viernes, 7 de octubre de 2016

La Venganza: Capítulo 20

Le siguió despacio, preocupad,  sin entender por qué razón estaría enfadado. Estaban solos en la casa, ya que Laura había salido. Pedro se apoyó en el marco de la puerta,  llevaba  un  elegante  traje negro y una camisa blanca que hacía resaltar el  bronceado de su piel.

-Creí que habías dicho a las ocho -dijo ella con el ceño fruncido, segura de que no se había equivocado.

-Así es.

La chica se humedeció los labios resecos.

-Entonces has llegado temprano. Aún no me he vestido.

 -¿Está aquí él? -preguntó Pedro.

-¿Él? -repitió, no tenía la menor idea de qué estaba hablando.

-Anderson. ¿Está aquí? ¿Por eso estás así vestida, porque acabas de salir de la cama con él?

Se quedó sin aliento.

-Por supuesto que no. Acabo de bañarme, por eso estoy vestida así. ¿Que iba a hacer aquí Javier? -se encontraba realmente sorprendida de que él pensara eso.

-Mi oficina da al estacionamiento, Paula-gruño--. Los  ví  allí juntos y  ví cómo le ponías la mano sobre el brazo y cómo te besó  -las  últimas  palabras  las  dijo  casi  gritando—. ¡En especial cómo te besó!

Estaba  celoso:  Pedro Alfonso era  un  hombre  celoso.  Paula no  podía  creer  que  fuese capaz de reaccionar con tanta violencia. Por lo general era muy tranquilo, le gustaba bromear y no parecía un hombre agresivo.

-Pedro.

-¡No me vengas con excusas! -la atrajo hacia sí con violencia--. Tendrás que hacer algo más que darme excusas para convencerme, para quitar de mi mente el recuerdo de tus relaciones con él.

Le miró asustada.

-¿Qué quieres, Pedro? -preguntó, entornando los ojos un poco enfadada.

-¡Esto! -exclamó besándola con violencia-. ¡Gatita!

Para su sorpresa no le desagradó aquel gesto: no ofreció resistencia cuando él le abrió la bata y su mano buscó los senos para acariciarlos. Pasado un rato, la chica quiso retirarse;  pero el brazo de Pedro se lo impidió. Después renunció a moverse,  era felíz  en  sus  brazos,  y se  dijo que tenía que dejarle que la besara y la tocara, de lo contrario nunca la desearía tanto como ella quería. Tenía que dominarle a cualquier precio. Los labios de Pedro viajaron por su cuello hasta llegar a sus senos: él los acarició provocándole un placer indescriptible. Paula se  aferró a los hombros de él, pues las piernas le temblaban y ya no la  sostenían. Tenía que poner fin a la escena. Permitirle que la besara era una cosa, que la acariciara también, pero si no le detenía, Pedro querría algo más que besos; empezó a acariciarte los muslos e inició una exploración por todo su cuerpo. Le  empujó  con suavidad,  notaba.  por  la  oscuridad  de  sus  ojos  que  estaba  perdiendo el control; su boca éra muy sensual y el deseo ardía en su mirada. Finalmente,  con  dificultad  recuperó  la  compostura.  Tenía  el  pelo  revuelto  donde  ella  había  introducido  sus  dedos  en  el  momento  cumbre  de  la excitación  sexual.

-Lo siento gatita -se disculpó apenado--. Es que al ver a Anderson tocarte me cegó de ira: he pasado dos horas de verdadero martirio. No era mi intención molestarte. ¿Me perdonas?

No se sentía seguro de la reacción de la chica; no tenía idea de cómo iba a encajar su acceso de celos. Así era como Paula le quería tener, fuera de sí. Si alguna vez se sentía muy seguro de ella, perdería poder sobre él.

-Iré a vestirme -le dijo con voz animada, sin mostrar la menor alteración-. Ponte cómodo. No tardaré.

Quiso decir algo, pero se contuvo sentándose al verla desaparecer por la puerta de la habitación, cerrándola con firmeza.

