Sábado... el primer día de Nico con su padre. Pedro hizo su aparición estelar en un Alpha Romeo descapotable y le entregó las llaves a Paula mientras anunciaba que el coche era un regalo para que no tuviera que llevar a Nico en el autobús.
Un coche caro, descapotable, no un utilitario, que habría sido mucho más normal. La casa en la que vivían no tenía garaje, de modo que el Alpha Romeo rojo llamaría la atención de todo el mundo. Pero ¿Se le ocurría eso a un Alfonso? No. Sin embargo, Paula necesitaba el coche. Habían empezado las prácticas deportivas y tenía que llevar a Nico de un lado a otro... Sí, desde luego sería mejor que tomar el autobús. Y ni siquiera se le ocurrió protestar al ver la expresión decidida de Pedro.
No había vuelto a tocar un coche desde que murió su madre y conducir un Alpha Romeo nuevo... Además, con Pedro en el asiento del pasajero mientras iban al campo de fútbol se puso aún más nerviosa. Afortunadamente, consiguió llegar sin ningún incidente. Pero cuando Nico anunció orgullosamente a todos sus compañeros: «es mi padre», tuvo que apretar los dientes. Hasta entonces había sido tímido con Pedro, seguramente porque no entendía lo que pasaba e intuía las reservas de su madre. Pero incluso un niño pequeño podía ver que los demás padres no eran como Pedro Alfonso. Ni en presencia, ni en cansina, ni... en nada. Entonces se dió cuenta de que no habría forma de detener aquello. Lógicamente, Nico se encariñaría con él. Pero si le hacía daño a su hijo... Paula apretó los puños. Lo único que podía hacer era vigilar. No pensaba dejar que Pedro saliera solo con el niño. Por el momento, había aceptado el trato. Por el momento. Pero estaba segura de que pronto querría romperlo.
Después del entrenamiento fueron a unos grandes almacenes, donde Pedro compró un par de botas de fútbol para el niño. Luego fueron a una juguetería y compró una pelota y una portería, con red y todo, para que Nico pudiera practicar en el jardín. Comieron en un restaurante de comida rápida, el favorito de Nico. El niño no dejaba de mostrar su entusiasmo por el helado de plátano mientras Paula apenas podía tragar su ensalada. Volvieron a casa y, después de colocar la portería en el jardín, Pedro enseñó a Nico a golpear el balón con el canto del pie, practicando el dribbling y mostrando unas habilidades que dejaron a su hijo boquiabierto. Le dolía verlos, padre e hijo, pasándolo tan bien. Nico tenía la atención de un hombre, la comprensión de un hombre, las actividades que sólo podía llevar a cabo con un hombre. Seguramente, una persona sola no podía darle a un niño todo lo que necesitaba, por muy sensata y dedicada que fuera. Pero la vida no era tan fácil.
Por la noche, después de bañar a Nico y darle la cena, el niño les leyó un cuento. Pedro se quedó sorprendido al comprobar que, con cinco años, ya leía perfectamente. Después, le dieron las buenas noches y fueron a la cocina.
—Quiero darte las gracias —dijo Pedro, tomándola del brazo.
—¡Suéltame!
Paula se apartó, sin mirarlo.
—No quiero que me tengas miedo...
—Entonces, por favor, márchate. Ya has pasado el día con Nico, no hay razón para que te quedes.
—¿He hecho algo mal?
—No. Nico lo ha pasado muy bien.
Pedro levantó las manos.
—Entonces, ¿Por qué no quieres hablar conmigo?
—¿Qué es lo que quieres? —exclamó Paula—. ¿Que te dé mi aprobación?
Había tenido que disimular durante todo el día, fingir que le gustaba que Nico estuviera con su padre... pero no era verdad. Pedro seguía siendo una amenaza para ella.
—¿De verdad te resulta tan difícil compartirlo conmigo? —suspiró Pedro.
Ella se agarró al respaldó de una silla, intentando contener las lágrimas.
—Te has ganado la simpatía de mi hijo. Ya está hecho. Y ahora, por favor, vete.
Tenía los ojos llenos de lágrimas pero, para que no la viera llorar, se volvió hacia el fregadero y tomó el único vaso que había para lavarlo. No se percató de que Pedro se había acercado hasta que se lo quitó de las manos. Y no pudo hacer nada cuando él la abrazó, cuando empezó a acariciar su pelo con una ternura que hizo que se desmoronara. Sus hombros eran tan anchos, tan fuertes. Había pasado tanto tiempo desde que alguien la había abrazado... Que fuera Pedro daba igual. De hecho, así era más fácil. No quería luchar. No podía hacerlo. Por fin, Paula dejó de llorar, agotada.
—Pau... no estoy intentando robarte a Nico. Por favor, créeme.
Ella cerró los ojos. Estaba demasiado cansada para discutir.
—Eres su madre —siguió Pedro, con voz ronca—. Has criado muy bien a Nico. Debes estar orgullosa de él. Es un niño estupendo y no sé cómo darte las gracias por haber hecho todo esto tú sola.
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