Paula se sentó despacio en la silla detrás de su escritorio. ¿Por qué había dejado que la mezclara en aquella conversación? Ninguno se refería a la navegación, los dos lo sabían. Era de nuevo aquella habilidad que tenía para adivinar sus pensamientos lo que la irritaba, lo que había provocado aquel intercambio verbal. El problema era que Pedro siempre la irritaba. Siempre que estaba cerca de ella le daban ganas de reñir y pelear con todo mundo.
Pedro siguió yendo a la oficina durante toda la semana. El viernes por la tarde Paula estaba a punto de explotar. El hombre se ponía cada vez más pesado, y repetía una y otra vez sus proposiciones, lo que la hizo aceptar otra invitación de Javier, a pesar de su decisión de no volver a salir con él. Cuando Pedro repitió la invitación pudo decirle, sin mentir, que ya estaba comprometida.
-¿Anderson? -preguntó con reticencia.
-Sí –respondió satisfe cha.
Pedro negó con la cabeza.
-No significa nada para tí.
Las mejillas se le encendieron.
-¿Y cómo puede saberlo? -se burló-. porque me conoce, ¿Verdad? pero no me conoce bien, señor Alfonso, ¡Y nunca me conocerá!
-¿No?
-¡No!
-Si no supiera que tu aversión hacia mí es sincera, pensaría que te gusta hacerte rogar. pero...
-¿Piensa usted que es sincera? -repitió incrédula.
Pedro estaba sentado en el borde de la mesa.
-Claro que sí, gatita -lo decía en serio-. Pero no me importa.
- .Por qué?
-Porque de todos modos voy a casarme contigo.
-¡Por Dios...! -se levantó enfadada-. El señor Hammond dijo que usted iría derecho a su oficina cuando volviera de comer, le agradecería mucho que lo hiciera.
-Haré cualquier cosa para que seas felíz -contestó, mientras se levantaba.
-¿Cualquier cosa?.
-Dentro de los límites razonables.
-Pues aléjese de mí.
-No es posible. Ni ahora ni en el futuro.
- ¿Por que?
-¿De verdad quieres que te conteste? -comentó él.
-No.
-Perfecto. Te voy ganando terreno palmo a palmo. ¿No crees -dijo cuando se marchaba hacia el despacho de Claudio.
Paula no creía posible que su vida se viera amenazada por tercera vez. Primero su padre, luego David, y ahora el hijo de Horacio Alfonso. Pensaba que llegaría un momento en que él se cansara de insistir e invitaría a otra de las secretarias que trabajaban allí, cualquiera de ellas habría aceptado encantada. Pero no, estaba decidido a vencerla, e incluso quería casarse con ella.
Pedro estuvo presente en la reunión semanal del personal, que se celebró esa misma tarde. Paula tomó nota de la conversación mantenida por las veinte personas que estaban en el salón, sabiendo que Claudio querría una copia escrita de todo lo que se hubiera discutido. Con frecuencia, a su jefe se le ocurrían ideas para mejorar las relaciones laborales, repasando las actas de las reuniones. Esa tarde fue diferente. Claudio, cuando se hubieron reunido todos en la sala de juntas, pidió silencio por unos minutos. Se puso de pie.
-Estoy seguro de que no les habrá pasado desapercibida la presencia de Pedro Alfonso en el edificio esta semana.
Los miembros femeninos del personal se miraron entre sí. Naturalmente, a nadie le había pasado desapercibido ese detalle.
-Desde el lunes su estancia aquí será permanente. Voy a retirarme y Pedro ha aceptado mi puesto. Él me sustituirá y...
Paula no escuchó más, ni pudo seguir tomando notas. Pedro Alfonso iba a trabajar allí, ocuparía el puesto de Claudio Hammond. ¿Cómo quedaría ella? Desde luego, no estaba dispuesta a convertirse en la secretaria de Pedro. Cuando terminó la reunión, se unió al grupo que salía; iba distraída, pensando en lo absurdo de su situación. ¿Por qué no se le había ocurrido que Claudio Hammond estaba pensando en delegar su poder, qué otra razón podía haber para la presencia de Pedro allí?
-Esto cambia todas las cosas, ¿No es así? -preguntó Javier, saliendo tras ella.
-Sí -la voz le salió temblorosa e insegura, había perdido su acostumbrado tono de seguridad.
-Lo supuse.
-¿Sí? -le preguntó de forma casi acusadora.
-Sí -asintió él mientras la seguía hasta su oficina-. Y es un gran acierto de Claudio asociarse con ese hombre.
Paula se sentó en la silla, detrás de su escritorio.
-Yo pensaba que, el día que se retirara, su sucesor sería alguien de aquí dentro.
Javier movió la cabeza.
-Nunca lo insinuó. No, yo diría que cuando Claudio llamó a Alfonso ya tenía decidido proponerle que aceptase su puesto, y creo que no ha podido hacer mejor elección. Alfonso es exactamente lo que la firma necesita -comentó antes de salir de la oficina.
La joven estaba furiosa, Javier le había fallado. Él, como todos los miembros del personal, también admiraba a Pedro. Sin embargo ella no le admiraba ni podría hacerlo nunca. No quería dejar su trabajo, le gustaba, pero sabía que no podría permanecer en el mismo edificio que Pedro Alfonso ni un solo día más. Redactó su dimisión, sin importarle que todos supieran que lo hacía a causa del nombramiento de Pedro. Tenía que marcharse lo antes posible, y si renunciaba esa misma tarde, podría irse al cabo de cuatro semanas. Tendría que esperar cuatro semanas. Toda una eternidad. Se consoló pensando que durante ese tiempo no le vería mucho, pues Claudio tardaría por lo menos un mes en ponerle al corriente de los casos de los que tendría que hacerse cargo. Luke entró en la oficina y cerró la puerta.
-Bienvenido a Acdroyd, Hammond y Hammond, señor Alfonso -le dijo ella, sacando su carta de dimisión de la máquina y colocándola en un sobre.
Él la miró burlonamente.
-Hubiera querido que esas palabras fuesen pronunciadas con más sinceridad. No podemos tenerlo todo, ¿No es así? -preguntó felíz.
Paula, sin hacerle caso, escribió el nombre del señor Hammond en el sobre.
-¿Qué es esto? Pedro tomó la carta y comenzó a leer la a pesar de los intentos que hacía ella de arrebatársela.
-Es una carta personal -afirmó secamente.
-Lo era -asintió él-. Y que quede bien claro que, en el futuro, toda correspondencia que llegue a esta oficina pasará por mis manos. ¿Qué significa esto? -movió la carta frente a ella. La chica hizo una mueca.
-Creo que está muy claro.
-Sí. está muy claro -asintió él-. Solo que necesito una explicación.
Paula desvió la mirada.
-Yo creo que no; usted sabe muy bien por qué me marcho.
-Quizá -la tomó de la barbilla y le volvió el rostro con fuerza para que tuviera que mirarle-. ¿Lo haces por mí?
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