¿Un millonario especulador? Lo estaba subestimando y, dado que era una Chaves, la ofensa resultaba aún mayor. Paula hizo ademán de soltarse, pero Pedro no tenía la menor intención de dejarla marchar.
-¿Qué te hace pensar que soy un millonario especulador?
Ella se volvió y lo miró de arriba abajo.
-El traje, los zapatos, la arrogancia. ¿Me equivoco?
-No del todo – sin apartar los ojos de ella, Pedro señaló un Bentley verde oscuro que se aproximaba – ¿ Puedo llevarte a algún sitio?
Paula alzó las cejas.
-Así que eres mitad millonario y mitad mago. ¿Qué más sabes hacer?
Él le dedicó una sonrisa letal.
-Mis virtudes, mademoiselle, son demasiados numerosas como para ser enumeradas cuando corremos el riesgo de empaparnos, pero si entras en el coche, estaré encantado de informarte.
-No gracias – dijo educadamente – No creo que sea buena idea.
-Esta bien – Pedro tamborileó los dedos con impaciencia sobre el techo del coche – Escucha, has dicho que tenías prisa. ¿ Porqué no tomas mi coche prestado? Mi oficina está a la vuelta de la esquina y puedo ir andando. Basta con que le digas a Luis donde debe llevarte.
Dió un par de pasos atrás sin dejar de mirarla y confiado en que aceptaría la oferta. Iba a resultarle muy sencillo averiguar donde vivía. Paula se quedó junto a la puerta abierta. El agua había empapado ya su corta melena. Frunció el ceño con desconfianza.
-¿Por qué?
-Para compensarte con el cuadro. Por Favor.
Paula alzó la mirada hacia el cielo tormentoso y vaciló. A continuación, con una mezcla de rencor e indignación, entró en el coche y se inclinó para cerrar la puerta. Ni siquiera miró a Pedro.
-Ha sido un placer – masculló él con sarcasmo al ver perderse el coche en el tráfico.
Quizá «placer» no era la palabra apropiada. Metió las manos en el bolsillo y echó a andar. No. La palabra apropiada era «satisfacción»
Sara Schulz tenía las mejillas teñidas de un delicado rubor y sus labios se curvaban en una sonrisa voluptuosa. Reclinada en el sofá de terciopelo, estaba completamente desnuda, excepto por una gran cruz de oro con incrustaciones de piedras preciosas que colgaba de su cuello con una cinta de terciopelo rojo. Sus azules ojos parecían descansar con interés en la espalda de Pedro, que contemplaba el paisaje de Londres desde la ventana de su apartamento. A sus pies los coches los coches circulaban ruidosos por Park Lane y, por encima, los aviones cruzaban el intenso cielo azul con las luces parpadeantes que competían con las estrellas. Pero Pedro no notaba nada de aquello. La figura del cuadro flotaba ante él, reflejándose en la hoja de cristal.
La intuición que había tenido con respecto al «encantador cuadro amateur» era correcta. Aunque no estaba firmado, el estilo y el tema, La manoir St. Laureen, le habían convencido de que era otra obra de su padre. Pero Horacio Alfonso no era un aficionado, y de haberse dado otras circunstancias, habría llegado a ser uno de los pintores más famosos de su generación. Bebió de un trago una copa de coñac y se giró bruscamente hacia La Dame Schulz, la pintura que hasta aquel día había permanecido oculta bajo el cuadro de la casa en la campiña francesa.
Pedro se vanagloriaba de conseguir lo que quería, no podía negar que para aquel hallazgo había tenido que intervenir la fortuna. O tal vez el karma, como pensarían algunos: había llegado el momento en que lo arrogantes Chaves asumieran sus errores. Había llegado la hora de la venganza.
