Paula asintió.
-Mi tía me lo ha contado todo.
El hombre le acarició una mano.
-Lo siento.
-Yo no, créame que no.
Horacio suspiró.
-Bueno, conseguí que Jesica Raynes testificara contra tu padre con la promesa de que los cargos contra ella serían mínimos.
-Entonces, por eso le traicionó.
Él asintió.
-Ella no estaba enamorada de tu padre, era muy interesada. Cuando se dió cuenta de que él no tenía dinero, le traicionó. Jesica Raynes era muy ambiciosa y mientras se pudo servir de tu padre lo hizo. En cuanto le descubrieron, ella le dió la espalda. Estaba muy triste, se notaba que le costaba mucho trabajo recordar ese doloroso episodio de su pasado. Yo no pude imaginarme que tu padre reaccionaría de esa forma al enterarse de que Jesica le había traicionado.
-Usted no tenía por qué saberlo -aseguró Paula-. Y Pedro debe entenderlo.
El hombre movió la cabeza con tristeza.
-Ya es muy tarde, Paula
-Su mujer -preguntó despacio-. ¿Sabía la verdad? ¿O también se volvió contra usted?
Él sonrió de repente.
-Ana me amó hasta el final, como yo a ella, aunque mi hijo no está muy convencido -agregó con tristeza.
Horacio le palmeó la mano.
-En serio. me gustas como nuera, Paula.
-¿Aun sabiendo lo de mi padre? -preguntó, evitando mirarle a los ojos.
-Tú no eres tu padre -le aseguró-. Las deshonestidades no se transmiten por herencia, aunque te digan lo contrario. Siento mucho que Pedro y yo te hiciéramos pasar un mal rato el otro día -sonrió con pesar-. Los dos estábamos enfadados. Pero me gustaría que te casaras con él. ¿Crees que podrás arreglarlo?
Ella negó con la cabeza.
-Me temo que no.
La boca del hombre se apretó con rabia.
-Ese hijo mío es tan terco como...
-Usted --sonrió Paula.
-Quizá -reconoció-. ¿Volverás a visitarme?
Había una intensa sinceridad en la voz de él, y ella quedó convencida de que lo preguntaba en serio.
-Trataré.
Era muy tarde cuando regresó a Londres. Estaba muy cansada, pero no lo suficiente como para dejar de visitar a Pedro. Tenía que verle, tenía que contarle la verdad. No podía permitir que Pedro siguiera creyendo que su padre era un hombre sin escrúpulos.
Pedro sólo llevaba una bata cuando fue a abrirle la puerta, tenía el pelo alborotado como si hubiese estado durmiendo, sin embargo las profundas ojeras mostraban que no había podido dormir muy bien últimamente. La miró sorprendido.
-Quiero hablar contigo.
Hablaba con tranquilidad. Estaba decidida a decirle todo lo que sabía. sin omitir un solo detalle. Él no se movió.
-No merece la pena.
Le miró decidida, sólo encontró frialdad en su rostro.
-Acabo de decirle a tu padre que aún estamos a tiempo -comentó muy calmada viendo cómo él se sorprendía.
-¿A mi padre? -repitió-. ¿Has ido a ver a mi padre?
-Sí.
-¿Por qué?
-¿Puedo entrar o quieres que lo discutamos en la puerta?
Trató de aparentar tranquilidad, pero no lo consiguió. Estaba hecha un manojo de nervios.
-¿Para qué has ido a ver a mi padre? -quiso saber mientras se dirigían hacia la sala.
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