Paula se agitó en su asiento mientras la muchacha le besaba apasionadamente en la boca: Melisa olvidó los celos cuando él dijo que la llevaría a cenar al día siguiente. Pobre chica. Muchachas como aquélla no lograban mantener interesado a un hombre como Pedro durante mucho tiempo. Le estuvo estudiando con detenimiento toda la mañana. Quería conocerle bien antes de poner en marcha su venganza. Conocer al enemigo, ése era su empeño. Y Pedro era indudablemente su enemigo.
-Adiós señorita Schulz -la sonrisa de Melisa era triunfal, se fue contoneando las caderas de manera descarada impregnando el aire con el aroma de su sofisticado perfume. Paula procuró mantener la calma.
-Es una chica muy guapa -comentó ella.
-Mucho -asintió él.
-Su último jefe debe de estar encantado con su trabajo, está deseando que usted vuelva, incluso ha mandado a su hija para que le convenza -comentó burlona.
Pedro hizo un gesto con las manos.
-No. Melisa tenía programadas estas vacaciones mucho antes de que yo pensara venir a Inglaterra. Alberto pudo decirle que me viera. pero nada más. Es una jovencita muy imaginativa y muy mentirosa.
-Claro -hizo un gesto con la boca y miró su cuaderno de notas.
-¿Y qué opinas de mi capacidad de persuasión?
Paula no se había dado cuenta de que él estaba a su lado. Al notar su proximidad se puso nerviosa. Pero, con mucho esfuerzo, logró controlarse y le miró con frialdad.
-La verdad es que no he pensado en ello, ni siquiera me había percatado de que la tenía -agregó.
Él se irguió, riendo.
-Tengo que reconocer que no ha funcionado muy bien contigo, todavía. Pero no pierdo la esperanza.
Paula se dio cuenta de que Pedro había decidido cambiar de táctica. Volvió a ser un ejecutivo serio y eficaz. Su buen humor desapareció por completo. Ella sabía, por los informes que Claudio le había dado, que Pedro era un buen abogado y había comprobado, por propia experiencia, que era capaz de hacer bien cualquier cosa, incluso manejar a mujeres como Melisa. Al parecer, la única debilidad que tenía era ella misma. Tenía que aprovecharse de las circunstancias. Pero debía esperar el momento oportuno. No le conocía lo suficiente como para comenzar su plan. También ella se puso seria y volvió a concentrarse en su trabajo.
-Tiene una cita dentro de diez minutos -le recordó, distante-. Y, si de verdad necesita que trabaje horas extras, lo haré.
-¿No vas a salir con Javier?
-Ya le he dicho que no.
-Sólo quería estar seguro -afirmó-. Puede que haya estado fisgoneando por aquí mientras he estado fuera.
Ella le miró furiosa.
-Javier no tiene necesidad de andar fisgoneando por ningún lugar.
-Lo hace en mi oficina -gruñó Pedro, enfadado.
Paula se alegró íntimamente por aquella explosión de celos.
-Somos compañeros de trabajo –lijo con voz suave y firme-.Es natural que hablemos e intercambiemos ideas.
Su rostro se oscureció.
-Supongo que Anderson no te hablaría de asuntos confidenciales.
-¡Por supuesto que no! -exclamó indignada-. Javier es un abogado muy responsable.
Pedro abrió los ojos.
-¿Le admiras?
–Como abogado, sí. -Yo... -interrumpió la conversación porque comenzó a sonar el teléfono de Paula-.
-Te salvó la campana -musitó mientras se dirigía a su oficina.
La chica contestó a la llamada, e inmediatamente se concentró en su trabajo. El cliente citado a las dos y media estaba esperando en la recepción. Trabajó mucho durante toda la tarde. Pedro le pidió que mecanografiara un informe confidencial que necesitaba para el día siguiente.
Eran casi las ocho de la noche cuando sacó de la máquina la última hoja de papel, y la colocó a un lado de la mesa, junto a las demás. Pedro salió de su oficina, en mangas de camisa. Parecía muy cansado. Se inclinó sobre los papeles y tomó la última hoja mecanografiada para leerla, como había hecho con las anteriores.
-¿Ya has terminado?
-Sí.
Paula se estiró, intentando relajarse. Había acumulado mucha tensión durante el trabajo.
-¿Te duele? -Pedro vio cómo movía el cuello, cansada.
-Un poco -reconoció.
Él colocó la hoja en el escritorio y se colocó detrás de ella para darle un masaje en el cuello y en los hombros.
-¿Estás mejor? -le preguntó segundos después.
Estaba demasiado obsesionada por deshacerse de aquellas manos como para apreciar las ventajas del masaje. Si reaccionaba violentamente lo echaría todo a perder. Mantenerle a raya era una cosa; pero demostrarle total aversión era muy peligroso y debía tratar de evitarle. Las acariciadoras manos de Pedro le decían que no sería fácil.
-Sí, gracias -se hizo a un lado sin brusquedad, para ponerse en pie-. ¿Ya hemos terminado por hoy?
Pedroasintió.
-¿Te llevo a tu casa?
-He traído mi coche.
-Entonces, ¿Quieres cenar conmigo? -preguntó en voz baja. Esperaba que ella se negara, lo vió en la resignada expresión que puso.
Le hubiera encantado aceptar, pero pensó que sería mejor mantenerle a distancia un poco más.
-Esta noche no. Creo que lo que necesito es darme un baño caliente y acostarme temprano.
-Buena idea.
Ella se puso tensa ante el tono seductor de él.
-¿Verdad que sí? Ahora, si me disculpa...
-¡Paula! -la detuvo en la puerta.
La frialdad de su mirada le dejó sorprendido.
-¿Sí?
Pedro movió la cabeza.
-Nada -arrepentido, se dió la vuelta-. Te veré mañana.
Se dirigió a casa más despacio que de costumbre, deteniéndose en todos los semáforos, aunque estuvieran en ámbar. La expresión de su rostro no mostraba en absoluto, los planes que urdía su mente. Pedro acostumbraba a utilizar a las mujeres, sin duda había usado a Melisa para obtener un puesto en la empresa de su padre. Y ahora quería utilizarla a ella, para satisfacer su apetito sexual. Pero Paula tenía otros planes. Aunque se casaran, nunca sentiría el placer de poseerla. Un escalofrío recorrió su espalda al imaginar el día en que le dijera a Pedro quién era ella. Se sentiría humillado cuando se enterase de que estaba casado con la hija de un supuesto ladrón, un hombre a quien su padre acosó hasta el suicidio. Ésa sería su venganza.
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