Deslizó su mirada por la provocativa Sara. Durante todos aquellos años había creído que bastaría con mostrar el cuadro y revelar al mundo el escándalo que lo rodeaba. Pero eso ya no le parecía suficiente. En su vida profesional se caracterizaba por sacar el máximo partido de la más mínima oportunidad. Y el destino le había proporcionado aquel día dos: el cuadro y Paula Chaves. Tenía que aprovecharse de las circunstancias. El destino…, la justicia.., el karma, que importaba como llamarlo. Cualquier nombre habría sido sinónimo de «venganza». Los Chaves no lo sabían pero había llegado la hora del castigo.
Ojo por ojo, diente por diente, corazón por corazón.
Tras pasar en coche el control de seguridad en la entrada Wilton Square, Pedro tuvo la sensación de entrar en un mundo encantado. En la oscuridad, se atisbaba la mansión color marfil de Sara tras los grandes árboles. La casa estaba iluminada y desde el interior se llegaba el sonido de la música. La fiesta había comenzado hacía más de una hora, y Pedro había programado su llegada con la intención de pasar desapercibido. En la puerta había un mayordomo con levita al que Pedro le dió la invitación con bordes dorados que había conseguido a través de un contacto en el Ministerio de Hacienda que le debía un favor. El mayordomo la tomó con expresión inescrutable a la vez que señalaba con la cabeza una mesa repleta de paquetes para que dejara el regalo que portaba. Pedro dejó con sumo cuidado el lienzo, que había devuelto a su marco, entre los demás paquetes y siguió la dirección del ruido.
Pedro barrió la habitación con la mirada, diciéndose que aquél era el mundo al que Paula Chaves estaba acostumbrada: lujoso, caro, exclusivo. Y sin darse cuenta, la buscó entre los rostros fácilmente reconocibles. En cuanto la vió, sintió el deseo despertar en él. Lucía otro discreto y severo traje negro, y unos altos tacones que hacían sus piernas interminables. Llevaba una bandeja de canapés en la mano y le ofrecía a un grupo de gente de la televisión. Su rostro se quedaba oculto por su sedoso cabello, pero había algo en la tensión de sus hombros y en la inclinación de su cabeza, que le hizo adivinar que no estaba a gusto. ¿Si aquél era su mundo, por qué parecía tan fuera de lugar?
_ ¿Blini de caviar? – le oyó ofrecer a un eminente locutor de televisión, quien tomó uno sin molestarse en mirarla o en interrumpir su conversación.
Pedro observó.
«Suave oleaje… dunas de arena… locutor famoso al que le tiro los blinis en la cabeza » Paula sonrió con un incómodo rictus y fue hacia otro grupo preguntándose cuando podría retirarse a su dormitorio a leer. «En cuanto quiera. Nadie va a echarme de menos».
Podía oír la voz de Gonzalo, seguro de sí mismo, educado, cómodo. Como siempre, la lotería genética la dejaba perpleja. ¿Cómo podía tener un hermano tan apabullante cuando ella siempre había sido tan insegura? Se alejó de él confiando en que no la viera y así evitarse el bochorno de ser presentada a la figura política de turno con la que estuviera hablando.
-¡Paula, por fin! Acabo de mencionarte.
Paula habría querido que se la tragara la tierra, pero consciente de que no iba a tener suerte, forzó una tensa sonrisa y se volvió.
-Esta es mi hermana pequeña, Paula– dijo Gonzalo animosamente al hombre de aspecto familiar que lo acompañaba. Sonriendo educadamente el hombre tomó un blinis.
-¿Supongo que como todos los distinguidos Chaves serás una mujer emprendedora?
A Paula se le borró la sonrisa.« Precisamente» habría querido decir. «Soy el primer miembro de la familia que ha fracasado en todo». Justo cuando buscaba una manera más suave de expresar lo que pensaba lo que pensaba, la delgada morena que estaba al lado de Gonzalo, intervino.
Ya me enganchó esta historia Naty. Muy buenos los 4 caps.
ResponderEliminarjajaja ya cai en tu trampa Naty... buen comienzo
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