—¿Qué haces?
Pedro levantó la mirada y se irguió al ver a la niña Chaves que lo observaba desde el otro lado de la cerca. Se secó el sudor y sonrió. Era una niña encantadora con unos ojos azules muy vivaces.
—Arreglo la cerca. ¿qué haces tú?
—Nada. Te miro —se acercó un poco mas y apoyó la mano entre las púas del alambre—. Mamá me ha dicho que puedo mirarte si no te estorbo. ¿Estoy estorbándote?
—¿Cómo ibas a estar estorbándome si cada uno estamos a un lado de la cerca? —él se rió.
Ella torció los labios como si pensara la respuesta y sonrió.
—Entonces, ¿puedo mirar?
—Si quieres, puedes ayudarme.
—¿De verdad? —preguntó ella con expresión de emoción.
—Claro —él se levantó y le pasó los brazos por encima de la cerca—. Agárrate con fuerza y te pasaré al otro lado.
Ella se agarró a los brazos, y él la pasó muy por encima del alambre de espinos. Luego, hizo un gesto con la cabeza para señalar una bolsa llena de grapas que tenía a los pies.
—Puedes pasarme las grapas cuando las necesite.
Volvió a inclinarse sobre el poste y agarró el martillo.
—Grapa, por favor —Pedro alargó la mano.
Ella, con una sonrisa de orgullo, metió la mano en la bolsa y dejó una grapa en la palma de su mano.
Él la tomó y la clavó en el poste de dos martillazos.
—¡Caray! —exclamó ella—. Tienes que ser muy fuerte para hacer eso.
—La fuerza viene bien —él le guiñó un ojo—, pero también es importante dar en el clavo.
—A mamá no le da tan bien. Hace un rato se dio en el dedo —ella soltó una risita—. Dijo una palabrota.
Pedro también se rió al imaginarse a Paula dejando escapar un juramento.
—Yo también decía bastantes cuando no apuntaba tan bien. Duele un montón.
—Mama y Felipe están arreglando la valla que rodea la casa —Valentina soltó un suspiro—. Yo quise ayudarles, pero me dijeron que era demasiado pequeña.
Pedro captó el tono de desencanto y se acordó de cuando su hija también sufría porque era demasiado pequeña para hacer las cosas que podía hacer su hermano. Una sombra de tristeza se adueñó de su corazón.
—Pero estás ayudándome —le recordó él.
—Sí…
Ella se sentó en el suelo con las piernas cruzadas y se puso la bolsa sobre el regazo. Sacó otra grapa y se la dio.
—¿Tienes alguna niña pequeña?
Él se quedó paralizado y los dedos le temblaron con la grapa apoyada en el poste.
—Una, pero ya no es pequeña —murmuró él—. Tiene dieciséis años.
—¿Hace de canguro? Mamá dijo esta mañana que necesitará una canguro para cuando empiece a trabajar.
Pedro tuvo que cerrar los ojos por el dolor. Habían pasado diez años, pero todavía le dolía pensar en su hija y su hijo y en todo lo que se había perdido de sus vidas.
—No creo, cariño. No vive conmigo. Vive en San Antonio, con su madre.
—¿Estás divorciado? —preguntó ella con la cabeza ladeada.
—Sí. Desde hace diez años.
—Mamá y papá también están divorciados. Mi papá vive en Houston, pero mamá no quiere que sigamos viviendo allí porque es demasiado peligroso. —Valentina se tumbó en el suelo con las piernas estiradas y la bolsa de grapas en la tripa.
—Pegaron a Felipe cuando volvía del colegio y mamá lloró. No lo soportó más y nos vinimos aquí.
Pedro quiso preguntarle si no soportaba vivir en Houston o que pegaran a Felipe o vivir en la misma ciudad que su ex marido, pero decidió que no estaba bien sonsacarle información a la niña.
—Me imagino que tuvo que ser muy desagradable.
—Sí —Valentina volvió a suspirar—. Oí que las amigas de mamá decían que se iba porque se sentía culpable.
—¿Culpable? —preguntó él antes de poder evitarlo.
—Sí. Cuando mamá y papá estaban casados, ella no trabajaba y podía quedarse en casa con nosotros. Les dijo a sus amigas que si no se hubiera divorciado, habría estado en casa y no habrían pegado a Felipe.
Pedro tenía sus opiniones sobre el divorcio y sus consecuencias, opiniones bien amargas, pero se limitó a sacudir la cabeza.
—Hay cosas que no pueden evitarse.
Valentina apretó los labios y asintió con la cabeza.
—Eso dijeron las amigas de mamá, pero ella no les hizo caso. Nos trajo a casa de la tía Alicia para que estuviéramos seguros —miró hacia la casa que era su nuevo hogar—. Felipe dice que habría que cerrar esa casa para siempre, pero mamá dice que será más bonita cuando esté arreglada.
Pedro también miró hacia allí y vio la pintura cuarteada, los tablones podridos y los matojos que la rodeaban.
—Tiene razón —susurró él.
Sin embargo, no estaba pensando en el estado de la casa. Estaba recordando cuando volteó a su madre por encima de los hombros y entendió un poco mejor por qué lo había atacado.
—¡Hola, mamá! He ayudado a Pedro a arreglar la cerca.
Paula levantó la mirada y vió a Valentina que se acercaba entre la hierba sin cortar. Contuvo un gruñido al ver que Pedro la seguía a unos pasos de distancia.
—¿De verdad? —Paula esbozó una sonrisa para contentar a su hija.
—Sí —Valentina se paró delante de su madre—. Me ha dicho que soy la mejor ayudante que ha tenido en su vida. ¿Verdad que sí, Pedro?
Él se paró detrás de la niña y apoyó la mano en su hombro con una sonrisa.
—Sin comparación.
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