—La diferencia es... que yo habría intentado averiguar la verdad, habría intentado convencerte —dijo él, con tristeza— Aunque entiendo que tú no lo hicieras. Mi familia había preparado muy bien todo el montaje. Sabían que tú no tenías dinero, ni recursos, que no podrías hacer nada. Tú no podías contratar un detective para probar tu inocencia, así que ganaron ellos. Y nosotros perdimos algo muy importante. Sobre todo yo. Nuestra relación y... a nuestro hijo.
A pesar del calor, Paula sintió un escalofrío... como si los fantasmas de lo que pudo ser estuvieran pisando la tumba de su amor. Pero tenía que recordarse a sí misma que aquello era agua pasada. No podían retomar lo que dejaron atrás, no podían cambiar nada. Su relación había muerto seis años antes y ahora eran personas diferentes. El tiempo y la experiencia los había separado aún más.
—¿Es justo por tu parte obligarme a seguir perdiendo, Pau? —preguntó Pedro.
—Tú tomaste una decisión —respondió ella, haciendo un esfuerzo para mantener el escudo protector, para no ablandarse—. ¿Crees que voy a olvidarlo?
—No —suspiró él—. Pero esperaba que me entendieras, por lo menos.
—Intento hacerlo.
—¿Y no podrías perdonarme?
—Pedro, no quiero que ni tú ni tu familia se acerquen a mi hijo. No confío en ninguno de ustedes. De haber querido, podrías haber investigado esas fotos. Admites que tú tenías recursos para hacerlo...
—Ojala lo hubiera hecho. ¿Crees que yo gané algo, Pau? ¿Quién crees que ha perdido en toda esta historia?
Ella levantó la barbilla, orgullosa.
—Nico y yo tenemos una relación muy especial. ¿Por qué no nos dejas en paz? Tú te alejaste de mí. Aléjate de mí ahora también y olvida que existo. Así seremos todos más felices.
—No —dijo él, de repente agresivo—. No pienso seguir siendo el perdedor. Lucharé para conseguir derechos de visita, llevaré este asunto a todos los tribunales que haga falta. Me da igual lo que haya que hacer. Quiero ser parte de la vida de mi hijo.
Paula se llevó una mano al corazón. Sus peores miedos se habían hecho realidad. Pedro quería la custodia de Nico.
—Puedes decir que no y hacernos pasar a todos por un infierno —siguió Pedro— o puedes sentarte conmigo y discutir si tener un padre sería bueno para Nicolás.
No tenía elección y lo sabía. Una batalla legal por la custodia del niño sería terrible para él.
—¿Qué decides, Pau?
Estaba exigiéndole una confianza que no podía darle por el momento, pero quizá podría ganársela si de verdad lo que deseaba era la felicidad de Nico.
—No lo sé, tengo que pensarlo.
—Puedes estar completamente segura de una cosa —dijo Pedro entonces—. Esta vez... esta vez... nada en la tierra hará que me eche atrás.
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