La  chica  se  apoyó  contra  la  puerta,  dando  rienda  suelta  a  la  emoción  que  no  se  atrevía  a mostrar  frente  a  él.  Las  piernas  le  temblaban.  La  forma  en  que  había  disfrutado con sus caricias la quemaban como un fuego difícil de apagar. Sentirse  atraída  físicamente hacia Pedro era algo con lo que no había contado.  Cuando elaboró sus planes de venganza pensó que sería inmune a los atractivos del hijo de Horacio Alfonso. Definitivamente,  era  una  complicación,  pero  podría superarla.  Pedro sería  un  hombre apasionado, pero no un salvaje, y si ella le ponía coto él la respetaría. La posibilidad de que un día no quisiera decir no, no se le pasó por la mente.

La  cena  fue  maravillosa,  Pedro parecía  decidido  a  mostrarse  encantador,  no  volvió a mencionar el episodio anterior, aunque dejó entrever que estaba satisfecho de que hubiese sucedido. El restaurante  era  de  los  más  elegantes  de  Londres;  el  servicio,  impecable.  La copa de  vino de Paula siempre se mantuvo llena  gracias al eficiente  camarero.  Era  obvio que Pedro estaba acostumbrado a ello, lo aceptaba sin inmutarse, lo cual hacía que el personal se mostrara aún más atento. Pero él sólo  tenía  ojos  para  ella,  con  frecuencia  miraba la  curva de los senos que su vestido negro  hacía  resaltar.  Ella  reía  satisfecha  cuando se encontraba con los ojos de él. Aunque lo  tratara  de  disimular,  se  notaba  que  su  acompañante  estaba  afectado  por lo sucedido en el departamento, y cuando  se  tocaron las manos por  casualidad,  sintió cómo los dedos nerviosos capturaban su mano y el pulgar inquieto de Pedro la acariciaba mientras hablaban. Era un gran conversador, conocedor de muchos temas, tanto locales como de otros países. Leía mucho y poseía una gran cultura. Paula no tuvo que fingir que se divertía. Notó que tenían intereses similares y cuando no coincidían podían discutir civilizadamente.

Así discurrió la velada hasta que Pedro le dijo que le hablara de su familia; entonces se acabó la diversión, pues eso le hizo recordar quién era aquel hombre que le estaba haciendo pasar un rato agradable. Era el hijo del abogado que arruinó su vida, quitándole todo lo que ella amaba,  su padre, su madre, David...

-No tengo familia -contestó, brusca, retirando su mano de entre las de él-. Sólo una tía de mi padre. Es una anciana y vive en un asilo, porque quiere.

Sabía lo que la mayoría de la gente pensaba al enterarse de que su tía vivía en un  asilo.  Pero la  anciana estaba  allí  porque lo prefería.  La tía Juana  jamás iría a ningún lugar que ella no quisiera.

-La quiero mucho.

-Ya lo sé -frunció el ceño-. Pau...

-¿Y tú? -le preguntó animada-. ¿Qué familia tienes?

-Sólo a mi padre -también habló con frialdad de él-. Mi madre murió hace algunos años.

-Lo siento. Tu padre es Horacio Alfonso, ¿Verdad? -preguntó con fingida inocencia.

-Sí -sonrió con tristeza. -¡Es muy famoso!

-Sí. -Pedro... -¿Podemos irnos? -preguntó con voz ronca, pero sonriendo para quitar hierro a sus palabras-. Quiero estar a solas contigo.

Sintió mucha curiosidad. Claudio le había comentado que Pedro y su padre tenían diferentes  personalidades,  ¿Sería  posible que a Pedro no le importara la fama de su  padre? No creía que tuviera celos de su carrera, estaba muy acostumbrado a eso, pero como el  mismo  Javier había  dicho  después de la boda de  Andrea y  Gabriel,  Horacio Alfonso debía ser un hombre muy difícil de tratar. Se dirigieron al departamento en silencio, aunque sin tensión, el sonido de la última canción de Barrv Manilow inundaba el ambiente.

-Le ví en su último recital en el Albert Hall -comentó Pedro con voz suave.

-¿Te gustó?
-Mucho contestó sin pensarlo-. ¿Alguna vez le has visto en vivo?

-Una vez. Y también me gustó.

Era un aspecto de la música que no habían discutido, y a Paula le sorprendió que a Pedro le gustara Barry Manilow. No es que no fuese un excelente cantante, era una estrella, pero cantaba melodías muy románticas, cursis, según la opinión de algunas personas. Pedro no parecía ser un romántico. Sensual sí, pero no romántico.

