Sería fácil dejarle toda la responsabilidad a Pedro, rendirse y dejar que cuidara de ellos, pero Paula no era así. Había llegado muy lejos, se había esforzado demasiado por ser independiente como para entregarle el control de su vida a nadie. Tenía que buscar una salida, se dijo.
Pedro había estado preguntando sobre su vida, sobre la vida de su hijo. Como tenían que cenar juntos, ¿Por qué no preguntarle por la suya? Hasta entonces no había querido hacerle preguntas personales para no parecer interesada. No quería que pensara que se encontraba cómoda con la idea del matrimonio... Tuvo que sonreír, irónica, cuando vio su imagen reflejada en el espejo. No era la imagen de una mujer que se sintiera cómoda en absoluto. Tenía los hombros tensos, como si llevara un gran peso sobre ellos. Su pelo, suelto, parecía un poco salvaje. Y el deseo que sentía por Luc parecía reflejarse en cada curva de su cuerpo bajo aquel ligero vestido de algodón. Debería haberse puesto algo menos invitador. Aunque su reacción ante Pedro habría sido la misma.
Era demasiado tarde para cambiarse. Pedro se daría cuenta de que estaba incómoda... Mejor concentrarse en averiguar qué quería, por qué deseaba casarse con ella. Pero la verdad era que no podía esconderse de Pedro Alfonso. Si no estaba presente, lo estaba en su cabeza desde el día que apareció frente a la puerta de su casa. Y tenía que enfrentarse con todo lo que él representaba. Posponer la hora de la verdad no serviría de nada. La televisión seguía encendida y cuando la apagó, el abrupto silencio le pareció como un redoble de tambor que anunciaba la hora. El escenario estaba listo y, sin duda, Pedro estaría dispuesto a empezar la función. Lo que Paula tenía que hacer era controlar que no se le escapara de las manos.
—¿Pau? —la llamó Pedro desde la cocina.
—Sí, voy. ¿Quieres que te eche una mano?
—No, estoy sirviendo la ensalada. Espérame en la terraza.
La mesa era redonda, para seis personas, no tan grande como para resultar incómoda, pero sí lo suficiente como para no tener que rozarse. Pedro apareció enseguida con la ensalada y los filetes.
—Es una receta mía. Espero que te guste.
—Seguro que sí —sonrió Paula.
—Se está bien aquí, ¿Verdad?
—Sí... y gracias por todo, Pepe.
—De nada. ¿Tienes hambre?
La cena era irrelevante. Sus ojos le decían que quería comérsela a ella. Y, en su corazón, Paula sabía que quería ser comida por Pedro Alfonso. El silencio era su enemigo. El decorado romántico, el brillo en los ojos de Pedro, la sensación de intimidad... el silencio parecía querer obligarla a olvidar aquellos seis años, olvidar lo que los había separado, volver a aquel tiempo de inocencia, cuando el amor que sentían el uno por el otro era suficiente, cuando las diferencias entre ellos eran irrelevantes.
Paula se obligó a hablar, de mil cosas, sobre todo de su familia. Tenía que recordar por qué no debía sucumbir a la tentación.
—¿Qué clase de trabajo haces ahora?
—Sigo diseñando edificios, aunque ahora soy el jefe del departamento —contestó él.
—Ah, qué bien. Has tardado poco en llegar a ese puesto.
Cuando se conocieron, seis años antes, Pedro era, el arquitecto más joven de la corporación Alfonso.
—Podríamos decir que tengo talento para ello —sonrió él, con arrogante confianza.
—Por no decir que eres el hijo del jefe.
El buen humor desapareció. Pedro se puso serio.
—¿No crees que me haya ganado el puesto?
Paula se mordió los labios. Que los Alfonso no hubieran sido justos con ella no significaba que ella no lo fuera con Pedro.
—Creo que eres capaz de llegar a donde quieras... y sé que eres un arquitecto brillante. Lo que quería decir es que estás atado a tu padre. ¿No te educó para que ocuparas el puesto que ocupas ahora? Arquitectura, ingeniería... el hijo perfecto para el propietario de una famosa inmobiliaria.
—Yo siempre estuve interesado por la arquitectura, Pau. Yo elegí esa carrera, pero podría haber hecho cualquier otra. No lo hice por mi padre, te lo aseguro.
Era verdad. Además, había decidido mantener una relación con ella a pesar de la oposición de Horacio Alfonso. Sólo unas supuestas pruebas de infidelidad pudieron dar al traste con la relación. Pedro no era una herramienta de su padre, pero estar conectado con el negocio familiar lo hacía vulnerable a cualquier manipulación. Y los lazos de sangre no eran fáciles de romper. Sentía que se había ganado su puesto, eso era indudable, y estaba orgulloso de ello. Pero no dejaría la empresa familiar. Por mucho que Nico le importase.
Muy buenos capítulos! Que difícil se le está haciendo a Pau decidir lo que va a hacer!
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