-Creí que habías dicho a las ocho -dijo ella con el ceño fruncido, segura de que no se había equivocado.
-Así es.
La chica se humedeció los labios resecos.
-Entonces has llegado temprano. Aún no me he vestido.
-¿Está aquí él? -preguntó Pedro.
-¿Él? -repitió, no tenía la menor idea de qué estaba hablando.
-Anderson. ¿Está aquí? ¿Por eso estás así vestida, porque acabas de salir de la cama con él?
Se quedó sin aliento.
-Por supuesto que no. Acabo de bañarme, por eso estoy vestida así. ¿Que iba a hacer aquí Javier? -se encontraba realmente sorprendida de que él pensara eso.
-Mi oficina da al estacionamiento, Paula-gruño--. Los ví allí juntos y ví cómo le ponías la mano sobre el brazo y cómo te besó -las últimas palabras las dijo casi gritando—. ¡En especial cómo te besó!
Estaba celoso: Pedro Alfonso era un hombre celoso. Paula no podía creer que fuese capaz de reaccionar con tanta violencia. Por lo general era muy tranquilo, le gustaba bromear y no parecía un hombre agresivo.
-Pedro.
-¡No me vengas con excusas! -la atrajo hacia sí con violencia--. Tendrás que hacer algo más que darme excusas para convencerme, para quitar de mi mente el recuerdo de tus relaciones con él.
Le miró asustada.
-¿Qué quieres, Pedro? -preguntó, entornando los ojos un poco enfadada.
-¡Esto! -exclamó besándola con violencia-. ¡Gatita!
Para su sorpresa no le desagradó aquel gesto: no ofreció resistencia cuando él le abrió la bata y su mano buscó los senos para acariciarlos. Pasado un rato, la chica quiso retirarse; pero el brazo de Pedro se lo impidió. Después renunció a moverse, era felíz en sus brazos, y se dijo que tenía que dejarle que la besara y la tocara, de lo contrario nunca la desearía tanto como ella quería. Tenía que dominarle a cualquier precio. Los labios de Pedro viajaron por su cuello hasta llegar a sus senos: él los acarició provocándole un placer indescriptible. Paula se aferró a los hombros de él, pues las piernas le temblaban y ya no la sostenían. Tenía que poner fin a la escena. Permitirle que la besara era una cosa, que la acariciara también, pero si no le detenía, Pedro querría algo más que besos; empezó a acariciarte los muslos e inició una exploración por todo su cuerpo. Le empujó con suavidad, notaba. por la oscuridad de sus ojos que estaba perdiendo el control; su boca éra muy sensual y el deseo ardía en su mirada. Finalmente, con dificultad recuperó la compostura. Tenía el pelo revuelto donde ella había introducido sus dedos en el momento cumbre de la excitación sexual.
-Lo siento gatita -se disculpó apenado--. Es que al ver a Anderson tocarte me cegó de ira: he pasado dos horas de verdadero martirio. No era mi intención molestarte. ¿Me perdonas?
No se sentía seguro de la reacción de la chica; no tenía idea de cómo iba a encajar su acceso de celos. Así era como Paula le quería tener, fuera de sí. Si alguna vez se sentía muy seguro de ella, perdería poder sobre él.
-Iré a vestirme -le dijo con voz animada, sin mostrar la menor alteración-. Ponte cómodo. No tardaré.
Quiso decir algo, pero se contuvo sentándose al verla desaparecer por la puerta de la habitación, cerrándola con firmeza.
La chica se apoyó contra la puerta, dando rienda suelta a la emoción que no se atrevía a mostrar frente a él. Las piernas le temblaban. La forma en que había disfrutado con sus caricias la quemaban como un fuego difícil de apagar. Sentirse atraída físicamente hacia Pedro era algo con lo que no había contado. Cuando elaboró sus planes de venganza pensó que sería inmune a los atractivos del hijo de Horacio Alfonso. Definitivamente, era una complicación, pero podría superarla. Pedro sería un hombre apasionado, pero no un salvaje, y si ella le ponía coto él la respetaría. La posibilidad de que un día no quisiera decir no, no se le pasó por la mente.
