sábado, 15 de octubre de 2016

La Venganza: Capítulo 35

Cerró los ojos, llenos de ira.

-No creo que nos apetezca -replicó entre dientes.

-¿Por  qué  no?  Alfonso y  tú  son  amantes.  Lo  sé  muy  bien.  A  propósito,  se  enfadó cuando le dije quién eras. Pero yo lo sé todo y te sigo queriendo.

Paula se levantó furiosa.

 -¡Lárgate  de  aquí!  ¡No  sé  cómo  pude  enamorarme  de  tí!  ¡Eres  despreciable!  ¡Vete! Ya me has hecho mucho daño, puedes estar satisfecho.

Él se asombró incrédulo.

-¡Estás enamorada de Alfonso!

-Sí.

-¡Dios mío! ¡Pobre Paula! -exclamó burlonamente y se marchó.

Se  hizo  un  tenso  silencio.  Ningún  movimiento  salía  de  la  oficina  de  Pedro, que  había dejado de hablar por teléfono. Paula quiso llamar a la puerta. pero no se atrevió a hacerlo.

 -¿Puedo entrar? Andrea asomó la cabeza, estaba radiante: era evidente que sus primeras semanas de matrimonio habían sido un éxito. Entró directamente a saludar a Paula.

-Ya me han contado que no se debe entrar sin llamar a una habitación donde están juntos Pedro y tú.

Paula sonrió, no quería disgustar a Andrea, la muchacha estaba muy contenta.

-¿En serio? ¿Y quén te lo ha contado?

-Claudio -rió Andrea-. Fuimos a verle ayer. Está muy bien, mejor que hace meses.

 -Sí -asintió Paula.

-Claro que Gabriel se enfadó porque no se lo dijo, pero yo le admiro, ha tenido mucho valor -Andrea se sentó-. Mi marido está hablando con Pedro por teléfono ahora.

Paula sabía que no. La conversación había terminado hacía unos minutos, y Pedro permanecía en su oficina. ¿Qué estaría haciendo?

-¿Qué te parece tu nuevo jefe? -preguntó bromeando.

 -Me gusta.

 -Claudio piensa que hay algo más -Andrea la miró inquisitiva. Su sonrisa era brillante.

-No lo creo. Prefiere que tú trabajes para él.

 -¿En serio? -preguntó su amiga, confundida.

-Sí. ¿Te importaría?

La otra muchacha se encogió de hombros.

-La verdad no. Sin embargo, Gabriel decide. Yo...

La puerta se abrió y por fin salió Pedro totalmente irreconocible, no  era el hombre que la había tenido en brazos esa mañana. Estaba pálido, su mirada era fría y en sus ojos se reflejaba una profunda tristeza. Contestó al alegre saludo de Andrea con una brusquedad que la dejó pasmada durante unos segundos, y la hizo escapar enseguida. Paula se sintió obligada a decir algo.

-Pedro, yo...

-¿Quieres pasar? -dió un paso atrás y abrió la puerta para que ella entrara.

-Oh, Pepe...

 -Debes esperar hasta que estemos en la oficina para decir algo- estaba muy enfadado.

Pasó junto a él y se sentó en una silla, mientras Pedro se paseaba por  la habitación. La chica retorció las manos, nerviosa.

-¿Es inútil pensar que es mentira, no es así? -la voz de él rompió el silencio.

-Sí -afirmó Paula con voz entrecortada.
-¿Por qué no me lo dijiste?  No,  déjame  adivinar.  Si  yo  hubiera  sabido  quién  eras  jamás  habrías  podido  llevar  a  cabo  tu  venganza.  ¿No  es  así?  -preguntó  con  dureza.

-No -Paula tenía la vista clavada en las manos.

 -Así que no niegas que te acercaste a mí con la idea de la venganza en la mente.

 -No. Pero...

-¿Y lo de anoche? ¿También fue parte de la venganza?

 Levantó los ojos para mirarle con dolor.

 -No -dijo con voz suplicante.

-¿No?  -repitió, mirándola con frialdad,  no había rastro del  amor de horas  antes-.   ¿No fue para asegurarte de que cuando me clavaras el cuchillo, revelándome tu identidad yo sintiera la agonía de perderte?

-No...

-Pues ya he conocido la agonía, Paula. Anoche pensé tener en mis brazos a la mujer  que  amaba y que me amaba,  y sin  embargo fuiste  tan cruel que me diste  tu  virginidad para hacer mi dolor más grande. La miró despectivamente.

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