—¿Cómo?
—La otra noche...
—No —lo interrumpió ella, poniéndose colorada.
—No usé condón, Pau, y ya que tú no tienes relaciones con ningún otro hombre, supongo que no tomas la píldora.
—Era un... momento seguro del ciclo. Un hecho del que se había percatado, asustada, en cuanto Pedro se marchó.
—¿Segura?
—Sí, segura.
—Una pena. Yo esperaba que...
—¿Qué esperabas? —lo interrumpió ella, furiosa.
—Espero poder cuidar de tí esta vez. Tener un hijo al que cuidemos juntos desde el principio...
—¿Era eso lo que querías cuando me llevaste a la cama?
—No —contestó Pedro—. Cuando te llevé a la cama sólo te deseaba a tí, Pau. Por eso no me acordé de usar preservativo. Y tú tampoco te acordaste, por cierto. ¿Qué crees que significa eso?
Paula no contestó. No podía negar que entre ellos existía una poderosa atracción, pero el matrimonio era algo completamente diferente. No pensaba tomar una decisión a toda prisa. Seis años eran mucho tiempo y no estaba segura de que aquello pudiera funcionar.
Fueron a un restaurante del puerto, donde Pedro había reservado mesa frente a un ventanal para poder ver los barcos... muchos barcos aquel fin de semana. Eso le recordó cómo había conocido a pedro y su hermano.
Su madre y ella habían decidido mudarse a un departamento cerca del puerto cuando su padrastro las dejó. Paula estaba en segundo de carrera y había conseguido un trabajo de verano en una de las tiendas del muelle. La familia Alfonso tenía una casa cerca de allí, seguramente seguirían teniéndola. Ese verano, los hermanos Alfonso navegaban todos los fines de semana. Había conocido a Federico antes, en la tienda. A Paula le pareció un chico guapísimo hasta que apareció Pedro. No sólo era mucho más guapo; en comparación, Federico parecía casi insignificante.
Paula miró a los hombres que había en el restaurante; ninguno de ellos podía compararse con Pedro. Él demandaba atención, la exigía, y Paula sabía que mantenerlo a distancia iba a ser muy difícil. Después de comer, fueron al parque y Nico se empeñó en demostrarle a su padre lo bien que se tiraba por el tobogán, lo alto que subía en los columpios... Paula se dejó caer sobre la hierba, resignándose a otra conversación privada con Pedro.
—Vamos a hablar de matrimonio —dijo él, sin preámbulo alguno.
Paula arrancó una brizna de hierba y empezó a jugar con ella mientras intentaba poner en orden sus pensamientos.
—Has tenido tiempo de pensarlo —insistió Pedro.
—Han pasado muchos años. No te conozco...
—¿Necesitas más tiempo?
—Sí.
—Entonces, lo estás pensando.
La satisfacción que había en su voz hizo que Paula se rebelara.
—Hay muchas cosas que solucionar, Pedro.
—Dime qué has pensado.
—Por ejemplo, ¿Has hablado de esto con tus padres?
—Les he dicho que o te aceptan como mi esposa o me pierden a mí. Y después de perder a un hijo, no creo que quieran perder al único que les queda.
Paula se quedó sin palabras. Hablaba como si fuera una cosa ya decidida, ya formalizada.
—¿Cuándo se lo has dicho?
—Cuando le pregunté a mi padre si había querido pagar por un aborto. No la semana anterior, sino mucho antes... antes incluso de volver a verla. Lo había decidido entonces. ¿Por desprecio a su padre, por venganza?
—Tus padres no quieren que te cases conmigo.
—No tienen elección.
—Pero yo sí —dijo Paula.
—Te aceptarán. Tienen mucho que perder si no lo hacen.
—Yo no quiero estar en medio de una pelea familiar. No quiero que Nico sufra en este juego. Se dará cuenta... sabrá que no lo quieren. No puedes obligar a tus padres a que quieran al niño.
—Esto no es un juego, Pau. Créeme, lo digo completamente en serio. Mis padres querrán a Nico, sin reservas —insistió Pedro—. Es su nieto, su único nieto. Fede ha muerto sin tener hijos y el futuro de la familia Alfonso está en manos de los nuestros. De modo que Nico será fundamental para mis padres.
Paula sintió un escalofrío.
—No me cargues con esa responsabilidad. No es justo. Te estás aprovechando de la muerte de tu hermano... y por mucho daño que nos hiciera, eso no es justo. Esto no tiene arreglo, ¿Es que no lo ves? Deberías casarte con otra mujer y dejarnos a mí y a Nico fuera de esto.
—No voy a hacerlo —insistió Pedro—. Tú eres la única mujer a la que he querido... a la que querré nunca.
Paula apartó la mirada, temiendo que viera en sus ojos cómo la afectaban esas palabras. Pero él debió de interpretarlo como una reacción negativa porque, sin apenas pausa, habló con un tono más firme, más decidido:
—Y Nico es mi hijo.
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