-También me gusta tu perfume -agregó en voz baja-. Aquella mañana fui muy grosero contigo.

-¡Tienes toda la razón!

-Claro -sonrió ante la indignación de ella-. Es como tú. Fiero, con una sensualidad latente. Yo creo que eso fue lo que más me indignó, el saber que todo ese  fuego  y  esa  excitación  estaban lejos de mi alcance  -la  mano  de  él  se  posó  sobre un muslo de la chica-. Al menos así lo creía.

-¿Te gustó la sorpresa que te dió Melisa a la hora de la comida? -trató de desviar  la  conversación.

Pedro  volvió a poner de mala  gana,  la mano sobre el  volante.

-¿Qué sorpresa?

-Que no vuelve a América.

-¿No? -frunció el ceño al detener el vehículo frente a la casa de ella.

-Dijo que no -ahora le tocaba a Paula mostrarse confundida-. Fue a la oficina buscándote para ir a comer, pero como ya te habías marchado no te encontró. Supuse que te lo diría  más tarde cuando te encontrara.  Lo  siento,  si  arruiné  la  sorpresa.

 -Estoy  aturdido.  -Pedro hizo  una  mueca-.  No  encontré  a  Melisa en el restaurante, ni en ninguna parte. No la he visto desde el martes.

 -Pero ella dijo... a lo mejor no la entendí bien.

Se  había  dejado  engañar  por  otra  mujer.  Melisa sentía  que  el  interés  de  Pedro por  ella era algo más  que  personal  y  decidió  advertirla.  Y  ella  había  caído  en  la  trampa,  comportándose  como una  niña,  cambiando  todos  sus  planes  y  aceptando  la  invitación de Pedro, cuando en realidad no estaba preparada para ello.

-Tú y yo sabemos que no es así -comentó Pedro, saliendo del coche para abrirle la puerta-. Te he dicho que Melisa es una niña. Reacciona como una cría. Se dió cuenta de que me atraes y...

En ese momento pasó un taxi por la calle y se detuvo frente al Jaguar, de él salió Laura llorando y pasó junto a ellos sin detenerse.

-Creo que esa niña acaba de enterarse de su error –dijo Pedro rompiendo el silencio que siguió a la entrada de Laura en el edificio.

Paula le miró enfadada.

-No me parece bien que te burles de ella. No sabía si correr junto a Laura  o quedarse a decirle a aquel hombre lo que pensaba de él. Se decidió por lo último. -El que uno de tu sexo se haya burlado de una del mío, no te da derecho a...

-Tranquila, Paula-le advirtió-. Han herido a tu amiga y lo siento, pero eso no te da autorización a insultarme.

-¿Y no es cierto?

-¿No es cierto? gatita, por favor... -los labios de él se posaron sobre los de ella con inmensa ternura.

Toda su furia se desvaneció durante unos segundos, mientras duró el beso. Finalmente Pedro la apartó y colocó su frente sobre la de ella.

 -No suelo besar a las mujeres en público -murmuró-. Y como tu departamento tampoco es privado, creo que debemos dejarlo por ahora.

Paula se apartó de él, de nuevo estaba enfadada consigo misma por dejarse llevar.

 -Indefinidamente.

- Pau...

-Tengo que ir con Laura. Gracias por todo,  me lo he pasado muy bien esta noche -expresó inquieta.

-Gatita...

-Tengo que irme. ¿Podrás llamarme mañana?

Por la forma en que él la miró se dió cuenta de que no estaba acostumbrado a ser despedido de aquella manera y eso la llenó de satisfacción. Tenía que mantenerle a distancia, él no debía pensar por un momento, que la tenía controlada.

-Buenas noches, Pedro.

Pedro no se movió, y ella sintió su mirada clavada en la espalda al dirigirse al  edificio,  con  mucha calma abrió la puerta y entró. Se volvió para cerrar, consciente de que Pedro seguía allí parado. Parecía muy desanimado en ese momento la alta figura se erguía pensativa en la calle. Pero entonces su corazón se endureció y cerró la puerta. Él nunca estaría solo por lo menos mientras existieran mujeres como Melisa.

1 comentario:

  1. Muy buenos capítulos! Me da pena Pedro! Paula lo confunde, lo va a volver loco!

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