-Creo que eso tendrás que preguntárselo al señor Alfonso.
¿Preguntarle a Horacio? No, ella no podría hacer eso, no tendría el valor de enfrentarse al cruel e irónico hombre y decirle que ella era Paula Chaves. Sin embargo, dos horas más tarde, se encontró conduciendo el coche rumbo a la casa del abogado.
-Dígale que la señorita Chaves desea verle -pidió al ama de llaves después de que ésta le dijo que el señor Alfonso estaba en casa. No tenía la más mínima idea de qué iba a decirle a Horacio cuando le viera, sólo sabía que los dos debían aclarar muchas cosas. Pensó en su madre. Debió ser terrible para ella vivir conociendo la terrible verdad, teniendo que fingir que creía en la inocencia de su marido.
-¿Quiere pasar señorita Chaves?
Levantó la vista para mirar a la sonriente sirvienta y asintió:
- Gracias.
Horacio Alfonso estaba sentado en la sala, mirando por la ventana. Dió la vuelta a la silla al escuchar los pasos de ella y le sonrió, dándole la bienvenida.
-Paula -la saludó afectuoso-. ¿No viene Pedro contigo?
-No, estoy sola -afirmó, frunciendo el ceño-. No parece sorprendido de verme.
Horacio arqueó las cejas.
-¿Por lo de señorita Chaves? -preguntó sonriendo-. No. Te reconocí nada más verte. Te recuerdo muy bien, a tí y a tu madre: no has cambiado mucho en doce años, Paula-se burló-. Ahora dime, ¿En qué puedo servirte?
-Ayúdeme -suplicó sentándose-. ¿Por qué nunca dijo la verdad acerca de mi padre?
Pareció dudar durante unos segundos, después suspiró.
-¿No te parece que le acosé lo suficiente? Él ya está muerto.
-¡Porque era culpable!
-Sí -asintió Horacio-. Pero quizás, si yo no me hubiera empeñado tanto en comprobar su culpabilidad...
-Usted sabe que de todos modos se habría suicidado.
-Tal vez, pero las dejó a tu madre y a tí completamnete desamparadas.
-¿Por eso nunca fue publicada la verdad?
El hombre asintió.
-No había motivos para seguir atormentando a tu madre. Tu padre había muerto, el banco estaba contento porque tenía su dinero -se encogió de hombros-. Eso era el final de todo.
-Pero usted perdió el amor y el respeto de Pedro por aquello.
La sonrisa del hombre desapareció.
-Era el precio que tenía que pagar.
-Pero ya no -Paula se levantó decidida-. Quizá yo haya perdido a Pedro pero voy a asegurarme de que usted le recupere. Le diré la verdad.
-Prefiriría que no lo hicieras -la interrumpió Horacio con frialdad.
-¿Por qué no? -preguntó asombrada.
-Porque para nosotros ya es muy tarde. Puede que no sea culpable de todo lo que Pedro cree, pero de muchas cosas sí lo soy. Siempre fui ambicioso, el caso de tu padre era otro peldaño en mi ascenso, le acosé. Incluso atrapé a Jesica Raynes, la amante de tu padre. ¿Sabías que tenía una amante? -preguntó preocupado.
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