sábado, 29 de octubre de 2016

Un Amor Inocente: Capítulo 18

Pedro descubrió, sorprendido, que no le importaba lo que sus padres pensaran de su ausencia. Durante toda la vida había ido a las fiestas familiares, se había comportado como esperaban los Alfonso, había recibido las recompensas prometidas... Pero robarle a Paula, robarle a Nico... eso había matado las consideraciones que pudiera tener por sus sentimientos. No quería estar con ellos. No estaba seguro de si querría volver a estar con ellos algún día. Y, desde luego, nunca sin Paula y Nicoa su lado. El domingo de Pascua... Sin duda lo echarían de menos y su ausencia sería comentada por los familiares. Pero para Pedro el domingo de Pascua sólo era un día más, veinticuatro horas de espera antes de marcharse de vacaciones con Paula y Nico.

Miró la puerta que su padre acababa de cerrar de un portazo y sintió que el mundo que había conocido hasta aquel momento empezaba a difuminarse, a perder influencia. Sospechaba que, cuanto más tiempo estuviera alejado de ese mundo menos significaría para él. De hecho, había dejado de ser importante seis años atrás... sólo un vacío en el que había flotado desde que su familia se libró de Paula. ¿Los echaría de menos? No los necesitaba. Necesitaba a Paula. Y a su hijo. Aunque no podía negar que sentía una amarga necesidad de que sus padres reconocieran la injusticia que habían cometido... que la reconocieran y le pusieran remedio.


Otro día de placeres culpables, pensó Paula bajo la ducha de aquel lujoso cuarto de baño. Pedro lo pagaba todo, absolutamente todo... y ella no debería estar allí. Asientos de primera clase en el avión, el primer viaje en avión para Nico. Una casa de lujo con todas las comodidades, en primera línea de playa, una televisión de plasma con montones de canales infantiles para su hijo... El día anterior lo habían pasado estupendamente en Sea World, viendo los osos polares, las focas y los delfines. Y Nico disfrutó como loco aquella tarde en el parque de la Warner.

También ella lo estaba pasando bien, sería absurdo negarlo, pero empezaba a tener la sensación de estar en deuda con Pedro, a pesar de que, según él, le debía mucho más de lo que podría pagar. Pero lo peor era el placer secreto de estar con él. Cuanto más tiempo estaba con Pedro, más recordaba todo lo que había amado en él seis años atrás. Era absurdo pensar que hacía aquello sólo por Nico. Estando allí, en la ducha, frotándose con aquel jabón que olía a jazmín, recordaba cómo la había acariciado Pedro y echaba de menos esa intimidad.

Él la deseaba, eso estaba claro. Era imposible no ver el deseo en sus ojos. No decía nada abiertamente sexual, pero la situación era muy incómoda. Paula tenía que controlar todo lo que decía para que él no lo tomara como una insinuación. La atracción física que sentía por Pedro era innegable cada vez que la rozaba, que tomaba su mano, que le pasaba un brazo por la cintura. No había nada sexual en esos gestos, pero le hacía desear más.

«Cásate conmigo...» Ojalá fuera tan sencillo, pensó Paula. No podía creer que lo fuera. Pedro podía pensar que controlaba todos los complejos factores de un posible matrimonio, pero ella sabía que unas sombras amenazaban con estrangular la felicidad, que siempre estarían allí, acechando. Además, tenía dudas sobre los motivos de Pedro para querer casarse con ella. Pedro no la amaba. La deseaba, pero no estaba enamorado. Suspirando, terminó de ducharse y se envolvió en una esponjosa toalla. Esa clase de vida en la que el dinero nunca era objeto de discusión era horriblemente tentadora. Y podía ser adictiva. ¿Querría Pedro que lo fuera? ¿Querría que se acostumbrase a tenerlo todo? ¿Era una forma de manipularla? Unas vacaciones de lujo... Pero las vacaciones no eran la vida real, se dijo a sí misma. Eran más bien un sueño, una escapada. Debía recordar eso y no dejarse manipular.

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