jueves, 13 de octubre de 2016

La Venganza: Capítulo 31

El antagonismo entre los dos hombres disminuyó un poco mientras tomaban el té, servido por una gorda mujer que regresó a la casa en cuanto dejó la bandeja en la mesa.

-Veo que sigues aterrorizando a la señora James -comentó Pedro mientras Paula le servía té.

-Todavía corre como un conejo asustado si es a eso a lo que te refieres -el padre rió ante la ocurrencia del hijo.

La escena de los tres en el jardín hubiera parecido muy placentera a cualquier persona que fuera ajena a ellos, sólo Paula parecía darse cuenta de lo que sucedía entre padre e hijo de su nerviosismo y de la bomba que dormía en ellos, esperando explotar. Se sintió tranquila cuando Pedro anunció la partida una hora después. Se levantó con rapidez.

-Tu futura esposa parece estar deseando irse -musitó Horacio mirándola con ojos burlones-. Creo que le hemos parecido abrumadores juntos.

-Mucha gente lo piensa -comentó Pedro-. También mi madre lo creía.

La expresión del padre se endureció.

-No saques a relucir a tu madre en esta conversación.

-Sí es mejor -asintió Pedro-. Te avisaré para que vengas a la boda.

 -Ha sido un placer conocerte, Paula -dijo Horacio controlando la ira que su hijo había despertado en él hacía unos momentos.

Pedro no dijo nada en el trayecto de regreso a Londres. Paula se hundió en sus pensamientos.  El encuentro  con  Horacio había  sido  terrible,  como  ella  había  imaginado. Pero había dejado de temer al omnipotente  Alfonso;   era  un  viejo amargado  que  sólo  le  inspiraba  lástima.  Estaba atado  a  una  silla  de  ruedas  sin  el  amor  de  su  hijo.  Todo  lo que le quedaba  eran  recuerdos  de su  pasada  carrera  y  una aterradora soledad.

-No sabía que tu padre estuviese en una silla de ruedas -miró a Pedro, muy seria.

-A él no le gusta divulgarlo y si he de serte sincero, yo casi ni lo he notado -dijo-.  No  parece  existir  ninguna  diferencia,   es el mismo de siempre.   ¡Sigue   teniendo lengua viperina!

-¿Cómo sucedió?

-Un accidente automovilístico. Mi madre murió en él -agregó Pedro con voz ronca.

 -Lo siento.

-También  yo,  debió  ser  él  quien  muriera.  ¡Oh  lo  siento!  -exclamó,  al  oír  que  ella  dejaba escapar  una  exclamación  de  horror-.  Cuando  visito  a  mi  padre  siempre  me  pongo de mal humor.  Ya  te  habrás  dado  cuenta  de  que  no  hay  amor  entre nosotros.

 -Sí.

Él respiró hondo.

-Ya le has conocido... ¿Estás contenta?

-¡Oh Pepe! -entrelazó sus manos angustiada-. Hubiera querido...

-Ya sé -los dedos de él buscaron los de ella. Pero no lo sabía; no podía conocer la amargura que la invadía desde  hacía mucho tiempo,   y  que  su amor por él  había logrado desterrar.  Podría  haber vivido con ese odio y terminar vieja y amargada, como el mismo Horacio Alfonso. Tembló al pensarlo; pensó con ironía que quien la había salvado de ese destino había sido el propio Pedro Alfonso. Era posible que al final perdiera a Pedro, pero nunca más sería una mujer llena de odio, temerosa de amar.

-¿Crees que soy igual que él? -preguntó Pedro en voz baja.

 -No. Tú no eres como tu padre -eso lo había comprendido tarde, ¡Demasiado tarde!

-¿Vamos mañana por tu anillo de compromiso?

 - ¿Mañana?

-No hay por qué esperar -se encogió de hombros-. ¡Pobres Gabriel y Andrea! Se van a desmayar de la impresión cuando vuelvan.

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