sábado, 1 de octubre de 2016

La Venganza: Capítulo 11

Paula se  sentó  despacio  en  la  silla  detrás  de  su  escritorio.  ¿Por qué  había  dejado   que   la mezclara en aquella conversación?   Ninguno se  refería   a   la   navegación,  los  dos  lo  sabían.  Era de  nuevo  aquella  habilidad  que  tenía  para  adivinar  sus  pensamientos  lo  que  la  irritaba,   lo que  había  provocado  aquel  intercambio verbal. El problema era que Pedro siempre la irritaba. Siempre que estaba cerca de ella le daban ganas de reñir y pelear con todo mundo.

Pedro siguió yendo a la oficina durante toda la semana. El viernes por la tarde Paula estaba a punto de explotar. El hombre se ponía cada vez más pesado, y repetía una y otra vez sus proposiciones, lo que la hizo aceptar otra invitación de Javier, a pesar de su decisión de no volver a salir con él. Cuando Pedro repitió la invitación pudo decirle, sin mentir, que ya estaba comprometida.

-¿Anderson? -preguntó con reticencia.

-Sí –respondió satisfe cha.

Pedro negó con la cabeza.

-No significa nada para tí.

Las mejillas se le encendieron.

 -¿Y cómo puede saberlo? -se burló-. porque me conoce, ¿Verdad? pero no me conoce bien, señor Alfonso, ¡Y nunca me conocerá!

-¿No?

 -¡No!

-Si no supiera que tu aversión hacia mí es sincera, pensaría que te gusta hacerte rogar. pero...

-¿Piensa usted que es sincera? -repitió incrédula.

Pedro estaba sentado en el borde de la mesa.

-Claro que sí, gatita -lo decía en serio-. Pero no me importa.

- .Por qué?

-Porque de todos modos voy a casarme contigo.

-¡Por Dios...! -se levantó enfadada-. El señor Hammond dijo que usted iría derecho a su oficina cuando volviera de comer, le agradecería mucho que lo hiciera.

-Haré cualquier cosa para que seas felíz -contestó, mientras se levantaba.

-¿Cualquier cosa?.

-Dentro de los límites razonables.

-Pues aléjese de mí.

-No es posible. Ni ahora ni en el futuro.

- ¿Por que?

-¿De verdad quieres que te conteste? -comentó él.

 -No.

-Perfecto. Te voy ganando terreno palmo a palmo. ¿No crees -dijo cuando se marchaba hacia el despacho de Claudio.

Paula no creía posible que su vida se viera amenazada por tercera vez. Primero su padre, luego David, y ahora el hijo de Horacio Alfonso. Pensaba que llegaría un momento en que él se cansara de insistir e invitaría a otra de las  secretarias  que  trabajaban  allí,  cualquiera  de  ellas  habría  aceptado  encantada. Pero no, estaba decidido a vencerla, e incluso quería casarse con ella.

Pedro estuvo presente en la reunión semanal del personal, que se celebró esa misma tarde. Paula tomó nota de la conversación mantenida por las veinte personas que estaban  en  el  salón, sabiendo que  Claudio  querría  una  copia  escrita  de  todo  lo  que se hubiera  discutido.  Con  frecuencia,  a su  jefe  se  le  ocurrían  ideas  para  mejorar las relaciones laborales, repasando las actas de las reuniones. Esa tarde fue diferente. Claudio, cuando se hubieron reunido todos en la sala de juntas, pidió silencio por unos minutos. Se puso de pie.

 -Estoy seguro de que no les habrá pasado desapercibida la presencia de Pedro Alfonso en el edificio esta semana.

Los miembros femeninos del personal se miraron entre sí. Naturalmente, a nadie le había pasado desapercibido ese detalle.

-Desde el lunes su estancia aquí será permanente. Voy a retirarme y Pedro ha aceptado mi puesto. Él me sustituirá y...

Paula no escuchó más, ni pudo seguir  tomando  notas.  Pedro Alfonso iba  a  trabajar  allí,  ocuparía el  puesto  de  Claudio  Hammond.  ¿Cómo  quedaría  ella?  Desde luego,  no estaba dispuesta a convertirse en la secretaria de Pedro. Cuando terminó la reunión, se unió al grupo que salía; iba distraída, pensando en lo absurdo de su situación. ¿Por qué no se le había ocurrido que Claudio Hammond estaba pensando en delegar su poder, qué otra razón podía haber para la presencia de Pedro allí?

-Esto cambia todas las cosas, ¿No es así? -preguntó Javier, saliendo tras ella.

-Sí -la voz le salió temblorosa e insegura, había perdido su acostumbrado tono de seguridad.

-Lo supuse.

-¿Sí? -le preguntó de forma casi acusadora.

-Sí -asintió él mientras la seguía hasta su oficina-. Y es un gran acierto de Claudio asociarse con ese hombre.

Paula se sentó en la silla, detrás de su escritorio.

-Yo pensaba que, el día que se retirara, su sucesor sería alguien de aquí dentro.

 Javier movió la cabeza.

 -Nunca lo insinuó. No, yo diría que cuando  Claudio  llamó  a  Alfonso ya  tenía  decidido  proponerle  que  aceptase  su  puesto,  y  creo  que  no  ha  podido  hacer  mejor  elección.  Alfonso  es  exactamente  lo  que  la  firma  necesita  -comentó  antes  de  salir  de la oficina.

La joven estaba furiosa, Javier le había fallado. Él, como todos los miembros del personal, también admiraba a Pedro. Sin  embargo  ella  no  le  admiraba  ni  podría  hacerlo  nunca.  No  quería  dejar su  trabajo,  le  gustaba,  pero  sabía  que  no  podría  permanecer  en  el  mismo  edificio  que Pedro Alfonso ni un solo día más. Redactó  su  dimisión,  sin  importarle  que  todos  supieran  que  lo  hacía  a  causa  del  nombramiento  de  Pedro.  Tenía  que  marcharse  lo  antes  posible,  y  si renunciaba esa misma tarde, podría irse al cabo de cuatro semanas. Tendría que esperar cuatro semanas. Toda una eternidad. Se consoló pensando que durante ese tiempo no le vería mucho, pues Claudio tardaría por lo menos un mes en ponerle al corriente de los casos de los que tendría que hacerse cargo. Luke entró en la oficina y cerró la puerta.

-Bienvenido  a  Acdroyd,  Hammond  y  Hammond,   señor Alfonso  -le  dijo  ella,  sacando su carta de dimisión de la máquina y colocándola en un sobre.

Él la miró burlonamente.

-Hubiera querido que esas palabras fuesen pronunciadas con más sinceridad. No podemos tenerlo todo, ¿No es así? -preguntó felíz.

Paula, sin hacerle caso, escribió el nombre del señor Hammond en el sobre.

 -¿Qué es esto? Pedro tomó la carta y comenzó a leer la a pesar de los intentos que hacía ella de arrebatársela.

-Es una carta personal -afirmó secamente.

 -Lo era -asintió él-. Y que quede bien claro que, en el futuro, toda correspondencia que llegue a esta oficina pasará por mis manos. ¿Qué significa esto? -movió la carta frente a ella. La chica hizo una mueca.

 -Creo que está muy claro.

-Sí. está muy claro -asintió él-. Solo que  necesito una explicación.

Paula desvió la mirada.

-Yo creo que no; usted sabe muy bien por qué me marcho.

-Quizá -la tomó de la barbilla y le volvió el rostro con fuerza para que tuviera que mirarle-. ¿Lo haces por mí?

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