Pedro llegó poco después de las once, vestido de manera informal pero impecable. llevaba unos pantalones grises, una chaqueta del mismo color y una camisa negra.
-¿Estoy bien? -le preguntó.
-Sabes que sí -sonrió, sabiendo que se había vestido así para complacer a su tía, y causarle buena impresión.
-También tú -manifestó mirándola a los ojos-. Ven aquí -le ordenó dulcemente.
-Creo que debemos irnos --sugirió tímidamente.
-Tenemos tiempo para que me des un beso de bienvenida -la tomó entre sus brazos y la besó.
Sus labios se abrieron al sentir las manos que recorrían su cuerpo. El vestido que llevaba puesto era muy fino y dejaba traspasar el calor del cuerpo de Pedro. Paula se aferró a sus hombros a medida que una suave tibieza se iba apoderando de su cuerpo, dobló la cabeza cuando el beso se hizo más profundo. Sintió, como en sueños, que Pedro le desabrochaba la cremallera del vestido. Después, notó el calor de sus manos.
-Gatita, te amo -le bajó el vestido hasta la cintura y besó uno de sus senos, deseoso de provocarle placer. Se acercó más a él con timidez. Se dirigieron hasta un sillón donde él se sentó. De nuevo, sus labios buscaron sus senos y los acariciaron. Sin darse cuenta siquiera. ella comenzó a gemir.
-Eso es. gatita. Goza conmigo, mi amor.
Estaba gozando, no había otra manera de describir aquel flujo enorme de placer que la invadía. De pronto se dió cuenta de lo que estaba haciendo. Estaba dejando que Pedro la tocara como ningún hombre lo había hecho nunca y, lo peor de todo era que disfrutaba con él. que necesitaba estar entre sus brazos. Logró enderezarse, se acomodó el vestido, no se atrevía a mirarlo, aunque sabía que él estaba tan apenado como ella, el corazón le latió con fuerza al sentir sus caricias.
-Te amo, Pau -confesó de pronto, atusándose el pelo con una mano-. Te amo. Los dos somos adultos, no tenemos que avergonzarnos por el hecho de que nos sintamos atraídos el uno por el otro. ¿Hiciste el amor con tu ex-prometido?
Paula se puso en guardia, se dirigió al espejo de su tocador para cepillarse el cabello. Trató de mantener la calma, aunque estaba hecha un mar de nervios. ¿Cómo se atrevía Pedro Alfonso a preguntarle cómo fueron sus relaciones con David? No tenía derecho a preguntarle nada. mucho menos sobre David.
-¿Pau?-preguntó Pedro colocándose detrás de ella.
-¿Te he preguntado yo algo sobre tus relaciones anteriores?
Él apretó los labios y su mirada se tornó fría.
-Es diferente.
-¿Por qué? ¿Porque fui su prometida? Mira Pedro, una relación sexual no tiene por qué conducir al matrimonio.
-Estoy de acuerdo. Pero es que tengo que saberlo.
-¿Por qué? ¿Qué ganarías con saberlo? -preguntó enfadada.
-Tengo que saberlo, Pau -los ojos le brillaron y su cuerpo se tenso como si estuviera al acecho de algún peligro.
-No! -exclamó bruscamente-. Nunca tuve relaciones con mi ex-prometido ¿Estás satisfecho?
Dejó escapar un profundo suspiro, como si hubiese descansado después de aquella respuesta.
-Sí. eso me satisface. No puedo contener mis celos, Pau -reconoció-. La idea de verte con otro hombre que no sea yo me desquicia.
Tomó su chaqueta de encima de la cama y le miró con frialdad.
-Nunca hice el amor con mi prometido -manifestó mientras se ponía la chaqueta sobre el vestido-. Pero eso fue hace cinco años, Pedro. Yo tenía entonces diecinueve años, era muy ingenua. pero ahora soy una mujer.
-Con necesidades de mujer -agregó él.
-Exactamente.
-No te creo. Recuerdo aquella conversación de doble sentido que tuvimos una vez sobre la navegación.
-También me acuerdo -su boca se torció en un gesto burlón-. Te dije que lo había probado.
-Una vez.
-Varias veces -rectificó-. ¿Ahora podemos irnos ya? Mi tía nos espera a las doce.
-No he terminado todavía.
-Yo no quiero seguir discutiendo sobre esto -la voz era fría-. He salido contigo sólo un par de veces y no tengo por qué darte ninguna explicación acerca de mi vida. Y si prefieres no venir conmigo...
-¡Voy contigo! -exclamó aferrando su mano al brazo de ella.
Pudo haberle dicho que David y ella decidieron esperar a casarse para hacer el amor. También pudo decirle que no había dejado que ningún hombre la tocara desde entonces. Pero pensaba que no tenía ninguna razón para hacerlo, no tenía por qué darle explicaciones sobre su vida anterior. Pedro era como todos los hombres, le gustaba tener experiencias y se jactaba de ello, pero la mujer que iba a ser su esposa tenía que ser virgen. A Paula eso no le parecía justo, Pedro no tenía derecho a pedirle explicaciones. Era mucho pedir que ella le dijera la verdad. Continuaron el camino en un silencio total. Pedro iba muy enfadado. Cambió de humor cuando llegaron al asilo de ancianos, y se fue tranquilizando a medida que se dirigían al departamento.
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