Paula se detuvo y alzó la mirada. Se frotó los ojos y suspiró. Estaba agotada, pensó, y empezaba a tener alucinaciones.
—¿No quieres hablarme?
—¿ Pedro? —¿no era un producto de su imaginación? ¿Sería posible que Pedro estuviera en Nueva York?—. ¿Qué estás haciendo aquí? — Paula esbozó una enorme sonrisa y lo miró. El corazón le latía violentamente en el pecho y le sudaban las manos. Se acercó a él. Estaba tan cerca que podía sentir el calor que emanaba de su cuerpo. Que podía apreciar la fragancia de su loción. Y las palabras de su último encuentro acudieron a su mente.
—He venido a verte.
—¿A Nueva York?
—Aquí es donde estás. Fui a casa de tu tía el sábado y Leticia me dijo que habías vuelto a Nueva York.
—Pero hoy es martes —dijo Paula, intentando encontrar algún sentido a lo que estaba ocurriendo allí.
—Hice algunos arreglos en el despacho para poder venir. ¿Vas a invitarme a entrar?
Paula lo miró con recelo.
—¿Por qué?
—Quiero hablar contigo.
—¿Sobre qué? —la determinación de su expresión le advertía que quizá lo que tuviera que decirle no fuera nada bueno.
—¿Podemos hablar dentro?
—De acuerdo — Paula abrió la puerta, entró y miró a su alrededor. Le habría gustado que el apartamento estuviera ordenado y no como si acabara de pasar un tornado por allí.
Se pasó la mano por el pelo. Aquella mañana no se había maquillado y se había puesto unos vaqueros viejos y una camiseta para trabajar. Estaba muy lejos de tener un aspecto femenino. Caminó hasta el cuarto de estar y se volvió hacia Pedro.
Él miró a su alrededor y dejó caer su maleta en el suelo.
—Es muy pequeño. No me extraña que te parecieran grandes los apartamentos que veías en Charlotte.
Paula se encogió de hombros.
—Y he tenido suerte al no tener que compartir mi casa con nadie. ¿Has venido hasta aquí para ver mi casa?
—No, he venido a verte a tí.
La miró a los ojos. Paula tragó saliva y señaló el sofá:
—Siéntate —estaba deseando que le dijera lo que tuviera que decirle y se marchara. ¿Cuántas veces iba a tener que despedirse de él?
—¿Estás haciendo limpieza? —le preguntó Pedro.
—Estoy empaquetando mis cosas. He encontrado casa y trabajo en Charlotte.
—¿Has alquilado alguno de los apartamentos que vimos?
Paula negó con la cabeza.
Pedro tomó aire, miró a su alrededor y después la miró a ella. Esbozó una media sonrisa e inclinó la cabeza.
—Pensaba que había ensayado lo suficiente, que estaba ya preparado para hacer esto.
Paula lo miró con el ceño fruncido.
—¿Hacer qué?
—En primer lugar disculparme. Creo que me precipité a sacar conclusiones la otra noche. Pero he tenido tiempo de sobra para pensar durante la semana pasada y darme cuenta de algunas cosas.
Guardó silencio y Paula esperó. ¿Qué se suponía que podía decir?
—¿Cómo qué? —preguntó al ver que el silencio se prolongaba.
—Cuando me enfrento a un nuevo cliente, a un nuevo caso, pregunto, escucho, procuro analizarlo y hacerme una imagen lo más completa posible de la situación. Procuro no precipitarme nunca, no dejarme engañar por lo evidente. Pero contigo lo hice. Y creo que te debo una disculpa por ello.
— Pedro, no me debes nada. Tuvimos unas cuantas citas, compartimos algunos ratos. Tú no buscabas otra cosa. No creo que tengamos nada más que hablar.
—Quizá seas tú la que ahora está sacando conclusiones precipitadas.
—¿Qué conclusiones se supone que estoy sacando?
—Por ejemplo, estás dando por sentado que yo sabía lo que estaba diciendo.
—¿Qué? — Paula lo miró, estupefacta.
—Háblame del diario y de la lista que leí aquella noche.
—No hay mucho que decir. Leticia y tía Silvia encontraron el diario mientras limpiaban el desván. El diario lo escribió mi bisabuela Norma cuando cumplió dieciocho años. Contiene mucha información de mi familia y está maravillosamente escrito.
—¿Y la lista?
Paula tomó aire.
—Norma estaba interesada en un joven en particular y su madre y sus tías le daban pistas sobre cómo comportarse mientras iba aprendiendo a conocerlo. Así que ella se decidió a escribir la receta para encontrar el marido perfecto. Yo se lo conté a Leticia y ella quería saber cosas específicas sobre la receta, así que le copié algunos párrafos.
—¿Y estuviste utilizando esos trucos conmigo?
—De alguna manera. En realidad todo comenzó de forma casual. Pero si lo piensas bien, esa lista es completamente inocua. En realidad son sugerencias de sentido común. Supongo que para Norma eran una novedad, pero yo soy mucho mayor que ella y ya había oído otras veces esos consejos.
—¿Una receta para atrapar marido? Así que estabas buscando un marido y pensaste, ¿por qué no intentarlo con el viejo Pedro?
Hablaba en voz baja y poco expresiva.
—No exactamente. En realidad lo que intentaba era practicar contigo.
—¿Practicar conmigo? ¿A qué te refieres?
—Bueno, si las sugerencias funcionaban en un caso tan difícil como el tuyo, seguramente funcionarían si alguna vez encontraba otro hombre con el que quisiera casarme.
—¿Y no te ha preocupado jugar con los sentimientos de un hombre?
Paula soltó una carcajada.
— Pedro … Tú no permitirías que nadie juegue contigo como cuando eras un niño. Y sobre todo teniendo en cuenta el cinismo con el que contemplas las relaciones con las mujeres. Sabía perfectamente que no iba a hacerte daño —el único daño se lo había hecho a sí misma al enamorarse de él otra vez.
—Vuelves a precipitarte. Nunca serás una buena abogada —le tomó la mano. A Paula comenzó a latirle el corazón a una velocidad vertiginosa. ¿Qué demonios estaba haciendo Pedro?—. Me alegro de que hayas encontrado trabajo en Charlotte.
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