Cerró los ojos, llenos de ira.
-No creo que nos apetezca -replicó entre dientes.
-¿Por qué no? Alfonso y tú son amantes. Lo sé muy bien. A propósito, se enfadó cuando le dije quién eras. Pero yo lo sé todo y te sigo queriendo.
Paula se levantó furiosa.
-¡Lárgate de aquí! ¡No sé cómo pude enamorarme de tí! ¡Eres despreciable! ¡Vete! Ya me has hecho mucho daño, puedes estar satisfecho.
Él se asombró incrédulo.
-¡Estás enamorada de Alfonso!
-Sí.
-¡Dios mío! ¡Pobre Paula! -exclamó burlonamente y se marchó.
Se hizo un tenso silencio. Ningún movimiento salía de la oficina de Pedro, que había dejado de hablar por teléfono. Paula quiso llamar a la puerta. pero no se atrevió a hacerlo.
-¿Puedo entrar? Andrea asomó la cabeza, estaba radiante: era evidente que sus primeras semanas de matrimonio habían sido un éxito. Entró directamente a saludar a Paula.
-Ya me han contado que no se debe entrar sin llamar a una habitación donde están juntos Pedro y tú.
Paula sonrió, no quería disgustar a Andrea, la muchacha estaba muy contenta.
-¿En serio? ¿Y quén te lo ha contado?
-Claudio -rió Andrea-. Fuimos a verle ayer. Está muy bien, mejor que hace meses.
-Sí -asintió Paula.
-Claro que Gabriel se enfadó porque no se lo dijo, pero yo le admiro, ha tenido mucho valor -Andrea se sentó-. Mi marido está hablando con Pedro por teléfono ahora.
Paula sabía que no. La conversación había terminado hacía unos minutos, y Pedro permanecía en su oficina. ¿Qué estaría haciendo?
-¿Qué te parece tu nuevo jefe? -preguntó bromeando.
-Me gusta.
-Claudio piensa que hay algo más -Andrea la miró inquisitiva. Su sonrisa era brillante.
-No lo creo. Prefiere que tú trabajes para él.
-¿En serio? -preguntó su amiga, confundida.
-Sí. ¿Te importaría?
La otra muchacha se encogió de hombros.
-La verdad no. Sin embargo, Gabriel decide. Yo...
La puerta se abrió y por fin salió Pedro totalmente irreconocible, no era el hombre que la había tenido en brazos esa mañana. Estaba pálido, su mirada era fría y en sus ojos se reflejaba una profunda tristeza. Contestó al alegre saludo de Andrea con una brusquedad que la dejó pasmada durante unos segundos, y la hizo escapar enseguida. Paula se sintió obligada a decir algo.
-Pedro, yo...
-¿Quieres pasar? -dió un paso atrás y abrió la puerta para que ella entrara.
-Oh, Pepe...
-Debes esperar hasta que estemos en la oficina para decir algo- estaba muy enfadado.
Pasó junto a él y se sentó en una silla, mientras Pedro se paseaba por la habitación. La chica retorció las manos, nerviosa.
-¿Es inútil pensar que es mentira, no es así? -la voz de él rompió el silencio.
-Sí -afirmó Paula con voz entrecortada.
-¿Por qué no me lo dijiste? No, déjame adivinar. Si yo hubiera sabido quién eras jamás habrías podido llevar a cabo tu venganza. ¿No es así? -preguntó con dureza.
-No -Paula tenía la vista clavada en las manos.
-Así que no niegas que te acercaste a mí con la idea de la venganza en la mente.
-No. Pero...
-¿Y lo de anoche? ¿También fue parte de la venganza?
Levantó los ojos para mirarle con dolor.
-No -dijo con voz suplicante.
-¿No? -repitió, mirándola con frialdad, no había rastro del amor de horas antes-. ¿No fue para asegurarte de que cuando me clavaras el cuchillo, revelándome tu identidad yo sintiera la agonía de perderte?
-No...
-Pues ya he conocido la agonía, Paula. Anoche pensé tener en mis brazos a la mujer que amaba y que me amaba, y sin embargo fuiste tan cruel que me diste tu virginidad para hacer mi dolor más grande. La miró despectivamente.
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