-Me gustan mucho las ancianas comentó—. Pero creo que no le estás haciendo ningún favor a tu tía hablando así de ella.
Se sonrojó ante sus palabras,sabía que las merecía.
-Tú también le has caído bien -le contestó hosca-. Perdona lo que te he dicho antes, a veces no mido mis palabras.
Él cambió de tema.
-Sin embargo, no le gustaba tu ex prometido.
-No.
-¿Por qué no?
La chica aparentó indiferencia.
-No tengo la menor idea. Quizá porque él no puso tanto empeño en caer bien -agregó con mala voluntad.
De nuevo el rostro de Pedro se ensombreció.
-No he tratado de impresionar a nadie. ¿Por qué sigo teniendo a veces la impresión de que no te agrado? -preguntó despacio.
Paula se sonrojó. Estaba dando rienda suelta a su mal carácter y revelando sus propios sentimientos hacia aquel hombre, y así nunca lograría lo que quería. En ese momento, él estaba muy enamorado, pero si llegaba a adivinar sus planes, el amor que sentía hacia ella se tornaría en odio. Hasta ese momento él le había mostrado su lado bueno, pero la chica sospechaba que cuando se enfadaba debía ser terrible.
-Estás imaginando cosas manifestó con voz queda.
-¿Lo crees? -preguntó enfadado.
-Por supuesto -dejó que le pusiera la mano en el muslo, sintiendo su instantáneo estremecimiento-. ¿Qué otra razón tendría para salir contigo si no fuera porque me gustas?
-Pues sí, ¿Cuál otra? -se preguntó pensativo.
-No estropeemos el día con más discusiones, Pedro.
Pedro pareció relajarse.
-Peleamos mucho, ¿No crees? ¿Seguiremos discutiendo así cuando nos casemos?
-Todavía no te he aceptado.
-No -sonrió él con tristeza-. Pero te lo seguiré pidiendo hasta que me aceptes.
-¿No te parece que ahora soy yo quien debe conocer a tu familia antes de decidirme? -propuso con tranquilidad, como si la idea se le acabara de ocurrir-. Después de todo, yo te he presentado a mi tía Juana.
-La única familia que tengo es mi padre -se lo dijo con expresión triste-. Y no creo que valga la pena que le conozcas.
Ella abrió los ojos desmesuradamente, la separación entre padre e hijo debía ser mucho mayor de lo que Claudio le dijo en un principio y aquello no concordaba nada con sus planes de venganza.
-¿Por qué no?
Pedro no parecía escucharla, estaba inmerso en sus propios pensamientos. En su rostro se reflejaba una gran preocupación; tenía los labios apretados, formando una línea muy delgada. Paula estaba muy confundida. Aquello no se le había ocurrido. Lo único que quería era conocer a su padre, y no podía permitir que él se negara a presentárselo. No sedaría por vencida; había ido demasiado lejos para claudicar.
-¿Por qué no? -insistió ante el prolongado silencio de Pedro.
-Desde que llegué de los Estados Unidos sólo le he visto una vez. El domingo, después de la boda de Gabriel, y no encuentro ninguna razón para repetir la visita tan pronto.
No era posible que le estuviera ocurriendo aquello después de todo lo que había hecho para llegar tan lejos.
-Me gustaría conocerle, Pedro -dijo, con fingido entusiasmo.
-¡El gran Horacio Alfonso! -exclamó burlándose.
-Es tu padre -le corrigió dulcemente ante su amargura.
-Nunca ha sido un padre para mí. No fue como otros padres con sus hijos. De niño, raras veces le veía. Mi madre prefería vivir en el campo, mi padre pasaba la mayor parte del tiempo en Londres. Fue todo lo que pudo hacer por mí hasta que me gradué.
Su mirada estaba llena de recuerdos dolorosos.
-Sin embargo, también te hiciste abogado.
-¿Qué iba a hacer si no? Yo no quería. Pero al hijo de Horacio Alfonso no le quedaba otra cosa que ser ahogado. Durante un tiempo le admiré y quise entrar a trabajar en su despacho.
-¿Y por qué no lo hiciste? -le preguntó interesada.
-Digamos que me decepcionó la forma en que hacía las cosas.
-¿Y por eso te fuiste a América?
-Sí. -Entonces, ¿Crees que no debo conocerle?
-Sí.
-Entonces, le llamaré. Quizás podamos verle el próximo fin de semana.
Paula asintió, sin poder creer que estuviese tan cerca el momento d e conocer a l hombre que odiaba desde hacía doce años.
-Me encantaría.
-No sé por qué. Recuerda que te vas a casar conmigo no con él.
Reprimió una mueca repulsiva ante la idea de estar casada con Horacio Alfonso y aceptó de buen grado el ofrecimciento de Pedro de pararse a comer en cualquier sitio. Esa noche no fueron a un restaurante tranquilo. sino a uno ruidoso; las mesas estaban colocadas alrededor de una pista de baile, donde una muchacha cantaba.
Pedro se dispuso a disfrutar, como si quisiera alejar el recuerdo de su padre de la mente. Los pensamientos evocados por las preguntas de Paula le habían evocado cosas que prefería olvidar. Las protestas de la chica, en el sentido de que no iba bien vestida para un lugar así, fueron acalladas por la decisión de él. Debido a su estado de ánimo, ella decidió complacerle. Por primera vez desde que le conoció, se dió cuenta de que acaparaba las miradas femeninas. Mujeres de todas las edades le observaban. Aun vestido de manera sencilla era atractivo, alto y con la apariencia de una estrella de cine. Paula se deslumbró al ver a algunas personalidades; unos bailaban en la pista, otros estaban sentados en las mesas. A Pedro no parecía afectarle lo más mínimo el hecho de estar rodeado de gente famosa. Habían terminado de cenar y bailaban muy despacio, cuando una mujer le llamó a gritos por su nombre. Casi arrastrando a su pareja, llegó hasta él, Pedro dejó de bailar para volverse.
-¡Margarita! -la saludó Pedro con aire familiar, sonriendo.
La mujer no se molestó en reprimir su placer, se lanzó excitada en sus brazos y besó al sorprendido Pedro en la boca. Paula permaneció tras él al reconocer a la otra mujer. Era Margarita Phillips, la hermana pequeña de David.
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