martes, 11 de octubre de 2016

La Venganza: Capítulo 25

A  la mañana siguiente, Laura decidió  ir  a  pasar  el  día  con  su   familia,   y  se  marchó después del desayuno. En aquellas circunstancias, Paula pensó que era  lo  mejor  que  podía  hacer.

Pedro llegó  poco  después  de  las  once,  vestido  de  manera  informal  pero  impecable.  llevaba unos  pantalones  grises,  una  chaqueta  del  mismo color y una camisa negra.

-¿Estoy bien? -le preguntó.

-Sabes que sí -sonrió, sabiendo que se había vestido así para complacer a su tía, y causarle buena impresión.

-También tú -manifestó mirándola a los ojos-. Ven aquí -le ordenó dulcemente.

-Creo que debemos irnos --sugirió tímidamente.

 -Tenemos tiempo para que me des un beso de bienvenida -la tomó entre sus brazos y la besó.

Sus  labios  se  abrieron  al  sentir  las  manos  que  recorrían  su  cuerpo.  El  vestido  que  llevaba puesto  era  muy  fino  y  dejaba  traspasar  el  calor  del  cuerpo  de  Pedro. Paula se  aferró a sus hombros  a  medida  que  una  suave  tibieza  se  iba  apoderando  de  su  cuerpo,  dobló  la  cabeza cuando  el  beso  se  hizo  más  profundo.  Sintió,  como  en  sueños,  que  Pedro  le  desabrochaba  la cremallera del vestido.   Después, notó el calor de sus manos.

-Gatita, te amo -le bajó el vestido hasta la cintura y besó uno de sus senos, deseoso de provocarle placer. Se acercó más a él con timidez. Se dirigieron hasta un sillón donde él se sentó. De nuevo, sus labios buscaron sus senos y los acariciaron. Sin darse cuenta siquiera. ella comenzó a gemir.

-Eso es. gatita. Goza conmigo, mi amor.

Estaba gozando, no había otra manera de describir aquel flujo enorme de placer que la invadía. De pronto se dió cuenta de lo que estaba haciendo. Estaba dejando que Pedro la tocara como ningún hombre lo había hecho nunca y, lo peor de todo era que disfrutaba con él. que necesitaba estar entre sus brazos. Logró enderezarse, se acomodó el vestido, no se atrevía a mirarlo, aunque sabía que él estaba tan apenado como ella, el corazón le latió con fuerza al sentir sus caricias.

-Te amo, Pau -confesó de pronto, atusándose el pelo con una mano-. Te amo. Los  dos  somos  adultos,  no  tenemos  que  avergonzarnos  por  el  hecho  de  que  nos  sintamos atraídos el uno por el otro. ¿Hiciste el amor con tu ex-prometido?

Paula se puso en guardia, se dirigió al espejo de su tocador para cepillarse el cabello.  Trató  de mantener  la  calma,  aunque  estaba  hecha  un  mar  de  nervios.  ¿Cómo se atrevía Pedro Alfonso a preguntarle cómo fueron sus relaciones con David? No tenía derecho a preguntarle nada. mucho menos sobre David.

-¿Pau?-preguntó Pedro colocándose detrás de ella.

-¿Te he preguntado yo algo sobre tus relaciones anteriores?

Él apretó los labios y su mirada se tornó fría.

-Es diferente.

-¿Por qué? ¿Porque fui su prometida? Mira Pedro, una relación sexual no tiene por qué conducir al matrimonio.

 -Estoy de acuerdo. Pero es que tengo que saberlo.

 -¿Por qué? ¿Qué ganarías con saberlo? -preguntó enfadada.

 -Tengo que saberlo, Pau -los ojos le brillaron y su cuerpo se tenso como si estuviera al acecho de algún peligro.

 -No! -exclamó bruscamente-. Nunca tuve relaciones con mi ex-prometido ¿Estás satisfecho?

Dejó escapar un profundo suspiro, como si hubiese descansado después de aquella respuesta.

-Sí. eso me satisface. No puedo contener mis celos, Pau -reconoció-. La idea de verte con otro hombre que no sea yo me desquicia.

Tomó su chaqueta de encima de la cama y le miró con frialdad.

-Nunca hice el amor con mi prometido  -manifestó  mientras  se  ponía  la  chaqueta  sobre  el vestido-.  Pero eso fue hace  cinco  años, Pedro.  Yo tenía entonces diecinueve años, era muy ingenua. pero ahora soy una mujer.

-Con necesidades de mujer -agregó él.

-Exactamente.

-No te creo. Recuerdo aquella conversación de doble sentido que tuvimos una vez sobre la navegación.

-También me acuerdo -su boca se torció en un gesto burlón-. Te dije que lo había probado.

 -Una vez.

 -Varias veces -rectificó-. ¿Ahora podemos irnos ya? Mi tía nos espera a las doce.

-No he terminado todavía.

 -Yo  no  quiero  seguir  discutiendo  sobre  esto  -la  voz  era  fría-.  He  salido  contigo sólo un par de veces y no tengo por qué darte ninguna explicación acerca de mi vida. Y si prefieres no venir conmigo...

-¡Voy contigo! -exclamó aferrando su mano al brazo de ella.

Pudo  haberle  dicho que  David y  ella  decidieron  esperar  a  casarse  para  hacer  el  amor.  También pudo  decirle  que  no  había  dejado  que  ningún  hombre  la  tocara desde entonces. Pero pensaba que no tenía ninguna razón para hacerlo, no tenía por qué darle explicaciones sobre su vida anterior. Pedro era como todos los hombres, le gustaba tener experiencias y se jactaba de ello,  pero  la  mujer que  iba  a  ser  su  esposa  tenía  que  ser  virgen.  A  Paula eso  no  le  parecía  justo,  Pedro  no  tenía derecho  a  pedirle  explicaciones.  Era  mucho  pedir  que  ella le dijera la verdad. Continuaron  el camino  en  un  silencio total. Pedro iba  muy  enfadado.  Cambió  de  humor  cuando  llegaron  al asilo  de  ancianos,  y  se  fue  tranquilizando  a  medida que se dirigían al departamento.

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