-¿Tampoco eso puedes recordarlo? -arqueó una ceja, haciendo un gesto de extrañeza-. ¡Qué memoria tan frágil tienes, Paula!
-¿Eso cree? -preguntó dulcemente mientras empujaba la puerta de la habitación que le habían asignado a su jefe. Entró en el cuarto, y al ver a Claudio no pudo reprimir un suspiro de asombro. El hombre estaba pálido y muy delgado.
-¡Querida! -exclamó afectuosamente, tendiéndole una mano a Paula.
-¡Pedro! -exclamó Rosa levantándose; su rostro mostraba las huellas de la tensión de los últimos días, sin embargo la cálida sonrisa reflejaba el alivio de saber que ya estaba fuera de peligro. Pedro la besó, y se inclinó para darle la mano a Claudio, Paula nunca le había visto comportarse con tanta amabilidad.
-No estaremos mucho tiempo. Sólo el suficiente para cerciorarnos de que todo está bien. ¡Y decirte que todavía no me tira nada a la cabeza! -exclamó mirando a la chica.
-Lo que no quiere decir que no pueda hacerlo -manifestó ella a Claudio con dulzura.
-Me parece que ustedes dos hacen muy buena pareja.
-Podría tener razón -insinuó Pedro agarrando una silla para que Paula se sentara.Cuando se sentó, Pedro no dejaba de mirarla, pero ella fingió no darse cuenta. Quería que él pensara que sus relaciones estaban mejorando; de ese modo, la decepción sería mucho mayor cuando se negara a salir a cenar con él. Cuando se despidieron de Rosa y Claudio, hora y media después, ella permitió que la echara el brazo sobre los hombros al salir de la habitación. Pero se soltó rápidamente en cuanto se encontraron en el pasillo. Sacó la llave del coche y abrió la puerta, manteniéndola abierta hasta que ella entró.
-¿Cenamos?
-Yo ya he cenado -afirmó ella.
-Pero yo no -expresó cortante.
Paula se encogió de hombros.
-Entonces podrías ir a cualquier lugar después de dejarme en mi casa.
-Preferiría que vinieras conmigo.
-Tengo que lavar ropa.
-¡Vaya! -rió-. Despreciado por un bulto de ropa.
-Si no tuviera que lavar, tendría que planchar, siempre hay algo que hacer en la casa.
-Está bien, Paula. No insistiré más.
Reprimió una sonrisa de satisfacción. Evidentemente estaba disgustado. Sabía que Melisa cancelaría cualquier compromiso con tal de pasar una noche con Pedro.
-¿Nunca come en su casa? -le preguntó con curiosidad-. ¿O no comió anoche con Melisa?
-Claro que sí, a veces como en casa, y sí, anoche cené con Melisa. De todos modos , si te apetece cocinar algo para mí ...
-No -le contestó cortante.
-Lo sabía -manifestó suspirando-. Pero, si algún día te decides a poner a prueba tus dotes culinarias, estaré disponible.
-¿Qué pensaría Melisa de eso? -preguntó bromeando.
-No sabe cocinar.
-¡Qué pena! Pero supongo que tendrá otras cualidades.
-No lo sé -su tono era seco-. Salió del internado un mes antes de que yo dejara los Estados Unidos y no acostumbro a seducir niñas. ¡Por Dios, Paula, tengo treinta y nueve años, Melisa tiene veinte!
-¿Y?
-No me gusta hacer el amor con adolescentes -gruñó antes de detener el coche frente al departamento de ella-. ¡Pero tampoco tengo inconveniente en derretir bancos de hielo! -la tomó entre sus brazos y la besó apasionadamente.
No luchó contra él, pero tampoco le respondió; se mantuvo pasiva mientras la boca de él se posaba sobre la suya.
-Gatita -murmuró besando su cuello-. No seas fría conmigo, ¡Bésame!
A Paula le molestó que él la llamase de esa forma. También le molestó que el cabello de él acariciara sus mejillas y que sus labios recorrieran su cuello. Cuando Pedro intentó volver a besarla, se le representó la imagen vívida de su padre y de Horacio Alfonso en la portada de un periódico, el rostro del ahogado expresaba triunfo, mientras que el de su padre, abatimiento.
-¡No! -le empujó, mirándole con los ojos llenos de lágrimas.
-¡Gatita!
-Basta -abrió la puerta-. ¡Estoy harta! Me llamo Paula. ¡Y no soy gatita de nadie! Ni necesito que nadie me derrita, ¡Y menos tú!
-Paula, lo siento -la tomó de un brazo-. ¡No he querido molestarte! ¿Por qué estás tan alterada? Estoy seguro de que no es la primera vez que alguien te besa.
Se mordió el labio inferior, pensando que había cometido un error comportándose de esa forma. Debió haber rechazado el beso con frialdad y no reaccionar como una niña a quien besaran por primera pez.
-Sí, claro, no es la primera vez que me besan -intentó sonreír-. Pero no de esta forma.
-Lo siento -le acarició la mejilla con suavidad-. Tenías toda la razón del mundo para pensar lo que pensaste de Melisa, pero te aseguro, si es que te interesa -agregó-. que no es más que la hija de mi ex jefe, no significa nada para mí. Este fin de semana vuelve a los Estados Unidos. ¿Vienes a cenar conmigo mañana, Paula? -le rogó con voz suave.
Paula permaneció unos segundos en silencio y vió un brillo de triunfo en los ojos de él. Pedro pensaba que se había salido con la suya. Le había insinuado que Melisa no era verdadera competencia para ella y estaba seguro de que la había convencido. La chica rió para sus adentros. El pobre estaba muy seguro de sí mismo, pero esa seguridad no iba a durar mucho tiempo.
-No creo que sea posible -dijo, saliendo del coche-: mañana me toca planchar.
Cerró la puerta y entró en el edificio sin prisas, sabía que estaba demasiado enfadado para seguirla. No se equivocó: pronto escuchó el sonido del motor del coche y el ruido que éste hacía al alejarse. Una sonrisa curvó sus labios cuando entró en su departamento.
Los dos días siguientes, Pedro estuvo muy serio con ella. Tanto, que Paula llegó a pensar que había ido demasiado lejos. Apenas la miraba, era como si ella formase parte del mobiliario de la oficina. De nada sirvieron los vestidos llamativos. Inclusive se compró un perfume caro que le aseguraron era excitante, pero causó el efecto contrario en Pedro.
-¿A qué huele aquí? -gruñó al entrar en la oficina el viernes por la mañana-. ¡Por Dios, abre la ventana!
Paula abrió la ventana y después fue al tocador para lavarse. Estaba decepcionada, era como si hubiese estado en un campo de batalla y hubiese perdido la guerra. Tenía que hacer algo para interesarle de nuevo, si las cosas seguían así iba a resultar imposible llevar a cabo su venganza. Pedro seguía decidido a no hablar, y ni siquiera se despidió de ella cuando se fue a cenar.
Paula se quedó pensativa, tratando de imaginarse la forma de atraerle nuevamente. De repente, se abrió la puerta del despacho y entró Melisa.
-Pedro, es decir el señor Alfonso, se ha ido a comer.
La mirada de Melisa se posó en ella con insolencia.
-¡Qué lástima! Pensé que todavía era temprano -miró su reloj de muñeca-. Bueno. le veré en el restaurante.
Paula asintió.
-Adiós señorita, espero que tenga un buen viaje mañana.
-¿Viaje? -los azules ojos se posaron en ella-. ¿Qué viaje? Todavía no pienso marcharme.
No hay comentarios:
Publicar un comentario