cuenta de que él había captado el doble sentido de sus palabra,

-¿Quieres decir que el remedio podría ser peor que la enfermedad?

-Sin duda -inclinó la cabeza.

-¿Alguna vez lo has probado?

-Varias veces.

-¿Y el resultado fue siempre el mismo?

- Siempre.

Pedro encogió los hombros.

-Quizá no has navegado con el hombre indicado.

La chica apretó la boca.

-No creo que sea ésa la razón, señor Alfonso.

-¿No? -preguntó él.

-No. Creo que no me gusta.

-Lástima.  Puede  ser  muy  divertido  -se  volvió  hacia  Claudio-.  Ibas a decirme algo sobre Danfield -le recordó mientras cerraba la puerta tras él.

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