-¡Papá está aquí! —gritó Nico desde el porche—. ¡Y ha venido en el coche rojo! ¡El Ferrari!
El niño había estado fuera, esperando impaciente a su padre, y la doble atracción del Ferrari era un peligro. Paula corrió hacia el porche a tiempo para ver a Nico abriendo la verja...
—¡No cruces la calle! Pedro, alertado, levantó una mano. —¡Espérame ahí!
Pedro obedeció, pero no podía contener la emoción mientras observaba a su padre, que sonreía a su vez, encantado con el recibimiento del niño. Cuando llegó a su lado, lo tomó en brazos y lo lanzó al aire, riendo.
—¿Qué tal la semana?
Mientras Pedro le contaba lo bien que le iba en el colegio, a Paula se le encogió el corazón. Era difícil aceptar que ella sola no podía darle a su hijo todo lo que necesitaba. Nico quería a su padre. Y se parecían, eso era innegable. La cuestión era: ¿Debía dejar que Pedro entrase en sus vidas para siempre? Había estado pensándolo toda la semana, pero no encontraba respuesta. Pedro había cambiado, como había cambiado ella. Pero ver cómo miraba a su hijo, ver la respuesta de Nico... Quizá Pedro era capaz de amar a alguien de verdad. Si se casaban... pero la familia Alfonso seguía detrás, un padre poderoso al que no le gustaría nada que se hicieran las cosas en contra de sus deseos.
Pedro la miró entonces y su mirada le dijo de forma inequívoca que tampoco él iba a permitir que, aquella vez, las cosas no se hicieran a su gusto.
—¿Puedo subir en el coche rojo, mamá? ¿Puedo?
—No cabemos todos, cariño. Si vamos a ir al puerto, tendremos que ir en nuestro coche...
—Podríamos dar una vuelta a la manzana —sugirió Pedro.
—Ya no es un extraño, mamá —dijo Nico—. Puedo ir con él, ¿No?
Paula se puso colorada al recordar el argumento que le había dado para protegerlo.
—Cinco minutos como máximo —prometió Pedro.
—Muy bien, de acuerdo.
Él sonrió, triunfante, mientras Nico daba saltos de alegría en los brazos de su padre, dejando a Paula con la sensación de que estaba perdiendo el control sobre la vida de su hijo. De hecho, había empezado a perder el control desde que Pedro Alfonso apareció en sus vidas. Suspirando, entró en la casa, guardó todo lo que necesitaba en la mochila y cerró la puerta.
El Ferrari pasó rugiendo a su lado mientras se dirigía al Alpha Romeo. Pedro había cumplido su palabra: cinco minutos. No quería asustarla. El problema era que resultaba difícil no asustarse cada vez que lo veía. Esperó al lado del coche, preguntándose cómo iba a soportar su presencia durante todo el día: una visita al acuario, comer en uno de los restaurantes del puerto, jugar en el Parque de los Japoneses...
Padre e hijo emergieron del Ferrari y fueron de la mano hacia ella, los dos en vaqueros y camiseta. Parecían una familia y Nico iba felíz, dispuesto a ver los peces de su película favorita: Buscando a Nemo.
—Conduce tú —dijo Paula—. No me gusta conducir por el centro.
De todas formas, no era fácil ir sentada a su lado en un sitio tan pequeño. Estar cerca de él despertaba recuerdos de lo que pasó la última noche... Y no podía dejar que ocurriera de nuevo, no podía arriesgarse mientras intentaba encontrar una salida para aquella situación.
Nico no dejaba de hacer preguntas y Pedro contestaba, encantado, sin dejar de mirar la carretera. ¿Sería un buen padre para el niño?, se preguntó Paula. Descubrir que tenía un hijo había sido algo nuevo para él. Quería darle al niño todos los caprichos, pero ser padre era mucho más que eso.
En el acuario, Pedro corría de un lado a otro, emocionado. Ver a los tiburones nadando sobre sus cabezas era asombroso aunque, por supuesto, el pez favorito de su hijo era el pez payaso. Por fin, cuando el niño estuvo agotado, Paula sugirió una visita al lavabo antes de ir a comer.
—Debería llevarlo yo —sugirió Pedro—. Tenemos que ir al lavabo de caballeros.
—Pero es un niño pequeño...
—Lo llevaré yo, si no te importa.
Era su día con Nico y ella decidió no discutir. Cinco minutos después, su hijo llegó corriendo para contarle un secreto:
—He hecho pis en el urinario, con papá.
Paula soltó una carcajada.
—Ya era hora de que hiciéramos algo juntos —rió Pedro.
Nico corría delante de ellos hacia la salida y él decidió aprovechar la oportunidad:
—¿Alguna posibilidad de que hayas concebido otro hijo la semana pasada?
Paula lo miró, perpleja.
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