jueves, 27 de octubre de 2016

Un Amor Inocente: Capítulo 16

Mañana van a elegir a los niños para el equipo de fútbol —anunció Nico, mientras volvían a casa—. ¿Vas a venir, papá?

—Tu padre tiene otras cosas que hacer mañana, cariño —intervino Paula.

Tener que soportar la propuesta de matrimonio dos días seguidos era demasiado para ella. Además, una visita en domingo no era parte del acuerdo.

—Seguro que los demás padres estarán allí —replicó Pedro, apretando el volante.

Paula sabía lo que estaba pensando: le habían robado cinco años de la vida de su hijo y ella seguía poniéndole obstáculos. Era injusto. Pero no sabía qué hacer, ya no sabía lo que estaba bien o mal. ¿Estaba siendo egoísta al limitar los días de visita? ¿Tenía que proteger a su hijo de los Alfonso cuando Pedro se había puesto tan inequívocamente de su lado?

—Es a las cuatro —dijo Nico—. Puedes hacer cosas el resto del día.

Paula cerró los ojos, desesperada. Pedro no estaba presionando para hacer las cosas a su manera. Era el propio Nico quien quería contar con su padre.

—A lo mejor podría pasarme un rato... —empezó a decir Pedro, tentando las aguas.

—Sí, a Nico le gustaría —suspiró ella por fin, vencida.

El alivio de Pedro era palpable. Y, al ver el brillo de alegría en los ojos de su hijo ante la posibilidad de que su padre fuera a verlo al entrenamiento, resultaba difícil lamentar esa decisión. No, posibilidad no, certeza. Paula estaba segura de que iría y Pedro se lo confirmó antes de despedirse, dándole las gracias por permitirle pasar un día más con Nico. Afortunadamente, no le pidió nada más. No con palabras, pero sí con los ojos. Quería tirar las barreras que había entre ellos y sabía que no estaría contento hasta que no hubiera límites en su relación. Pero ¿Por qué tanto interés? ¿Amor, posesión, venganza? Todos ellos sentimientos poderosos.

Paula estuvo despierta hasta muy tarde, dándole vueltas y vueltas al asunto. Pedro le había tirado el guante a sus padres: o la aceptaban a ella y a su hijo o lo perdían a él. Y esperaba ganar el reto.

El método usado para separarlos había sido muy sucio y demostraba hasta dónde podían llegar los Alfonso cuando querían algo. Y, en su opinión, el dolor de haber perdido a Federico no haría que cambiasen de actitud hacia ella. Querrían que Pedro cumpliera con su papel más que nunca, siendo el único hijo.

Pedro pensaba que Nico sería el factor determinante, su único nieto, pero Paula dudaba que el niño pudiera hacerlos cambiar de opinión. Los cien mil dólares del fideicomiso probaban cuánto estaban dispuestos a pagar para que ni ella ni su hijo se mezclaran en sus vidas. Seguramente, verían la reacción de Pedro ante la confesión de Federico como una rebelión contra ellos por haberlo manipulado y quizá se lo pensarían dos veces antes de meterse en su vida, pero Nico y ella... Podría convertirse en una amarga batalla.

La muerte de Federico había puesto en marcha algo que Paula no podía detener. Por su hijo. Pero no sabía si, al final, acabaría siendo un desastre. Por fin, se quedó dormida. Nico la despertó a la mañana siguiente, emocionado, diciendo que iba a jugar al fútbol todo el día para practicar. No tenía que preguntar por qué. La palabra «papá» aparecía prácticamente en cada frase. Pedro ya estaba en las gradas cuando llegaron al campo. Nico, por supuesto, ya había visto el Ferrari rojo en el aparcamiento y buscaba a su padre con la mirada.

Era muy fácil enamorarse de Pedro Alfonso, pero la experiencia y los años habían enseñado a Paula a controlar sus emociones. Nico no podía hacer lo mismo. ¿Cómo iba a saber el niño que debía protegerse, que aquello no era seguro? Había ciento sesenta y cinco niños en el campo de fútbol y el entrenador tenía que elegir el equipo de entre todos ellos. Cuando le tocó el turno a Nico, corrió como una bala por el campo, dispuesto a demostrar lo bueno que era. Pedro sonrió.

—Muy espabilado, ¿Verdad?

—Mucho —asintió ella—. Los partidos de la liga infantil son los sábados, así que podrás verlos.

Él se puso serio entonces.

—Yo no tengo nada que hacer los domingos, Pau. Preferiría pasarlos con ustedes.

—Pero tú tienes tu vida...

—Estoy mucho más interesado en una vida contigo y con Nico —replicó él.

—Vivimos en mundos diferentes, Pedro.

—¿Estás diciendo que debo dejarlo todo para poder estar con ustedes?

El corazón de Paula empezó a dar saltos. ¿Lo haría? ¿Lo dejaría todo por ellos? Pero lo lamentaría y la culparía a ella después.

—No, sólo digo que somos prisioneros de nosotros mismos, de nuestro propio pasado, y sería absurdo no reconocerlo.

Pedro sonrió, irónico.

—Sí, en eso tienes razón. Vivimos en una prisión, pero te sorprendería saber las ganas que tengo de librarme de la mía.

—Pero estás presionando a tus padres para que nos acepten y no van a hacerlo.

—Sólo estoy dándoles una oportunidad...

—Los estás obligando.

—No, les he dicho que tienen dos opciones. Ellos verán.

—¿Estás dispuesto a dejarlo todo? —preguntó Paula. No podía creerlo.

—Si tengo que hacerlo, sí.

Su corazón se derritió. Toda la resistencia, todas las dudas desaparecían ante aquella frase. Pedro apretó su mano entonces y fue como si le diera un ancla que impediría que se perdiera en la tormenta.

—No dudes de mi compromiso contigo y con Nico, Pau —dijo en voz baja—. No lo dudes ni un segundo.

Ella asintió con la cabeza. Quizá porque llevaba tanto tiempo sola... Y Pedro era el padre de Nico, el único hombre a que había amado en toda su vida. Debían esta juntos, ser una familia...

—¡Vamos, Nico!

El grito de Pedro interrumpió sus pensamientos. Paula vió a su hijo correr detrás de la pelota, engañar al portero y...

—¡Gol! —gritaron Pedro y Paula a la vez, entusiasmados.

Nico se volvió para comprobar si habían visto su hazaña y Paula aplaudió tan fuerte que le dolían las manos.

—¡Bien hecho, Nico! —gritó, con un nudo en la garganta.

—¡Ése es nuestro hijo! —sonrió Pedro, pasándole un brazo por los hombros—. El más rápido, el mejor.

¿Y si hubiera sido el más lento, el peor?, se preguntó ella. Pero no lo era, de modo que sería absurdo hacerse esas preguntas. Dudaba que Nico fuera malo en algo. Era hijo de Pedro. Y suyo.

—Cásate conmigo, Pau—le dijo él entonces, al oído—. Así es como debe ser.

Quería decir que sí. Estando tan cerca de él, todo su cuerpo anhelaba la intimidad, pero el miedo a las consecuencias era más fuerte.

—Dame tiempo —murmuró.

—En fin, por lo menos no es un «no» —intentó sonreír Pedro, apretando su mano posesivamente—. Estoy aquí para quedarme, Pau. Cuanto antes te des cuenta de eso, antes seremos una familia.

Eso podría ser verdad. Pero ella seguía teniendo miedo al compromiso. Había un largo futuro por delante. Y Pedro debía probar que estaba diciendo la verdad.

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