Paula se alegró de haber estado advertida. Con el traje gris del día de la boda Pedro estaba muy atractivo, pero con aquel azul marino lo estaba aún más, aunque no parecía darse cuenta de ello. La apariencia de ella le extrañó, pero no dijo nada. Sonrió de manera infantil sin ocultar su alegría por verla de nuevo.
-Hola gatita -se apoyó en la mesa de ella riendo al verla ponerse en guardia-. Te dije que volveríamos a vernos.
Paula no le hizo caso y oprimió el botón del interfono.
-El señor Alfonso le espera -le informó a su jefe con voz suave.
-Dile que pase, Paula-ordenó Claudio.
-Eso no vale -negó Pedro con la cabeza-. Antes de entrar, quería hablar contigo unos minutos.
Ella se puso de pie y se dirigió a la puerta del despacho de su jefe.
-El señor Hammond le espera.
Pedro se las arregló para alcanzar la puerta antes que ella. Era increíble que un hombre tan grande se moviera con tanta agilidad. Le bloqueó el camino de tal manera que no pudo abrir la puerta.
-¿Quiere pasar? -preguntó aparentando una frialdad que estaba lejos de sentir.
-No -respondió él mirándola detenidamente-. Ven a cenar conmigo esta noche.
-¡Ni hablar!
-¿Por qué? -preguntó, agresivo.
Paula suspiró y se dió cuenta de que la austeridad de su vestuario no había surtido ningún efecto.
-Porque no quiero -contestó desafiante.
Él frunció el ceño y la miró pensativo.
-¿Tan mala impresión te he causado?
-Claro que sí. ¿Por qué no entra de una vez? -su voz estaba alterada-. El señor Hammond le debe estar esperando.
-Pero yo no quiero entrar. Supongo que te has vestido así en mi honor. Pues entérate de esto, querida -sus brazos rodearon su cintura y la acercaron a él-. aunque te pongas harapos, para mí seguirás siendo la mujer más hermosa del mundo.
Era como un tigre acechando a un conejo; Paula estaba indignada, pues sus fuerzas no le permitían apartarse de él. Movió la cabeza de lado a lado, intentando escapar de aquella boca sensual. Sabía que no iba a poder soportar que él la tocara. La tenía atrapada entre sus brazos, en sus ojos se reflejaba todo el odio que sentía por él. La besó con destreza; no había duda, el movimiento de sus labios fue suave y hechizante, sin embargo la chica se mantuvo fría, resistiendo la caricia. La boca de él permaneció insolente sobre la de ella mientras sus brazos la apretaban aún más contra su cuerpo. Por fin levantó la ca beza .
-Gatita, deja de luchar contra mí -gruñó.
-No estoy...
-Paula, oiga... ¡oh! -Claudio Hammond, sorprendido, apareció en la puerta de su oficina detrás de ellos-. No sabía qué era lo que te detenía, Pedro. Creo que me estoy volviendo viejo -bromeó.
Paula, avergonzada, se separó de los brazos de Pedro y se dirigió a su sitio.
-Dentro de un momento estarán terminadas esas cartas, señor Hammond.
-No hay prisa -le contestó el jefe-. Pedro es la primera ve que veo alterada a mi eficiente secretaria. ¡Y tú eres el causante!
Colocó con estrépito cuatro hojas limpias de papel en la máquina ignorando a los hombres, consciente de que los dos se divertían a su costa.
-Nos vemos luego, gatita -indicó Pedro al mismo tiempo que cerraba la puerta.
Dejó caer las manos sobre la máquina de escribir y tecleó con furia. Después, se tapó la cara con las manos. ¿Por qué se lo había permitido? El recuerdo del beso no la abandonaba, sintió como si todavía la estuviera besando. La sensación fue tan fuerte que tuvo que abandonar la oficina para lavarse la cara y quitarse el poco de maquillaje que llevaba. Se miró en el espejo, tenía el rostro pálido y los ojos hundidos. Tenía miedo. Ese hombre la había hecho aparecer como una idiota frente a Claudio Hammond. Cuando terminó su relación con David, decidió mantener su vida privada totalmente al margen del trabajo y, en sólo una semana, había echado por tierra un esfuerzo de años, saliendo a cenar con uno de los siete abogados de la compañía y permitiendo que el señor Hammond viera cómo un viejo amigo de la familia la besaba. Ella no besó a Pedro, pero para el señor Hammond era lo mismo.
Al regresar del baño decidió seguir con su trabajo. Los dos hombres seguían hablando en la oficina.
-Paula, tráeme el expediente Danfield -le pidió el señor Hammond por el interfono, unos minutos más tarde. Era el caso más importante que tenía en ese momento, y por un segundo se preguntó para qué querría Pedro Alfonso ver ese expediente. Sin duda tendría sus razones.
Entró en la oficina. Sin hacer caso al hombre que estaba sentado frente a Claudio Hammond, Pedro no dejaba de mirar sus piernas. Pensó que estaba loco, no tenía ningún derecho a observarla así frente a su jefe. A Claudio Hammond la escena le pareció muy divertida. Paula le dió el expediente y se dispuso a marcharse. Cuando iba a salir, Pedro le abrió la puerta deseoso de que ella le mirara. Paula se negó a levantar la vista más allá de la sensitiva mano que descansaba sobre el picaporte. No era la mano de un obrero, pero tampoco la de un hombre que estuviera sentado todo el tiempo detrás de una mesa. Había fuerza en los flexibles dedos, también sensibilidad.
-Me gusta navegar -le susurró al oído. Ella se asombró y miró con curiosidad los ojos masculinos.
-¿Cómo dice?
-Sí, ¿Qué has dicho, Pedro? -preguntó Claudio intrigado.
-Le decía a Paula que me encanta navegar -la mirada de él volvió a posarse en el rostro encendido de la muchacha-. Quizá te gustaría acompañarme algún día.
-Me mareo -contestó con voz queda, apresurándose a salir.
-Ese mal se puede curar -comentó con voz muy suave, parado entre las dos oficinas.
Paula se volvió cuando llegó a su mesa.
-No quiero que me curen -miró su expresión y se dió cuenta de que él había captado el doble sentido de sus palabra,
-¿Quieres decir que el remedio podría ser peor que la enfermedad?
-Sin duda -inclinó la cabeza.
-¿Alguna vez lo has probado?
-Varias veces.
-¿Y el resultado fue siempre el mismo?
- Siempre.
Pedro encogió los hombros.
-Quizá no has navegado con el hombre indicado.
La chica apretó la boca.
-No creo que sea ésa la razón, señor Alfonso.
-¿No? -preguntó él.
-No. Creo que no me gusta.
-Lástima. Puede ser muy divertido -se volvió hacia Claudio-. Ibas a decirme algo sobre Danfield -le recordó mientras cerraba la puerta tras él.
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