La cena fue maravillosa, Pedro parecía decidido a mostrarse encantador, no volvió a mencionar el episodio anterior, aunque dejó entrever que estaba satisfecho de que hubiese sucedido. El restaurante era de los más elegantes de Londres; el servicio, impecable. La copa de vino de Paula siempre se mantuvo llena gracias al eficiente camarero. Era obvio que Pedro estaba acostumbrado a ello, lo aceptaba sin inmutarse, lo cual hacía que el personal se mostrara aún más atento. Pero él sólo tenía ojos para ella, con frecuencia miraba la curva de los senos que su vestido negro hacía resaltar. Ella reía satisfecha cuando se encontraba con los ojos de él. Aunque lo tratara de disimular, se notaba que su acompañante estaba afectado por lo sucedido en el departamento, y cuando se tocaron las manos por casualidad, sintió cómo los dedos nerviosos capturaban su mano y el pulgar inquieto de Pedro la acariciaba mientras hablaban. Era un gran conversador, conocedor de muchos temas, tanto locales como de otros países. Leía mucho y poseía una gran cultura. Paula no tuvo que fingir que se divertía. Notó que tenían intereses similares y cuando no coincidían podían discutir civilizadamente.
Así discurrió la velada hasta que Pedro le dijo que le hablara de su familia; entonces se acabó la diversión, pues eso le hizo recordar quién era aquel hombre que le estaba haciendo pasar un rato agradable. Era el hijo del abogado que arruinó su vida, quitándole todo lo que ella amaba, su padre, su madre, David...
-No tengo familia -contestó, brusca, retirando su mano de entre las de él-. Sólo una tía de mi padre. Es una anciana y vive en un asilo, porque quiere.
Sabía lo que la mayoría de la gente pensaba al enterarse de que su tía vivía en un asilo. Pero la anciana estaba allí porque lo prefería. La tía Juana jamás iría a ningún lugar que ella no quisiera.
-La quiero mucho.
-Ya lo sé -frunció el ceño-. Pau...
-¿Y tú? -le preguntó animada-. ¿Qué familia tienes?
-Sólo a mi padre -también habló con frialdad de él-. Mi madre murió hace algunos años.
-Lo siento. Tu padre es Horacio Alfonso, ¿Verdad? -preguntó con fingida inocencia.
-Sí -sonrió con tristeza. -¡Es muy famoso!
-Sí. -Pedro... -¿Podemos irnos? -preguntó con voz ronca, pero sonriendo para quitar hierro a sus palabras-. Quiero estar a solas contigo.
Sintió mucha curiosidad. Claudio le había comentado que Pedro y su padre tenían diferentes personalidades, ¿Sería posible que a Pedro no le importara la fama de su padre? No creía que tuviera celos de su carrera, estaba muy acostumbrado a eso, pero como el mismo Javier había dicho después de la boda de Andrea y Gabriel, Horacio Alfonso debía ser un hombre muy difícil de tratar. Se dirigieron al departamento en silencio, aunque sin tensión, el sonido de la última canción de Barrv Manilow inundaba el ambiente.
-Le ví en su último recital en el Albert Hall -comentó Pedro con voz suave.
-¿Te gustó?
-Mucho contestó sin pensarlo-. ¿Alguna vez le has visto en vivo?
-Una vez. Y también me gustó.
Era un aspecto de la música que no habían discutido, y a Paula le sorprendió que a Pedro le gustara Barry Manilow. No es que no fuese un excelente cantante, era una estrella, pero cantaba melodías muy románticas, cursis, según la opinión de algunas personas. Pedro no parecía ser un romántico. Sensual sí, pero no romántico.
-También me gusta tu perfume -agregó en voz baja-. Aquella mañana fui muy grosero contigo.
