Una serie de débiles gemidos se escaparon de la garganta de ella, al entender su invitación. Tenía los tímpanos ensordecidos por el golpeteo de su sangre, enloquecida. Y lo peor era que sus ojos, hasta ese momento prisioneros de la mirada magnética de él, empezaban a mostrar una lamentable tendencia a desviarse de su rostro. Si no mantenía un esfuerzo constante, era evidente hacia dónde se deslizaría su mirada.
—Te aseguro que hace muchos meses —siguió Pedro, sugestionado a su vez por el gesto casi inconsciente de ella, que, al notar las finas gotitas de sudor sobre su labio superior, las recogió con la punta de la lengua— que no tenía problemas para controlar mi libido en todo momento. —¿No... podías?
—Es difícil determinar si lo que pasa es que se está inapetente o incapacitado —contestó él, sin faltar estrictamente a la verdad. De momento, había conseguido que ella dejara de pensar en hacer el equipaje. Más adelante examinaría sus propios motivos para consagrarse con todas sus fuerzas a impedirlo.
—Al principio, cuando recuperé el conocimiento, no sentía nada de cintura para abajo —esta vez no tuvo que fingir el espanto reprimido que ese recuerdo evocaba.
—Pero eso no duró mucho...
—Sí, la médula espinal estaba intacta. Pero un hombre tendido constantemente boca arriba, con todo el tiempo para pensar, le da muchas vueltas a las cosas. A cuántas va a tener que renunciar. A si podrá seguir viviendo si en adelante no va a ser más que medio hombre...
—¡Claro que podrías! —la exclamación fue quizá demasiado vehemente, pero Paula estaba convencida al cien por cien de lo que decía: Pedro Alfonso no renunciaba jamás a nada, y mucho menos a la vida.
—No he llegado a eso, pero gracias por el voto de confianza.
Sin pensar, Paula alzó una mano, para acompañar con el gesto la frase que iba a decir.
—Ser hombre es bastante más que... —y en ese preciso instante, esa mano hizo contacto con el objeto cuya importancia iba a desvalorizar.
Pedro siguió fascinado el proceso de desintegración de la compostura que a duras penas mantenía. Todo fue muy rápido, pero a él le pareció que lo primero que hizo fue taparse la boca con la mano pecadora, mientras toda la sangre parecía desaparecer de su rostro. Casi simultáneamente, los ojos de Paula se vieron irresistiblemente atraídos hacia la causa misma de su apuro. Pedro casi notó la oleada de calor, que devolvió el color centuplicado a su cara, cuello y hasta el último centímetro de piel que el traje de baño dejaba al descubierto.
Tan hechizado estaba por el espectáculo que, cuando quiso reaccionar, ella ya le había pedido perdón al menos una docena de veces. Él no era partidario de los métodos tortuosos y le pareció que la forma más inmediata de distraer su atención era besarla.
El roce de sus labios contra la oreja de Paula fue tan delicado que, al sentir por toda la columna vertebral la sacudida que le provocó, dudó de si era un beso o la mera aprensión de que iba a besarla lo que la había causado.
—Debería darte las gracias por ahuyentar el fantasma de la impotencia —susurró él.
Acerca del siguiente beso, no quedó la menor duda. Era auténtico y de primera. A Paula la habían besado unas cuantas veces ya. Hubo ocasiones más placenteras y otras menos, pero ninguna se había parecido a aquello. ¡Estaba a varios años luz de distancia de lo placentero!
Empezó de un modo que no podía alarmar a nadie. Unos segundos de contacto liviano entre sus labios y los de ella, un contacto dulce y consolador, que liberó a su cuerpo mágicamente de toda la tensión que lo paralizaba, que duró lo suficiente para dejarla con hambre de más. Que la preparó, en suma, para no soñar con ofrecer resistencia alguna cuando él se lanzó en picado.
Paula se plegó a cuanto su boca le demandó y no le entregó más porque a él no se le antojó pedírselo en ese momento.
Permaneció después con los ojos cerrados largo tiempo.
—¡Dios mío! —gimió roncamente al abrirlos, y su mirada, aún desenfocada, fue directa hacia la boca de él. La mezcla de asombro, maravilla y algo de miedo que había en esa mirada era el mejor regalo que se le podía hacer a la vanidad de un hombre.
La presión que Pedro notaba en el bajo vientre subió varios enteros.
—Ya hacía tiempo —dijo. Tal vez la abstinencia lo había ayudado a apreciar en su justa valía el placer que un simple beso podía proporcionar. O tal vez no se tratara de un simple beso.
—Creía que, a lo peor, se me había olvidado.
—¡Pues no!
Mientras ella se llevaba una mano a la cabeza, que le daba vueltas, Pedro echó la suya hacia atrás, suspirando ruidosamente. El movimiento produjo una serie de sugestivos ejercicios a cargo de la poderosa musculatura de su torso. Paula conocía anatómica y fisiológicamente cada uno de los músculos y tendones participantes: no era nada nuevo para ella, así que, ¿por qué la fascinaba de ese modo el espectáculo?
—No entiendo por qué has hecho una cosa tan estúpida.
—¿Tú por qué crees que lo hice? —la mirada de él recorrió con insolencia las espléndidas curvas de Paula.
—Creo que eres como un niño que creía haber perdido su juguete favorito y en cuanto se lo devuelven tiene que probarlo.
Transcurridos unos segundos de sorpresa, Pedro se echó a reír, con tal sinceridad y abandono, que a ella le costó mantener la seriedad. Y, tan abruptamente como había comenzado, la risa cesó y su expresión se volvió dura y calculadora.
—A lo mejor —sugirió—, lo he hecho porque no tenía nada que perder. Total, ¿qué era lo peor que podía suceder? El trabajo ya has decidido abandonarlo...
—Renunciar a él —corrigió Paula, dignamente.
—Ah, qué desilusión se va a llevar Ana.
—¡Como si a tí te importara! Hasta ahora, dabas la impresión de que haría cualquier cosa por no complacer a tu madre. Me imagino que te alegrará, saber que la máquina está en estado de revista.
Nueva risa profunda y franca.
—Qué manera de usar las palabras, Paula... En fin, no puedo decir que fuera algo que me quitase el sueño, pero sí, es una noticia agradable.
—Todo forma parte del proceso de recuperación —era un poco tarde para acordarse de lo profesional.
—Creía que ibas a decir que formaba parte del servicio —Paula hizo un gesto de disgusto—. Escucha, si prometo no volverte a besar, ¿lo reconsiderarás?
—¿Y por qué debería creerte?
—Sospecho que no vas a aceptar mi palabra...
Paula no podía decirle que la que no le parecía de fiar era ella. Tuvo que quedarse mirando mientras él se ponía lentamente en pie, cuando todo su ser la empujaba a ayudarlo. Pedro fue a tomar el bastón y este cayó al suelo. Paula lo alcanzó y se lo acercó.
—Ten cuidado —le suplicó.
—Tú has dimitido, ¿te acuerdas?
—Deformación profesional.
—Si no entendí mal, a tí te hace falta el trabajo —dijo Pedro, en un tono práctico, una vez ella se hubo incorporado también—. Y, al parecer, lo haces bien.
Paula suspiró. Si se quedara, podría librarse de todas las deudas de su madre con lo ofrecido por Ana. Era tentador, pero no creía que si se quedaba pudiera resistirse a Pedro.
Espectaculares todos los caps de hoy. Cada vez más linda esta historia.
ResponderEliminarMuy buenos capítulos! Cuanta histeria!!!
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