-¡Tienes toda la razón!
-Claro -sonrió ante la indignación de ella-. Es como tú. Fiero, con una sensualidad latente. Yo creo que eso fue lo que más me indignó, el saber que todo ese fuego y esa excitación estaban lejos de mi alcance -la mano de él se posó sobre un muslo de la chica-. Al menos así lo creía.
-¿Te gustó la sorpresa que te dió Melisa a la hora de la comida? -trató de desviar la conversación.
Pedro volvió a poner de mala gana, la mano sobre el volante.
-¿Qué sorpresa?
-Que no vuelve a América.
-¿No? -frunció el ceño al detener el vehículo frente a la casa de ella.
-Dijo que no -ahora le tocaba a Paula mostrarse confundida-. Fue a la oficina buscándote para ir a comer, pero como ya te habías marchado no te encontró. Supuse que te lo diría más tarde cuando te encontrara. Lo siento, si arruiné la sorpresa.
-Estoy aturdido. -Pedro hizo una mueca-. No encontré a Melisa en el restaurante, ni en ninguna parte. No la he visto desde el martes.
-Pero ella dijo... a lo mejor no la entendí bien.
Se había dejado engañar por otra mujer. Melisa sentía que el interés de Pedro por ella era algo más que personal y decidió advertirla. Y ella había caído en la trampa, comportándose como una niña, cambiando todos sus planes y aceptando la invitación de Pedro, cuando en realidad no estaba preparada para ello.
-Tú y yo sabemos que no es así -comentó Pedro, saliendo del coche para abrirle la puerta-. Te he dicho que Melisa es una niña. Reacciona como una cría. Se dió cuenta de que me atraes y...
En ese momento pasó un taxi por la calle y se detuvo frente al Jaguar, de él salió Laura llorando y pasó junto a ellos sin detenerse.
-Creo que esa niña acaba de enterarse de su error –dijo Pedro rompiendo el silencio que siguió a la entrada de Laura en el edificio.
Paula le miró enfadada.
-No me parece bien que te burles de ella. No sabía si correr junto a Laura o quedarse a decirle a aquel hombre lo que pensaba de él. Se decidió por lo último. -El que uno de tu sexo se haya burlado de una del mío, no te da derecho a...
-Tranquila, Paula-le advirtió-. Han herido a tu amiga y lo siento, pero eso no te da autorización a insultarme.
-¿Y no es cierto?
-¿No es cierto? gatita, por favor... -los labios de él se posaron sobre los de ella con inmensa ternura.
Toda su furia se desvaneció durante unos segundos, mientras duró el beso. Finalmente Pedro la apartó y colocó su frente sobre la de ella.
-No suelo besar a las mujeres en público -murmuró-. Y como tu departamento tampoco es privado, creo que debemos dejarlo por ahora.
Paula se apartó de él, de nuevo estaba enfadada consigo misma por dejarse llevar.
-Indefinidamente.
- Pau...
-Tengo que ir con Laura. Gracias por todo, me lo he pasado muy bien esta noche -expresó inquieta.
-Gatita...
-Tengo que irme. ¿Podrás llamarme mañana?
Por la forma en que él la miró se dió cuenta de que no estaba acostumbrado a ser despedido de aquella manera y eso la llenó de satisfacción. Tenía que mantenerle a distancia, él no debía pensar por un momento, que la tenía controlada.
-Buenas noches, Pedro.
Pedro no se movió, y ella sintió su mirada clavada en la espalda al dirigirse al edificio, con mucha calma abrió la puerta y entró. Se volvió para cerrar, consciente de que Pedro seguía allí parado. Parecía muy desanimado en ese momento la alta figura se erguía pensativa en la calle. Pero entonces su corazón se endureció y cerró la puerta. Él nunca estaría solo por lo menos mientras existieran mujeres como Melisa.
Muy buenos capítulos! Me da pena Pedro! Paula lo confunde, lo va a volver loco!
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